Robert Boyd, un irlandés en busca de la libertad en España

Francisco Javier Salmerón Giménez[1]

Después de defender Cartagena y Alicante del cerco de las tropas francesas sobre estas dos plazas fuertes, sus jefes militares, a cuya cabeza se encontraba desde el verano José María Torrijos, acordaron con las fuerzas ocupantes un convenio de rendición muy favorable pese a que eran las últimas en rendirse. De modo que Cartagena fue ocupada por los franceses el día 4 de noviembre de 1823.

Torrijos y su familia no se plantearon quedarse en España. Sentía que el fanatismo volvía a perseguirlo como en otras épocas de su vida, y temía las ansias de venganza del partido absolutista. Además, sus principios le impedían hacerlo: se negaba a vivir en su patria mientras no reinase en ella la libertad y un gobierno representativo dirigiera sus destinos. Y el día 18 de noviembre se embarcaron en un buque fletado con otros compañeros de suerte que los llevó hasta Marsella. Pero en Francia encontró que el gobierno de ese país no respetaba los acuerdos y maltrataba a los exiliados españoles, lo que les llevó a tomar la decisión de partir hacia Inglaterra el día 24 de abril de 1824.

En Londres entablaría amistad con John Sterling, hijo de un influyente redactor de Times, que debió iniciarse en 1828, pues cuando Sterling abandonó las aulas de Cambridge y volvió a Londres, Torrijos y su mujer ya visitaban su casa familiar.

Llevaba a cabo un trabajo incansable procurando recaudar fondos para los exiliados liberales españoles que pudiesen ayudarlos en sus planes de insurrección. Con su amigo Frederick Maurice, quien habría de distinguirse como teólogo y reformador social, había fundado en la Universidad una sociedad semejante a otras debating societies estudiantiles que decidieron que estaría limitada a doce miembros, lo que hizo que se la conociera con el nombre de “Apóstoles”, aunque su peculiaridad residió en acoger al grupo de jóvenes más brillantes de la Gran Bretaña del siglo XIX. Como el poeta Alfred Tennyson y su íntimo amigo Arthur Hallam, junto al hispanista y futuro arzobispo de Dublín, Richard Chenevix Trench o el erudito medievalista John Kemble.

Eran radicales en cuestiones religiosas y políticas, representando un liberalismo de tendencia idealista cuyas ideas se expresaron en el semanario de literatura The Athenaeum, fundado en ese año 1828, desde donde hicieron campañas a favor de los emigrados españoles.

Torrijos se convertiría, en palabras de Carlyle en “a very prominent, and at length almost the central object” de ese exclusivo círculo político-literario, una atracción que Vicente Lloréns explicó basándose en algunos aspectos personales de este y en su propia vida, que más parecía una novela: su lucha contra Napoleón, perseguido y encarcelado por la Inquisición, con el episodio de fidelidad amorosa del castillo alicantino, de nuevo la lucha y la defensa de Cartagena y, por último, la tristeza del destierro y la pobreza… Un hombre arrojado, generoso y leal que no buscaba nada para sí mismo, como moderno Quijote.

Valdés, Espronceda, Torrijos… eran el exponente vital del hombre romántico. Y Sterling, con una naturaleza generosa y ardiente, defensor con ímpetu de sus ideas, según el retrato hecho por Jhon Stuart Mill, parecía un doble británico del carácter del español con quien en el primer momento conectó.

Pero no sólo aportaron “los Apóstoles” apoyo moral a los liberales españoles que en ese momento viraban desde el liderazgo de Espoz y Mina al del propio Torrijos, quien se asentó como el principal responsable de los proyectos que buscaban recuperar la libertad en España.

Robert Boyd adalid de la libertad

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Robert Boyd

De modo que cuando Robert Boyd, nacido en Londonderry, exofical del ejército de la India y primo de Sterling, volvió de su destino en 1829 deseoso de aventuras a las que dedicar la cuantiosa herencia que había recibido, unas cuatro o cinco mil libras, terminó convencido de que la mejor empresa a la que podía dedicar el dinero era la empresa de Torrijos.

