La Academia sueca concede a Bob Dylan el Nobel de Literatura por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana de la canción
En el filo entre las décadas de los cincuenta y los sesenta, en los Estados Unidos, una tradición iniciada por Woody Guthrie, Phil Ochs y Pete Seeger había conseguido hacer de la canción protesta un género con miles de seguidores, que acudían a los conciertos de estos cantantes para algo más que para corear las consignas de las reivindicaciones de la clase obrera. Lo hacían para escuchar unas canciones cuyo valor estaba en la letra más que en una música monótona y reiterativa, que había llegado a su agotamiento.
Bob Dylan llegó a este ámbito en un momento en el que se pedía a gritos que algo cambiase en el estilo de estos músicos pioneros. Lo hizo con unas canciones cuyas letras no eran tan expresivas y directas como las de sus antecesores, más bien herméticas y llenas de simbolismo e ironía e identificadas con la poesía de vanguardia, pero a las que acompañaban una música más expresiva y unas melodías que seguían las nuevas líneas marcadas por el pop rock.
Al principio, a su voz de varios registros, plañidera y desapacible según los cánones del momento, pero original para quienes exigían novedades, acompañaban una guitarra acústica y una armónica que él mismo se encargaba de tocar simultáneamente. Pero muy pronto advirtió que había que introducir nuevos instrumentos y sobre todo electrificarlos, para dar una nueva dimensión a las canciones de aquellos pioneros y llegar al público con más contundencia. Fue cuando desde sus propias filas le llegaron los calificativos más insultantes y cuando el movimiento de la canción protesta, que utilizaba el folk para hacer llegar sus mensajes, renegó de su música y de su figura al grito de ¡traidor!.
Dylan: prototipo de cantautor protesta
El cambio, sin embargo, no le libró de ser considerado para siempre como uno de los epígonos de aquellos cantautores que perseguían la revolución proletaria en el país más capitalista del mundo. Dylan cargó para siempre con el calificativo de cantautor protesta a pesar de que las letras de sus canciones se habían alejado definitivamente de las reivindicaciones obreras y marcaban distancia con todo tipo de demandas sociales y, sin abandonar totalmente la contestación, hablaban sobre todo de amor.
Ni siquiera la guerra de Vietnam le movió a componer algún tema contra aquel conflicto en el que morían miles de jóvenes norteamericanos, muchos de ellos seguidores de su música y de sus canciones, y sólo de vez en cuando arremetía contra las injusticias del sistema o protestaba los excesos del racismo.
Mientras su música se acercaba cada vez más al rock (“Subterranean Homesick Blues”) sus letras (“Another Side of Bob Dylan”), se alejaban cada vez más de la política y su imagen se iba pareciendo al de una verdadera estrella del rock, pasando del desaliño a las cazadoras y los pantalones vaqueros ajustados. De vez en cuando resucitaba el viejo Dylan del Greenwich Village: “Highway 61 Revisited”, de 1965, incluía “Like a Rolling Stone”, una pieza que iba a rescatarlo para el mundo de la contestación social mientras, en paralelo, con “Blonde on Blonde” continuaba demostrando su talento creativo.
Un accidente de moto en 1966 lo apartó durante unos años de la primera fila y propició un regreso al Dylan más auténtico y más pausado, el que quedó registrado en el álbum “New Morning” (1970). “Knocking on Heaven’s Door” se convirtió en uno de sus clásicos. “Blood on the Tracks” (1975), “Desire” (1976) y la trilogía “Time Out of Mind”, “Love and Theft” y “Modern Times” le devolvieron el prestigio perdido durante un tiempo errático.
Premio a una poesía
En contradicción con todos los zigzags musicales que experimentó a lo largo de toda su carrera, su evolución poética registró un progreso ininterrumpido desde los años del Village neoyorkino y las influencias de Kerouac y la beat generation. Desde que aquella compañera con la que vivía en Nueva York, Suze Rotolo, con quien se fotografió para la portada del álbum “The Freewheelin” (1963), le descubrió la obra de Rimbaud y le inspiró temas como “Don’t Think Twice, It’s All Right”, las letras de sus canciones, que nacían de un talento natural, se expandieron por el mundo a toda velocidad porque cada una de ellas contenía una consigna que denunciaba algún aspecto coincidente con las inquietudes de una juventud desencantada: “Blowin in the Wind”, “A Hard Rain’s a Gonna Fall”, “Masters of War”, “The Times They Are a Changing”, “Like a Rolling Stone”… eran, cada una de ellas, un acontecimiento mundial.
Desde 1970 cada disco de Bob Dylan era acogido con fervor por sus seguidores y con críticas, a veces bastante injustas, por quienes aún le reprochaban haberse desviado del camino verdadero. Lo que sí es cierto a pesar de todo lo que pueda decirse, es que las letras de sus canciones, ya hablen de amor, de odio o de venganzas, son, independientemente de su música, verdaderas piezas de alta poesía contemporánea. Y eso es lo que seguramente tuvieron en cuenta quienes han decidido la concesión del Nobel de Literatura.
Enlaces: