La primera vez que leí completa «Las mil y una noches» fue en un ejemplar que encontré en un contenedor, una edición de 1965 de tapas rojas que aún conservo (J. Pérez del Hoyo Editor), con unas ilustraciones bellísimas cuya autoría no consta en los créditos del libro.
Una vez iniciada ya no pude dejar la lectura hasta la última página. Comparada con ediciones posteriores se nota escandalosamente la intervención de la censura franquista en muchos de los relatos, aunque eso no merma la fascinación de sus contenidos.
Conocía narraciones de este libro extraordinario y había leído algunas de las más populares como «Simbad el marino», «Aladino y la lámpara maravillosa» y «Alí-Babá y los cuarenta ladrones» (las que cierran el libro y que según parece no formaban parte de la versión primigenia) pero nunca hasta entonces había leído completa esta obra deslumbrante.
«Las mil y una noches» es un conjunto de cuentos entrelazados cuya trama, muy conocida, parte de la imposición del rey Shehrayar de Samarcanda a sus súbditos para que cada día le entreguen una doncella a la que hace decapitar después de haber pasado la noche con ella.
Cuando le toca el turno a Sherezade ésta le cuenta al rey una historia que interrumpe al amanecer, justo en el momento más interesante del relato, con el fin de despertar en el monarca el interés por el desenlace, que aplaza hasta la noche siguiente.
De este modo se van entrelazando unas historias con otras hasta que Sherezade consigue que la atención del rey se prolongue durante mil y una noches, al cabo de las cuales éste termina por enamorarse de la joven y decide hacerla su esposa.
Esta interrupción del destino mortal de la protagonista, una metáfora sobre la suspensión de la muerte, es la esencia misma de «Las mil y una noches».
Para el poeta José Ángel Valente («Las mil y una noches o la narración como supervivencia». ABC, 6-2-1988), «la voz del que narra recomienza perpetuamente en un punto donde eternidad y tiempo son lo mismo y donde no puede el tiempo detenerse en el presente coagulado de la muerte».
Aunque para la mayoría de los críticos la finalidad de la obra no es moralizante ni tiene ninguna intención didáctica sino que su objetivo es simplemente entretener, exégetas como el escritor egipcio Zaki Najib Magmud, afirman que tiene un significado de ejemplaridad porque los malvados siempre resultan castigados por sus acciones y las buenas gentes son recompensadas por su comportamiento.
La mayor parte de los relatos de «Las mil y una noches» son de origen árabe, aunque hay también hindúes y persas. Todos ellos centran sus tramas sobre todo en las ciudades de Bagdad y Basora, pero también en escenarios alejados de esos centros y en territorios vírgenes en los que se desarrollan historias que mezclan la realidad con la fantasía en aventuras protagonizadas por héroes y pícaros, por reyes, sultanes, visires y mercaderes, por cazadores y navegantes, por damas bellísimas y criados, por personajes populares que pueblan ciudades quiméricas y reinos fantásticos en los que la extrema pobreza convive con los tesoros más fabulosos y las mansiones más exuberantes.
Las narraciones se inscriben en géneros muy variados: fábulas, leyendas, relatos de viajes, epopeyas, historias de amor, mitologías…
Algunos historiadores de la Literatura sitúan los orígenes de «Las mil y una noches» a finales del siglo doce. Los análisis más serios afirman que es de autor único, anónimo, descartando un origen coral de la obra.
La primera vez que «Las mil y una noches» apareció en Occidente fue en una edición francesa de comienzos del siglo dieciocho que ocupaba doce volúmenes. La introdujo el viajero galo Jean Antoine Galland (1646-1715), un monje erudito, y fue traducida muy pronto a distintas lenguas europeas.
La primera versión en español fue la de Vicente Blasco Ibáñez, en veintitrés volúmenes que se publicaron entre 1912 y 1916. Actualmente, tal vez la mejor versión en castellano sea la traducida por Gregorio Cantera, publicada por Edhasa en 2007, quien, en la introducción señala un elemento poco contemplado en anteriores interpretaciones: «Testigo de la conducta impropia de los poderosos, el pueblo se dispone a tomar el relevo… Pero detrás de ese pueblo, a su lado, está la figura de la mujer, fermento de esta ebullición. La mujer, que aparece como flexible y taimada, sometida a un destino implacable, o rebelde frente a la injusta condición que la ley impone, ferozmente independiente o esclava de la pasión».
Para Stefan Zweig, Sherezade cumple la misión redentora de cambiar el corazón del rey y poner fin a los asesinatos que comete cada día.
Sorprende que Egipto, el país en el que al parecer su autor terminó la redacción de «Las mil y una noches» en el siglo quince, y donde se publicó una edición íntegra en 1931, decidiera en 1985 retirarla de las librerías y quemar los ejemplares en público por ser considerada por las autoridades peligrosa para la juventud y «perjudicial para las buenas costumbres y la moral» porque, según los nuevos criterios represivos del islamismo, incita a la depravación y al vicio.
Desde entonces sólo se permitieron en ese país y en otros de religión musulmana versiones de «Las mil y una noches» previamente expurgadas de referencias de violencia y erotismo.
Aunque existe otra interpretación que afirma que la prohibición responde al hecho de que el Islam de «Las mil y una noches» no guarda ya mucha relación con el que hoy conocemos.