A ello contribuyeron las palabras de Sterling y su pasado como luchador por la libertad en Grecia. De modo que entró en contacto con el español a quien le ofreció la totalidad de la suma y su propia participación en el proyecto: Boyd hizo saber a Torrijos que su existencia y sus haberes eran patrimonio de la libertad, que no consideraba prerrogativa de determinados pueblos sino como la diosa benéfica que debía reinar en toda la tierra.

La Junta se reunió con Boyd, acompañado por Sterling, el día 23 de enero de 1830 para agradecerle su aportación económica y aceptar su participación personal en la lucha, asegurándole un puesto a la cabeza de un regimiento, “a las inmediatas órdenes del general que es el jefe de tan noble y peligrosa expedición”.

Partiendo del dinero aportado por Boyd y el apoyo de los liberales franceses, la Junta se decidió a actuar de modo inmediato, formando un plan consistente en un alzamiento que debía verificarse “por todos los puntos de la circunferencia, a fin de paralizar de un golpe la acción del gobierno”, según comunicaron al también emigrado Antonio Oro en el momento en el que lo reclutaron. El plan contemplaba la formación de un gobierno provisional que, una vez elegido, saldría con destino a la bahía de Gibraltar con el objeto de presentarse en Algeciras en el momento del pronunciamiento de la tropa que allí esperaba, para lo que se  contrató al capitán de un barco de trescientas toneladas de peso, quien se encargaría de la equipación. Como medida de precaución, cada uno de los miembros del gobierno elegidos conocería el punto, distinto para cada uno, en que deberían subir a bordo.

Aunque cuando todo estaba ya preparado, Antonio Oro, quien había salido de Londres comisionado por la Junta para preparar en el sur de Francia la sublevación en Aragón, se presentó a comunicar al cónsul español en Burdeos la comisión que llevaba encomendada, revelando todos los datos anteriores referidos al nombramiento del gobierno provisional y su proyectado viaje.Por ello cuando la fragata Mary iba a levar el ancla con destino a Gibraltar, llevando a los responsables de las regiones del sur, la expedición fue abocada al fracaso. En el buque se encontraban todas las municiones y efectos de guerra pues había habido un error de interpretación de las instrucciones, que pretendían un depósito separado. Torrijos y Flores Calderón que esperaban en Ramsgatte, conocieron la noticia a través de Sterling, quien había logrado huir en un bote y llegar hasta donde se encontraba Torrijos, a pesar de la afección tubercolar que padecía, embarcando a este con él a través del Canal de Inglaterra hasta San Valery, permitiendo de este modo que el líder liberal escapase de las autoridades británicas.

Las posteriores gestiones diplomáticas del gobierno español para que Francia impidiera la entrada en su territorio de “una comisión revolucionaria”, según el oficio remitido por el embajador en Londres a su homólogo en París no tuvieron éxito. En el mismo informaba de que el destino era Marsella y de que en el grupo iba Robert Boyd como emisario de “los revolucionarios de la facción de Torrijos” para “desempeñar una combinación con otros demócratas españoles y americanos. Informaba también de que Boyd iba provisto de letras de cambio sobre las tres plazas citadas.

Acompañado del coronel Agustín Gutiérrez y de Robert Boyd, José María Torrijos  se embarcó en Marsella el 19 de agosto de 1830 con destino a Gibraltar, arribando el 5 de septiembre. Allí se encontrarían con los principales liberales destinados al sur y también con sus amigos británicos Trench y Kemble.

Las quejas del cónsul español en la plaza, contrarias a su permanencia y asilo en Gibraltar, fueron continuas. A Torrijos le favorecían su conocimiento del idioma, su carácter reservado y el apoyo del pueblo gibraltareño que le ofreció casas donde pudo estar oculto durante muchas etapas.

