En noviembre de 2001, en la piscina del Hotel Nacional de La Habana y con motivo del cumpleaños número 94 de Francisco Repilado, la empresa Habanos, S.A. perteneciente a Cubatabaco, que comercializa en todo el mundo los productos tabacaleros de la isla, le regaló al ilustre cumpleañero un humidor de habanos único.
Un humidor es una especie de caja muy especial donde se guardan los cigarros puros. Pero no se confundan, decirle caja sería cuando menos una irreverencia por no decir un sacrilegio; es un recipiente cerrado que permite una mínima ventilación manteniendo una humedad relativa constante dentro de él. A su vez cuenta con un artefacto que se llama higrómetro que mide la humedad y determina la adecuada para que el habano permanezca intacto. Por afuera alguno de estos humidores son verdaderas obras de arte en madera tallada y bisagras de metal reluciente.
Toda esta disquisición habanera es porque en esa particular ocasión ese humidor tallado contenía 156 tabacos Montecristo Nº 3 de una edición especial de solamente 1000 cigarros puros que incluía el rostro sonriente del homenajeado en las anillas. Por primera vez, la marca Montecristo, que es la marca más vendida de habanos en el mundo, incorporaba en su dilatada historia el rostro de un personaje insigne en sus vitolas. Pero es que el hombre con sombrero blanco y mirada jovial no era cualquier hombre, era nada más y nada menos que Compay Segundo. Y Compay Segundo había trabajado durante veinte años como torcedor en la fábrica de habanos Montecristo.
Un tal Francisco Repilado
Francisco Repilado, Compay Segundo para el mundo y sus alrededores, nació en noviembre de 1907 en el Oriente de la isla, exactamente en Siboney, una de las playas más espectaculares de Cuba, cerca de Santiago, la capital de la provincia del mismo nombre. Probablemente por directa influencia de su abuela, una esclava liberta que vivió ciento quince años, heredó Compay su afición tabaquista y su predisposición genética a la longevidad. Entre los oficios que desempeñó en su vida, además del de barbero, el de torcedor tabaquero es particularmente destacable ya que lo ejerció durante 20 años en la fábrica de habanos Montecristo.
El torcedor es a grandes rasgos y para no entrar en mucho detalle, la persona que se encarga de la confección de los cigarros puros utilizando instrumental y técnicas centenarias. La carrera de un maestro torcedor comienza con un aprendizaje de no menos de dos años al cabo de los cuales deberá pasar entre cinco y seis más para dominar el oficio. Nada sencillo ni breve como pueden ver. Pues el caso es que el joven Francisco, que para esa época no era todavía Compay ni tampoco era Segundo, ni trovador ni trovero, comenzó con la música al mismo tiempo que aprendía todo lo que hay que saber sobre el tabaco y sus artes.
En un ambiente musical con predominio natural del danzón, las habaneras y las guarachitas sus comienzos informales, es decir el oído y la guataca, fueron con la guitarra y con el tres mientras que los normativos y formales de notas y solfeo con el clarinete; y precisamente como intérprete de ese instrumento en la Banda Municipal de Santiago fue que hizo su primer viaje a La Habana a los 22 años, con motivo de la inauguración del Capitolio Nacional. Eran las épocas románticas del saludo con sombrero y galantes requiebros a las señoritas. Atmósfera que transmitiría Compay hasta el fin de sus días.
Cubanía
Definir lo que significa el término “Cubanía” es sin lugar a dudas un aspecto muy complejo que ni de coña se me ocurriría tratar de hacerlo en un humilde artículo sin pretensiones como éste; mi audacia a veces se desborda pero no llega a tanto.
Raúl Roa decía que la Cubanía era una palma vestida de guayabera. En todo caso podríamos decir que es ancha pero no ajena. En ella confluyen las notas de Lecuona y las melodías de Bola de Nieve, nunca del todo blancas, nunca del todo negras. Interviene lo hispano con más de 400 años de presencia directa e interviene lo negro con la fuerza de la africanidad llegada en fragatas de ignominia con cargamentos de mandingas y lucumís.
