Dos libros recientes resumen la historia del pop-rock y la canción protesta
En 1955, cuando en la música popular americana triunfaban las canciones de Doris Day, las baladas de los crooners al estilo Perry Como y los temas jazzie de Frank Sinatra, en las listas de éxito que ese mismo año había comenzado a publicar la revista “Billboard” entró tímidamente, en el número 58, “Rock Around the Clock” de Bill Haley & The Comets. A la semana siguiente ya estaba en el numero 1, desbancando a “Love is a Many Splendor Thing” de los Four Aces, una de esas baladas corales que por entonces gustaban a los jóvenes blancos norteamericanos, un tema que aún hoy se sigue versionando.
“Rock Around the Clock” puso patas arriba el mundo de la música popular. Fue una conmoción absoluta, como demostró la primera gira del grupo, a cuyos conciertos acudían miles de personas. Haley había tenido el acierto de mezclar los ritmos de la música negra con el country, y el resultado fue un nuevo género que era diferente a todo lo que se había escuchado hasta entonces. Había nacido el rock and roll. En ese momento comenzaba una revolución musical que se prolongó a lo largo de todo lo que quedaba del siglo XX.
La historia la cuenta el crítico Bob Stanley en uno de los libros más completos sobre el fenómeno: “Yeah!, Yeah!, Yeah!. La historia del pop moderno” (Turner).
Una revolución cultural
Dice Bob Stanley que el rock and roll vino a salvar las brechas que después de la II Guerra Mundial separaban a las culturas de Gran Bretaña y los Estados Unidos, a los jóvenes de los adultos, a los blancos de los negros. Esto último ya se venía registrando en otras manifestaciones culturales, como la literatura de James Baldwin (“Ve y dilo en la montaña”) y el cine de Richard Brooks (“Semilla de maldad”).
Pero el rock and roll también recortaba las diferencias entre el arte y el comercio y tendía puentes entre la alta cultura y la cultura de masas.
Para su total expansión sólo faltaba un ídolo que fuera blanco y que añadiese algo inédito a la puesta en escena, diferente a la violencia que manifestaban los primeros rockers en sus conciertos. Elvis Presley apareció entonces añadiendo un componente sexual, convirtiendo sus actuaciones en la escenificación erótica que estaban pidiendo los seguidores del nuevo género. Por si fuera poco, en las caras B de sus singles incluía baladas que enlazaban con los gustos de la época anterior y sumaban al carro a los aficionados de las generaciones precedentes. Eran canciones sensibleras, de letras cursi, pero hay que admitir que en el fenómeno Elvis, tan importantes como “Hount Dog” o el “Rock de la cárcel” fueron “Are You Lonesome Tonight” y “Love Me Tender”.
El rock and roll empezó a expandirse con nombres que llevaron la nueva música a todos los rincones del mundo: Jerry Lee Lewis, Buddy Holly, Little Richard, Bo Didley, Gene Vincent,… Pero la fiebre terminó bruscamente a finales de la década con las muertes de Buddy Holly y Eddie Cochram y la desaparición de los escenarios de Chuck Berry, Jerry Lee Lewis y Elvis.
Gran Bretaña, capital del pop
Por aquellos años en Gran Bretaña triunfaba el skiffle, un ritmo musical que practicaba un cantante llamado Lonnie Donegan, cuyo éxito sin precedentes provocó que en todas las ciudades del país aparecieran montones de grupos practicantes del género. Al mezclarse con el rock and roll que llegaba de los EE.UU dio como resultado un rock británico diferente al americano, con el que triunfaron Tommy Steele, Billy Fury, Vincent Taylor, Cliff Richard y el grupo instrumental The Shadows.
El testigo del rock and roll lo recogió a principios de los sesenta un grupo que en sus primeros discos había mezclado el skiffle con aquellos ritmos que venían de América, el rock and roll por supuesto, pero fundamentalmente el rithm and blues, con algunos de cuyos temas hacían versiones francamente originales. Se hacían llamar The Beatles. En su tercer álbum, “Qué noche la de aquel día”, todos los temas ya eran suyos, algo sin precedentes en el pop.
La nueva fórmula tuvo resultados aún más espectaculares que los del rock and roll y The Beatles se convirtió en el grupo más importante de la historia de la música pop y, como consecuencia, Gran Bretaña, durante los sesenta, fue la Meca de la nueva música, donde las revistas musicales (“Melody Maker”, “New Musical Express”) vendían un millón de ejemplares a la semana, los programas de televisión (“Ready, Steady, Go”, “Top of the Pops”) eran seguidos por millones de fans y las ventas de los discos no paraban de subir.