Escalante le refirió a su mujer, que permanecía en Londres, la dureza de la vida allí, como el episodio ocurrido cuando se encontraban escondidos en un buque anglo-americano en el momento que debía partir y se les exigió su abandono, amenazando el capitán con arrojarlos a una lancha en un momento en el que las presiones hacían que ningún otro buque quisiera acogerlos y en el que los vientos arreciaron hasta convertirse en un auténtico vendaval. En ese momento llegó con gran peligro Boyd para disfrazarlo y llevarlo consigo, pero también un partidario afincado en la colonia llegó con su buque a prestarles auxilio, pasando en lanchas entre las olas de una a otra embarcación.

En la primavera de 1831, tras varias tentativas de invasión fallidas, Torrijos y sus compañeros llevaban ya casi un año viviendo míseramente, encerrados en una habitación o dando tumbos en la bahía de barco en barco, procurando no ser vistos y sin ver a nadie, cambiando de casa cada vez que sospechaban que habían sido descubiertos, sin poder ver a los más allegados, como a Boyd, quien siempre llevaba tras de sí a dos sargentos que confiaban que sus pasos los llevaran hasta Torrijos, por cuyo descubrimiento se habían ofrecido una importante suma por parte del cónsul español, de modo que Boyd llegó a pasar en marzo tres o cuatro veces diarias por la tienda de comestibles de Cervera, conocida como la de los liberales, para saber si había respondido a la carta que le había enviado en respuesta a otra cuyo contenido lo había dejado “en estado de completa excitación”. Le manifestaba en ella que no había ningún obstáculo por su parte para dejar Gibraltar, “bien fuese por mar o bien por tierra si las circunstancias así lo requiriesen” y le aseguraba a Torrijos la posibilidad de que él mismo pudiese salir con seguridad si lo necesitase: ya fuera tierra o por mar, en este caso por medio de un oficial que lo dejaría en sitio seguro. En cualquier caso tanto Boyd como Carlos Glyn podían sacarlo de la bahía “metido en una pipa” o en un cajón grande.

Coincidía en que “la falta de metálico es la única barrera que nos queda por vencer” y su estado de ánimo se encontraba igual de decaído por la obligada permanencia en la Colonia, hasta el punto de escribir que se encontraba deseoso de que llegara el momento de abandonar esa “infernal plaza”, donde “mi demora me es cada día más y más desagradable y mortificante”, para después expresarle su cariño (“créame mi querido general”, concluía).

Su lealtad hacia Torrijos le llevó a decir a comienzos de octubre que se hallaba “pronto a seguir a V. a cualquiera parte del mundo y si V. entrase mañana en España con una sola persona, esa misma sería yo”, pero entonces había proyectado salir de Gibraltar y dirigirse hacia las islas Terceras, pensando en que era lo mejor tanto para el interés de Torrijos como de su propio sosiego, expresando así el ambiente pesimista que cubría todo el proyecto, en una situación de acoso continuo, pues el aislamiento había sido mayor desde la llegada del nuevo gobernador, William Hounstoun, más rígido a la hora de hacer cumplir los compromisos del gobierno británico con el español, por lo que todos debieron ocultarse, con la excepción de los que podían moverse legalmente por la colonia, como Cervera, encargado de canalizar furtivamente la correspondencia, o como Cabrera de Nevares, profesor de español del hijo del gobernador, quien accedía a las medidas que las autoridades tomaban en relación con los exiliados, o como García del Barrio y Boyd, quienes mantenían la relación con los comerciantes españoles y gibraltareños en busca de apoyo económico.

Pero Robert Boyd no saldría de Gibraltar y en su carta del 29 de octubre incluyó un claro mensaje de esperanza:

Faltan solamente tres días para los idus de marzo! Y espero en Dios que todas las predicciones serán incontestablemente cumplidas, así como se cumplió el augurio de Julio César.

