De nuevo, en Argelia, distintas manifestaciones protestan contra la posibilidad de que Abdelaziz Bouteflika, quien cumplió 82 años el dos de marzo, renueve su mandato presidencial. Tiene que confirmar que es candidato antes de la medianoche (del domingo 3 de marzo). Para quienes promueven esa candidatura, otra vez, el plazo es ahora mismo demasiado corto para improvisar otra. Creyeron que la calle seguiría resignada a la continuidad de la continuidad. Y no ha sido así.
“Por un lado tenemos a una población joven que está diciendo no. Por otra parte, hay un presidente muy enfermo, inválido, que está en Suiza. Y no podemos saber si podrá volver, si podrá entregar su candidatura en el Consejo Constitucional. La tensión es fortísima”, ha declarado Omar Belhouchet, director del diario argelino El Watan. Centenares de miles de personas están en la calle para pedir que Bouteflika se retire para siempre. Belhouchet reitera lo que ya sabíamos: el ejército ha apoyado la continuidad. “Lo que parece evidente”, añade Belhouchet, es que “si se mantiene la candidatura de Abdelaziz Bouteflika, el país puede sumergirse en el caos”. Ese es el fantasma repetitivo de la historia de Argelia. Períodos de aparente normalidad que terminan generando un estallido de consecuencias imprevisibles.
El goteo de injusticias, de impaciencias, de dignidades frustradas por la falta de avance social, por formas de ejercicio del poder en las que las maneras democráticas apenas mantienen su apariencia, han terminado abriéndose paso en la calle. Por ahora, de manera casi totalmente pacífica, aunque ya haya algún muerto que poner sobre la mesa.
La engañosa estabilidad rutinaria
Los grupos de poder estaban convencidos de la rutina de su propia estabilidad. Sin embargo, Abdelaziz Bouteflika no es -no podía ser- el mejor candidato. Ni siquiera para quienes lo empujan en su silla de ruedas. Su candidatura sólo indica que los diversos componentes “del poder”, como se dice en Argelia, se resignan a presentarlo como candidato porque son incapaces de acordar la prevalencia de otro que pudiera ser válido para todos ellos a la vez. Uno que asuma el interés común de la clique (la camarilla) que –desde hace décadas- se reparte el control de las instituciones y los beneficios derivados de ese control. De modo que aunque Bouteflika sea personalmente inhábil por su enfermedad, inoperante para ejercer él mismo el mando, les servía -les sirve- al menos para mantener el statu quo interno. Un equilibrio entre esos grupos de poder, donde los militares tienen la última palabra. No la única, desde luego, sólo la última.
Quizá esas élites esperaban dejar para más adelante la negociación, el surgimiento y la expresión pública de otro candidato distinto, que resultara presentable tanto dentro como fuera del país. Su problema hoy es que la calle no puede soportar ya más esa situación. Dura demasiado. Y de repente, se encuentra en medio de una carrera contra reloj. “Mantener la candidatura de Abdelaziz Bouteflika cuando se opone el país entero, es correr el riesgo de enfrentamientos violentos que ningún argelino desea. En toda Argelia, los manifestantes insisten con firmeza en el carácter pacífico de sus protestas. Así que fallar esta oportunidad de regreso a la gran historia, es condenarnos a la desaparición. Los ciudadanos que llenan los bulevares defienden su propia dignidad”.
Argelia, entre las rosas y Siria
El día 9 de febrero, el Frente de Liberación Nacional (FLN, expartido único) confirmó –tras meses de rumores- que el actual presidente sería candidato a ejercer un quinto mandato presidencial. Hasta ese momento, que un jefe de Estado casi desaparecido de la escena pública pudiera estar presente en la campaña electoral parecía difícil. Impresentable. imposible incluso. Para buena parte de los argelinos, acostumbrados a modos políticos entre surrealistas y kafkianos, fue la gota de más.
El día 22 de febrero, un llamamiento surgido fuera de los partidos políticos, entre el boca a boca y las redes sociales, llenaba el centro de Argel de manifestantes, a pesar de que las violencias del inmediato pasado siguen pesando en el recuerdo y en las conciencias. Después, esa protesta se extendió a otras ciudades, a pesar de la prohibición de manifestarse que sigue vigente desde hace años.
El día 28 de febrero, cuando las manifestaciones diarias duraban ya casi una semana, el primer ministro Ahmed Ouyahia reiteró que Bouteflika sería candidato y añadió una amenaza velada: “Algunos ciudadanos han regalado rosas a los policías antidisturbios. Es bonito, pero hay que recordar que en Siria todo empezó con el mismo regalo de rosas”, declaró Ouyahia. Los manifestantes respondieron gritando “¡Ouyahia, Argelia no es Siria!”
