Al Profesor D. Juan José López-Ibor

Detrás de su pausada voz existía la brillantez del conocimiento, de todo cuanto tiene lugar en la vida de las personas. La cadencia de sus palabras surgía como los acordes de un aria de ópera cantada; esa que él admiraba tanto. Su forma de entender la vida y lo que sucedía en ella era fruto de su afán necesario por leer y por magistralmente, estudiar los porqués de cada circunstancia.

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Juan José López Ibor Aliño

Un investigador nato que nació en el seno de una familia numerosa y que tuvo que trabajar y aprender para llegar a ser un estudioso de la psiquiatría en España; fiel seguidor de las enseñanzas de su padre, el Dr. López Ibor al que admiraba y de quien aprendió a conocer cómo era la mente humana. Especializado en los trastornos de humor, la esquizofrenia, el trastorno obsesivo-compulsivo y la psiquiatría de enlace, encontró en sus estudios la inmensa dimensión de la religiosidad.

El Profesor Juan José López-Ibor Aliño, era siempre, en todas sus intervenciones, cuanto menos, sorprendente. Escucharle y aprender era un sinónimo a todas luces cierto, porque en su sabiduría justificaba casi todas las cosas que provenían de los actos humanos. Me sorprendió la primera vez que hablé con él en un congreso que dirigió sobre Psiquiatría y Misticismo, sobre todas las cosas,  por su enorme sentido del deber. Para él la enfermedad mental era algo más que un nombre o un trastorno; la clave era trabajar para que el paciente dejara atrás el sufrimiento. La angustia, esa primera palabra que dijo el ser humano como reflejó en la magistral entrevista que le hiciera Manuel Ventero en el programa Siluetas fue «ay» dijo al comenzar. «La queja, el dolor, la infinita angustia…está ahí desde el comienzo de la humanidad. Evitar el sufrimiento… «.

Para él, la explicación de lo que acontecía se basaba en la ciencia y en la espirtualidad, que a su juicio, quizá debieran ir de la mano; «porque comprender la vida de una manera holística sería el grado de la ciencia pero entender cómo fue el principio y cuál será el fin, solamente lo puede dar la religión. La investigación científica ha de proporcionar no sólo datos para ser patentados, sino convertirse también en el motor de cambios sociales perentorios; continua referencia a Grecia, a los clásicos, al logos, a la razón y al verbo, pensamiento y palabra, correr los velos que lo ocultan, dejando que los seres sean lo que son para que nadie pueda imponerles su verdad…” dijo en el último acto público de su vida hace apenas un mes, al ingresar en la Real Academia de Doctores de España.

¿Para qué la vida? ¿Por qué la muerte? con esas palabras iniciaba el congreso; el mismo que busca todo ser humano que ha nacido y se pregunta todo. «Solamente encontrar nuestro destino es una necesidad humana, absolutamente inherente a nosotros pero también es cierto que es posible encontrar el equilibrio interior. Ese que narraban los místicos», añadía.

López-Ibor confesó una de sus dos experiencias místicas en la Catedral de Santiago un día lluvioso. Sucedió y no tiene explicación alguna añadió: «Quizá con la  misma libertad con la que llegamos a la vida, decidamos qué queremos hacer con ella para luego irnos al lugar en donde esperamos encontrarnos con Él. Eso espera todo ser humano cuando se pregunta algo más».

Cuando hablaba de sufrimiento no solamente se refería al psíquico, «quizá en los pacientes de cáncer haya mucha religiosidad porque su calidad de vida es fundamental. La lucha contra el cáncer hace que el paciente si da sentido a su vida, el sufrimiento lo pueda justificar y por tanto aumentará su calidad de vida; la religiosidad da una mayor trascendencia al sufrimiento humano y la sensación de que Alguien lo puede controlar es buena; la oración no solo funciona sino que el que tiene fe, tiene un don». Así terminaba el profesor López-Ibor narrando qué era la vida y cómo podría ser la muerte. La misma que atisba el paciente que se va y sabe mejor que nadie lo que le espera.

A él ya Le espera. En ese lugar en donde las personas que han sacado adelante a personas viven para siempre felices. Quizá en su ayuda, en la humildad de su conocimiento transferido a proteger a los demás, encuentren sus pacientes, hoy, la huella imborrable de su sabiduría que con acierto hizo que el sufrimiento y la angustia acaso les abandonara.