Aunque unos días después la casa de Glynn fue registrada por un secretario, un juez y treinta soldados sin encontrar nada. Tras el incidente, Boyd sugirió que Torrijos y Flores Calderón se escondiesen en la casa grande de este, pues después del registro había pasado a ser la residencia más segura según sus palabras, a las que acompañaba su preocupación. “Tiemblo cada noche por la seguridad de ustedes”, les decía en un momento en el que muchos habían abandonado la acción, como los “apóstoles”, quienes habían vuelto a Inglaterra. Sólo Boyd quedó para apoyar a Torrijos y su menguado número de colaboradores, aunque hemos comprobado que sus dudas  aumentaron con el paso de los meses, pensando en volver a Inglaterra, dejando una tierra extraña en la que solo contaba con la amistad de este. Lo expresó del siguiente modo:

“…V. verá por su contenido el estado desagradable en que se halla Inglaterra, y yo debería ir allí, por lo expuestos que están mis amigos y parientes. Iré si en el evento, bien sea de los sucesos de nuestras tentativas, o en la detención de nuestra empresa; además de como inglés debería estar en mi misma patria, durante el periodo de revoluciones, y no en tierra extraña, en la que aún todavía (a excepción de la amistad de V.) tengo pocas asociaciones agradables con quien poder comunicarme”.

Aunque el 16 de noviembre le aseguró en otra carta estar preparado para seguirlo a cualquier parte fuera de Gibraltar, “aunque sea hasta el infierno”.

La carta remitida el 7 de septiembre de 1831 por un militar al que el propio Torrijos respondió desde Gibraltar con otra fechada el 12 de ese mismo mes varió por completo los planes de Torrijos de abandonar la empresa. Se trataba de un militar conocido por este, de nombre Bernabé Chinchilla y destinado en Málaga como capitán de caballería, quien desde julio anterior había penetrado en el renovado círculo insurreccional de Málaga, intentando contactar con el líder liberal a través de María Teresa Elliot.

La traición

Su decisión de tentativa final, mucho más compleja de lo que la historiografía ha presentado hasta el momento, conocida como “Plan Viriato” por el pseudónimo que el gobernador de Málaga, González Moreno, se atribuyó para ofrecer el ejército a su mando. Porque junto a este se activó el plan en el interior de la Península, que incluía el interior de Andalucía y La Mancha, pues contaban con que una vez iniciada la acción Jaén y Granada se pronunciarían y la Sierra de Ronda y toda su falda, hasta Málaga, seguiría el movimiento. Y que todas las regiones mediterráneas, desde Cataluña hasta Ayamonte, se unirían al impulso inicial.  Tras el pronunciamiento proyectado en Málaga, los movimientos continuarían hasta las costas murcianas y alicantinas, siendo la misión de los liberales de estos lugares concluirlos, dando a su vez impulso a “los de más allá”.

Pero ajenos a la desarticulación del entramado organizativo, que conllevaba la imposibilidad de que Murcia y Alicante participasen en los planes trazados y del entramado malagueño, también desactivado, habían continuado desarrollándolos en Gibraltar, donde no vieron, o no quisieron ver, varios incidentes reveladores del engaño, ya que consideraban esencial disponer de una fuerza militar como la que “Viriato” les ofrecía. Más que disponer de muchos núcleos liberales en el interior les era imprescindible contar con la fuerza necesaria para que el “rompimiento” tuviera lugar. Su desembarco y posterior toma de Málaga, con la ayuda prometida, daría lugar al movimiento nacional que venía buscando durante años.

Además, era todo o era nada. Ya habían pensado en desistir de la empresa, y los británicos pretendían expulsar de Gibraltar a todos los extranjeros. O tenía éxito el “plan Viriato” o todo habría acabado. Y Flores Calderón y Torrijos decidieron arriesgarlo todo, poniendo en marcha el plan con el único apoyo que González Moreno les brindaba y del que sólo López Ochoa, que no podía partir, recibió la confidencia: desembarcarían entre Vélez y Málaga, donde los esperaban dos mil quinientos hombres. Todos los que subieron a los buques eran españoles salvo Boyd y un compatriota apellidado Carter, un carpintero gibraltareño que había subido a bordo de los buques para hacer arreglos y que, según la versión británica, no pudo ya volver por encontrarse  cerradas las puertas de Gibraltar

No esperaban que el buque Neptuno, cuyo capitán había prometido personalmente ayuda a Torrijos disparara contra sus embarcaciones. El encuentro con este buque militar se hizo a la altura de la Punta de Calaburras, obligándoles a desembarcar camino de las playas malagueñas, pues los expedicionarios comprendieron que no podían seguir navegando, tocando sus quillas la arena de la playa a las cinco de la tarde del día 2 de diciembre en la cala llamada del Moral, a siete leguas de Málaga, cuando saltaron a la arena levantando una bandera tricolor, decididos a defenderse con los fusiles que portaban. Llevaban también consigo varios sacos con documentos, entre los que destacan un Manifiesto de José María Torrijos sin fecha y con la dirección de “Campo de la Libertad” y otro titulado Manifiesto a la Nación.

