Tamunangue

En Venezuela, cada 13 de junio, en las festividades de San Antonio de Padua, se llama a la vida con “sones de negro”

Xulio-Formoso-Tamunangue Tamunangue

En el quilombo de El Tocuyo (estado Lara, Venezuela), las deidades africanas se escudaron en el manto de San Antonio de Padua y trenzaron entre sus ‘sones de negros’ otros rasgos culturales propios de Europa y América inspirando así el tamunangue.

Éste es un ritual celebrado originariamente en honor al santo pero que ahora acompaña todos los hitos comunitarios de la región larense constituyéndose desde el 2008 en un Bien de Interés Cultural y, desde este año 2014, Patrimonio Cultural de la Nación.

Dicho ritual posee valores éticos (inclusión, democracia y contraloría) que son consustanciales a la manifestación musical. Y es que hay tantas cosas por hacer en este país que es preciso comenzar ya a poetizar con garrote y tamunangue, ese canto ceremonial en ritmo de madera, cuerdas y cuero tantas veces esgrimido por el pueblo esclavizado en sembradíos de caña o posteriormente enajenado en una central azucarera. Es un canto esparcido para que el cuero que adorna el yiyevamos (especie de bastón labrado en madera de vera) simbolizara la libertad y no fuera que, enrejonado, desgarrara la piel.

El tamunangue tiene siete sones que son interpretados por un conjunto de cantores y músicos quienes interpelan a los bailadores y bailadoras guiando su danzar.

El primer son es “La batalla”. En él una pareja armada con garrotes adornados con cintas simulan un duelo. Rememora la lucha que fue librada por conjurados reunidos en los trapiches de las haciendas, cuyas consignas fueron la eliminación de la esclavitud e igualdad de las clases sociales y la supresión de los privilegios de unos sobre los otros.

Los yiyevamos, constituyen el segundo son del tamunangue. En él, la comunidad está representada por el conjunto conformado por instrumentos que hablan del sincretismo que nos caracteriza: cuerdas (cuatro, quinto y requinto) asimiladas de Europa, tambor propio de la afrodescendencia y maracas de nuestros pueblos originarios. Todos conforman un solo toque que respeta el sonido de cada uno y se cuaja en una sola voz.

Quienes desean bailar piden autorización para ello solicitando la entrega de unas varas de vera (yiyevamos). Estas son conferidas por el pueblo bajo la condición de mantener el respeto a la intención máxima del son: conjurar la muerte y llamar a la vida.

Posteriormente, con el tercer baile, “La Bella” – danza colectiva que se realiza en tonos mayores al principio, cambiando luego a tonos menores – se disuelven las cicatrices y tumban los barrotes, se rompen los miedos y cuentan los sueños. Tampoco hoy nos calamos la esclavitud, textual y virtualmente hablando: las clases sociales todavía existen y aún hay poca conciencia de ellas. El tamunangue expresa la voluntad de que la felicidad no sea un privilegio diferenciado en blanco y negro y la exigencia del bien común.

Durante el cuarto son, “La juruminga”, un cataor en solitario va describiendo giros que son realizados por el grupo de danzantes. Le sigue “La perrendenca”, que se compone de coplas las cuales son cantadas por un dueto coreado en forma de estribillo.

El sexto son trae un toque jocoso al representar en la “Danza de los Calambres” a una pareja que, aquejada por dicho mal, se contorsiona con movimientos grotescos. Finalmente, el tamunangue concluye con el “Seis figurao” en el que un cataor le responde a otro en una especie de contrapunteo mientras tres parejas se entrecruzan al ritmo de la música.

Música, poesía, dramatización configuran este peculiar canto ceremonial en ritmo de madera y cuero que hace cuatro siglos simbolizara la libertad y actualmente sigue exorcizando espantos, sirviendo de apuntalamiento y llamado.

Así, seguimos cantando en tono creciente, dejando rastros de nuestro amor, para que las venezolanas y venezolanos sepamos (y el mundo entero sospeche) que quizás así es que se vive.

Ileana Ruiz
Ileana Ruiz (Venezuela). Activista de derechos humanos, investigadora social y periodista. Asesora en resolución de conflictos, educación popular, participación ciudadana y derechos humanos y profesora de la Universidad Nacional Experimental de la Seguridad. Articulista en el semanario venezolano “Todosadentro” del Ministerio de la Cultura desde 2006. Premio Nacional de Periodismo de Opinión, 2013. Entre sus publicaciones: De la indignación a la implicación (2006); Pueblo de agua: Cuentos para la educación en derechos humanos sobre la identidad del pueblo warao (2009); Servicio de policía bajo la mirada ciudadana (2010); La clave del acuerdo. Practiguía para la resolución pacífica de conflictos (2011); Pasos dados poco a poco. Memoria y cuentos del proceso de constitución de los Comités Ciudadanos de Control Policial (2012).

1 COMENTARIO

  1. Me quede con ganas de ese Tamunangue… «hay tantas cosas por hacer en este país que es preciso comenzar ya a poetizar con garrote y tamunangue»

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