Varias veces hice la ruta de Borges en Ginebra, en esta ocasión, en el aniversario de su muerte el 14 de junio de 1986, porque deseaba profundizar en algunos aspectos, e invité al profesor de literatura americano suizo Edward Bizub, quien ha escrito el interesante libro «Borges en el laberinto» , para conocer con más detalles el tiempo de la adolescencia que el escritor argentino compartió en Ginebra con su familia.
Bizub me cuenta: «La familia Borges llegó en abril de 1914 a Ginebra, se instaló en la Rue Malagnou. Norah, la hermana de Borges, parece que estudio en la Escuela de Hodler y como Hodler murió durante esa época, el joven Borges pudo haber asistido a sus exequias.
Las razones por las cuales el padre vino a Ginebra fueron varias, si bien necesitaba un especialista para sus ojos, tenía otra razón primordial, deseaba darle a su hijo una educación esmerada e internacional, que Argentina no proveía. Además, es verdad que la guerra de Europa, había comenzado.
Ya que te interesa saber sobre la educación y nombraste la Ecole Calvin, en la Vielle Ville, inmediatamente lo inscribieron en esa escuela, en un grado inferior, puesto que Borges parece que mintió con respecto a su edad, dijo, haber nacido en 1900, cuando en realidad nació en 1899. Era el más alto de la clase, y el de mayor edad, la razón de esta inscripción puede haber sido darle oportunidad para aprender bien el Francés».
Le comento a Ed, que recordaba cuando Borges nos hablaba en el curso sobre Literatura Inglesa en la Universidad de Buenos Aires, sobre su estancia en la Escuela Calvino. Lo consideraba uno de los momentos más felices de su vida, había descubierto la amistad y la filosofía alemana.
Edward continua: «Lo interesante es que esos años en Ginebra fueron felices para Borges, no obstante hubo nubarrones. La familia, luego, se instaló en Lugano y más tarde, en España, donde Borges afianzó sus lazos con la literatura, integrándose al mundo cultural español. Allí, comienza a asumir su identidad argentina y cuando llega a Buenos Aires se produce un auténtico encuentro con su patria y se va esfumando la imagen de Ginebra, se proyecta como el escritor argentino que tendrá perspectiva internacional».
Recuerdo los comentarios de Borges, en las clases o cuando lo acompañaba a su apartamento en la calle Charcas. A veces, se refería al barrio de Palermo, a los compadritos, a sus visitas a la casa de Evaristo Carriego, con su padre, y es allí donde aflora la conciencia del ser argentino de Borges, además del contacto con la ciudad de Buenos Aires.
Ginebra es la amistad, la filosofía, y es también el descubrimiento del sexo. El profesor Bizub me habla del cuento «El otro», en el que Borges se encuentra con el Borges de su juventud, y del trauma emocional que fue para el escritor compartir la misma maitresse de su padre, algo que yo sabía por Maria Esther Vázquez, gran amiga de Borges y de la familia.
Le pregunto a Bizub por qué el libro se llama «Borges y su laberinto».
Me explica: «El laberinto ha dominado la vida de Borges. Cuando le preguntaron si en el libro de un autor se podía leer el texto y la vida del autor, Borges lo afirmó. He tratado de seguir ese laberinto que atraviesa toda su obra. Él tuvo conocimiento del mito del minotauro cuando era pequeño. Ovidio habla del laberinto como la estructura de la vergüenza, y yo me hice la pregunta de si no hay algo de vergüenza en relación con el laberinto, en la obra de Borges. Él comenta que siente vergüenza de no haber realizado el destino de sus ancestros, hombres valientes, que lucharon por la independencia del continente americano».
Le comento que Borges, a su manera, fue un guerrero de las letras, un revolucionario, un transgresor de la literatura y un avanzado con temas nuevos, distintos, audaces…
Para Ed, el laberinto borgiano oscila entre Ginebra y Buenos Aires, y el libro de Bizub ilumina ese extraño enlace.
Nos despedimos, mientras atardece en la Vielle Ville.
Pienso en Borges afilando la palabra para dar la cuchillada al verso. Cuando lo acompañábamos a su departamento, lo escuche, varias veces: «Por favor, repítame el texto» . Hacia repetir el poema que estaba elaborando, hasta encontrar la palabra justa. Yo viví ese instante creativo… Borges forzaba el español, lo ceñía, era un compadrito revoleando el lenguaje como si fuera un facón.
Voy en busca de la calle donde vivió esos años juveniles, entre abril de 1914 a junio de 1918. Retorno en busca de la Ecole Calvin. Un grupo de estudiantes camina hacia ella y les pregunto si en esa escuela estudio Borges. Los chicos se miran, se ríen, no saben. Solo uno me contesta: «Si, aquí estudio Jorge Luis Borges, el escritor argentino».
«¿Lo leíste?»-le pregunto. El muchacho apenas me contesta: «Me gustan sus poemas». Y se alejan riendo y charlando por la explanada.
¿Volver a Ginebra para morir?