«La experiencia mística de San Juan de la Cruz pudo expresarse con palabras con la misma majestuosidad que la Santa Teresa», comentó. La grandeza del profesor Don Juan José López Ibor permanecerá en sus libros, en sus artículos, en sus estudios acerca del escenario de la vida frente a la enfermedad mental; esa que hoy invade esta España nuestra insatisfecha, deprimida y acaso estresada por lo que pudo haber sido y no fue. La salud mental y también la social era lo que le interesaba y por lo que luchó cuando le preguntaban cómo abordar las enfermedades mentales y a sus cuidadores. A sus alumnos solía decirles que lo que contaba no servía para aprobar la asignatura, pero sí para diagnosticar. Magnífico ejemplo.

El diagnóstico de su pérdida queda en la memoria de todos cuantos le conocimos. Brillante, capaz, culto, humilde y sobradamente inteligente, el profesor deja un legado en sus hijos que hará que su clínica, su interés por la neurociencia y su investigación permanezcan en la calidad de la psiquiatría de España; esa que pretende curar la enfermedad mental cuando ésta hace que por la angustia precipite al paciente a un universo terrible y desconocido; el mismo que diez mil años antes de Cristo, como citaba en su entrevista, un hombre se quejara y dijera “ay”. Medio centenar de proyectos de investigación, 58 libros y 416 publicaciones en revistas científicas hacen de su trayectoria no solo un ejemplo admirable de estudio e investigación sino un compromiso por aprender y dejar escrito su legado.

España pierde a un pilar de la psiquiatría; un hombre de ciencia, conciencia y coherencia como le recuerdan sus amigos. Yo le recordaré como un maestro entre maestros; humilde, riguroso, cierto y cabal. «Todos buscamos el sosiego», ese que definía San Juan de la Cruz en La Noche Oscura del Alma, «a oscuras, y en celada, estando ya la casa sosegada…»

El profesor D. Juan José López-Ibor Aliño yace ya en la casa sosegada; lugar de luz infinita en donde todos esperamos estar juntos algún día.

Que el tiempo nos encuentre de nuevo, admirado Profesor.

Descanse en paz.

Ana De Luis Otero
PhD, Doctora C.C. Información - Periodista - Editora Adjunta de Periodistas en Español - Directora Prensa Social- Máster en Dirección Comercial y Marketing - Exdirectora del diario Qué Dicen - Divulgadora Científica - Profesora Universitaria C.C. de la Información - Fotógrafo - Comprometida con la Discapacidad y la Dependencia. Secretaria General del Consejo Español para la Discapacidad y Dependencia CEDDD.org Presidenta y Fundadora de D.O.C.E. (Discapacitados Otros Ciegos de España) (Baja Visión y enfermedades congénitas que causan Ceguera Legal) asociaciondoce.com - Miembro Consejo Asesor de la Fundación Juan José López-Ibor -fundacionlopezibor.es/quienes-somos/consejo-asesor - Miembro del Comité Asesor de Ética Asistencial Eulen Servicios Sociosanitarios - sociosanitarios.eulen.com/quienes-somos/comite-etica-asistencial - Miembro de The International Media Conferences on Human Rights (United Nations, Switzerland) - Libros: Coautora del libro El Cerebro Religioso junto a la Profesora María Inés López-Ibor. Editorial El País Colección Neurociencia y Psicología https://colecciones.elpais.com/literatura/62-neurociencia-psicologia.html / Autora del Libro Fotografía Social.- Editorial Anaya / Consultora de Comunicación Médica. www.consultoriadecomunicacion.com Actualmente escribo La makila de avellano (poemario) y una novela titulada La Sopa Boba. Contacto Periodistas en Español: [email protected]

1 COMENTARIO

  1. Desde el año 1975 hasta 1986 fui paciente del profesor Juan José Lopéz Ibor. Mi problema no era grave, depresión endógena. Aunque los pacientes con neurosis no perdemos el contacto con la realidad, es cierto que en aquella época eramos poco menos que (locos). No me gusta esta palabra para definir cualquier enfermedad mental. Ni siquiera para los enfermos psicóticos. En aquella época, como digo, existía casi nulo conocimiento de estas enfermedades. Los que vivíamos en capitales de provincias teníamos que recorrer un montón de médicos para ser diagnosticados. Yo tuve la suerte, que a través de una prima me enteré de la existencia de este señor. Me sacó de aquello, y aunque tuve frecuentes recaídas, siempre me sacó de ellas. No se podía en aquel momento hacer más, pues este campo estaba muy poco estudiado. El era ya una eminencia en esto. Creo que gracias a su sabiduría, hoy todavía estoy aquí. Por esto, quiero expresar mi más profundo pésame por su pérdida. Luchó porque los tabúes sobre estas enfermedades desapareciesen. Gracias por todo profesor, allá donde esté descansando, tendrá sin duda su recompensa.

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