El sistema argelino se ha resignado: el anciano Abdelaziz Bouteflika, casi ausente de la escena pública desde hace años, será otra vez candidato a su propia reelección. Lo ha adelantado la APS (agencia de prensa oficial). Para muchos argelinos será una prueba más de la cultura política profunda del país, donde el pesimismo está muy generalizado sobre las posibilidades de apertura de las instituciones.
“Cuando un pueblo se hunde y llega al fondo, empieza a resurgir. Nosotros no. Al tocar el fondo, los argelinos nos ponemos a cavar», dijo Fellag, el Darío Fo de aquel país. Los clanes del poder -conocidos como les décideurs, los que lo deciden todo, los ‘decisores’-demuestran así su fracaso ante el reto de encontrar un verdadero candidato de consenso. Bouteflika es un no-candidato. Y no es él, sino quienes lo ponen delante de ellos, el sistema, quien se presenta con la apariencia de ser sordo, mudo e invisible. Defraudan las esperanzas de quienes (aún) esperaban una candidatura racional.
Abdelaziz Bouteflika ocupa la presidencia desde 1999. Mi recuerdo de aquel proceso es que entonces Argelia necesitaba y podía lograr la paz. El país se había hundido en un pozo de terror, especialmente desde el asesinato de Mohamed Boudiaf (1992). En la primera presidencia de Bouteflika, muchos pensaban que el país todavía podía recuperarse económicamente, reencontrar su perdido prestigio exterior. Porque la guerra civil tenía ya síntomas de encaminarse hacia la derrota del islamismo insurgente y del terror. Y Bouteflika, con el apoyo del mando militar, supo dar pasos para que que fuera así.
Para los periodistas que cubrimos aquel período terrible (en mi caso 1995-2003), Bouteflika, a pesar de ser el candidato del sistema, traía aire fresco. No era la hierática figura que le precedió, Liamine Zéroual. Ambos eran producto de las componendas de los decisores, pero Abdelaziz Bouteflika se mostraba mucho más ágil ante la prensa, improvisaba argumentos y alegatos. Se expresaba con fluidez en varios idiomas. Respondía a lo que le preguntábamos de modo brillante.
Lo entrevisté una vez para TVE en los días previos a su elección de 1999. Me dio la impresión de conservar una gran energía, a pesar del largo período de tiempo en el que había sido alejado, forzado, apartado de los círculos de poder. Con alguna excepción y algún retorno puntual, ese alejamiento duró dos períodos presidenciales: los de Chadli Benjedid (1979-1992) y el del ya citado de Liamine Zéroual (1994-1999). Ambos, como el propio Bouteflika, participaron en la cruenta guerra de independencia contra el ejército francés (1954-1962). Sin embargo, en 1999 Bouteflika -lejos del gesto y el aire militar de Zéroual– apareció en la campaña como un civil cosmopolita que desplegaba su inteligente retórica del pasado, ahora incrementada por una amplia experiencia en el exterior.
Un largo historial en tiempos convulsos
Había sido destacado ministro de Asuntos Exteriores en los tiempos en los que Argelia era «el faro de las luchas de liberación» del llamado Tercer Mundo. En 1974, presidió la Asamblea General de Naciones Unidas. Por entonces, tras la guerra del Yom-Kipur (1973), las potencias árabes del petróleo provocaron el estremecimiento de los Estados Unidos, de la vieja Europa y de otros espacios de Occidente aún enfrentados a lo que parecía un inconmovible bloque soviético. Y la URSS avanzaba precisamente en países en los que Argelia ejercía su influencia. Bouteflika era un líder diplomático importante más allá de su propio país.
