Se publican las vidas de Alejandro y César a quienes Plutarco relacionó en su obra maestra
Plutarco de Queronea (ca.50-ca.125) es autor de una obra ingente que aportó a la historia de la cultura clásica algunos de los textos más valiosos de filosofía, pedagogía, arqueología, crítica, mitología y literatura. Fue discípulo del filósofo Amonio en Atenas y sacerdote durante veinte años en Delfos.
Xulio Formoso: vidas paralelas
Con sus opúsculos reunidos en la obra “Moralia” legó a la posteridad el testimonio de algunos de los hechos históricos y de las costumbres más relevantes de aquella época. En “Vidas paralelas” reunió las biografías de unos cincuenta personajes destacados de aquellos siglos. Los dispuso de dos en dos, uno griego y otro romano, tratando de encontrar similitudes entre ambos, a los que añadió cuatro biografías aisladas.
Plutarco conduce la relación entre cada pareja de personajes a sus semejanzas de carácter moral y a sus valores humanos. Así lo hizo con Teseo y Rómulo, fundadores de Atenas y Roma; Demóstenes y Cicerón, grandes oradores en ambas civilizaciones, Alcibíades y Coriolano, estadistas y estrategas militares o los generales Alejandro y César. Los datos biográficos de los protagonistas de las “Vidas paralelas” de Plutarco están muchas veces falseados y potenciados en su dramatismo, para conseguir los propósitos ejemplarizantes que Plutarco perseguía con su biografías, por lo que la obra no puede ser considerada tanto histórica como literaria.
La recreación de algunos de los acontecimientos que narra los rodea de elementos novelescos con el fin de provocar en los lectores efectos de emotividad y sugestión. Sobre todo cuando aborda las escenas de la vida familiar e incluso íntima, más propia de la imaginación narrativa del autor que de la descripción verídica de los hechos históricos. Y presta más atención a detalles menores, incluso anécdotas, que a hazañas gloriosas. Él mismo lo advierte en la introducción a su obra: “Mi propósito no es escribir historias sino vidas”.
Las “Vidas paralelas” de Plutarco hay, pues, que leerlas de dos en dos, tal como su autor las concibió para que fuesen divulgadas. La editorial Acantilado acaba de publicar “Vidas de Alejandro y César”, tal vez la pareja de personajes históricos más importante sobre la que Plutarco aplicó su método de paralelismo analítico, aunque estas páginas nos acercan a la historia de César y Alejandro de Macedonia como a la de dos personajes novelescos en cuyas biografías la historia se confunde con el mito.
Cuenta Plutarco que, en una ocasión, durante una de las campañas de César en Iberia, sus amigos lo encontraron llorando mientras leía un escrito sobre Alejandro. Al ser preguntado por la causa de su llanto, respondió: “¿Os parece poco motivo de dolor que Alejandro a mi edad fuera rey sobre tantos, y yo aún no haya hecho nada brillante?”. La admiración de César por la figura y la obra de Alejandro, y sus esfuerzos por emular su figura, quedan patentes en esta respuesta. Pero ha de ser el lector, sobre todo, quien averigüe tras las páginas de Plutarco los paralelismos que el autor observa en sus vidas, ya que en ningún momento lo advierte el autor ni facilita su identificación.
No es difícil en todo caso reparar en los muchos paralelismos que Plutarco expone a lo largo de las biografías de Alejandro y de César, desde sus victorias militares y políticas y la expansión de sus imperios, a sus muertes a manos de personas cercanas en las que confiaban, Antipatro en el caso de Alejandro, que lo envenenó, y Bruto en el de César, que participó en el apuñalamiento que acabó con su vida. También la similitud de la grandeza de sus enemigos, Darío en el caso de Alejandro y Pompeyo en el de César. O en la vida disipada de ambos, sus fiestas y sus mujeres, así como la exposición a los riesgos en las batallas en las que participaban. Y la confianza de ambos en augures, oráculos, videntes y profetas, así como en la interpretación de sueños, pesadillas y visiones, hasta el punto de encomendarse a ellos en los momentos más decisivos. No es menor la coincidencia en ambos de su amor por la lectura y la recreación literaria.