Imposible cierre informativo
El régimen argelino ha negado el visado a periodistas de muy diversos medios internacionales. También ha intentado impedir que circule la información en los medios oficialistas. Periodistas argelinos que cubrían las manifestaciones han sido detenidos. Esos mismos profesionales de la información tienen muy presente el rastro carcelario reciente de otros periodistas, que terminaron en la prisión de El Harrach. Meriem Abdou, redactora jefa de la cadena de radio pública (francófona) Alger Chaîne 3, dimitió “para no tener que pisotear las reglas más elementales del oficio”, según dijo. Los periodistas argelinos llevaron a cabo concentraciones contra la censura en la sede de la ENTV (la radiotelevisión pública argelina). Se produjo un (casi) misterioso cese, el de Abdelmalek Sellal, director de campaña de Bouteflika. Un cese que parece relacionado -sobre todo- con la filtración de una de sus conversaciones con un dirigente empresarial. Puede que también con otra metedura de pata: anunció que el mismo Bouteflika acudiría al Consejo Constitucional para depositar su candidatura. Los expertos no se ponen de acuerdo para resolver un dilema legal: ¿está el candidato obligado a presentarse personalmente? Añádase a eso que -entre los documentos de presentación de su candidatura- el candidato tiene que incluir un certificado médico que acredite que está en buenas condiciones para ejercer como presidente. ¿Qué equipo médico se atreverá a firmarlo?
Durante mucho tiempo, se creyó -también quien firma este texto– que el espíritu de las primaveras árabes chocaba en Argelia con el muro constituido por la memoria del horror reciente. Y aunque en las dos últimas décadas hubo algunas protestas sociales, éstas fueron siempre limitadas. Diríamos, incluso, autocontenidas, por los traumatismos que sufrió el país en los años 90 del siglo XX. Pero para la generación más joven, eso no conforma ya su realidad cotidiana, donde no existen apenas perspectivas de futuro.
Y para buena parte de esos jóvenes, el islamismo tiene un discurso tan retrógrado como el régimen secular tradicional que deja ahora a los islamistas un papel institucional subordinado. No es ninguna alternativa. Para ellos, quienes son «el poder» únicamente representan un sistema oscuro en el que unos pocos militares, plutócratas y políticos, manejan el país a su antojo. Pierre Vermeren, profesor de historia del Magreb en una universidad parisina, estima que “los argelinos no se hacen ilusiones. Saben muy bien que están ante un sistema muy complejo, a la vez que potente, que se autolegitima por la historia, y con un aparato estatal muy sólido. No es difícil concluir que esas multitudes que se manifiestan en la calle pueden terminar desbordando la situación”.
La legitimidad actual del régimen tiene su origen en la guerra de la independencia (1954-1962). Abdelaziz Bouteflika reconstruyó su prestigio personal por el apaciguamiento que logró después de la guerra civil (1992-2000). Éste fue también un período de cierto desarrollo de infraestructuras, de relativa modernización, que se pagaba con el único bien exportable en el país, el gas. Bouteflika lo concretó, mientras sintetizaba dos elementos entre simbólicos y tangibles: el pasado ‘heroico’ y el nuevo retorno de la paz. Él fue el común denominador de los clanes de poder tradicionales. Asimismo, se convirtió en el principal elemento de bloqueo de cualquier otro tipo de evolución política más adaptada a la ciudadanía actual.
Temor de las élites del poder
Por eso, según ha declarado Omar Belhouchet a la cadena de televisión francesa France24, “hay pánico en el clan presidencial». El Watan afirma haber obtenido un documento que habla de degradación y agravamiento de la salud de Bouteflika, interno en un hospital ginebrino. Se dijo que estaría hospitalizado en Suiza un período breve. Su ausencia se prolonga y «los distintos clanes de poder acentúan su disputa interna, en los servicios secretos y también en la dirección de las empresas [públicas]”, afirma ese periodista argelino. Entre los síntomas de esa disputa, las dimisiones repentinas de varios jefes de grandes empresas públicas.
Por tanto, ya no se trata –para nada- de la personalidad y características de un candidato llamado Bouteflika. Ni siquiera de su trayectoria personal; sino de todo lo que él representa. El lema principal de los manifestantes es más bien “système dégage”, más allá del primer grito inicial que era, al principio, “No a un 5º mandato de Bouteflika”. Puede traducirse por “sistema desaparece”. O más libremente, “largaos de una vez”, dirigido a esos clanes del régimen en general.
El sistema creía que su continuidad estaba asegurada. El poder estimaba que los argelinos estaban aún paralizados por el temor colectivo a reproducir el último período de terror islamista y de guerra sucia. Ese cálculo, que funcionó al empezar el siglo XXI, ha dejado de tener tanta importancia. Argelia no está paralizada, sino consciente. Y entra en un nuevo período impredecible. Quizá “el poder” busca con urgencia otro candidato. O sencillamente, un pretexto constitucional para anular las elecciones previstas el 18 de abril. Hasta que los círculos del poder puedan imaginar otra salida -con más perspectivas, desde todos los puntos de vista- que la candidatura de una persona ausente e inválida.