Julio Feo Zarandieta
De estreno esta semana en Francia, «Estación catorce», de Diana Cardozo, que pasó por el festival de Morelia en México y acaba de ser premiada en el festival de cine por mujeres de Madrid.
Guionista y cineasta mexicana de origen uruguayo, Diana Cardozo firma aquí su tercer largometraje de ficción después de «Doce mujeres en pugna» (2006) y de «La guerra de Manuela Jancovic» (2014).
«Estación catorce» forma parte de esas películas que nos llevan a interrogarnos sobre el necesario papel del cine en la denuncia de la violencia y de la injusticia más abyecta. El tema no es nuevo y el cine mexicano hace años que hace sonar la alarma sobre una sociedad atrapada por la violencia del narcotráfico y de la corrupción policial en el propio seno del Estado. Los tratamientos y los ángulos han sido múltiples y diversos.
Diana Cardozo busca sacudir al espectador con este relato basado en hechos reales, que forman parte de la vida cotidiana de muchos mexicanos, mostrando esa inadmisible violencia vista desde la mirada infantil. En esta misma tendencia se sitúan también películas tan admirables como «Los lobos» de Samuel Kishi Leopo, (2019) o «Cómprame un revolver» de Julio Hernández Cordón (2018).
Como ellos, Diana Cardozo coloca la cámara y la mirada del espectador a la altura de la de su protagonista, un niño de siete años, para mejor llegar a conmover la culpable indiferencia del espectador, «acostumbrado» a ver esa violencia cotidiana como algo «normal» sobre todo en los países más pobres del planeta.
Su relato, que transcurre en el pueblo Estación catorce en San Luis Potosí, tiene un carácter por momentos documental y bien anclado en la trágica realidad mexicana, pero al mismo tiempo es una fantasía casi irreal con lectura universal vista por Luis, ese niño de siete años que descubre la vida, la violencia del narcotráfico, la violencia patriarcal y el mundo de los adultos.
La imagen de un lujoso sofá, invadido por las gallinas en un miserable entorno, resume bien esa realidad que sin conocer el contexto político y social puede parecernos surrealista.
Evacuación de una escuela, niños y familias aterrorizadas que se encierran en sus casas hasta que acaba el tiroteo. Tras un ataque de los narcotraficantes contra un rico propietario asesinado junto con su esposa, la gente del lugar participa en el saqueo de la incendiada propiedad. El padre de Luis recupera un lujoso sofá y emprende con su hijo un viaje hasta la ciudad más próxima para intentar venderlo.
Ese viaje en bicicleta con el sofá a cuestas será iniciático para el niño que descubre en el comportamiento de su padre no solo la mentira, el robo o la injusticia en boca de los adultos, sino también la sexualidad, el machismo y la violencia de género en una sociedad patriarcal impregnada por la corrupción.
Gael Vázquez, excelente actor a su temprana edad, fue escogido entre los niños del lugar en un taller de preparación al casting. El trabajo de Cardozo con los niños es admirable y acompaña con un tono naturalista esta ficción que incluye la iniciación a la vida de Luis y la relación con su padre. Un padre, ladrón de sofás que no de bicicletas y que trasmite a su hijo su propia educación machista, para defenderse en un mundo hostil.
Como lo explicaba Diana Cardozo en el debate en París, tras la proyección de su película, el contexto real es el de una zona de México muy peligrosa, «balcanizada» por la violencia incontrolada de bandas de narcotraficantes que asesinan y violan impunemente a hombres, mujeres y niños, y amedrentan a la población favoreciendo al mismo tiempo los saqueos y robos entre vecinos. La violencia del narcotráfico crea así una base social de gentes cómplices por omisión, en ese mundo en el que rige la ley del silencio.
Su película y sus niños jugando a descubrir cadáveres, o desafiando a la muerte cuando el tren entra en el pueblo, sin barreras de seguridad, me han hecho pensar en los niños de «Little Palestina» de Abdallah Al Khatib (2022) en el campo de Yarmouk. Como ellos, representan esa infancia maltratada en numerosos países pobres o víctimas de la guerra, ante la hipócrita indiferencia del mundo «desarrollado». La lectura del mensaje es evidentemente universal.