Durante el año que termina, las imágenes de estanterías de supermercados británicos vacías o –a principios del otoño- la estampa de gasolineras sin combustible, con filas de automovilistas esperando, han servido para ilustrar bien la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Aún más, las colas de miles de camiones varados con mercancías intentando cruzar o salir de Gran Bretaña
Callum Henderson, de la empresa importadora Great Oil UK, que compra aceite de oliva andaluz, lo explicó hace tres meses con enorme detalle. En Euronews, describió la multiplicación de obstáculos de todo tipo que han encarecido ese producto para los consumidores de su país, además de hacer difícil y complejo el proceso importador: antes, todo duraba dos semanas, entre la demanda puntual y la llegada del aceite a su negocio; ahora, esa acción comercial se retrasa casi dos meses. Henderson lo describió de manera muy prolija. Resumo aquí sólo los detalles más significativos:
-Presentación de documentos previos a la importación, a través del sistema CHIEF (Customs Handling of Import & Export Freight), al que tiene que pagar 200 libras mensuales, aunque – ojo- su inscripción en el CHIEF no le garantiza que su acción comercial sea posible sin más.
-Previamente, el solicitante debe estar inscrito en el HMRC (Her Majesty Revenue and Customs), pero si quiere que el CHIEF funcione correctamente es mejor contratar a un tercero, un agente comercial, al que debe pagar 125£ por comanda. «Se trata de una documentación que exige el gobierno británico, no la UE», aclara Henderson.
-Más: la empresa de transporte y la logística que utilizaba antes del Bréxit, han dejado de funcionar en el Reino Unido, de modo que tuvieron que cambiar. Quienes lo reemplazaron han subido el precio un 76%; ahora le cobran 485£ por el transporte de cada palé o bandeja de carga.
-El plazo de registro y obtención de los palés en España también se ha retrasado tres semanas; los permisos aduaneros, más de dos semanas. Como el aceite no tiene recargas aduaneras, necesita un tiempo añadido para un control suplementario de cada importación.
-Esos retrasos provocan vacíos periódicos de la mercancía almacenada. Antes siempre había una reserva para el flujo habitual con sus propios clientes. Henderson resume esa etapa lapidariamente: «No stock = zero sales & negative cash flow».
-Dentro del Reino Unido, las dificultades del transporte terrestre se han incrementado también entre el centro logístico de Nottingham (Inglaterra) hasta la sede de Great Oil UK (en Escocia). «Los palés tardan 17 días, más que desde España», resume Henderson.
Este ejemplo concreto explica por sí solo los impactos del Brexit, independientemente de la propaganda nacionalista de Boris Johnson. Hay otros, sigamos.
El primero de enero hará un año desde que la salida del Reino Unido de la UE se hiciera ejecutiva. En realidad, el periodo de transición resultó engañoso para los británicos, quizá con excepción de la mayor visibilidad del aumento de las tensiones en Irlanda del Norte. Hasta el principio de 2021, las cosas parecían fluir, según la impresión de los brexiters. Sin embargo, al Bréxit se le ha unido ahora la pandemia que el propio Boris Johnson empezó despreciando hasta que estuvo a punto de morir él mismo por el coronavirus.
Hoy día es un hecho que romper lazos con el principal socio comercial no ha salido gratis. El resultado son carencias diversas, problemas de abastecimiento y un magma burocrático para las empresas que comercian con Europa. Además, hay un endurecimiento de las normativas legales.
En ciertos casos, las demandas empresariales para que se permita que entren trabajadores del Este europeo -que eran mayoritarios y habituales en algunos ramos- chocan ahora con un muro. Un corresponsal europeo cita a un empresario del sector alimentario a quien la Administración le pide 537£ por registrar cada petición individual de visado de trabajo. Y no le aseguran una respuesta antes de dos meses. Tampoco el candidato aceptado puede aspirar a tener un contrato que vaya mucho más allá de las primeras semanas de 2022, mientras pocos británicos aceptan esos empleos que hasta hace poco ocupaban en gran medida los polacos. En el Reino Unido, algunas estimaciones calculan que a finales de noviembre había 1,2 millones de puestos de trabajo que no llegan a cubrirse con la mano de obra local.
Otros sectores, como los pescadores, siguen pendientes de las viejas fantasías que les prometieron: aquello de anular todas las cuotas de pesca de sus colegas europeos en aguas británicas.
Ante la arrogancia negociadora de Johnson, que aplaza sine die la renovación de licencias de pesca que tenían los pesqueros franceses, Francia amenaza con impedir la descarga en los puertos de Normandía del pescado procedente de los barcos registrados en las islas de Jersey y Guernessey. Johnson llegó a movilizar a sus patrulleras, como elemento disuasorio, lo que causó la ira de París, que a su vez amenazó con cortar el suministro eléctrico a las islas citadas (desoberanía británica, pero más cercanas a la costa francesa que a la inglesa). En todo caso, los pescadores británicos ya han constatado que el ‘océano de oportunidades’ prometido por Boris Johnson no existe.
La amenaza, quizá lo peor, es que esas tensiones, en principio puramente comerciales, son una sombra sobre los acuerdos de paz en Irlanda del Norte, por las reticencias de los partidos protestantes norirlandeses, aliados parlamentarios de los conservadores de Londres: esos ultras norirlandeses no quieren aceptar controles de la UE en su costa para que pueda mantenerse abierta -como contrapartida- la frontera terrestre entre las dos Irlandas. Lo consideran como colocar un pie ajeno -de la UE, por tanto también de la República de Irlanda- en la puerta fronteriza, que niegan por un lado y exigen por otro, entre la Gran Bretaña e Irlanda del Norte.
Toda esa tensión se traduce en mayores dificultades para resolver todos los conflictos que Johnson parece incapaz de evitar o que no desea eludir para alejarse de sus propios escándalos políticos y personales, de su inestable gestión de la pandemia. La política interior de Londres interfiere continuamente en la deseable cordura de las negociaciones con la UE y sobre los siguientes pasos a dar por ambas partes. Resulta así también más difícil que los productos británicos lleguen como antes al mercado continental europeo.
Y aún no han llegado todos los cambios a los que obliga el Bréxit, que a su vez pueden alterar la política de aranceles aduaneros o esa burocracia ya muy enrevesada.
El problema es que todo ello puede afectarnos también –lo queramos o no- a quienes seguimos siendo ciudadanos de la UE. Las mentiras con las que ganaron el reférendum los antieuropeos del Reino Unido estallan ahora en la cara de sus partidarios y votantes. Happy New Year, Brexiters !