A lingua propia dos mundos verdadeiros (1)

Na miña vila tiñamos costumes tan cheos de ‘motivos emocionaes’ que ben puidera o progreso perdoar o que tiñan de salvaxe polo que tiñan de pintoresco”. Cuando leí esta frase de Castelao, aprendí algo de inmediato. Y aunque Alfonso Rodríguez Castelao sea una enorme figura de la cultura gallega, y del galleguismo político, pronto pude ver lo que tenía en común su territorio mental originario con el mío; con los vientos hostiles de la emigración, del caciquismo y del poder eclesiástico. Con la sobreabundancia de la pobreza de todo tipo (no solo material, también cultural), que nos rodeaba y que regresa ahora (¿o no es así?).

Eso era cuando yo tenía 19 años y encontré a mi amigo Guillermo Abeijón en la Facultad de Periodismo de la Universidad Complutense, autor de un bello cuento (“Choio e o rei Talento”, Ediciós do Castro, 1971),  que merecería reeditarse ahora cuando nos amenaza la prepotencia del mundo financiero. Por medio de Guillermo, en el Madrid del final de la dictadura, di en juntarme un tiempo (que quizá fue corto) con un grupo de gallegos amigos suyos. A mí, que crecí tierra adentro, entre unas montañas de Extremadura, me inyectaron el placer de esa lengua cercana y abierta. Podría decir que ellos me infiltraron en la pluralidad lingüística de la Península Ibérica, que la práctica tiesa del castellano oficial de la dictadura no nos permitía entrever, ni disfrutar. Desgraciadamente, algunos siguen en esa ira y rigidez mental propia de quienes “fuxen do sacho para viviren do hisopo” (Castelao citando a Eça de Queiroz).

De modo que cada vez que vuelvo a escuchar, sentir o leer algo relacionado con la cultura gallega, vuelvo a tener una sensación de descubrimiento entre literario (y libertario), irónico, contradictorio. Puede que sea “la coña”, que revive para despertarme del sopor habitual. Ese despertar va contra el acomodo oscurantista (lo que votan algunos por allí es otro asunto). Y en el transcurso del tiempo, ahí he ido metiendo en ese saco tanto a Rafael Dieste (ah, aquellas Historias e invenciones de Félix Muriel, Alianza Editorial, 1974) como a los Siniestro Total (“Menos mal que nos queda Portugal”) o a Milladoiro (A Galicia de Maeloc, 1980). Aunque viejuno, que dicen otros, mi conocimiento del gallego es -como el de la mayoría- espontáneo, variopinto y heterodoxo.

Así que me parece un hallazgo vital renovado recibir –a la vez- dos libros recientes que me hablan de aquel territorio mental de mi juventud, del idioma y la aventura de los gallegos. Sus dos autores: Salvador Rodríguez PastorizaLiboreiro  Blues«, Bueu Edicións, 2014) y Luis MenéndezGalleira Passport/Crónicas viaxeiras do século XXI«, Alvarellos Editora, 2014). Son periodistas que ejercen en su Galicia natal, en el Faro de Vigo y en la Televisión de Galicia, respectivamente. Ambos tienen la mirada larga.

portada-Liboreiro-Blues-Rodriguez-Pastoriza A lingua propia dos mundos verdadeiros (1)Liboreiro Blues”, de Rodríguez Pastoriza, contiene una treintena de textos -casi todos publicados antes en la prensa- en los que el autor se desliza una y otra vez a la patria de su memoria. Una patria extraterritorial o extraterrestre, alejada de la grandielocuencia de tantos y que corresponde (en el ánimo) al escritor. Se trata “da Praia-Praia que en Buéu é a que fica ao carón da Casa do Mar”. En mi río Ruecas, las aguas limpias del charco de La Nutria fueron también -y son- “a patria da miña infancia”. Creo que ese privilegio (“Por patria unha praia”), contar con un lugar mágico desde el principio de nuestra memoria, existe a veces; pero no siempre y para cualquiera. Rodríguez Pastoriza lo sitúa con precisión, sabe que es el origen de los orígenes, junto a las instrucciones maternales para ir a bañarse con la digestión ya hecha. Una advertencia que otros escuchamos, idéntica, sí, pero vivida como única e intransferible.

Sin saberlo, vivimos (separadamente en el lugar y el tiempo) otras versiones de La guerre des boutons que el escritor francés Louis Pergaud publicó cuando Salvador Rodríguez Pastoriza venía al mundo. Estábamos en aquel mundo rural, en Galicia, en Extremadura o en Francia, intentando no sufrir la parte salvaje. Inconscientemente, disfrutábamos lo pintoresco.