Las vidas paralelas de Tolstoi y Dostoievski
Tolstoi y Dostoievski nunca llegaron a encontrarse físicamente a pesar de ser contemporáneos y haber vivido en la misma ciudad durante algunos años (incluso frecuentaron el mismo club y colaboraron en la misma revista). Ambos crearon una obra literaria de una gran altura y una altísima calidad, que conocían respectivamente en detalle. Vivieron en una sociedad sometida a cambios radicales en un periodo de decadencia cultural y supieron rastrear como muy pocos en las profundidades del alma humana.
Los dos fueron jugadores apasionados, acuciados con frecuencia por sus deudas de juego, y sus creencias religiosas estaban muy cercanas al cristianismo ortodoxo (curiosamente, abrazado con fervor después de haber asistido ambos a sendas ejecuciones públicas de dos condenados a muerte). Nunca se produjo un encuentro físico entre ambos escritores a pesar de que algunos amigos comunes aseguraron haberlo intentado varias veces, como en la inauguración en Moscú del monumento a Pushkin, una de las últimas apariciones públicas de Dostoiewski, a cuyo acto Tolstoi estaba invitado pero al que no asistió por considerar que era una manera ofensiva de gastar dinero (en una ocasión anterior habían coincidido en una conferencia del filósofo Soloviov, pero Tolstoi abandonó la sala antes de que terminara). Con frecuencia utilizaban al filólogo Nikolái Stráhov, su común amigo, para intercambiarse elogios mutuos sobre sus respectivas obras. El advenimiento del comunismo en Rusia vino a perpetuar esta separación al otorgarles un trato diferente: mientras Dostoievski fue considerado por los bolcheviques como un enemigo peligroso, engendrador de subversión y herejía, Tolstoi (según Lenin, el más grande entre los escritores de ficción) fue entronizado en el panteón revolucionario.
Una coincidencia curiosa: en el gabinete de Tolstoi colgaba el cuadro de una reproducción de la Madonna Sixtina de Rafael, la misma que figuraba en una de las paredes del estudio de Dostoiewski. Fue la misma persona, la condesa Alexandra A. Tolstaia, quien había regalado la reproducción a los dos escritores.
Ambos pasaron asimismo por el ejército ruso: en 1852 Tolstoi participó en varias expediciones contra los chechenos, y luego en las campañas del Danubio, el Cáucaso y Crimea, una experiencia que le proporcionó material para su obra “Los cosacos”. El paso de Dostoievski por el ejército fue obligatorio, al cumplir en sus filas la última parte de su condena política por actividades contra el zar Nicolás I, después de pasar 10 años de trabajos forzados en las cárceles de Siberia (Dostoievski había sido condenado a muerte e incluso se escenificó su fusilamiento). Hay otras coincidencias dramáticas: la muerte de sus hijos, el de Tolstoi con siete años y el de Dostoievski de dos, y el asesinato de sus padres (el de Dostoievski a manos de sus criados, a los que trataba miserablemente, y el de Tolstoi por un grupo de miembros del partido revolucionario La Voluntad del Pueblo). Las viudas de Tolstoi y Dostoievski (que sí llegaron a tratarse) se convirtieron tras su muerte en las editoras de su obra y en las fundadoras de sendos museos en su memoria.
La mirada de Steiner
George Steiner considera que los tres momentos culminantes de la historia de la literatura occidental fueron la época de Platón, los años de Shakespeare y la Rusia de Tolstoi y Dostoievski.
Steiner (París, 1929), catedrático de Literatura comparada, Premio Príncipe de Asturias en 2001, lleva a cabo en “Tolstoi o Dostoievski” (Siruela) uno de los análisis más brillantes sobre la obra de los dos grandes escritores que revolucionaron la narrativa del siglo XIX, a quienes considera “los dos novelistas más grandes del mundo”. En este ensayo Steiner analiza el sentido épico y mítico de las novelas de Tolstoi y Dostoievski, sus relaciones con la religión cristiana, las influencias de la tragedia clásica y de la novela gótica en las creaciones de ambos escritores y cómo la revolución francesa y la época napoleónica condicionaron la forma de narrar en la nueva sociedad rusa del siglo XIX.
La obra de Tolstoi, afirma Steiner, recoge el legado de la épica clásica de Homero (el mismo novelista comparó en alguna ocasión “Guerra y paz” con “La Ilíada”) y lo traslada a la Rusia del siglo XIX, en la que también se sitúan dos mundos enfrentados en una lucha mortal.
