La bióloga española Carolina Martínez Pulido es la autora de El papel de las mujeres en la evolución humana (Santillana Educación, 2018), uno de los libros, que cada vez tienen más presencia en los catálogos de las editoriales, destinados a “rescatar a las mujeres de la invisibilidad a la que tradicionalmente fueron relegadas”.
“En los procesos de supervivencia de las sociedades humanas, siempre han estado implicados los esfuerzos llevados a cabo por ambos géneros”, el masculino y el femenino.
El androcentrismo ha dominado la paleoantropología hasta hace relativamente pocas décadas. Para los hombres que estudiaban la evolución humana, el papel de las mujeres en ese proceso había sido de escasa relevancia: las mujeres sólo parían, cuidaban y alimentaban a las crías de la especie. Para aquellos, todo cuanto nos hacía humanos fue un avance logrado gracias a la acción de los hombres, exclusivamente.
Según la autora, el mismo hecho del uso de la palabra hombre lo dice todo a este respecto de invisibilización premeditada. Ese discurso androcéntrico se está desmoronando. Como afirmara la intelectual feminista estadounidense Adrienne Rich:
“La objetividad es el nombre que se da en la sociedad patriarcal a la subjetividad masculina”.
Dado que, siempre según Martínez Pulido, “el molde mental del presente inventa la configuración de un pasado”, ha sido un error haber proyectado “la ideología de la sociedad moderna a la lejana Prehistoria”: una interpretación patriarcal del pasado ha llevado erróneamente a creer que en el más remoto pasado humano existieron “un macho aprovisionador y una hembra dependiente”. Ya es un lugar cada vez más común considerar que en aquellos tiempos existió el llamado modelo de la mujer recolectora.
Y estoy con la autora de este libro, pero con una puntualización. Hace muchos años, yo ya lo aprendí así hace décadas, se conoce y se entiende que el papel de la mujer en la Prehistoria fue esencialmente el de la recolección. Otra cosa es la mala divulgación del pasado que los historiadores hemos consentido y que ha dado lugar a que la sociedad civil aún crea que el pasado fue algo que ya se sabe que nunca fue así. La propia autora reconoce implícitamente todo esto cuando hace arrancar este conocimiento de la publicación en 1975 del libro de la antropóloga feminista estadounidense Sally Linton Slocun, delatadoramente titulado La mujer recolectora: el sesgo masculino de la antropología.
Las destrezas necesarias para recoger sabiamente de la Naturaleza cuanto necesitaban aquellos humanos, no proveniente de los animales cazados, tales como conocimientos de las plantas, empleo de herramientas y una hábil orientación espacial exploradora nos hablan de la importancia vital de la labor femenina en aquellos tiempos paleolíticos. Sin duda.
En definitiva, los historiadores sabemos desde hace décadas que el papel central en la evolución humana no les correspondió a los varones ni las hembras fueron meras actuantes con un papel secundario, vicario. La creencia de muchas personas fue otra, eso sí. Todavía hay quien cree haber aprendido que las mujeres del Paleolítico sólo esperaban el regreso de los hombres cazadores mientras cuidaban de los vástagos comunes. Una estupidez ya superada. De hecho, una cita incluida en el libro lo aclara y precisa. La frase es de la bióloga estadounidense Lynn Margulis (quien, por cierto, usaba, y es conocida por, el apellido de su segundo esposo en lugar del suyo de soltera, Alexander):
“Hay una gran desconexión entre lo que se ha demostrado científicamente y lo que la mayoría de la gente cree”.
Carolina Martínez Pulido se hace, nos hace, una pregunta esencial: ¿sólo han evolucionado los hombres? Los hombres son los varones aquí, no se olvide. Responde la autora: es evidente que las mujeres no han sido unas simples invitadas al proceso evolutivo humano, cada vez es más evidente que la mitad de la humanidad ha de dejar de permanecer invisible.
Está claro: la caza (sólo masculina) de grandes animales no ha sido el motor de la evolución humana. Se sabía, pero este libro se encarga una y otra vez de reafirmarlo casi como un mantra.
Otra cita, esta de la socióloga y feminista canadiense Margrit Eichler:
“El androcentrismo constituye una de las principales formas de sexismo bajo la cual las mujeres son vistas como sujetos pasivos de la historia”.
¿Se sabe con certeza si eran en exclusiva los hombres, los varones, quienes desempeñaban en los tiempos paleolíticos “las tareas más significativas”? La autora de El papel de las mujeres en la evolución humana responde taxativamente que no. Que no se sabe. Pero, aun así, dichas tareas han sido (re)asignadas siempre a los hombres para que de esa manera capitalicen “un notable y dominante protagonismo”. Y argumenta, valiéndose de la opinión de la psicopedagoga Rosario Mérida Serrano, que dado que cuanto sabemos del proceso evolutivo es una reconstrucción basada no sólo en datos empíricos sino también y quizás sobre todo (eso lo añado yo) en un “relato subjetivo” y ese relato subjetivo es el de la cultura patriarcal, entonces tenemos como resultado un mundo prehistórico en el que lo importante era llevado a cabo exclusivamente por los hombres. Esa división del trabajo en tan remoto pasado se ha estudiado habitualmente desde el presentismo y, para Martínez Pulido, se ha aceptado así “el predominio masculino como un hecho ahistórico y universal”. La verdadera labor de las mujeres no ha sido algo natural, universal y espontáneo explicado desde la creencia firme en la constante dominación y amparo masculinos.
Tampoco es cierto que sólo los hombres fabricaran herramientas. Se ha demostrado etnográfica y biológicamente que las mujeres del Paleolítico podrían perfectamente “haber sido responsables al menos de una parte de las primeras tecnologías líticas conocidas”. Es probable. La propia autora utiliza ese matiz: “es probable”.
El prehistoriador francés Henri Delporte afirmó que, con respecto a cualquier manifestación cultural paleolítica, “ha habido un acusado desequilibrio entre la precaria información disponible y la exuberancia de la literatura producida”. Y ello es especialmente válido si hablamos de las mal llamadas Venus paleolíticas, mejor denominadas estatuillas paleolíticas o mujeres paleolíticas.
¿Sólo hubo artistas varones?, se pregunta también Carolina Martínez Pulido. Concluye que es improbable, argumentando que tal creencia, la de la exclusividad artística de los varones, de los hombres, está sustentada en que la comunidad científica de prehistoriadores que nos hizo creer tal cosa eran todos hombres, varones, que llevaron a cabo “especulaciones a menudo tendenciosas”.
Otra de las citas del libro de Carolina Martínez Pulido es esta de la pensadora española Amelia Valcárcel. Muy propia para el ámbito de toda obra feminista que se precie:
“El feminismo será necesario hasta que la igualdad pueda ocupar su lugar”.
Totalmente de acuerdo.
Y ya finalizo, y lo hago con otra certeza feminista, la expresada por la científica y política española Carmina Virgili, quien afirmara, tal y como se recoge en El papel de las mujeres en la evolución humana:
“Las mujeres sólo queremos la mitad del mundo que nos corresponde”.
No hay duda, libros como este son el camino para alcanzar esa mitad.