Rocío Molina lo tiene claro cuando empieza a preparar su nuevo trabajo: “Vamos a hacer algo sin saber lo que vamos a hacer.” De ahí el vértigo sentido ante algo que va saliendo adelante aunque al final resulte ser otra cosa distinta a lo que se ha pensado, Caída del cielo.
Por otra parte, el Teatro Español, donde actúa por tres noches seguidas, es un escenario «blanco» frente a la «oscuridad» del flamenco. En Caída del cielo descubrimos lo grotesco de los Caprichos de Goya al lado de poemas eróticos y a la vez sublimes de textos tan consagrados como el Cantar de los Cantares, San Juan de la Cruz, y para ensamblarlos a todos, antes hace falta mucho trabajo de equipo porque hay que hablar mucho, leer, ver, hace falta mucha mesa con todos y algunas botellas de vino…
Caída del cielo comienza su gestación en el verano de 2015. Es un trabajo coproducido junto al Théâtre National de Chaillot para el que Rocío Molina ha contado con el autor, director e iluminador Carlos Marquerie, la bailarina y coreógrafa Elena Córdoba, los músicos Eduardo Trassierra, Pablo Martín Jones, José Ángel Carmona y José Manuel Ramos “Oruco”, y la diseñadora de vestuario Cecilia Molano.
Un espectáculo lleno de raíces y a la vez muy vanguardista que se estrenó en el Thêatre National de Chaillot en París y llega a Madrid tras su exitoso paso por el Festival de Flamenco de Nîmes y la Bienal de Flamenco de Holanda.
Caída del cielo está compuesto de improvisaciones que la llevan al suelo de manera inexplicable, y la obra va haciéndose de los ovarios, saliendo de allí, con un sentimiento uterino de sentirse más mujer que nunca… y al mismo tiempo más hombre también.
Siente que con cada atrevimiento, con cada avanzadilla, lejos de alejarse del flamenco más enraizado, lo que hace es enraizarlo más, aunque a primera vista pueda parecer que colisiona con otras maneras de entender la escena, otros lenguajes.
Y se siente arropada por un equipo fuerte, son sus músicos, cuatro en total, con los que ella está a gusto, se olvida, crea, la siguen sin pararse a preguntar, aunque no sea lo mismo que hace un momento anunció.
¿Caída? “Siempre que encuentro un camino, el siguiente es el opuesto. Aquí busco el silencio. Pisar el suelo: sensualidad de pisarlo. No pisar como taconear o golpear. Pisarlo”. Su baile es frágil, sensual, bruto y hasta muy masculino a veces. Todo eso porque le sale de los ovarios. En NY, paseaba por entre la multitud, y ante un puente de madera, sus pies le pedían pasarlo «pisándolo» repetidas veces, sentirlo provocándolo en un acto que va más allá del simple caminar o pisar. Bailar en las calles de NY, pisar el puente de madera porque sí, provocar al músico callejero para que toque para ella, pero también a sus músicos cuando no quiere ensayar: ¡gitano le pide ensayo a la paya!: «Paya, que aunque lleves una ensaimada en la cabeza, hay que trabajar».
En el Teatro Nacional de Chaillot, el jaleo en el bar era imposible, pero de repente, casi al mismo tiempo, ver el poderío de Rocío cuando todo el mundo se calla al verla tirarse al suelo, caerse al suelo porque sí.
Carlos Marquerie, autor, director artístico e iluminador, se la juega en todo con ella y esa mezcla le gusta: raíces por un lado y libertad por otro, uniéndolos, 0bservarla hablar ya es algo. Posos que se unen en la argamasa de la obra.
Música original sobre letras populares pero sorprendentes (vivas y actuales) dentro de su Olimpo personal (Carmen Amaya, Camarón, el disco Omega de Morente) con cambios e improvisaciones que sólo unos músicos habituados a ella pueden seguir y secundar
- Espacio: Sala Principal del Teatro Español (Plaza de Santa Ana, Madrid)
Tres únicas funciones del 16 al 18 de febrero
Fecha de la función comentada: 16 de febrero de 2017