Salvador Rodríguez recuerda cómo debió integrarse en una banda infantil (“a Banda do Río”) que se enfrentaba a pedradas con otra igualmente atroz y recomendable. Ahora sería imposible disfrutar esas pedreas. El mundo en el que se quiere prevenir todo parece hoy más insufrible que aquel en el que no se prevenían las pedradas. Aún menos, que los grupos participantes sometieran a sus “prisioneros” al tormento: “cando facían prioneiros, os ‘malvados de’ do Balado espíannos e lles corrían polo corpo ‘formigas roxas”. Pastoriza dice no haber visto en persona ese tipo de tortura, pero a mí me dio un salto el ánimo al leerlo porque ¡yo sí he participado en eso mismo! Y fui algo más que testigo. Recuerdo un prisionero atado a un olivo. Golpeábamos el árbol y subían las hormigas rojas hacia él como lanzaderas de misiles. Por fortuna, cuando se acercaban a la cara y a los ojos, alguno se apresuraba a desatarlo, pero antes lo habían picado por las piernas y el cuerpo. En nuestra tribu de Las Villuercas, las hormigas, sí, eran rojas, pero nosotros utilizábamos el término dialectal extremeño: “jhormigah rabúah” (o con rabo, porque levantaban el abdomen al avanzar). Si le picaron o no, se curó rápido, seguro, y no tiene importancia…

Así que con este autor, puedo (podemos) entender muy bien la mística de su ascenso al monte de su propia tribu, a su pico vital (el Liboreiro). Al llegar a la cima, se huelen los campos reconocibles. De ahí beben estos textos escritos desde la modernidad, pero donde la saudade está siempre presente. De ahí brota el título del libro, Liboreiro Blues. En medio, paisajes y personajes transformados, olvidados o desaparecidos habitan una reivindicación de valores y derechos a recuperar. “Se está perdiendo la costumbre de cantar en los bares, en las tascas, en las tabernas de Galicia, y hete aquí una tradición a recuperar urgentemente: la del cantar democrático”, dice el autor en el capítulo “Habanera de ron” (que es uno de los que están en castellano).

Bellas columnas construidas como evocaciones de nuestras arcadias perdidas: el instituto (“institutu”, era en Cangas), los profesores característicos de entonces, la  televisión como celebración tribal, los bailongos de las fiestas populares, jugar a las cartas (el tute subastado); los personajes entrañables de los rincones perdidos, el olor a sardinas y la cerveza fresca. El fútbol playero y el futbolín de los bares, todo descrito con palabras exactas que el viento transporta a otra mirada. Un ejemplo: “El fútbol que me amó no nació para ser explicado”. Asimismo (¡ay!), el drama colectivo (solidario también) del chapapote, que se inicia e ilustra con un título de los Soak (rock anarco-radical de Morrazo): «Aki non se rinde ninguén«.

Se inmiscuye en lo local una erudición multipolar, galego-punk, donde se recuerda que se prefirió Patti Smith a Olivia Newton-John porque existía –y queda claro- la voluntad de escribir textos antipijos. Los locales no siempre triunfaron, que queda el recuerdo de la batalla perdida contra marineros holandeses borrachos. Textos que destilan respeto, cariño, por los ausentes. Y como dice uno de los diálogos atribuidos a uno de sus personajes populares: “Que aquí solo hay cuatro gatos que sepan vivir la vida/-¿Y los demás?/ Pues, los demás… mucha palabra y mucha pena escondida”.

Textos entrelazados sutilmente por la melancolía, sí, pero también por la coña gallega más persistente. Un humor siempre muy bien dispuesto a tomarse la última. Como aquella del marinero burlón que “enseñó” a unos veraneantes a pescar pulpo con unas sardinas atadas a una cuerda: “-¿Congeladas? ¿Ustedes pensaban pescar pulpo con sardinas congeladas? ¿Acaso creen que los pulpos son tontos?”

El humor del personaje popular y anónimo, el monte al que subían de pequeños, el mar azul, el blues como música de la modernidad y la nostalgia de la patria sentimental de cada uno. Ese entrelazamiento sutil lo define (estupendamente) uno de los personajes de Rodríguez Pastoriza, un tal «Juanito», al definir lo que es una red de pesca: “Conxunto de buracos xunguidos por un fío”.  Al revivir el idioma gallego, en la versión galego “blues” de los textos de Salvador Rodríguez Pastoriza, he podido -como lector- recrear de nuevo lo salvaje para salvar las virtudes de lo pintoresco. Endemais en galego !  Disfrútese.

Paco Audije
Periodista. Fue colaborador del diario Hoy (Extremadura, España) en 1975/76. Trabajó en el Departamento Extranjero del Banco Hispano Americano (1972-1980). Hasta 1984, colaboró en varias publicaciones de información general. En Televisión Española (1984-2008), siete años como corresponsal en Francia. Cubrió la actualidad en diversos países europeos, así como varios conflictos internacionales (Argelia, Albania, Kosovo, India e Irlanda del Norte, sobre todo). En la Federación Internacional de Periodistas ha sido miembro del Presidium del Congreso de la FIP/IFJ (Moscú, 2007); Secretario General Adjunto (Bruselas, 2008-2010); consejero del Comité Director de la Federación Europea de Periodistas FEP/EFJ (2013-2016); y del Comité Ejecutivo de la FIP/IFJ (2010-2013 y 2016-2022). Doce años corresponsal del diario francófono belga "La Libre Belgique" (2010-2022).

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