Roberto Cataldi¹
El negacionismo fue, ha sido y es una política de hierro para muchos gobiernos que no quieren lidiar con las páginas negras de su historia. Anatole France y Jean Jaurés, entre otros intelectuales, condenaron el exterminio de armenios a manos de los turcos otomanos en medio de una cierta indiferencia mundial.
Claro que en muchas otras oportunidades los crímenes más atroces recibieron la indiferencia de las sociedades que se consideraban ajenas al problema, bástenos reparar en los millones de muertos del colonialismo occidental en Asia, África, Latinoamérica.
En efecto, la comunidad internacional entonces no tomó nota, tampoco lo hizo frente a torturas, violaciones y otros vejámenes que se cometieron en distintos puntos del planeta.
Desde ya que siempre aparecen voces condenatorias que intentan despertar las conciencias, pero no es suficiente. Ionesco decía que ya no hay revoluciones, sólo matanzas, y que la bomba atómica no es para defendernos sino para matarnos.
El reclamo por el Genocidio Armenio continúa y ya ha pasado más de un siglo. En Turquía miles de personas fueron juzgadas en base al Código Penal que condena a quien insulte la identidad turca. Más allá de las críticas de Orhan Pamuk, Elif Safak y otros intelectuales, el asesinato de Hrant Dink hace unos años, periodista turco de origen armenio condenado por reconocer públicamente el genocidio, actuó como un detonante, pues a sus exequias concurrieron cientos de miles de personas y allí se produjo un reclamo popular.
El negacionismo es una estrategia. Desempolvar graves conflictos del pasado es dar rienda suelta a nuevos problemas y, ningún gobierno estaría dispuesto a destapar una caja de Pandora. En todo caso, los hombres somos lo que recordamos y también lo que creemos haber olvidado. Claro que sin memoria no hay historia posible.
Finalizada la Segunda Guerra Mundial el pueblo alemán tuvo que hacerse cargo de su memoria y sufrir por los crímenes que cometieron los nazis. Durante los primeros años de la postguerra los aliados no fueron misericordiosos, hay documentales, fotos y textos que son desgarradores, que muestran el hambre, el frío y la humillación a la que fue expuesta la población civil que además debió guardar silencio.
El austríaco Gerd Honsik, empedernido negacionista de las cámaras de gas del Tercer Reich, fue extraditado en el 2007 de España a Austria. Otro caso es el del profesor británico David Irving, quien en el 2005 fue arrestado y condenado en Austria a tres años de reclusión. En una entrevista que le hizo el Corriere della Sera en Polonia, Irving sostenía que Hitler fue uno de los más grandes hombres de la Europa del Siglo Veinte; Von Stauffenberg, el oficial que atentó contra la vida del Führer era un traidor; en Auschwitz no hubo más de trescientos mil muertos y Hitler sabía muy poco del Holocausto. Para Irving, Adolf Hitler fue una figura de la dimensión de Anibal, solo que nadie jamás negó la grandeza de Anibal…
Otro negacionista, Pedro Varela Geiss, librero de Barcelona, fue a la cárcel acusado de expandir la «doctrina del odio». Este católico practicante, perteneciente a una familia franquista, en una entrevista manifestó que se consideraba una víctima, al extremo de compararse con Jesucristo.
En realidad la negación del Holocausto fue asumida mucho antes por políticos, escritores y obispos. Knut Hamsun, el más grande escritor de Noruega, quien desarrolló una fuerte veta moralista en sus escritos por la que le concedieron el Premio Nobel de Literatura, en 1948 fue multado y sometido a un examen psiquiátrico por declararse en favor de Hitler. Murió en la década del cincuenta sin cambiar de opinión. De todas maneras, un escritor respetado por su obra, puede no merecer mayor respeto en el plano personal. Heidegger explicitó que no hay que buscar al pensador en su posicionamiento ante tal o cual cuestión coyuntural, lo relevante es su pensamiento. Yo creo que el hombre no solo se define por lo que piensa, también por lo que hace.