El sueño se prolongó hasta 1970 pero dejó una estela de formaciones impagables: Searchers, Billy J. Kramer, Hermann Hermits, Dave Clark Five, los Kinks… ¡¡¡y los Rolling Stones!!!, supervivientes aún de aquella era dorada, gracias al tratamiento que dieron, y aún siguen dando, al rithm and blues fuerte, con mejor fortuna que otros coetáneos que entonces practicaban un estilo similar, como los Animals o los Moody Blues.
La diferencia estaba en su imagen antisistema y en las letras de sus canciones, que hablaban de la insatisfacción y de las frustraciones de los jóvenes, y que criticaban abiertamente al poder. Con ellas se convirtieron en la fuerza más irresistible del pop y aún ahora, superados ya los setenta años de edad de algunos de sus componentes, el grupo continúa transmitiendo esa fuerza desde los escenarios, algo insólito.
El contraataque americano
Mientras el mundo vivía de las canciones de los Beatles y sus derivados, en los EE.UU la música negra ocupaba cada vez mayores cotas de espacio. El soul, que había nacido en la década anterior, cuando Sam Cooke cambió el espiritual negro por la música profana, produjo algunos de los éxitos más espectaculares de la historia del pop y llevó a los músicos y cantantes negros a los primeros puestos en todo el mundo. Carla Thomas, Sam & Dave, Otis Redding, Ray Charles, Aretha Franklin, Curtis Mayfield, Gladys Knight y James Brown llenaban las arcas de Stax, King y Atlantic Records, las discográficas más poderosas del género. Por su parte la Tamla Motown de Berry Gordy lanzaba a Four Tops, Stevie Wonder y Diana Ross & the Supremes.
Al fenómeno beatle, América respondió en su mismo estilo con las grabaciones de Simon & Garfunkel (“dúo con nombre de funeraria –escribe Stanley- cuyos componentes irradiaban tanta alegría como un establecimiento de ese ramo”) y sobre todo de los Beach Boys, la cara festiva de una música de la que se había adueñado el movimiento hippie de la costa oeste, elaborado entre vapores de LSD: Lovin Spoonfull, Grateful Dead, Jefferson Airplane, The Mamas and the Papas, que recogieron y expandieron las influencias del folk-rock, un nuevo género que había puesto en circulación un joven progresista llamado Bob Dylan. Dylan era un cantante folk puro, de la cuerda de Pete Seeger, Phil Ochs y Woody Goothrie, que se atrevió a electrificar sus instrumentos en los conciertos y en las grabaciones, con las que emergió con una fuerza inusitada en el panorama de la música popular. Hermético, independiente, autodidacta, gracias a sus letras se vio convertido de pronto en el portavoz de una juventud desencantada.
La mezcla entre el folk rock y la sicodelia hippie produjo en Europa fenómenos como el de Jimi Hendrix y Pink Foyd e influyó en los Beatles de “Sargeant Peppers”. La década terminó con dos acontecimientos protagonizados por los dos grupos más importantes del mundo: la disolución de los Beatles y el asesinato de un joven durante una actuación de los Stones en el festival de Altamont, un hecho que hundió la utopía pacifista hippie iniciada en el de Monterrey. “American Pie”, de Don MacLean vino a certificar el fin de la era dorada.
Los setenta y los ochenta: en busca del tesoro
La década de los setenta nació entre el hard rock de Led Zeppelin, Black Sabbath y Deep Purple y las baladas de Gilbert O’Sullivan, Elton John y Rod Stewart, mientras el glam rock de Marc Bolan, David Bowie, Roxy Music, Alice Cooper y las New York Dolls aspiraba a ambos lados del Atlántico a ocupar el vacío dejado por los Beatles.
La década estuvo marcada por la desorientación y la búsqueda de nuevos sonidos: el reggae de Bob Marley, el soul electrificado de Sly & The Family Stone, el sofisticado de Isaac Hayes y Barry White, mitad hablado mitad cantado, el rock progresivo (Who), el sinfónico (Yes, Emerson, Lake & Palmer), el minimalismo de Mike Oldfield, y las diversas variantes que encarnaban King Crimson, Jethro Tull y los nuevos Pink Floyd.
