Félix Rodríguez González*
En los últimos meses se ha reproducido hasta la saciedad en la prensa y en las redes sociales la expresión «a relaxing cup of café con leche», que pasará a la historia por la personalidad de quien la pronunciara, la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, en un foro tan distinguido y con tanto impacto mediático como fue la reunión celebrada por el Comité Olímpico Internacional (COI) en Buenos Aires, el sábado 7 de septiembre de 2013, para seleccionar la sede que ha de albergar los Juegos Olímpicos de 2020.
La frase fue impactante y chocante para numerosos oyentes, y terminó siendo objeto de numerosas chanzas, por las características del discurso y el contexto en que se enmarcaba. La crítica de esta frase en espanglish se vio reforzada por el hecho de tener lugar dentro de un discurso pronunciado en un inglés macarrónico, muy defectuoso desde el lado de la fonética, y revestido con una gestualidad y teatralidad excesivas que no se compadecían con la seriedad y la importancia del evento. Al margen del resultado político adverso en la selección de la sede, la escenificación con que se revistió el acto redundó en un desprestigio para la «marca España» que con un toque hortera tantos se empeñan en entronizar. Tal fue el desprestigio que los lectores de un blog publicado por el diario El País, por inmensa mayoría, concedieron al discurso pronunciado por la alcaldesa el Antipremio del Turismo 2013. Y alcanzó tan altas cotas, incluso lejos de nuestras fronteras, que la prestigiosa revista estadounidense Time lo situó en el número 7 dentro del ranking elaborado con los diez mayores gazapos protagonizados por políticos durante el año 2013.
Sin embargo, analizada fríamente la frase desde un punto de vista estilístico, hay que reconocer que fue bien meditada y digna de aplauso. En el lenguaje diario, lo mismo que en la prensa, y aun dentro de un estilo sobrio y formal, con frecuencia recurrimos a una voz popular o argótica para llamar la atención y destacar algún concepto, dotando así al texto de una mayor expresividad. Y esa misma función expresiva cumplen los cambios de código que a menudo realizamos mediante el uso de extranjerismos, sobre todo voces inglesas, los denominados «anglicismos». Y a veces se trata de expresiones que no han sido consagradas todavía por el uso, pero que pueden servir también para recrear una ambientación extranjera. Uno puede estar hablando de unas vacaciones en Inglaterra y hacer mención a sus característicos «bed and breakfasts» o «guesthouses», o a sus «taxi-cabs», como hiciera Gonzalo Torrente Ballester en alguna de sus novelas, sin que nadie se rasgue las vestiduras. A ello se suma en algunos casos la familiaridad con el término en cuestión. Se explica así cómo, por la misma razón, un anglohablante residente de Jávea (Alicante) puede emplear en su conversación diaria, por ejemplo, una frase como «Today I am going to the ayuntamiento» sin que por ello podamos concluir que la palabra ayuntamiento haya pasado a formar parte del repertorio léxico del inglés.
A tenor de estas consideraciones se entiende la intención y el acierto del asesor y preparador lingüístico de la alcaldesa, el norteamericano Terence Burns, experto en mercadotecnia, que como extranjero tuvo la ocurrencia de introducir la idea del «café con leche» como «una imagen icónica de Madrid», tal y como explicó en su descargo ante el aluvión de críticas suscitadas. Si además tenemos en cuenta que «café con leche» es una expresión reconocible en su morfología no solo por el turista, sino por el ciudadano común, al igual que podría ocurrir con el francés café au lait, entonces la alternancia del código se ve asegurada.
Claro que otra cosa más discutible es la idoneidad de mezclar dos imágenes como la «relajación» y el «café», pues, bien miradas, se nos antojan antitéticas, un oxímoron encubierto, toda vez que el café en la vida diaria los más lo tomamos como una sustancia estimulante, la que nos hace espabilar y acabar con nuestra modorra mañanera. Pero el caso es que el uso de relaxing ha hecho gracia y ha empezado a salpicar nuestras conversaciones diarias al margen de su contexto original, por lo que tiene todos los visos de quedarse con nosotros como una expresión inglesa utilizada con el mismo toque humorístico y burlesco que rezuman la larga serie de formaciones híbridas terminadas en –ing que pueblan nuestro español coloquial (silloning, tumbing, edredoning, balconing, etcétera). Y, al igual que estas, con un valor sustantivo plenamente autónomo, entrando así en competencia con el más consolidado relax. A modo de muestra baste citar tan solo unos ejemplos: «Un poco de relaxing», reza el titular de un artículo de opinión de Javier Izquierdo en el diario Información del 16 de septiembre de 2013; «las Cortes siguen de relaxing», se cita en otro número del mismo periódico del 21 de enero de 2014. Y en televisión, Dani Mateo, colaborador del espacio «El Intermedio», de la Sexta, en su edición del 12 de noviembre, comentó irónicamente que Ana Botella gestionó la huelga de basura de Madrid «con mucho relaxing». Añádase a estos usos el que se desprende de la elipsis de la expresión originaria y convierte a la palabra en sinónimo de «café relajante», como en la frase «después de tomarse un relaxing», puesta en boca del presentador del mismo programa, el popular humorista Wyoming, dos días más tarde. La popularización de la palabra y la expresión ha llevado también, por analogía, a aplicarse a otras bebidas de efectos no menos relajantes, como a relaxing cup of vodka, citada por Carmen Mañana en El País Semanal (8 de octubre de 2013, p. 95).