Son las páginas mágicas del Reino de este mundo de Carpentier envolviendo el arroz frito y las lumpias que zarpaban en bergantines colmados de culíes de los puertos de Cantón. Ajiaco especiado y sazonado con condimentos de cuatro continentes. Y es en definitiva, en su carácter dinámico y nutritivo, siempre actual y en transformación vital e imprescindible, alegoría y trazo de rebeldía y resistencia.
Hay de todo como en botica
Las definiciones en temas como este son como las opiniones: siempre hay una mejor que otra para cada hijo de vecino. Pero volviendo al tema que nos ocupa en este artículo lo que sí me atrevo a decirles es que si yo tuviera que asociar a alguien concreto, es decir, una persona específica a esa expresión y tomando la vertiente étnico musical o como sea que se llame eso, diría de inmediato que la Cubanía es Compay Segundo.
Armónico
La primera vez que vi un armónico y oí sus sonidos fue hace algunos años en el “Café de la Música” de La Habana tocado por el pana Chelito del grupo SantiagoHabana mientras saboreábamos unos daiquirís del más puro estilo clásico. Me pareció interesantísima aquella especie de guitarra de siete cuerdas con una de ellas repitiendo la nota sol, obteniendo un sonido muy particular y característico. Ahí fue que me enteré que la persona que había inventado aquel instrumento, mixtura entre el tres cubano y la guitarra prima de tríos, y con el que se lograba al mismo tiempo armonizar y puntear, era Compay Segundo.
Lo del invento instrumental fue en Santiago a mediados de los años 20 y no es de extrañar ya que Santiago de Cuba es una ciudad con la música impresa en su certificado de origen y en donde la trova, las congas y el son forman parte integral de su geografía urbana; de hecho el primer músico cubano oficial del que se tiene registro y noticia fue el santiaguero Miguel Velázquez, pariente del Adelantado y primer gobernador de la isla Diego Velázquez allá por el siglo XVI.
El caso es que por esa década de los 20 es que Compay se relacionó con personalidades de la música de la talla del viejo trovero Sindo Garay y el gran Ñico Saquito, que además de guarachero de postín era un beisbolista de guante excelso, de ahí el apodo de “Saquito”, porque las fildeaba todas con facilidad pasmosa. Y precisamente por eso, por su maestría en ese instrumento fue que Ñico lo invitó a entrar en su quinteto Cuban Star ya que le interesó para su banda el sonido de aquel bendito armónico desde que lo oyó por vez primera.
Con Ñico se fue para La Habana en el 34 y allí comenzó a tocar el clarinete con el grupo Matamoros con el que pasaría varios años. Pronto fundaría el dúo Los Compadres y Pancho Repilado se convertiría en Compay Segundo para entrar en la leyenda.
Siboney
A principios del siglo pasado los habitantes de Siboney eran contaditos y escasos y como los curas no querían que los muchachos se mantuvieran herejes, es decir, sin recibir el bautismo, pues al final todos terminaron siendo compadres y comadres de todos. Compays y comays pues.
En 1942 Compay, que formaba parte del Conjunto Matamoros, fundó en La Habana el dúo Los Compadres teniendo como base fundamental de su quehacer artístico la música de monteadentro de su región oriental, es decir, el propio son montuno. El paisano Lorenzo Hierrezuelo era el Compay Primo ya que hacía la primera voz y la guitarra prima y Francisco Repilado, quien tocaba el armónico y producía la segunda voz era el Compay Segundo. Se fueron a la estación de radio Rumbau (más tarde Cadena Habana) en La Habana vieja y el éxito fue inmediato, tanto así que firmaron un contrato con la disquera Panart y hasta participaron en la película que Manuel de la Pedrosa hizo para Proficuba en 1951 “Cuba canta y baila”.
