Larrain y Jodorowsky, poesía y cine chileno en la Quincena
En esta edición 2016 del Festival de Cannes en la que el cine latinoamericano brilla por su escasez en la competición oficial, la Quincena de realizadores, ha presentado en su programación las obras de dos cineastas chilenos: Pablo Larrain y Alejandro Jodorowsky. Uno y otro son asiduos visitantes de esta sección paralela del festival, creada por la sociedad de realizadores en Francia, después de los acontecimientos de mayo del 68.
Uno joven chileno del interior y el otro veterano del exilio parisino, y ambas películas nos hablan de la poesía, pero desde ángulos y con tratamientos muy diferentes. De Pablo Neruda a Alejandro Jodorowsky el alma chilena se ha paseado este fin de semana por el paseo marítimo de Cannes.
Con “Neruda”, Larrain es la tercera vez que es seleccionado en la Quincena, donde se destacó con “Tony Manero” 2008 y con “No” 2012, también otros festivales le seleccionaron: “Post mortem” en Venecia 2010, y “El club” 2015 ganadora del Oso de plata en Berlín. Todas ellas las vimos en España en el marco de Horizontes Latinos en el festival de San Sebastián.
Jodorowsky, artista polifacético cineasta y poeta es un chileno de Paris desde 1953, autor de clásicos tan venerados como “El Topo” 1970, “La montaña sagrada” 1973, o “Santa sangre” 1989, estuvo ausente del cine durante 22 años antes de volver a la Quincena en 2013 con “La danza de la realidad” y ahora con “Poesía sin fin”.
Larrain y la leyenda
de Neruda
“Neruda” sexto largometraje de ficción del chileno Pablo Larraín, es un anti biopic, o anti biografía cinematográfica estilo Hollywood, coproducción de Chile con Francia, España y Argentina, en la que el director y su guionista Guillermo Calderón han creado una ficción en torno a la leyenda del célebre poeta comunista chileno Pablo Neruda, pero centrada en un episodio de su vida en 1948, cuando paso de la clandestinidad al exilio.
Cuatro años después de terminada la segunda guerra mundial y como un negro presagio de lo que más tarde sería el futuro político de Chile, en plena guerra fría el gobierno del presidente Gabriel González Videla decide la persecución de las organizaciones sindicales y de izquierdas, lo que obliga al senador comunista Pablo Neruda a pasar a la clandestinidad y luego al exilio.
El artificio del guión, que a mi juicio no resulta convincente a cien por cien, consiste en poner el relato en boca del policía fascista -interpretado por el mexicano Gael García Bernal– el hombre que intentó sin éxito capturar al célebre fugitivo.
Como el ratón y el gato, el afamado Neruda y su perseguidor el anónimo Oscar Peluchoneau, se desplazan como en un road movie, de un lugar a otro, mientras que el poeta escribe en esa época su conocido “Canto general” y sus poemas más políticos, militantes y comprometidos. La persecución y la tensión funcionan bien en su primera mitad, pero decaen sin embargo en su desenlace y conclusión.
Ese acoso y esa huida de Neruda, como en una ficción policiaca, son el pretexto para Larraín de evocar la atmósfera del Chile de la época, cuando ya era militar de carrera el futuro Augusto Pinochet, pero también esbozar la personalidad y contradicciones del senador y poeta, conocido por su brillante retórica y sus costumbres libertinas.
El actor chileno Luis Gneco es el intérprete de Neruda, y según los especialistas ha logrado reproducir en su actuación muy natural, no solo los gestos del poeta sino su forma de hablar y de recitar poesía.
Jodorowsky exuberante poeta sin fin
“Poesía sin fin” más que una película que habla de poesía, es “un acto poético en si”, como lo ha dicho en la presentación en Cannes el propio Alejandro Jodorowsky. A sus 87 años de edad, la vitalidad intelectual y la integridad ética de este artista chileno afincado en París sigue intacta, como cuando hace más de cuarenta años presentaba “l Topo” o “Santa Sangre.
“Lo importante en el arte, como en el cine, es el acto de la creación, lo importante -afirma Jodorowsky- no son los frutos que la obra puede dar, sino la obra en sí, el acto de crear… si uno piensa en ganar dinero o en el resultado que va a dar, la obra artística pierde en intensidad”.
Tras su larga ausencia del mundo del cine y tras el fracaso comercial de su anterior película “La danza de la realidad” 2013, Jodorowsky no ha tirado la toalla y reincide ahora con una nueva y exuberante obra, perseverando en la misma concepción estética y como en aquella inspirándose en su infancia y juventud en Chile, pero esta vez a mi entender de forma más precisa, menos dispersa y por lo tanto más eficaz y contundente.
Diez mil personas han participado con sus donaciones a la producción de esta película, en la que los hijos del propio Jodorovsky, Adam y Brontis, interpretan los papeles de su padre y de él mismo en la ficción.
Ajusta de nuevo cuentas Jodorowsky con sus padres y sobre todo con la autoritaria figura paterna, con esa patria fascista de los años 30 y 40, en ese difícil periodo en que en su obsesión por ser poeta y escritor, tuvo que cortar el cordón con los suyos y con su país, para echar su suerte con los poetas, los saltimbanquis, los artistas, los bailarines, los lisiados, los enanos, los payasos, los pintores y los marginales del mundo entero, lo que le condujo al exilio parisino. Toda esa gente que su padre calificaba de “maricones”.
Jodorowsky se cita a sí mismo y aparece también en esta ficción deliberadamente irreal, extravagante, de luminosos colores en donde opone la coherencia de la poesía y del arte cinematográfico a todas las opciones industriales y convencionales.
“He querido poner color a toda esa época y a esos tristes recuerdos que están grabados en mi memoria en blanco y negro” Afirma Jodorowsky.