Tras el conflicto de Israel y Egipto, en 1973, el consumo de los derivados del crudo fue restringido en los estados industriales por causa del embargo de los principales productores árabes. En España, Arias Navarro asumió la Presidencia del Gobierno en los prolongados estertores de la dictadura de Francisco Franco, quien entonces hizo ejecutar a Salvador Puig Antich y al “polaco” Heinz Chez (en realidad tenía otro nombre y era alemán). El fin de tres décadas de reconstrucción alemana y la conmoción de la nueva crisis provocaron el regreso de unos tres millones de emigrantes españoles (entre ellos mi padre). Aquello incrementó el desempleo estructural, también más allá de los Pirineos. Asimismo en 1974, Juan Domingo Perón murió y asumió el poder su viuda Maria Estela Martínez (conocida como Isabel o Isabelita Perón), lo que fue el prólogo del período más sombrío de Argentina. Aquel año crucial estalló también el conflicto turco-griego en Chipre. Mientras, la guerra civil (no reconocida como tal) en Irlanda del Norte estaba en su fase más sangrienta. Y Richard Nixon, era sometido a un proceso de destitución (impeachment). Dimitió antes de que concluyera el procedimiento. La guerra de Vietnam no había terminado. Argelia, pese a su respaldo claro a la URSS en casi todos esos escenarios, ejercía su influencia en el Movimiento de Países No Alineados (junto a otros estados como Yugoslavia, India, Egipto, etcétera). Es ilustrativo que aquel «movimiento» siga existiendo; y aunque su primer presidente fuera entonces Josip Broz Tito (en 1961, en nombre de la desaparecida Yugoslavia), cuando Argelia no era aún independiente, no hay que olvidar hoy que el MPNA está en el ADN ideológico de la actual Argelia. Continúa -de manera ambigua, casi críptica- conformando en Argel una cierta ideología oficial. En las memorias permaneció mucho tiempo la idea de que Abdelaziz Bouteflika fue una de los hacedores principales del MPNA, que nació como agrupación de países y movimientos de liberación opuestos al colonialismo.
Cuando Bouteflika regresó plenamente a la vida política de su país, como candidato presidencial, no pocos argelinos recordaban aquellos buenos viejos tiempos del pasado. Aquella nostalgia, más o menos difusa, fue parte de su haber como candidato.
En la memoria colectiva estaba aún la prosperidad de los años 70 del siglo XX cuando en el aeropuerto de Argel aterrizaban todos los «grupos de liberación» del mundo. Durante la presidencia de Houari Boumédiènne (1965-1978). Argel era «el faro» del mundo rebelde (incluyendo varios grupos que practicaban el terrorismo). Los escrúpulos hacia los terrorismos diversos dependían en aquella época –aún más que hoy- de qué lado ideológico se situaba cada uno. Y la conciencia de que la corrupción debilitaba a las instituciones internacionales y a muchos países era más débil que en la actualidad. Desde luego, eso parecía acontecer también en Argelia, donde Bouteflika era una estrella política y el guía diplomático de las personalidades más diversas.
Posteriormente, en su travesía del desierto, fue procesado y acusado de haber desviado 60 millones de francos franceses a cuentas de la banca suiza. Su caída en desgracia -y esas acusaciones ante un tribunal argelino- le llevaron al exilio en el que no pareció perder todo el contacto con su país. Tampoco con los negocios.
Así que tras el ejercicio de dos presidencias consecutivas, pudo acceder a una tercera (en 2009), habiendo impulsado previamente una modificación constitucional que le permitió ser elegido para un tercer y cuarto mandato. Y ahí seguimos.
Desde antes de que terminara su tercer período presidencial (en 2014), Bouteflika tiene problemas de salud. Podría haberse alejado -o podrían haberle permitido hacerlo- para distanciarse del poder de camino hacia una jubilación tranquila. Habría disfrutado de un mayor respeto ciudadano. No pocos argelinos sitúan en su haber la (casi) pacificación total del país. Su política de reconciliación hacia el islamismo político, con la victoria previa de la lucha de los militares contra los terroristas, tuvo éxito. Y aunque hay que tener en cuenta que eso incluyó duros episodios de guerra sucia -para vencer al terror primario, principal- ahora, pase lo que pase, sea cual sea la situación, en Argelia nadie quiere regresar a aquel pasado macabro.
No obstante, el mercado del gas y el petróleo no son ya lo que eran al empezar el último cuarto del siglo XX. Y la demografía argelina ha contribuido a aumentar la presión sobre las rentas del comercio exterior. La corrupción está enraizada en determinados círculos del poder. Y predominan generaciones que no conocieron la lucha por la independencia. De modo que aunque -durante las presidencias de Bouteflika– las protestas sociales y las revueltas bereberes en Kabilia han existido, se puede decir que esas protestas son esporádicas y controlables por el sistema; lo que no impide que las élites del poder sean maldecidas y despreciadas por gran parte de la ciudadanía.