Enfrentamiento que no es sólo el de las batallas sino también el que se lleva a cabo en el seno mismo de la sociedad. De ahí que Steiner también califique de homérica “Ana Karenina”.
“El arte de Tolstoi y Dostoievski era religioso”, afirma Steiner. Surgió de una atmósfera penetrada de experiencia religiosa y de la creencia de que Rusia estaba destinada a representar un papel importante en el apocalipsis inminente. Según Tolstoi, la esencia de la doctrina de Cristo es enseñar a los hombres a no cometer estupideces; para Steiner “el Cristo dostovieskiano, al contrario, enseña a los hombres a cometer las más graves estupideces”.
Son frecuentes en las obras de ambos escritores las citas evangélicas (sobre todo en “Resurrección”, de Tolstoi, y en “Los demonios”, de Dostoievski), la identificación de personajes con figuras del nuevo testamento (Aliosha, de “Los hermanos Karamazov” y el príncipe Mishkin de “El idiota”, con Jesucristo, mientras Smerdiakov en la primera y Gadia en la segunda simbolizan a Judas) o la formación de grupos de 12 personas (en “Humillados y ofendidos”), identificados con el simbolismo religioso de los 12 apóstoles. En ambos escritores el bien y el mal están representados por el contraste entre las formas de vida en la ciudad y en el campo.
Sorprende el análisis que Steiner lleva a cabo sobre la dramaturgia de las obras de Tolstoi y Dostoievski, sobre todo cuando se conocen las críticas a la obra de Shakespeare que Tolstoi lleva a cabo en su ensayo “Shakespeare y el drama” (y que hace extensivas en su correspondencia: “¡Qué obra tan burda, inmoral, vulgar y absurda es ‘Hamlet’!”. Sin embargo Steiner afirma que tanto Dostoievski como Tolstoi utilizan en sus novelas las técnicas dramáticas de Shakespeare y señala que su influencia se manifiesta tanto en los diálogos de sus novelas como en los detalles (“cada detalle se da no por el detalle mismo o para crear una atmósfera, sino como algo dramáticamente necesario”) y también en los personajes que protagonizan una historia en un escenario. En todos estos elementos Steiner advierte, tanto en Tolstoi como en Dostoievski, toda una concepción shakesperiana de la narración.
Otras vidas paralelas:
Ángel Gónzález y Antonio Gamoneda
Los recuerdos de niño del poeta Antonio Gamoneda y la biografía novelada de los primeros años de Ángel González muestran insólitas coincidencias.
Cuenta Antonio Gamoneda que dos años después de la muerte de su madre, abrió un armario de la casa familiar al que sólo ella tenía acceso. Aunque nunca le había prohibido expresamente que curioseara en su interior, el niño que fue Gamoneda convirtió ese armario en un territorio mítico, un reino del que su madre era soberana única y en el que escondía recónditos secretos y materiales misteriosos.
Al penetrar al fin en su interior, el poeta se topó con la cotidianeidad de su infancia: fotografías, recordatorios, un abanico, un velo, un monedero que aún guardaba calderilla, una estilográfica, varios relojes, un paraguas, una jeringuilla y el crucifijo del ataúd que albergara el cadáver de su padre. Pero había algo más importante que aún se conservaba allí: el olor de su madre viva, que el poeta percibió al asomarse al interior de aquel antiguo mueble en cuyas puertas con espejos volvió a verse reflejado 60 años después.
Antonio Gamoneda: portada de «Un armario lleno de sombras»Del mismo modo que el sabor de una magdalena llevó a Marcel Proust a recuperar la memoria de un tiempo perdido, el olor de su madre despertó en Antonio Gamoneda los recuerdos dormidos de una infancia difícil. Y decidió trasladarlos a las páginas de “Un armario lleno de sombra” (Galaxia-Gutenberg).
En un tiempo, el de la guerra civil, en el que las escuelas estaban cerradas, Antonio Gamoneda aprendió a leer en un libro de poemas. Era el único libro que había en su casa y era el único que escribiera su padre, a quien no llegó a conocer conscientemente porque murió cuando el poeta tenía un año de vida. El padre de Gamoneda, aprendiz y oficial de joyería, autodidacta, redactor de “La Voz de Asturias” y “El Correo de Asturias”, que “leía libros y no iba a la iglesia”, publicó en 1919 “Una más alta vida”, un poemario influenciado por el modernismo de Rubén Darío. Este fue el libro en el que aprendió a leer Antonio Gamoneda: “considero imposible que, con la muerte por medio, pueda darse una relación más real entre un padre y un hijo que la que aconteció en mi infancia”.
