La Fundación La Caixa presenta en Madrid La Modernidad anhelada, una retrospectiva del pintor catalán Ramón Casas, que cubre los años del periodo modernista, desde los años ochenta del siglo XIX a la primera década del siglo XX.
Una de de las grandes figuras del movimiento artístico conocido como Modernismo fue el pintor Ramón Casas i Carbó, nacido en Barcelona en 1866, un tiempo de grandes cambios en una sociedad agitada por la revolución industrial. Era el fin de una era y el comienzo de otra. Esa fue la clave de la modernidad de la que Ramón Casas fue uno de sus grandes cronistas.
El modernismo es el movimiento artístico figurativo que mejor refleja a una sociedad en cambio radical: su decadentismo, su vocación innovadora visible en la transición del coche de caballos al automóvil, el ferrocarril, la aparición de las primeras bicicletas, la fotografía, el cine, la maquinaria industrial tan importante en la Cataluña textil, los comienzos de una clase trabajadora consciente y luchadora, la aparición del sindicalismo, el abuso de los poderosos, la situación de la mujer en las distintas esferas sociales, la regalada vida de la alta burguesía y la aristocracia, etc.
Ramón Casas nació en Barcelona en 1866, en el seno de una familia acomodada. Desde niño se sintió atraído por el arte. El apoyo familiar a su vocación posibilitó que a los once años ingresara en el estudio de Joan Vicens Cots y que a los quince fuera a París para estudiar en la escuela de arte privada más prestigiosa del momento, la del pintor Carolus Duran, en la que adquirió su lenguaje ecléctico. Tuvo el privilegio de vivir en directo la transformación de Barcelona que desembocaría en la Exposición Universal de 1888, una auténtica ciudad de los prodigios y puerta de entrada a la modernidad; presenció la Exposición Universal de París de 1889 con su monumento fetiche, representativo de la nueva sociedad industrial, la Torre Eiffel; París celebró otra Exposición Universal en 1900. Para ésta, Casas se estableció en París de marzo a octubre, con objeto de vivirla, dibujarla, pintarla y dedicarla un número doble en la revista artístico – literaria Pél & Ploma, (Pelo y Pluma) fundada por él mismo como editor el año anterior, 1899, y por su amigo Miquel Utrillo.
Casas fue un testigo muy atento del tiempo en que vivió. Su situación acomodada le facilitaba su participación activa en la vida social de Barcelona, París y Madrid. Vida bohemia sin problemas económicos, fiestas, viajes, exposiciones, proyectos, círculos intelectuales, premios, en todo ello se movía como pez en el agua, pero su máximo interés estaba enfocado en la experimentación pictórica. No sorprende que los ingredientes presentes en su vida hicieran evolucionar su obra por otros derroteros en ese cambio de siglo europeo que iba a marcar la estética de la cultura modernista. No obstante, las nuevas ideas de libertad y radicalidad chocaban con el conservadurismo de la clientela burguesa que podía adquirir sus obras, por lo que su interpretación de la realidad social fue epidérmico. En este aspecto pudo ser y no fue un revolucionario.
El retrato
El retrato fue el tema que Casas cultivó recurrentemente a lo largo de su vida. Solo entre 1899 y 1909 produjo alrededor de doscientos retratos de su numerosa familia, así como de sus amigos artistas, escritores, intelectuales y políticos. Las mujeres también posaron para él. La familia siempre fue un tema excepcional, era una familia piña, compuesta por sus padres, hermanas y cuñados, sobrinos etc. Su galería de retratos es impresionante. Cabe destacar la estrecha amistad que le unió a Santiago Rusiñol, Pere Romeu y Miquel Utrillo, desde los años ochenta del XIX, ampliamente documentada en la muestra. Un cuadro singular, el Rusiñol y Casas de 1880, pintándose mutuamente, firmado por ambos, como prueba de su amistad. En el modernismo catalán, la costumbre de pintarse unos a otros creó un efecto espejo que años más tarde se convirtió en el proceso inverso, cuando la obra de Casas fue el espejo en el que se reflejó la obra de la generación siguiente. Así como Casas recibió la influencia estimulante de Toulouse Lautrec a partir de 1900, más tarde fue un joven Pablo Picasso quien mostró la influencia de Casas en su obra barcelonesa.
