Adaptarse: el mandato globalizador actual

Roberto Cataldi[1]

La Tierra, según la paleoclimatología, surgió hace 4,6 millones de años y, en ese proceso evolutivo de cambios climáticos, hubo especies que no lograron adaptarse, por caso los dinosaurios. Mucho después, en uno de esos cambios apareció el hombre.

En biología un ser vivo se adapta cuando se acomoda a su ambiente. Darwin sostuvo que las especies más fuertes son las que se adaptan mejor al entorno en la lucha por la supervivencia, observación que fue, ha sido y es manipulada en diversos ámbitos, como ser políticos y laborales, para poder justificar medidas arbitrarias, al punto que hoy el darwinismo social está en plena vigencia, al igual que el anarcocapitalismo, el neoliberalismo, el dogma tecnológico, el neofascismo, entre otros.

El proceso civilizatorio está dado por el comportamiento social según las normas, con el objetivo de evitar que los conflictos lleguen a situaciones graves y no caigamos en la ley de la selva, como sucede hoy en muchas regiones del planeta.
También se pretende que las personas sientan vergüenza de su agresividad innata y logren frenarla, pero claro, lograr esto exige tener «conciencia de límite» y, buena parte de la dirigencia mundial revela carecer de ella.

Con la actual reconfiguración del mundo, sin duda en etapa de transición, que abarca diversas vertientes (cultural, moral, económica, política, social) y sus consecuencias negativas, mucha gente está sufriendo, física y psicológicamente. Unos buscan una salida decorosa de este laberinto, otros se conforman sólo con sobrevivir.

Mientras, los que mueven los hilos del poder, muy distantes de los problemas de la gente, recurren a la retórica de las promesas que jamás cumplirán, las fake news, el arte del relato, la distracción de los ingenuos, el entretenimiento de las masas o simplemente nos toman por estúpidos.

Frente a esta realidad global, claramente hipócrita cuando no cínica, expertos, gurúes y animadores sociales insisten en el mantra: «hay que adaptarse», a la vez que nos recuerdan que la falta de adaptación a esta nueva realidad implicará la inevitable extinción…

Como ser, la Argentina es quizás el país con mayor cantidad de psicólogos en el planeta, claro que el acceso a la atención psicológica está fuera del alcance económico de la mayoría, que en su reemplazo apela a los sucedáneos que tiene a su alcance: la religión; la charla de café con los amigos; el consumo de ansiolíticos, antidepresivos y somníferos; el gimnasio o la práctica enérgica de un deporte; el consumo de alcohol cuando no las drogas…

En fin, todas son estrategias para lograr adaptarse a una crítica e injusta realidad que por su duración se ha convertido en algo normal. A los que tienen dificultades de adaptación o son remisos se les aconseja ser «flexibles» (aquello que se dobla pero no se rompe), porque en el fondo la adaptación demanda no poca flexibilidad.

Yo me pregunto si le podemos pedir «adaptación» a una persona con hambre (dos mil millones de seres humanos tienen carencias reveladas como hambre oculta o sensación de hambre que no desaparece nunca), o a una familia desmembrada por la guerra que escapó con lo puesto, o a individuos que desde hace años viven en carpas de refugiados, y podría seguir con la larga lista de desastres que no se solucionan porque falta voluntad política.

Cuando las miserias humanas o los conflictos sociales se perpetúan, detrás suele haber un gran negocio.

He leído que la capacidad de adaptación ya es un «valor universal», pues, se les pediría a todos tener un enfoque propio. A su vez, valores como la dignidad, la equidad, la solidaridad, lamentablemente pertenecen a otra época.

Pero además de las guerras, el hambre, las migraciones forzadas, siempre actuales a lo largo de la historia, hoy se añaden las crisis climáticas, el aumento de la contaminación ambiental con las consecuencias sobre la salud, y los riesgos de la IAG (inteligencia artificial generativa) que promete dejar sin trabajo casi a la mitad de la población mundial.

En verdad, las élites gobernantes son las que primero deberían adaptarse a la realidad, ejercitar la empatía que declaran en sus campañas o apariciones mediáticas y que nunca practican, para así poder consensuar medidas y esfuerzos que permitan solucionar estos dramas que avergüenzan y lesionan lo que tenemos de humanos.

«Sólo los tontos se adaptan a la vida; los inteligentes tratan de adaptar la vida para ellos», solía decir George Bernard Shaw. Estoy de acuerdo, sin embargo hay situaciones que superan o enturbian la inteligencia del individuo, a eso se le llama «vulnerabilidad». Y todos, sin excepción, en mayor o menor medida somos vulnerables, tenemos cierta fragilidad, por eso sería bueno que recordemos que nadie está a salvo.

Vivimos en una época nada inocente. Muchos cobijamos una necesidad imperiosa por sostener la frágil estructura de sentido que consideramos «civilización», pese a todas las calamidades que día a día suceden. Creemos que este mundo merece ser habitable, pero con dignidad.

Ahora bien: ¿cuál es el proyecto humano?

Estimo que es una pregunta de difícil respuesta. Los demonios que lleva dentro el ser humano son capaces de destruirnos como especie, aunque también de salvarnos.

La realidad nos demuestra que los factores destructivos y los disvalores se están imponiendo incluso en las sociedades más evolucionadas, mientras las principales elites revelan incapacidad de gestión para apuntalar el bien común. Un proverbio holandés dice que no podemos impedir el viento, pero si podemos construir molinos.

  1. Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)

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