Perdido pues, en unos años difíciles, el principal sustento familiar, el niño Gamoneda estaba condenado a ser un producto de lo que él mismo llama “cultura del hambre” o “cultura de la pobreza”. Es esta cultura, entre otras cosas, la que el poeta rescata en estas memorias. Y junto a ellas, a través de la mirada de un niño, las culturas de la violencia y de la muerte provocadas por la guerra. Culturas que van a impregnar su obra poética.
Antonio Gamoneda evoca con deslumbrante nitidez imágenes de acontecimientos de la sociedad de su infancia y rescata del olvido experiencias personales, incluso íntimas, de ese mismo tiempo. Entre las primeras, la dramática realidad de las cuerdas de presos republicanos conducidos a las cárceles franquistas de León y al penal de San Marcos, donde llegó a ver los charcos de sangre de los fusilados; el rosario de la aurora organizado por los curas nacionalcatólicos por la salvación de los combatientes del bando nacional, las cartillas de racionamiento, las colas en los economatos…
En su memoria más personal no elude aquellos episodios de los que se siente más avergonzado y los que le hacen definirse como “el pequeño canalla que fui”: el hurto de 5 pesetas de la faltriquera de su abuela enferma, la tortura que junto con un amigo infligió a la Perla, una perra dócil y de una fidelidad conmovedora, o la humillación que sintió cuando, ante la falta de zapatos para enfrentar el invierno leonés, los compañeros del colegio descubrieron que calzaba unos de su abuela a los que su madre había rebajado los tacones: “no llegaron a pasar por zapatos masculinos. La pobreza es grotesca demasiadas veces”.
Pero independientemente de la peripecia personal, “Un armario lleno de sombra” es una crónica de los años más tristes del siglo XX español. Gamoneda los retrata con gran realismo cuando revive episodios y personajes de la época. Aquí están algunos de los protagonistas del mundo variopinto de la España de posguerra (el pellejero, el mielero, el afilador, los charlatanes de feria…) entremezclados con la sordidez, los vergonzantes castigos a los niños en los colegios de frailes, el hambre y el frío cortante de los inviernos en las casas pobres de Castilla, el comportamiento chulesco de los falangistas en las calles. Al filo de los 14 años, cuando terminan estas memorias, Antonio Gamoneda se tropieza con los dos vectores que van a dirigir su vida: el accidente de un obrero, que sacude su conciencia social, y el encuentro con una edición de la “Segunda Antolojía” de Juan Ramón Jiménez, que despierta su vena poética.
Para que yo me llame Ángel González…
«Mañana no será lo que Dios quiera” (Alfaguara)Un poeta, Luis García Montero, ha publicado una biografía novelada de otro poeta, Ángel González, cuya amistad sigue cultivando más allá de la muerte de éste. “Mañana no será lo que Dios quiera” (Alfaguara), el título del libro, un verso de uno de los poemas más bellos de Ángel González, recoge el itinerario vital de los primeros años de un creador irrepetible.
Como Gamoneda, Ángel González también nació en Oviedo. Como él, quedó huérfano de padre cuando tenía poco más de un año, y aunque su progenitor le dejó una enciclopedia Espasa completa, los primeros pasos en las letras los inició en un viejo libro que había en su casa, “Nociones de Aritmética”, un manual escrito por su padre y por su abuelo, ambos maestros, de quienes heredó su vocación pedagógica.
Sufrió también el azote de la pobreza y las dentelladas de la guerra desde el seno de una familia republicana, castigada con el asesinato de un hermano, el exilio de otro y la depuración de una hermana maestra, la que le decía en voz alta los versos de Rubén Darío cuando Ángel González aún no sabía leer. Una guerra que le anunció de forma prematura que el tiempo de la infancia había terminado. Como Gamoneda, también Ángel González enfermó de tuberculosis y, benditas coincidencias, también fue la “Segunda Antolojía Poética” de Juan Ramón Jiménez la que acabó de decidirlo por la poesía. Y al fondo, siempre presentes, también, los desvelos de una madre.
