Una de las satisfacciones de todo lector es visitar las bibliotecas personales de aquellos escritores a los que admira. Y, cuando es posible, hojear sus libros. Emociona conocer cuáles fueron los que pasaron por sus manos, lo que escribieron en sus márgenes y lo que fueron subrayando y anotando a lo largo de su lectura.
Las bibliotecas suelen revelar secretos que sus dueños nunca manifestaban en sus escritos (cómo clasificaban sus libros, cuál era el orden en el que los colocaban en las estanterías, cuáles los autores que tenían más a mano) y eso nos aproxima más al conocimiento de su personalidad y de su obra.
Hace unas semanas reseñábamos en estas mismas páginas el tercer volumen de la biografía intelectual de José Ángel Valente, uno de cuyos capítulos está dedicado a estudiar el contenido de los libros de la biblioteca personal del poeta y a analizar cómo éstos influyeron en su obra.
Borges lector
Con un prólogo de María Kodama acaba de publicarse “La biblioteca de Borges” (Paripébooks), un trabajo de Fernando Flores Maio con excelentes fotografías de Javier Agustín Rojas y Alicia D’Amico que reproducen las portadas y algunas páginas interiores de libros que Jorge Luis Borges manejó a lo largo de su vida, con subrayados y anotaciones (también con algunas dedicatorias) en español y en inglés. Dice María Kodama en el prólogo de este libro que de niño Borges sabía que a su abuela inglesa debía hablarle de una forma y de otra al resto de la familia y que sólo cuando creció supo que eran dos idiomas distintos. La biblioteca está desde hace años custodiada por la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, con sede en Buenos Aires.
La mayor parte de los libros que Borges guardaba en su biblioteca eran de Filosofía y de Religión. Entre ellos se muestran aquí las fotografías de varios ejemplares de la Biblia (incluido un Nuevo Testamento apócrifo), de la que a Borges le interesaba sobre todo el aspecto literario. Ese es también el caso del “I Ching” (se reproduce la portada de una edición inglesa), de “El Libro tibetano de los muertos” (del que se muestra una edición de 1949 con algunas páginas con ilustraciones), del Corán, de libros sobre religiones de la India y numerosos sobre mitología celta. Admiraba también las obras que escribió Robert Graves sobre mitologías clásicas. Kodama recuerda una visita que ambos hicieron a Graves en su casa de Deià.
En el texto de este libro Flores Maio dice que la relación de Borges con los libros era una relación humana porque consideraba a los autores como amigos que lo honraban con cada obra. Los más íntimos, Carlyle (hay aquí bellas fotografías de algunos de sus libros), Schopenhauer, William Blake (se reproduce una edición en italiano de los “Cantos de inocencia y experiencia”), Unamuno, Dickens, Quevedo, Virgilio… y sobre todo Oscar Wilde, de quien se muestran algunas obras y la portada y páginas interiores de la biografía de Wilde escrita por Hesketh Pearson.
Borges encontró en “El paraíso perdido” de John Milton a un autor con el que se identificaba (con su obra y con su ceguera) y del que se reproducen fotografías de sus narraciones y de sus libros de poesía. Según Borges hay una suerte de unión mística entre el lector y el escritor a través de la lectura de su obra. Por eso cobra más valor su sentencia de cuando decía que estaba más orgulloso de los libros que había leído que de los que había escrito porque en la lectura Borges buscaba y encontraba la felicidad. A pesar de la condena y la cárcel que pesaron sobre Wilde, para Borges el sabor de su obra es el de la felicidad, una felicidad que está también en los libros de Thomas de Quincey, Eça de Queiroz, Montaigne, Cocteau (hay aquí un ejemplar de sus “Obras escogidas”), Voltaire, Rudyard Kipling…
Una de las obras literarias más apreciadas por Borges fue “La Divina Comedia” de Dante, sobre la que escribió en muchas ocasiones con distintos motivos y de la que en este libro se reproducen varios ejemplares y páginas interiores muy anotadas de su puño y letra. Es un verdadero placer recorrer estas imágenes porque nos acercan a esa unión mística con los autores de la que hablaba Borges cuando se refería a la lectura.