Hitler puso de pié a un pueblo que buscaba un líder y al principio de su gestión no faltaron los elogios de gobiernos occidentales con los que finalmente terminó enfrentado. Los austríacos llegaron a sentir devoción por él, hecho curioso puesto que entonces allí convivía la intelectualidad más innovadora de Europa, como Freud, Martín Buber, Karl Popper, Stefan Zweig, Karl Wittengestein, entre muchas otras figuras. Algunos historiadores se preguntan si los austríacos no eran más nazis que los alemanes.
Pero mientras esos horrores acontecían, en Bulgaria, ninguno de los cincuenta mil judíos que allí vivían fue tocado, pues, esa fue la decisión de su pueblo y de su gobierno. Antonio Gramsci odiaba a los indiferentes, y Saramago comentaba que la mejor manera de describir una sociedad indiferente era el dibujo de una mano de hierro forrada en terciopelo: la imagen metafórica del fascismo.
En la pandemia el negacionismo y las teorías conspirativas han encontrado un terreno fértil. En efecto, a diario aparecen en los medios individuos que niegan la existencia del coronavirus, otros que sostienen con énfasis que el virus fue creado en un laboratorio para ser esparcido por el planeta y generar caos. Recuerdo que cuando apareció el SIDA había quienes negaban la existencia del VIH y adjudicaban la enfermedad a cuestiones morales.
En estos días Trump insiste en que no perdió las elecciones de los Estados Unidos, que hubo una conspiración en su contra para no renovar su mandato, y sus millones de votantes le dan la razón.
Existe un movimiento que niega que la tierra es esférica, sostiene que es plana, y a sus seguidores se los llamas «terraplanistas». También está el movimiento de los antivacunas, que surgió a finales del Siglo Dieciocho cuando comenzó esta práctica y, entonces se cuestionó su moralidad, la violación de los derechos individuales e incluso su efectividad.
Actualmente relacionan las vacunas con la anticoncepción, el autismo y otros peligros. En suma, una serie de mitos, fraudes y disparates que tratan de descalificar a la ciencia y los expertos. Quizá tenía razón Einstein cuando sostenía que cada día sabemos más pero entendemos menos…
La teoría del «lawfare», neologismo constituido por law (ley) y warfare (guerra), es decir, la guerra judicial o el uso de la ley como arma de guerra para perseguir y desprestigiar a políticos, es una preocupación para el actual gobierno argentino.
En América Latina algunos ven el lawfare como la judialización de la política a través de una suerte de asociación entre el poder judicial y los medios periodísticos que conspira para combatir a los «gobiernos populares». Sin embargo resulta curioso que dos líderes progresistas como el recientemente fallecido Tabaré Vázquez o «Pepe» Mujica no hayan caído en la mira del lawfare y culminaron sus mandatos homenajeados incluso por sus opositores, tampoco logran explicar por qué Dilma Rousseff está a favor de la «ley de delación premiada».
En la Argentina existen numerosos hechos de corrupción que apuntan a determinados políticos con causas judiciales que estarían plagadas de pruebas e incluso en algunas la justicia ya se expidió sin dejar lugar a dudas.
Al respecto, dice el constitucionalista Roberto Gargarella, que el lawfare está ansioso por negar y esconder, y califica de «terraplanistas jurídicos» a los cultores de esta secta empeñada en que creamos lo imposible.
Todavía muchos recuerdan el video que dio la vuelta al mundo del exfuncionario nacional que a la madrugada llevaba a un convento bolsos con unos nueve millones de dólares de la corrupción que eran recibidos por una monjita, o un video de una financiera llamada «La Rosadita» donde contaban más de cinco millones de dólares también de procedencia ilegal.
Si estas narraciones visuales, que algunos califican de bizarro y otros de grotesco, hubieran sido solo ficcionadas, podríamos hablar de una suerte de neorrealismo argentino y, deberíamos buscar a los émulos de Rosellini, Luchino Visconti o Zavattini.
Pero aquí la realidad supera a la ficción. Lo interesante es que la evidencia ya no cuenta, no importan las pruebas, las demostraciones, las certezas. Los que están a favor del lawfare dan crédito únicamente a lo que ellos creen…
Para T.S. Elliot el ser humano no puede soportar demasiada realidad, y Nietzsche se preguntaba: “¿Qué dosis de verdad puede soportar el hombre?” En fin, de lo que no hay duda es que los seres humanos tenemos una increíble capacidad para ignorar aquello que no queremos saber.
- Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)