Aunque la mirada del niño Ángel González fue testigo de episodios como la revolución de octubre de 1934 en Oviedo, la proclamación de la Segunda República, las elecciones del Frente Popular…, en su memoria quedaron para siempre con mayor nitidez los acontecimientos de la guerra civil, con sus secuelas de muerte y destrucción: el obús que entra por una ventana de su casa a la que unos segundos antes había estado asomada su hermana, el refugio en el sótano del inmueble en las noches de bombardeos, la muerte de vecinos, amigos, conocidos, familiares…, la represión… En medio de todo, la amistad trabada con los hermanos Paco Ignacio y Amaro Taibo, el descubrimiento del amor y del erotismo en “Las 1001 noches”… y los libros, siempre los libros.
Pero además, recorrer con García Montero la vida de estos primeros años de Ángel González es otra experiencia que también va más allá de lo biográfico. Porque “Mañana no será lo que Dios quiera” es también un recorrido panorámico por la España de los años treinta y cuarenta, por un país vencido, víctima del totalitarismo político, de la mezquindad y de la ignorancia, en el que la guerra era una losa pesada que paralizaba una sociedad en la que los vencedores imponían sus valores a golpes de violencia.
Saramago y Lobo Antunes:
esplendor de Portugal
Tomo en préstamo para este epígrafe el título de una de las mejores novelas de António Lobo Antunes, “Esplendor de Portugal” (Siruela, 1999), que a su vez el escritor extrajo de una estrofa del himno de su país, para calificar la obra de dos autores que ocupan por méritos propios un lugar destacado en la gran literatura universal de los años de transición entre los siglos XX y XXI.
De haber hoy un Plutarco dedicado a glosar las vidas paralelas de personajes contemporáneos, un buen reclamo sería el itinerario biográfico de estos dos escritores portugueses, a quienes la vida unió y apartó y sólo la muerte pudo separar definitivamente.
Dice la rumorología que cuando a José Saramago le concedieron el Premio Nobel en 1998, todo Portugal le llamó para felicitarlo. A continuación llamaban a Lobo Antunes para decirle que él lo merecía más. Esta anécdota es la representación que el imaginario popular ha elaborado para ilustrar el cariño que siente por ambos escritores, e ilustra también su enfrentamiento personal, un enfrentamiento que llegó a alcanzar grados irreversibles de acritud.
Dicen que todo empezó a raíz de que ambos, militantes del Partido Comunista portugués, separaran sus trayectorias ideológicas: “Es una iglesia, con su fe, sus tradiciones y su jerarquía autoritaria (…) han aniquilado y destruido la parte intelectual del partido (…) antes de la revolución los tenía a casi todos. Ahora tiene a Saramago y algunos más” (De “Conversaciones con Antonio Lobo Antunes”. María Luisa Blanco. Siruela, 2001. P. 178-180). Desde entonces, Lobo Antunes ha hecho declaraciones descalificadoras sobre la obra y la persona de Saramago: en una de ellas lo llamaba “pobre inútil y propagandista de sí mismo” (“Folha on line”, 30-11-2008).
Por su parte, Saramago, quien ha dicho querer ignorar hasta que Lobo Antunes existe, ha manifestado en varios gestos desdén por la obra de su paisano: uno de ellos consistió en rechazar uno de sus libros cuando un provocador periodista de la revista portuguesa “Tal&Qual” se lo regaló. Algunas fuentes dicen que el Nobel lo arrojó al suelo, lo cual parece que no llegó a producirse. Aún así, el periodista escribió un artículo titulado “Atirado ao chao” (Tirado al suelo, en alusión a “Levantado del suelo”, uno de los títulos de Saramago), en el que cuenta la supuesta airada reacción del Nobel portugués.
En internet pueden rastrearse decenas de anécdotas como estas, así como el video de una entrevista en la que el presentador del programa de televisión “Vai Tudo Abaixo na America”, una especie del español “Caiga quien caiga”, entrevista a Lobo Antunes “confundiéndolo” con Saramago.
Si en España tuviésemos un caso similar, a estas alturas ya se habrían formado dos frentes, al modo de los Joselito-Belmonte o Barça-Madrid, apoyando a uno u otro. En Portugal, por el contrario, la gente aprecia por igual a ambos escritores y lee compulsivamente sus novelas.