Hace apenas un par de meses, cuando el ejército egipcio irrumpió en la vida política cairota, arrestando al líder islamista Mohammed Mursi, presidente electo del país africano, el secretario de estado norteamericano, John Kerry, no dudó en poner los puntos sobre las íes: no, no se trataba de un golpe d estado; la cúpula militar egipcia se había limitado a… restaurar de democracia.
Curiosamente, la mayoría de sus compatriotas no compartía esa opinión. De hecho, el establishment político de Washington no tardó en calificar la intervención de los generales egipcios de golpe, condenando los métodos empleados para esa extraña “restauración de la democracia”. El que eso escribe cayó en la tentación de comparar la verborrea de Kerry con la proverbial discreción de uno de sus ilustres antecesores: el también secretario de estado Henry Kissinger. Hablar de “democracia” en el contexto mezzo oriental no era el fuerte del politólogo alemán recriado en los Estados Unidos. Cometer semejante dislate sin pensar en dimitir para salvar la cara, tampoco. Pero los tiempos cambian y el perfil de los jefes de la diplomacia estadounidense también…
John Kerry nos volvió a sorprender la pasada semana al afirmar que los Estados Unidos disponían de pruebas sobre la autoría del ataque con armas químicas perpetrado – según él – por el ejército sirio, en el que perdieron la vida 1.429 personas. Aparentemente, la información estaba basada en declaraciones de testigos, informes médicos y datos suministrados por los servicios de inteligencia occidentales. Siempre según el jefe de la diplomacia norteamericana, los militares sirios emplearon el mortífero gas sarín. Detalle interesante: a comienzos de la misma semana, una agencia de noticias árabe informaba sobre la detención en la frontera turco-siria de varios jihadistas que transportaban 11 bidones de… gas sarín. Sin embargo, la noticia no apareció en los medios de comunicación occidentales. ¿Mera casualidad? ¿Deseo de no entorpecer los preparativos bélicos del Premio Nobel de la Paz Barack Obama? Lo cierto es que el Secretario de Estado se apresuró en asegurar a la prensa que Norteamérica es consciente de la experiencia iraquí – léase las inexistentes armas de destrucción masivas de Saddam Hussein – y que la Administración demócrata no repetirá el error de George W. Bush.
De todos modos, la “operación castigo” ideada por el actual inquilino de la Casa Blanca tendrá que esperar. Washington no cuenta con el apoyo incondicional de los aliados occidentales. La fiel Inglaterra ha dado marcha atrás, censurando el discurso militarista del primer ministro Cameron, Alemania prefiere mirar hacia el Norte, la España post-aznarista parece a su vez poco propensa a arrimarse al carro de las aventuras bélicas de Obama. Por su parte, Rusia advierte: no hay que tocar al precario equilibrio estratégico de la región mediterránea. Finalmente, Bashar el Assad, el “malo de la película”, advierte: si los Estados Unidos atacan a Siria, todo Oriente Medio acabará en llamas. Ficticia o real, la amenaza surtió efecto. Barack Obama espera el (innecesario, aunque siempre socorrido) visto bueno del Congreso para lanzar su ataque “ético” contra el hombre fuerte de Damasco. Por último, aunque no menos importante, el cauto silencio de los inspectores de las Naciones Unidas no presagia nada bueno…
Hasta aquí en “reality show”, el conflicto que nutre los contenidos de los telediarios y las páginas de los rotativos que se decantan por la hipotética y selectiva defensa de los derechos humanos. Pero ¿de verdad nos importa la suerte de los sirios? ¿De verdad apostamos por la victoria de los “combatientes por la libertad”, de jihadistas financiados por Arabia Saudita y Qatar, de islamistas apoyados por…Washington.
Curiosamente, ello nos incita a plantearnos un sinfín de preguntas sobre la espontaneidad y utilidad de las llamadas “primaveras árabes”. Recuerdo la reacción de un joven e inexperto periodista occidental que, además de bautizarlas “las revoluciones de Twitter”, se convirtió en abogado del diablo poniendo en tela de juicio su objetivo. “¿Qué necesidad tiene Washington de sustituir a sus aliados tradicionales – monarcas o dictadores – por islamistas made in USA?”
La pregunta sigue vigente. La respuesta… Conviene recordar la iniciativa del Gran Oriente Medio elaborada por la Administración Bush. El Twitter y los islamistas moderados figuraban en aquél guion. Pero la historia de Oriente Medio no se escribe en Washington ni en Hollywood. Cabe preguntarse, pues, si el cacareado y pospuesto ataque contra Siria no acabará convirtiéndose en la chispa que provoque la gran llamarada.