El uso de veneno y agentes patógenos en la guerra se considera una práctica desleal. Contaminar el agua o el aire con sustancias tóxicas o gases asfixiantes quedó expresamente prohibido en los Protocolos de Ginebra.
Actualmente se entiende que dicha prohibición incluye los virus y rickettsias que no se conocían en aquel entonces ya que los efectos del uso de estas armas químicas y biológicas son imprevisibles en tiempo y espacio.
Por otra parte, una de las armas más dañinas es la llamada bomba en racimo o clúster. Se trata de una bomba de alto porcentaje de error tanto en la dirección como en la capacidad de explosión por lo que frecuentemente causa estragos en objetivos no militares o permanece activa enterrada o en la superficie y explota tiempo después al ser movida causando víctimas ajenas al conflicto armado. Este tipo de armas también fueron prohibidas a partir del año 2010.
Ahora, a estas armas de destrucción masiva se unen las digitales. Apps, tuits, SMS saturan el espacio, se filtran por unas redes sociales que más que unir, atrapan. Estos artilugios pican, muerden, rasguñan inoculando bacilos y cocos responsables de enfermedades infecciosas y altamente contagiosas como el odio o la incertidumbre.
¿Cómo hacer para que la humanidad no termine con cicatrices en el territorio del cuerpo y el espíritu? Tratados, Convenios, Pactos, Resoluciones, Protocolos son absolutamente inútiles.
Así como tener una ley no basta para evitar aquello que se quiere prohibir, la inteligencia del teléfono es directamente proporcional a la de quien lo usa.