Casas fue un extraordinario dibujante de retratos, de familiares y personajes de la época. Muchos se publicaron en la revista Pél & Ploma y se expusieron en la cervecería Els Quatre Gats y en la Sala Parés en 1899 y 1900. Los dibujos seleccionados para la exposición forman parte de la magnífica crónica de la sociedad catalana que representaron.
La bohemia y el progreso
Els Quatre Gats se abrió en 1897 en los bajos del edificio Martí del arquitecto modernista Josep Puig y Cadafalch en la calle Montsió, en el centro de Barcelona. En los seis años que estuvo abierta se convirtió en el referente del modelo cultural alternativo, incentivador de la libertad creativa en el arte y en las costumbres. Además de exposiciones de arte se llevaron a cabo actividades populares como el boxeo, las sombras chinescas o el teatro de marionetas. Los tres bohemios, Casas, Romeu y Rusiñol, fueron los impulsores de la parte artística, que implicaba poner en evidencia la crisis del sistema artístico imperante, incapaz de adoptar las dinámicas vanguardistas imparables a las puertas del nuevo siglo.
El naciente arte de los carteles de marcas comerciales, constituyó un avance definitivo hacia la era de la publicidad y al mismo tiempo la crónica que contextualizaba la cultura modernista en el cambio de siglo. Ejemplos de carteles como el de las revistas Els Quatre Gats y Pél & Ploma, el de Codorniú, modas y calzado fueron entre otros muestras del empuje de artes nuevas para un tiempo nuevo.
El entusiasmo de Casas por los dos iconos más representativos de la modernidad, la bicicleta y el automóvil, símbolos del progreso tecnológico, se reflejaron en su vida y en su obra. En 1900 Ramón Casas se compró su primer automóvil en París, un Delaunay –Belleville de doce caballos, que estuvo presente varias veces en su obra, por ejemplo en el significativo La cochera, donde aparece a la izquierda un coche de caballos y a la derecha su flamante coche de caballos de vapor. La era que se va y la que comienza en un trabajo genial. El hito del progresismo tecnológico es sin duda su retrato y el de Pere Romeu montados sobre un tándem, (1897) imagen viva de la modernidad, que decoró la pared principal de Els quatre gats hasta 1900, fecha en que fue sustituido por un cuadro de ambos montados en el automóvil de Casas, por considerarlo más acorde con el nuevo siglo.
El modernismo en los temas pintorescos
Nuestro pintor, cosmopolita desde su adolescencia, no dejó de ser receptivo a los temas populares españoles, muy destacados en su producción juvenil, sobre todo los temas taurinos y flamencos. Además de su predilección por la estética de estas artes, fue consciente de que no solo seguían formando parte de la modernidad en España sino que también eran temas predilectos en París, tanto en la pintura, como también en la literatura, la música, el teatro, la danza y otras manifestaciones artísticas. El modernismo lo impregnaba todo.
En la Barcelona de finales del XIX las corridas de toros eran muy populares y a Casas le gustaban como espectáculo y como temática pictórica. No estaba solo en esto, un colega tan reconocido como Édouard Manet, autor de la frase “uno de los más bellos, de los más curiosos y de los más terribles espectáculos que uno puede ver”, había plasmado la temática folklorista española en su obra con auténtico protagonismo. Los toros y el flamenco se habían convertido en elementos definidores de una cultura popular llena de autenticidad y nada relacionada con las modas pasajeras.
El folkore encajaba perfectamente en la idea de la modernidad y así se puede admirar en unos cuantos cuadros de la exposición, que incluye uno de los autorretratos del pintor vestido de flamenco. Majas, manolas, escenas taurinas, llenas de colorido, con el tratamiento estético modernista que las dotan de un atractivo añadido.
La crónica social; el garrote vil
Los temas de multitudes habían empezado con las corridas de toros. Entre 1884 y 1886 había pintado Corrida de toros, Entrada a la plaza de toros de Madrid (la plaza de la Fuente del Berro, antecesora de Las Ventas) y La Maestranza de Sevilla, ya pueden considerarse como temas de crónica social y son antecedente de quizá su mayor obra de multitudes, Garrote vil del año 1894. Digo crónica y no crítica porque es una de las características de Casas. Narra el hecho, no le juzga. Tanto en el garrote como en Inauguración de las regatas celebradas durante la Exposición Universal de Barcelona de 1888, en la que los barcos son apenas puntos lejanos en las aguas mientras el protagonismo es del colorido público anónimo, de espaldas al espectador, con una pareja de la guardia civil a caballo con uniforme de gala; o La procesión del Corpus a la salida de la iglesia de Santa María de 1907, presente en la exposición o La carga (de la Benemérita contra huelguistas) de 1899 etc., temas festivos o temas dramáticos, con una armonía compositiva que distancia a los espectadores de los supuestos protagonistas. En todos ellos el rasgo principal es el protagonismo del gentío anónimo.