Borges volvió a Ginebra para encontrarse con sus amigos: un médico, un librero y Maurice Abramowics, un abogado de origen judío que recuerdo Borges nombró alguna vez en clase. Como venía a dar conferencias a Europa y a recibir premios, Ginebra era lugar de cruce de caminos y de recuerdos. Su última visita a la ciudad fue en 1985. ¿Vino a morir?
Me extraña porque le oí en ocasiones hablar de la tumba en Recoleta, de sus ancestros y de que deseaba descansar allí.
Recuerdo muy bien el día de su partida de Buenos Aires. Mi amiga, la agregada cultural de la Embajada Suiza, me llama para avisarme que Borges se va de la Argentina: «Estuvo en la Embajada arreglando todo. Mañana se va de incógnito a Ginebra. Esta muy enfermo, Adri, se lo mucho que lo aprecias».
Unos días antes lo había visto en el Hotel Dora, un tanto fantasmal, pero me acerqué a saludarlo, a recordarle sus maravillosas clases. «Hace tanto tiempo» me dijo… No pensé jamás que era una despedida. Sí pensé en lo que me había dicho un periodista sobre el cambio de testamento donde María Kodama quedaba heredera de todos los bienes y derechos de autor.
La noticia estalla y Borges ya está en Ginebra. Se aloja en la Vielle Ville, la ciudadela histórica, en el número 28 de Grand’Rue.
Al llegar a Ginebra, a los pocos días, se casa vía Paraguay con María Kodama, de una manera poco protocolaria y críptica.
Al poco tiempo lo internan en el Hospital Cantonal de Ginebra, la semana del 12 al 22 de enero, y luego, entre el 26 de enero al 17 de febrero. Muere el sábado 14 de junio de 1986.
En ese momento yo era funcionaria de la Secretaría de Cultura de Argentina, me llamaron para que me ocupara de la lápida para la tumba de Borges, sabiendo que había sido su alumna y Borges me conocía. La escultura debía ser despachada cuanto antes, para el sepelio en Ginebra, porque Borges sería enterrado en Plainpalais.
Aún no habíamos superado su muerte y ya estábamos en su entierro. El expediente llegó a mis manos.
La tumba tendría una piedra rúnica de forma irregular realizada por el escultor Eduardo Longato. El artista me llama, me agradece el trámite y me pide que antes que la obra se vaya, pase por el estudio a verla, que lo haga ¡YA!
Tomo un taxi y me doy cuenta que estoy en Palermo a pocas cuadras de la Casa de Evaristo Carriego. La casona tiene un largo corredor y la puerta del fondo es el estudio. Me abren y paso. Hay tres puerta cerradas y el ayudante abre las persianas de un cuarto.
Junto a la piedra rúnica vi a Borges. Fue un instante. Un instante sobrecogedor.
La piedra tenía unas inscripciones y era impresionante en ese cuarto vacío. Al día siguiente, la escultura salía para Suiza.
Mi amigo, el historiador y vicepresidente de la Asociación de Guías de Suiza Ariel Haermmerlé, escritor de varios libros sobre Ginebra, me cuenta que el sepelio fue importante por la cantidad de notables y de la prensa internacional.
Para terminar mi recorrido borgiano en Ginebra, recorro nuevamente la Vielle Ville, camino por la cuadra donde se alojó, en la esquina, hay un restaurante donde solía comer. Hablo con un mesero que no quiso darme su nombre pero me mostró la mesa: «Aquí se sentaba. Era muy discreto. !Claro que lo conocíamos !Fue un honor.»
Bajando la citadela, paso por Four Bourg, y busco el parque de Los Reformadores, allí en una banca, Borges se sentó a observar el mural escultórico. Visito el Archivo donde me muestran los recortes y fotos de su sepelio. Me dirijo al cementerio.
El Cementerio de Plain Palais se encuentra sobre la Calle de los Reyes, fue fundado en 1482, a raíz de una peste durante la Edad Media. Es un jardín verde con árboles y una calma agradable en medio de la ciudad. Veo la piedra de la cual me ocupé para que viajara a este destino y siento una emoción inexplicable. Me parece oír la voz de Borges recitándonos aquel poema de la batalla de Maldon…
Incluyo en mi ruta sobre el poeta una visita a la Fundación Martin Bodmer, biblioteca patrimonial, diseñada por el arquitecto Mario Botta, que ofrece una colección de libros de Borges. Me atienden muy amablemente y me muestran la vitrina donde están las ediciones del escritor.
La ruta de Borges no acaba en Ginebra, es el inicio hacia su obra y poesía. Somos iniciáticos y somos los conjurados, en esta ruta hacia la literatura borgiana, la literatura que fue el gran amor de Borges, y que nos ofreció, a quienes fuimos sus alumnos, y que cultivó en su adolescencia, en su «patria íntima»: Ginebra.
«De todas las ciudades del mundo
Y de todas las patrias íntimas
Que un hombre busca merecer
En el transcurso de sus viajes
Ginebra me parece
La más propicia
A la felicidad»