Roberto Cataldi¹
En estos días colmados de tanta información turbulenta e irracional he reflexionado mucho acerca de la libertad. Tengo en mi biblioteca un opúsculo filosófico sobre «La liberté» que compré en mi primer viaje a París, en los años setenta cuando aún vivía en Madrid, y menciono el hecho porque recorriendo una librería próxima al Sena fue lo primero que me atrajo, tal vez porque entonces en la Argentina vivíamos bajo una dictadura, con muertos, desaparecidos, torturas, listas negras, delito ideológico, miedo por doquier, en fin, todo tipo de horrores, pero de uno y de otro lado para ser justo.
En una sociedad esclavista como la de la antigua Grecia, Eurípides de Salamina sostenía que: «No hay ningún hombre absolutamente libre. Es esclavo de la riqueza, o de la fortuna, o de las leyes, o bien el pueblo le impide obrar con arreglo a su exclusiva voluntad.» Platón, por su parte, quien al igual que Eurípides fue discípulo de Sócrates, pensaba que la libertad consistía en ser dueño de la propia vida y, Aristóteles consideraba que la libertad era la capacidad de decidir libremente y de manera racional frente a un abanico de opciones.
Más tarde Horacio (65-8 a.C.), quien al nacer su padre ya era un esclavo liberto, creía que para ser libre había que dominar las propias pasiones, y el historiador romano Tácito (55-115) advertía que las libertades no se combinan fácilmente con los amos.
El arzobispo François Fénelon (1651-1715), quien le dijo al rey: «Francia entera no es más que un gran hospital desolado y desprovisto», es quizás uno de los que intuyó la futura Revolución Francesa. Él sostenía que, «El más libre de todos los hombres es aquel que puede ser libre dentro de la esclavitud». En efecto, él veía en el individuo la libertad interior, estoy de acuerdo, pero tengo la impresión que hoy hasta en un clima de libertad hay quienes prefieren vivir como esclavos, tal vez por comodidad.
Kant consideró que la libertad es una facultad que aumenta la utilidad de las demás facultades. Y los Ilustrados estaban convencidos que la libertad debía ser defendida a capa y espada, claro que surgió un personaje como Jean-Paul Marat, quien con su oratoria y actitud mesiánica condenó al injusto Antiguo Régimen, mandó a la guillotina a Luis XVI y María Antonieta, se dedicó a infundir el odio contra la aristocracia buscando chivos expiatorios y, tenía una lista negra de los enemigos del pueblo, quienes eran ajusticiados sin juicio previo…
El terror cundió y los girondinos veían con preocupación la distorsión del sentido de justicia que se debía cuidar para sostener los preceptos republicanos: «liberté, égalité, fraternité». Charlotte Corday lo apuñaló pero dicen que ya era tarde para todo lo malo que había sembrado.
Napoleón creía que la libertad política no es más que una fábula que utilizan los gobiernos para adormecer a sus gobernados, y Otto von Bismark que es un lujo que no todos pueden permitirse, claro que los dos tenían una mentalidad esencialmente bélica.
Victor Hugo decía que: «La libertad es, en la filosofía, la razón; en el arte, la inspiración; en la política, el derecho». Creo que si hoy viviese volvería a estar decepcionado y escribiría una segunda parte de «Les miserables».
Tengo la íntima convicción que la libertad no parece ser algo que le importe a todo el mundo, pues, muchos prefieren cambiarla por un amo protector. Y esto lo saben muy bien aquellos canallas que viven cercenándole la libertad a los otros. El polifacético Herbert Spencer hacía el siguiente razonamiento que me parece muy actual: «Si los hombres emplean su libertad de tal manera que renuncian a ésta, ¿puede considerárseles por ello menos esclavos? Si el pueblo elige por un plebiscito a un déspota para gobernarlo, ¿sigue siendo libre por el hecho de que el despotismo ha sido su propia obra?»
En fin, hace un tiempo leí un artículo de un autor español que hacía referencia a las masas y la visión que de ellas tenían Gustave Le Bon, Georg Simmel, José Ortega y Gasset. Hacia referencia de aquello que la adhesión a un grupo social produce en el alma social o en la mente del individuo, donde el alma social sería intelectualmente inferior al alma individual. Y el debate acerca de la superioridad moral del alma de la masa social continúa, ubicándose en la vereda de enfrente las minorías de intelectuales.
En mi opinión, situarse en un pedestal de superioridad moral me parece un desatino. En cuanto a los autores citados, recuerdo que «La Rebelión de las masas» lo leí cuando aún no tenía veinte años por indicación de mi padre que era un fuerte crítico de las masas, declarado admirador de Ortega, y siempre hacía alusión al concepto de «hombre-masa» del filósofo español.
De Simmel tuve referencias si la memoria no me traiciona, a través de José Ingenieros y José María Ramos Mejía, o sea una lectura de segunda mano, y él hablaba de «socialización», es decir, los individuos movilizados por sus intereses se asocian y forman una unidad. Dicen que el interés de Simmel era comprender al mundo, a diferencia de Émile Durkheim cuya finalidad era moralizar a la sociedad de su época.
Finalmente Le Bon me llegó a través de una cruda cita y, a partir de allí comencé a interesarme: «Las masas nunca han sentido sed por la verdad. Se alejan de los hechos que no les gustan y adoran los errores que les enamoran. Quien sepa engañarlas será fácilmente su dueño, quien intente desengañarlas será siempre su víctima…»
Soy un admirador del genio literario de Jorge Luis Borges, pero no estuve de acuerdo cuando al regresar Perón al país en la primera mitad de los años setenta, dijo que prefería una dictadura ilustrada antes que una dictadura chabacana y populachera. Creo que expresaba el sentir de una parte de la sociedad ilustrada. Pero no nos engañemos, una dictadura, es, una dictadura, punto
En el mundo ha vuelto a resurgir un paternalismo abusivo y algunos quieren alimentar sueños imperiales propios del pasado, que no son más que verdaderas pesadillas. Ni siquiera el temor de una guerra nuclear que acabe con la humanidad los detiene.
El progreso exige terminar de una vez por todas con el paternalismo de las potencias que se creen destinadas a tutelar a las demás por considerarse moralmente superiores, cuando en realidad son militarmente superiores. Roma, más allá de su magnificencia y legado cultural, también engendró un modelo de poder y sometimiento que copiaron los imperios que le sucedieron. Espero que no sea tarde para que despertemos.
- Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)