Al amanecer del día 4 tuvieron que hacer frente al ataque de los Voluntarios Realistas que los perseguían, pronto reforzados por tropas realistas que habían salido de Málaga antes de la llegada allí de González Moreno, entablándose un vivo combate en el que los liberales rodeados se limitaron a defenderse y al que Torrijos, tras la llegada de la tropa regular, quiso poner término con un escrito dirigido al comandante Villarzón, jefe del bloqueo, en el que expresaba sus deseos de paz y concordia. Se entablaron a la llegada del gobernador unas negociaciones desiguales entre este y Torrijos en las que este pedía “un acomodamiento digno”, un acuerdo honroso para ellos “y en acuerdo con la voluntad y deseos del Rey”, mientras el gobernador le intimaba a la rendición en el término de seis horas, con la amenaza en el caso contrario, o en el caso de que hostigasen a las tropas, en declararlos comprendidos en el Real Decreto de agosto de 1824, quedando sujetos a la pena de muerte. Torrijos centró la negociación en la salvaguarda de las vidas del grupo que encabezaba, pidiendo seguridad de que la vida de todos sería respetada.

En la tarde del día 5 de diciembre de 1831 los miembros del grupo liberal entraron en la ciudad de Málaga conducidos por las tropas que los habían perseguido, siendo llevados hasta a la cárcel, excepto Torrijos, quien fue conducido al cuartel en el que se hallaba el Regimiento de Infantería 4º de Línea, conocido entonces como cuartel del Mundo Nuevo, donde quedó incomunicado y con grilletes en sus muñecas hasta el día 10, sin que conste ningún interrogatorio, lo que debería haber sido imprescindible si se quería conocer sobre las personas comprometidas, los medios utilizados, y en general acerca de los datos relativos al levantamiento intentado.

La sentencia se hizo pública en Málaga y todo se preparó para el día siguiente, domingo, motivo por el cual el obispo José Bonell y Orbe tuvo que conceder un permiso expreso para la que la ejecución en el considerado como “día del Señor” por los católicos. Los presos habían esperado incomunicados en la cárcel, pues no se les habían aplicado los preceptivos decretos oficiales promulgados en 1824, 1825 y 1830, con el argumento de que la medida se tomaba por si el rey decidía formar causa, aunque en realidad González Moreno intentaba esconder su trama. Llevaban cinco días encerrados, sujetos por grillos y sin beber, con la esperanza de que sus vidas pudieran salvarse.

Robert Boyd expresó mejor que ninguno la tétrica atmósfera que se respiraba en el interior del refectorio del convento donde juntos esperaban la muerte cuando escribió una carta en la medianoche del día 10. En ella describía, además, su esfuerzo para no renegar de sus convicciones religiosas:

“Antes de que recibas esta carta estaré convirtiéndome en polvo en la tumba de una tierra extranjera. Los preparativos de la muerte siguen rápidos ante mí y me encuentro aquí sentado entre mis compañeros sufrientes, en el refectorio, en donde escribo, con los heraldos de muerte, vestidos con librea sepulcral, revoloteando a mi alrededor, agonizando, como dicen los españoles, a los pobres desdichados en su confesión. He recibido fuertes ataques para que me retracte y si tal noticia llegara al extranjero, tú sabrás qué crédito darle”.

El sacerdote Gerónimo de Hardales relataría con posterioridad a la viuda de Torrijos, a preguntas de esta, que como disponían de poco tiempo se dedicó a prepararlo católicamente, creyéndolo su primera obligación, y que de su confesión dedujo que tenía “un fondo de religión no común”. Por ello no habían hablado sobre “quién lo había traído a este país”, en referencia a la trampa preparada desde Málaga, tema sobre el que María Luisa Sáenz de Viniegra se había interesado.

