La Maricarmen: toda la carne en el escenario

La Maricarmen es una auténtica sorpresa para todos aquellos que, sin conocerla de nada, vayan a verla, como es el caso. Allí se encontrarán con una sufridora nata que, sin embargo, lejos de hacer sufrir con el recuento exhaustivo y pormenorizado de sus miserias, hace reír de manera espontánea, porque sí, porque lo piden las tripas, a carcajadas y dando gracias a la vida.

La Maricarmen, cartel

Con ellos, con sus recuerdos todos tristes y frustrantes (incluso los que la quisieron no se adaptaban bien a ella), se monta La Maricarmen esta pieza músico teatral sin necesidad de salir de casa. Un edificio de apartamentos donde sólo ella es «estable», los demás vienen y van, para eso los hacen así (los apartamentos). Pero la triste y miserable vida de esta mujer no le impide abrir cada día el balcón de su casa, siempre llena de fe, porque anhela que lleguen los buenos tiempos y la encuentren cantando, llena de optimismo.

Veamos el resumen del argumento:

En el tercer piso de un edificio cualquiera, en medio de una gran ciudad, habita una mujer de mediana edad, Maricarmen (nombre artístico La Maricarmen). Su vida es una lucha constante para no sucumbir al vacío más espantoso. Con vistas al éxito de semejante empresa, ella cuenta con un rosario de recursos, diferentes actividades distribuidas a lo largo del día. La Maricarmen canta no menos de cinco canciones por jornada, destinadas a formar parte del espectáculo que ella no pierde la esperanza de montar en un futuro no muy lejano. También bebe, igualmente cinco copas por día, para olvidarse de las escasas probabilidades que existen de montar dicho espectáculo.

Mary Sampere, con quien siempre la comparaban, hasta en los entierros, es y ha sido su ídolo de juventud y su musa. Una grande entre las grandes para nuestra protagonista y a quien rinde un sincero homenaje en esta frase: «La buena suerte siempre acaba pasando factura» y, como La Maricarmen dice, «Nunca se sabe quién puede estar pasando por la calle al abrir el balcón». Sin embargo hay algo que ella todavía no sabe, y ese algo que gravitará a lo largo de toda la función es el contenido de una carta que se niega a abrir hasta el final.

Ocurre que por fin aparece el hombre, el ansiado, tal como respondiendo a los hondos anhelos de felicidad de La Maricarmen. Porque estos sinsabores van acompañados de ilusiones locas, de una creencia firme en que quizás todavía no sea tarde y el amor ideal se le aparezca. Y si no es el ideal, que lo sea, que para eso está su imaginación desbordante, para vestirlo y revestirlo con las mejores galas y de una pizquilla de hombre, hará una montaña, un showman, todo un espectáculo de hombre construido a partir del más soso y apocado del vecindario que llama a su puerta por casualidad. A partir de ese momento, ya no volverá a salir de su vida. Le ha colocado una bombilla (esto no es metáfora) y en adelante ya todo serán luces encendiéndose en su vida.

Este tema del hombre soñado a partir de la visita casual del vecino se desarrolla muy bien, con una elegancia y una belleza donde ella pone sin límites el glamour de los mejores cabarets del mundo, lo que aprovecha muy bien la escenografía más elemental: el baúl de la folklórica, sus cajas y sus espejos de donde todo sale y por donde todo se vuelve a meter hasta esfumarse… Es ahí donde los dos ponen en juego sus mejores recursos para dar todo de sí y es así como la función llega a una auténtica apoteosis creativa y actoral. Lo dicho: no falta ni un detalle, la función perfecta.

  • Reparto: Mamen Godoy, Iván Luis.
    Texto: Aron Benchetrit.
    Escenografía: Ricardo Sánchez Cuerda.
    Vestuario: María Luisa Engel
    Coreografía: Arrieritos: Florencio Campo, Patricia Torrero.
    Música. Piano: Eduardo Fernández
    Dirección: Virginia Flores
    Fecha de la función comentada: 15 de octubre de 2016
    Duración: 65 min. aprox.
Nunci de León
Doctor en Filología por la Complutense, me licencié en la Universidad de Oviedo, donde profesores como Alarcos, Clavería, Caso o Cachero me marcaron más de lo que entonces pensé. Inolvidables fueron los que antes tuve en el antiguo Instituto Femenino "Juan del Enzina" de León: siempre que cruzo la Plaza de Santo Martino me vuelven los recuerdos. Pero sobre todos ellos está Angelines Herrero, mi maestra de primaria, que se fijó en mí con devoción. Tengo buen oído para los idiomas y para la música, también para la escritura, de ahí que a veces me guíe más por el sonido que por el significado de las palabras. Mi director de tesis fue Álvaro Porto Dapena, a quien debo el sentido del orden que yo pueda tener al estructurar un texto. Escribir me cuesta y me pone en forma, en tanto que leer a los maestros me incita a afilar mi estilo. Me van los clásicos, los románticos y los barrocos. Y de la Edad Media, hasta la Inquisición.

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