Duodécimo día del quinto mes de 2024. Hemos viajado en el tiempo nada menos que cuatro mil años atrás, queríamos visitar un lugar de La Mancha de cuyo nombre no recuerdo haber oído hablar hasta hace poco en un documental antiguo que rescatamos de los archivos audiovisuales de la nave.
El lugar se llama Motilla de Azuer, es un enclave donde se encuentra un poblado de la Edad del Bronce en la Península Ibérica, asentamiento excepcional en la vega del río Azuer. Se les denomina motilla porque eran como una mota apenas elevada en un paisaje muy llano.
Son construcciones en piedra que se elevan unos once metros sobre el terreno y profundizan unos veinte metros buscando las aguas a nivel freático, los pozos más antiguos de la península.
Eran fortificaciones defensivas y del almacenaje. Sus muros de piedras perfectamente colocadas unas sobre otras y de considerable grosor formaban círculos concéntricos muy cercanos entre sí hasta llegar a una torre cuadrangular desde la que oteaban el horizonte. Las viviendas se disponían extramuros alrededor de la fortaleza, que les servía de refugio si el poblado era atacado, cosa frecuente en ese tiempo.
Las motillas estaban habitadas por las poblaciones más humildes, las élites vivían en construcciones similares pero sobre elevaciones naturales que les daban más protección. En los enterramientos que hacían en la propias viviendas, para tener a sus seres queridos cerca e impregnarse de sus facultades, se han encontrado ajuares muy pobres en los poblados de la llanura frente a los más dotados de las alturas.
Estas construcciones eran rudimentarias pero realmente sorprendentes en las soluciones constructivas que encontraron a falta de conocimientos verdaderamente arquitectónicos, sus silos de almacenaje y los ajuares encontrados muestran una incipiente pero intensa relación con otras poblaciones de la península e incluso más allá, en los pueblos del Mediterráneo.
El paisaje estaba lleno de árboles y arbustos, encinas, quejigos, robles, alcornoques, enebros, madroños, jaras, alternado con tierras de cultivo, entre los animales se encontraban jabalíes, ciervos, liebres, conejos, zorros, linces y diferentes tipos de aves. Esto les permitía dedicarse a labores agropecuarias cuyos excedentes les permitían intercambios frecuentes.
Ha sido un viaje fascinante encontrar este lugar que gracias a la labor arqueológica se puede visitar y nos ayuda a entender otro paso más de como la civilización humana se ha ido asentado. Se han documentado unas cuarenta y cinco motillas por La Mancha pero ninguna ha sido tan estudiada, y reconstruida, como la de Azuer. Su visita será un regalo para todas las personas interesadas en nuestro pasado prehistórico.
Otra de estas motillas, la de Las Cañas, se encuentra dentro del Parque Nacional de las Tablas de Daimiel que también visitamos después de comer. Es un humedal que se produce por el desbordamiento de los ríos Guadiana y Cigüela, favorecido por la planicie del terreno, un ecosistema extremadamente delicado y valioso, pasear por las pasarelas entre las lagunas y cañizares es un regalo para los sentidos.
Un poco alejado de la zona de Daimiel, pero no mucho, un salto espacio temporal nos permite visitar los Molinos de Viento de Campo de Criptana. Se implantaron en la Mancha hacia finales del siglo dieciséis y fueron una metáfora qué utilizó Cervantes en El Quijote al confundirlos este personaje con gigantes, en una lucha desigual del progreso frente a lo tradicional que pretende reivindicar nuestro ilustre caballero.
En lo alto del cerro, sobre cuyas laderas se va derramando el pueblo, hay en la actualidad unos diez molinos que dominan el paisaje majestuosamente, su visión me recordaba las de las antenas parabólicas y los gigantes telescopios de los observatorios astronómicos.
Separados entre sí a una distancia que les permita orientarse mejor para recibir las rachas de viento no podemos dejar de coincidir con nuestro gran escritor, parecen gigantes espantando con sus largos brazos tanto intruso, nosotros mismos, que rompe la armonía del lugar.
Para los que no somos habitantes del lugar, ver atardecer en este sitio mágico es un experiencia que, ciertamente, te transporta en el tiempo. Hemos quedados prendados de Campo de Criptana y sus gigantes.