Claro que matar a dos ciudadanos británicos sin que hubiese juicio y sin permitir que las autoridades de su país pudieran intervenir en el proceso, sin aceptar siquiera una entrevista del cónsul inglés con sus compatriotas, era saltar por encima de las normas que regían las relaciones internacionales.

De modo que González Moreno tendría que dar  explicaciones de su actuación, lo que haría desde Granada una vez conseguido su ascenso, señalando que según la real orden de 24 de agosto de 1824 y otras posteriores todos los españoles y extranjeros procedentes de la bahía de Gibraltar o de otro punto que desembarcaran en las costas españolas y que con armas en la mano y con papeles sediciosos intentaran establecer el sistema constitucional deberían ser penados con las armas inmediatamente, sin más dilación que recibir los auxilios espirituales.

Si él no lo hizo con Torrijos y los suyos cuando se efectuó la rendición, no entraba en cuentas de si había extranjeros con él, fue porque tenía orden de dar parte en el caso de que apresase a su cabecilla. Si no permitió que el cónsul se entrevistara con Boyd, justificaba, fue porque no sabía si el Rey querría iniciar una causa, en cuyo caso era imprescindible la incomunicación rigurosa de todos ellos, lo que hubiera quebrantado si hubiese permitido la entrada del representante diplomático en la prisión, justificando este hecho además en que en “los códigos criminales de Europa está mandado observar”.

Sobre el carpintero Carter, dijo desconocer que hubiera otro británico en la expedición porque no hubo reclamación ni por parte del cónsul ni del propio Carter, de cuya muerte responsabilizó a los liberales: “Si ha sido una casualidad que se embarcara con los revolucionarios el cargo será de éstos”. 

Fusilamiento-Torrijos_Antonio-Gisbert Robert Boyd, un irlandés en busca de la libertad en España
El fusilamiento de Torrijos’ del pintor español Antonio Gisbert en 1888. El pelirojo que está en el centro del cuadro es Robert Boyd.

Las ejecuciones

49 hombres fueron fusilados el día 11 de diciembre de 1831 a las once y media de la mañana en la playa, en dos grupos, muriendo con el mismo grito de libertad en sus bocas que habían dado días antes al encallar sus barcos en la arena de Málaga. Aunque el fusilamiento fue más cruel si cabe porque las descargas de los fusiles de chispa se interrumpían por la necesidad de recarga, por lo que el pelotón necesitó media hora para cumplir su orden.

Después, un grupo de presidiarios trasportaron sus cuerpos en carros de basura hasta el cementerio, por calles que parecían abandonadas, aunque el cuerpo de Torrijos fue recogido por su hermana, quien se lo pidió a un comandante de Artillería, el cual sacó también de la fosa el de López Pinto, quien era de su misma arma, colocados en dos nichos que estaban juntos, como lo habían estado en el último momento de sus vidas. El cónsul inglés recogió el cadáver de Boyd, dándole sepultura al día siguiente en el cementerio protestante terminado cuatro meses antes.

Las principales reacciones internacionales tuvieron como protagonistas a los gobiernos de Gran Bretaña, de manera destacada al ser dos de los ejecutados de esa nacionalidad, y de Francia. El 30 de diciembre Cea Bermúdez, embajador en Londres, remitió un oficio al gobierno español informando de la posición británica ante las ejecuciones. En la entrevista que sostuvo con lord Palmerston, ministro de exteriores, éste se mostró muy “quejoso”, según la expresión oficial del embajador, por la muerte de Boyd. El embajador intentó justificar las ejecuciones, aunque no pudo responder sobre los cargos recibidos sobre la conducta seguida con este.