Aún más importante, por el lado lingüístico, es la irradiación producida en el nivel sintáctico, al someterse relaxing a nuevos cambios funcionales incluso dentro de su valor adjetivo; así, de «relajante» ha pasado también a emplearse con el significado de «relajado», de lo que da prueba un texto de Javier Marías recogido en el mismo número de El País Semanal (p. 114), donde habla de «una relaxing rata gorda» que, para estupor de los turistas, se paseaba por la Plaza Mayor de Madrid a plena luz del día. Esta polifuncionalidad me recuerda la de otros anglicismos como fashion («estar fashion», «ser muy fashion», «la fashion»…), que, pese a ser tildados de «tontos», por superfluos e innecesarios, permanecen con nosotros durante un tiempo, aun sin tener posibilidades de sustituir, felizmente, a su equivalente voz autóctona, «moda». Por su impacto, en la edición del 23 de diciembre del diario El País se incluye relaxing en la crónica titulada «Las 32 palabras que hemos aprendido en 2013».
Volviendo al discurso de la alcaldesa, y visto en su globalidad, cabría elogiar a esta por el esfuerzo realizado para explicarse en inglés, por memorizarlo enteramente tras tres semanas de ensayo, y el calor y entusiasmo mostrado en su desempeño, motivado sin duda por el cariño y pasión por su ciudad, pero de ahí a decir, como declarara el propio Burns, que «su inglés fue excelente, encantador y fácil de entender», va un largo trecho. Y no digamos si añade que el papel desempeñado por la alcaldesa de Madrid en Buenos Aires «fue uno de los mayores activos» de la candidatura. Supongo que se vería obligado a mostrar su satisfacción para justificar sus honorarios, que desconocemos pero presumimos cuantiosos. (Por cierto, me pregunto: ¿y no tendríamos derecho a conocerlos amparándonos en la cacareada «Ley de Transparencia» recientemente aprobada por el Gobierno?) Pero lo que raya en el sarcasmo, el papanatismo y el ridículo más absoluto es que en algunos medios afines al PP se calificara su inglés como «fluido». ¿Realmente le fluyó con naturalidad cuando no supo ni comprender las preguntas planteadas en la televisada rueda de prensa con los periodistas acreditados allí? ¿Es esta la fluidez que cabe esperar entonces de nuestros estudiantes de inglés? Admitida como válida esta sinrazón, no es de extrañar que, con la misma lógica, al cumplimentar su currículum y al aludir a su destreza lingüística, alguien se haya visto tentado de autocalificarse, dentro del apartado del dominio del inglés, con la imaginativa etiqueta «nivel Ana Botella».
Dejando por un momento el lado puramente lingüístico de la expresión, conviene terminar con unas reflexiones sobre la propiedad o impropiedad de la elección del inglés en detrimento del idioma propio. Está claro que, en un mundo globalizado como el actual, el inglés se ha convertido en la lengua franca de las comunicaciones internacionales en cualquier encuentro o evento de cierto renombre. Si tenemos en cuenta además que el movimiento olímpico es bilingüe y su lengua de trabajo es el inglés, se comprenderá que se aconsejara a los ponentes hablar en inglés, tanto más si, como en este caso, se trataba de vender las bondades de la capital de nuestro país como candidata. Conferenciar en inglés es una manera más de demostrar al COI que con esa candidatura resultará fácil trabajar. Escoger el español como lengua del discurso en un encuentro como este es perfectamente válido, más aún si no se domina con propiedad el inglés, pero el hablar en inglés siempre es un plus.
Sirva esta última reflexión para enlazarla con otra no menos lógica, a modo de corolario. Si para cualquier puesto en la Administración autonómica, como no pocas veces se exige o promueve el idioma autóctono como requisito para desempeñar alguna función con más eficiencia, no estaría de más que nuestros políticos y altos cargos de la administración, de todo color político, y no solo del PP, dedicaran sus inmerecidos sobresueldos (o gratificaciones complementarias) a tomarse un año sabático para pasearse por países tan admirados ideológicamente como Estados Unidos y el Reino Unido, y, de paso, aprender la práctica de la meritocracia: elegir a sus representantes en función de su valía, y no por simple vía digital, por la que se incuban la corrupción y podredumbre de nuestro sistema político.
* Félix Rodríguez González es catedrático de Lingüística Inglesa. Universidad de Alicante.
- Artículo publicado en el Boletín de los traductores españoles de las instituciones de la Unión europea, Punto y Coma, nº 137
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