Militarmente, Argelia apoya el frente anti-islámico en sus fronteras, en compañía de otros países árabes y europeos. Y ya no hay Tercer Mundo que orientar. Así que en la actualidad, los jóvenes argelinos ya no suben en masa al monte para unirse al GIA o al Grupo Salafista por la Predicación y el Combate. Pero muchos –conocidos como los harraga (migrantes clandestinos)- tratan de cruzar ilegalmente el Mediterráneo para escapar de su país, donde no perciben sino un sistema cerrado e incapaz de evolucionar. El concepto utilizado contra las élites es el de referirse a la hogra, que es un término popular que implica -a la vez- la injusticia, la corrupción, el desprecio, la humillación y la desigualdad.
Un círculo presidencial restringido
En Argel, un círculo restringido, en el que está su hermano Said Bouteflika, algunos dirigentes del FLN (el expartido único), ciertos militares y generales, los servicios secretos y el todopoderoso primer ministro Ahmed Ouyahia, predominan en las instituciones. La libertad de prensa, que llegó a ser la mayor de los países árabes (junto a Líbano), está acotada por los clanes de poder y por sus disputas internas. Los periodistas ya no son asesinados como en 1997 o 1998, pero hay un turno esporádico que conduce a algunos de ellos hacia la cárcel de El Harrach (de donde salió hace pocos meses nuestro conocido colega, Said Chitour).
El sistema es capaz de reducir la subida de la temperatura social, pero demuestra su impotencia para cambiar el statu quo. Bouteflika, que cumplirá 82 años en marzo, es una figura histórica. No es creíble como candidato. ¿Cómo y quien ha escrito el mensaje anunciando su candidatura? ¿Ha podido hacerlo él mismo, dado su estado de salud?
Ya en 2005, cuando el actual presidente aún no iba en silla de ruedas, la revista Jeune Afrique -citando a un contacto anónimo, cercano a la presidencia- decía que Said Bouteflika «mantiene la agenda presidencial, interviene en los nombramientos de ministros, diplomáticos y delegados del gobierno, de los directores de los organismos públicos, influye en la vida interna del FLN«. Según los rumores más críticos, el mismo Said firma documentos presidenciales y nombramientos cuando lo cree preciso.
Desde 2013, cuando se agravó su estado de salud al sufrir un ictus, se dice que Bouteflika está definitivamente en manos de un pequeño círculo que controla sus movimientos. Y al contrario que en el pasado, el ejército no parece dispuesto a ocupar el vacío. Algunos síntomas sugieren que tampoco hay una voluntad militar unificada, sin que ello signifique el abandono del pleno control del poder a los civiles que figuran en la escena pública.
En ese ambiente, y según Le Monde, “el ejército argelino, cuyo peso es decisivo, ha dejado oír ya varias veces, por boca de su Jefe de Estado Mayor, general Ahmed Gaïd Salah, que rechaza intervenir para impedir un quinto mandato”.
Los partidos de oposición denuncian que Bouteflika no tiene ya capacidad para actuar por sí mismo. Está muy débil, en una silla de ruedas desde hace muchísimos años. Su continuidad sólo interesa -repiten- a los que se aprovechan de su incapacidad física. Esa oposición, muy diversa, señala los riesgos -para el porvenir del país- de una explosión en la calle.
En las semanas que vienen, es probable que aumenten los rechazos y negativas de autorización de reuniones y manifestaciones públicas. Eso apunta sobre todo a quienes pretenden promover el boicoteo de las elecciones presidenciales del 18 de abril. El primer ministro, Ahmed Ouyahia, ya ha hecho algunas advertencias en ese sentido. Sin embargo, los partidos opositores (laicos, amazigh o bereberes, y partidos religiosos) están dispersos y no tienen unos mínimos objetivos comunes. Es probable que la mayoría de ellos renuncie a presentar candidatos alternativos. Y no parece previsible, quizá ni siquiera posible, que juntos puedan negociar una candidatura común.
En Argelia, se decía hace años que “el fraude en las elecciones es como la sombra del hombre”. Y Fellag lo remataba diciendo que aquel mismo hombre, anónimo, ese misterioso personaje, constituye él solo el comité encargado de vigilar la neutralidad del voto. Los argelinos se preparan para volver –otra vez- a un destino electoral predeterminado.