En ese momento las acusaciones publicadas en los periódicos liberales eran furibundas, con graves acusaciones e invectivas contra el gobierno español, y Cea Bermúdez tuvo que esforzarse por darles réplica valiéndose de otros que encontró complacientes con la posición oficial española. La conducta del gobierno de Fernando VII no dejó de ser criticada por periódicos como The Morning Post y Times en términos que la embajada en Londres calificó de injustos e insultantes. En el primero de ellos pudo leerse que “el deplorable asesinato cometido por orden del devoto Nerón español en la persona de Torrijos y sus infortunados compañeros, no es sino una prueba más de este vigor de exterminación en la que se fija el despotismo moderno para la defensa de sus doctrinas y el mantenimiento de su poderío”.

De modo que fuera de España se había levantado entre la opinión general un vendaval de críticas contra el gobierno español, con calificativos muy elevados, lo que motivó que Vicente González Moreno, quien había hecho grandes esfuerzos para que su trama no se desvelara, preparara su propia versión de los acontecimientos. En un documento fechado en Málaga en enero de 1832 y titulado “Apuntes de los papeles ocupados” creó un discurso con en el que se esforzó en disipar la idea de que Torrijos, a quien se refiere como “el primer enemigo del Trono”, y sus compañeros estaban preparados para abandonar Gibraltar y pasar a otros lugares y que concluía justificando su propia posición en un postrer intento de ocultar su implicación.

Sin embargo el gobierno británico siguió insistiendo y el 14 de marzo su embajador en Madrid, pasó una nota a la Secretaría del Despacho de Estado preguntando sobre las circunstancias que acompañaron a la muerte de Boyd y de Carter, solicitando las pruebas sobre sus intenciones cuando acompañaban a Torrijos, sobre si el gobernador de Málaga había dado o no parte al Gobierno de hallarse entre los presos súbditos ingleses y cómo se les incluyó en la sentencia sin avisar al embajador británico en Madrid y, por último, sobre la autoridad de González Moreno para negarse a que el cónsul en Málaga se entrevistase con Boyd, añadiendo que el caso de Carter se exigía una mayor investigación por la evidencia de que se había dado muerte a un inocente.

El Consejo de Ministros español, obligado por estas presiones diplomáticas británicas, acordó elaborar una exposición jurídica que diera respuesta al representante británico. Para ello acordó preguntar a González Moreno si era cierto que no permitió al cónsul británico avistarse con los súbditos ingleses y las razones que había tenido para actuar de ese modo, en su caso. La respuesta que dio desde Granada el ya Capitán General con fecha 23 de junio de 1832 es la que hemos analizado con anterioridad.

  1. Francisco Javier Salmerón Giménez es profesor en IES Diego Tortosa, Cieza, Murcia

FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA:

Archivos:

  • Archivo Histórico Nacional. Madrid. (A.H.N.)
  • Archivo del Ministerio de Justicia. Madrid (AMJ)
  • Correspondencia del general José Mª de Torrijos y de su viuda, Luisa Sáenz de Viniegra, Condesa de Torrijos. Biblioteca Digital Hispánica. Biblioteca Nacional de España. Mss/5640  

Bibliografía utilizada:

  • ALCÁNTARA ALCAIDE, Esteban y PACHECO FERNÁNDEZ, Juna: Réquiem por Torrijos. Alhaurín de la Torre, 2007.
  • CASTELLS OLIVAN, Irene: La utopía insurrecional del liberalismo. Torrijos y las conspiraciones de la década ominosa. Barcelona, 1989.
  • CASTELLS OLIVAN, Irene: “Torrijos y Málaga. La última tentativa insurreccional de Torrijos y sus compañeros (1831)”. Jábega. Málaga, 1982. 
  • DEACON, Richard: The Cambridge  Apostles. New York, 1986.
  • GÓMEZ VIZCAÍNO, Juan Antonio: Juan López Pinto (1788-1831). La romántica lucha por la libertad. Cartagena, 2003.
  • LLORÉNS, Vicente: Liberales y románticos. Valencia, 1979.
  • SALMERÓN GIMÉNEZ, Francisco Javier: Torrijos, primer enemigo del Trono. Quince años de lucha por la libertad. Murcia, 2018.
  • SÁENZ DE VINIEGRA, Luisa: Vida del general D. José María de Torrijos y Uriarte. Volumen I. Madrid, 1860.
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