Garrote vil es una composición de fuerte influencia goyesca; el plano alejado del agarrotado, con mínima presencia, rodeado del verdugo y autoridades penitenciarias. En un plano más cercano, el estandarte con la cruz rodeado de personajes eclesiásticos ataviados de negro con capirotes. Alrededor, algo distanciadas, las fuerzas del orden público a caballo. En el plano más cercano al espectador los asistentes a la ejecución, (dejaron de ser públicas un año más tarde, en 1895) compactos, de espaldas, cubiertos por sombreros, como un tejado de sombreros; es decir, no se ven sus rostros y de alguna manera recuerdan, aunque con matices de simbologías diferentes, a los soldados franceses de Los fusilamientos del 3 de mayo, sin rostros visibles, inclinados sobre las bayonetas. Son los que más impresionan de esta escena pintada, estos hombres sin rostro, que transmiten vibraciones psicológicas, ¿avergonzados de su presencia cómplice, de la violencia implícita en su actitud o alienación social? El espacio es un patio cerrado por el muro de una prisión y casas de vecinos. Pero lo que realmente cierra el espacio del patio de la cárcel por la derecha y el fondo son más espectadores, lejanos, masificados. Las gamas en ocre de los edificios circundantes contrastan con los colores grisáceos del patio y el negro o negro grisáceo oscuro de los atuendos. Algunos árboles secos completan la escena invernal. Es la narración de un hecho, del que el sujeto principal, pasa desapercibido. Hay que mirar atentamente el cuadro para llegar a él. El actor principal es la multitud anónima.
La mujer en todos sus aspectos
Retratos de sus hermanas Montserrat y Elisa, de sus sobrinas, de su amante y al final esposa Julia Peraire. Mujeres burguesas lánguidas, muy fin de siècle, en indolente dolce far niente. Mujeres aristocráticas, modernas automovilistas, choferesas y señoras, deportistas, coquetas y sofisticadas, lectoras atentas, mujeres emancipadas, activas y sensualidad pegada a la piel. La mujer fue un tema recurrente en la obra de este pintor millonario, bohemio en sus años jóvenes y bon vivant toda su vida. Pudo permitirse todo lo que quiso, vivió una vida fascinante, siempre con la espada de la tuberculosis pendiente sobre su cabeza, enfermedad que le llevó a la tumba a los sesenta y seis años, en 1932. Pero, ¿cómo fueron de verdad sus relaciones personales con las mujeres?
Ramón Casas conoció a Julia Peraire, vendedora de flores y lotería en 1905, cuando ella tenía dieciocho años y él treinta y nueve en la Maison Dorée, un lugar de encuentro de intelectuales y artistas que estuvo en la Plaza de Cataluña hasta 1918. Casas la convirtió en su modelo y amante estable, causando gran escándalo entre la clasista burguesía catalana y en su propia familia. La pintó en cincuenta y seis ocasiones y finalmente se casaron en 1922, cuando él tenía cincuenta y seis años. Julia tenía la sensualidad a flor de piel. El cartel de la muestra es uno de sus primeros retratos, pero sin duda La Sargantain, pintado en 1909 y considerada la pintura más sensual de toda su trayectoria artística, pone de manifiesto sus prodigiosas dotes de colorista.
La representación del desnudo femenino es un tema habitual en el academicismo de finales del XIX. El movimiento modernista en general y Casas en particular rompen con sus tabúes estéticos, son los grandes transgresores de sus normas, autores de un conceptualismo radicalmente nueva era. Las nuevas técnicas fotográficas abren puertas al descubrimiento de otras posibilidades, la difusión de las revistas fotográficas va a ser el instrumento definitivo de expansión de un repertorio visual muy deseado por los pintores.
La obra dedicada a las mujeres es quizá lo mejor de Casas y está magníficamente representada en la exposición en todas sus tipologías.
- Ficha de la Exposición:
- Título: Ramón Casas, la modernidad anhelada.
- Lugar: Caixa Forum Madrid, Paseo del Prado 36.
- Hasta el 11 de junio 2017