Algunos grupos como MC5 trataban de encontrar el nuevo sonido en las raíces del rock mientras el público más joven seguía a los Jackson Five, los Osmonds y David Cassidy. Lo demás se movía entre la vía comercial marcada por ABBA en el festival de Eurovisión y la resurrección del country (Brenda Lee, Lynn Anderson, Linda Ronstadt) y su variante rockera (Eagles, The Band, America, Crosby, Stills Nash y Young).
La música disco irrumpió de pronto con un viejo grupo de los sesenta adaptado a la nueva moda, los Bee Gees, que tuvieron una segunda vida gracias a la banda sonora de la película “Fiebre del sábado noche”. Los cantautores, por su parte, seguían la línea marcada por Dylan: James Taylor, Carole King, Joni Michell. Entre todas estas corrientes tal vez lo más novedoso fueran los hallazgos de Fleetwood Mac.
En los años de tránsito entre las dos década aparece por fin el nuevo fenómeno que iba a agitar otra vez el mundo del pop-rock, el punk, que nació con los Ramones, Blondie y Patti Smith Group, tomó cuerpo en clubes marginales a los que asistían jóvenes vestidos con chupas de cuero, vaqueros raidos y camisetas ajustadas, a quienes les gustaba escuchar la música a todo volumen.
Los profetas de este nuevo movimiento fueron los Sex Pistols, que se movían entre el intelectualismo de vanguardia, a rebufo de los situacionistas de Guy Debord, la filosofía del ‘do it yourself’ y las reivindicaciones de la clase obrera, enfundado todo ello en una imagen dura y agresiva. El punk, que no tenía ansias de poder (de ningún poder), se vino abajo cuando, a causa de la provocación que suponía su enfrentamiento al orden establecido, los medios de comunicación comenzaron a culparlo de todas las lacras de la sociedad británica. Dejaron tras de sí una huella importante en grupos y solistas como Clash, Police, Elvis Costello y los americanos Hertbreakers.
This is the end
Bob Stanley afirma que el pop terminó con la desaparición del disco de vinilo. “It Must Have Been Love”, de Roxette, fue el primer CD que llegó al número 1, en 1989. La informatización de la música, el artificio del sampleado y las mezclas de estudio cada vez más sofisticadas, el protagonismo de los técnicos de sonido y los DJ’s sobre los compositores e intérpretes, dieron lugar a la aparición de una miríada de estilos, géneros, movimientos, tendencias, todas ellas efímeras, que alumbraron grupos y cantantes, casi todos de un solo éxito, frutos del artificio y la mercadotecnia. Al post-punk (The Fall, Joy Division) siguieron el hard core de REM y su variante happy hardcore, el electropop de influencia alemana (Kraftwerk) de Depeche Mode y Maniobras Orquestales en la Oscuridad, el new pop de Human League, Culture Club, Duran Duran y Boy George, el freestyle lanzado por la cadena MTV (la cadena propiedad del exguitarrista de los Monkees Michael Nesmith), que impulsó a Prince y Madonna, el heavy metal de Bon Jovi y Aerosmith, el fenómeno indie (Cabaret Voltaire), el house y su variante acid house, el tecno, las nuevas baladas de Bryan Adams, Celine Dion y Kylie Minogue, el rave de KLF, el hardcore de Annie Lennox y Terence Trent D’Arby, el jungle, el drum’n’ bass, el handbag house, el garage y el dubstep… Toda una corriente sobre la que circulaban sin descarrilar las canciones de Michael Jackson y Bruce Springsteen.
El penúltimo aliento fue el hip-hop, un ritmo machacón, heredero del rap, sobre el que se declaman monólogos inspirados en los toasters jamaicanos. Sylvia Robinson y Sugarhill Gang fueron los Bill Haley & The Comets del hip-hop. Def Jam convirtió el género en una gran potencia comercial. Con sus canciones hip-hop Public Enemy influyó en las cuestiones raciales como nadie lo había hecho desde de los Panteras Negras. El hip-hop, nacido en los suburbios negros de las grandes ciudades, ha convertido a sus estrellas en los últimos supermillonarios de la música y el espectáculo del pop, con grandes mansiones de lujo en los barrios más elitistas de Hollywood y los coches más caros y espectaculares del mercado.
El punto final a la historia vendría a ponerlo el grunge de Hüsker Du y los Pixies, pero sobre todo de Nirvana, de Kurt Covain, el grupo alternativo que tuvo el mayor éxito meteórico de la historia. Fue el último callejón del pop, esta vez sin salida, tanto en lo musical como en lo ideológico.
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