Compay siempre fue trovador y sonero, lo que sucede es que EL SON era un amplio concepto musical genérico en el que estaba incluida una extensa gama de bailes y ritmos populares. Son se le decía incluso a una fiesta bailable. “Vamos p’al son de mi Compay Pancho” significaba que iban a una fiesta en casa del pana Panchín. También se le decía SON a la música que interpretaban pequeñas agrupaciones para los bailes de las gentes más humildes que no tenían acceso a los salones de pago y postín donde las orquestas interpretaban danzas, contradanzas y danzones. Hasta 1920 se le consideró como música de negros y de gentes de baja condición, solo la enorme popularidad de un grupo llamado “Sexteto Habanero” hizo que se fueran diluyendo de a poco los prejuicios sociales y raciales de esos años y fuera imponiéndose como la música bailable por excelencia en todos los salones de la capital.
Ry Cooder
En la calle Taboada Leal de Vigo, quedaba El Malecón, un local de música en vivo por donde pasaron las figuras más importantes de la música latina con especial acento en la salsa y la montuna. En el año 1995 en una noche particularmente desapacible de borrasca y lluvia como tantas que se suelen dar en el invierno gallego, tuve la ocasión de asistir y ver allí en persona por primera vez a Compay Segundo. Me sorprendió la aceptación, el enorme éxito y la interrelación que el santiaguero establecía con un público dos y tres generaciones más joven que, a priori, uno creería mucho más cercano al rock, al rap o a las armonías celtas.
Allí pude ver una vez más lo que significa una personalidad, un magnetismo y un atractivo que juntos y sumados dan lo que se suele llamar carisma y que se tiene o no se tiene; ni se compra en automercado y mucho menos se adquiere con receta. Para ese momento la fama internacional que le dio el Grammy y el disco de “Buena Vista Social Club” todavía no había llegado, faltaba poco más de un año. Pero no cabe duda que ya el éxito de Compay en toda Europa, y particularmente en España, era importante.
Por otra parte Ry Cooder, músico talentoso y sorprendente, ejecutante insigne de la guitarra slide que de hecho estuvo a punto de entrar en Los Rolling Stones y que si no lo hizo fue porque a él no le pareció lo suficientemente interesante. Artífice de discos excelentes y compositor de la música para películas emblemáticas como “Paris, Texas” por solo citar una, pues el caso es que si en algo tiene mérito el bueno de Ry es haber llevado a la vieja trova en general y a Compay Segundo en particular a una internacionalización impensable de no haber sido por su empeño y buenos oficios.
Chan Chan
“De Alto Cedro voy para Marcané, llego a Cueto voy para Mayarí”, con la mención de estas cuatro localidades de la provincia de Holguín comienza Chan Chan, a mi parecer una de las veinte mejores canciones del siglo pasado, al lado de cosas como Blowin in the wind de Dylan o Grandola Vila Morena de Zeca Afonso, por solo citar dos al azar.
Un son montuno sencillo y esplendido que en su propia simpleza poética y armónica lleva implícito toda la genialidad de su creador. Un tema al que le he oído al menos una docena de versiones sorprendentes, desde un arreglo en estructura de doce compases de blues del Delta hasta un country de Nashville, pasando por las excepcionales versiones de Ibrahim Ferrer y Eliades Ochoa y una muy particular del gran Charlie Musselwhite con un canto en cadencia y una armónica sureña que se te mete en el tuétano.
Compay Segundo decía que si viniera un ciclón de esos bien canallas y jodedores y se llevara todos sus números, el único que salvaría sería precisamente Chan Chan. Es una de esas canciones de excepción que hasta interpretada mal suena bien. Dicen las buenas lenguas que cuando Ry Cooder la oyó fue que decidió llevar adelante el proyecto Buena Vista Social Club y convenció después a su pana Win Wenders de filmar la historia.
Compay siempre dijo que no la compuso sino que la soñó, se despertó un día de 1987 con esas cuatro fulanas notas en la cabeza y les puso unos versos inspirados en un cuento infantil de cuando él era un chamo allá en Siboney. De cómo la mulata Juanica que estaba perdida de buena contoneaba su cuerpo moreno mientras tamizaba arena y a Chan Chan le daba pena.
No podía escribir sobre Compay Segundo sin dedicar un aparte a Chan Chan. Así no hubiera creado más nada, el solo hecho de haber parido o soñado o compuesto ese tema ya merecería ocupar el lugar que hoy ocupa en la historia de la música popular.