CRÓNICAS ALEMANAS
Fue un alcalde de Berlín, el político socialdemócrata Klaus Worwereit, el que acuñó esta frase en el año 2003 que, como tantas otras, ha hecho historia con el tiempo.
Porque lo cierto es que Berlín, la capital de Alemania, es un lugar interesantísimo para visitar en cualquier época del año, e incluso para vivir los españoles que se están marchando a otros lugares en busca de trabajo en ese peregrinaje laboral al que yo he titulado de forma genérica en mi último libro “Emigrantes por el mundo” trabajo que, como un emigrante más, se encuentra en busca de editor recorriendo editoriales de cara a poder ver la luz algún día.
Algo que debe tenerse en cuenta desde que se pisa Berlín, o cualquier otro lugar de Alemania, es que la palabra gratis, que se entiende perfectamente, en este país también tiene sus propias acepciones, que son Frei y Kostenlos. Porque aunque parezca mentira, en este país todavía hay cosas gratis. Como una serie de museos que se pueden visitar Kostenlos, o el tour diario gratuito de tres horas y media que se puede hacer con un guía de habla español al que al final se le da la propina que cada cual cree conveniente. Lo recomendable es darles, ciertamente, porque viven de eso.
Otro dato a tener en cuenta es que en Berlín se puede uno montar en el metro o en el tren sin pagar, ya que no existen taquillas, pero no es recomendable; en primer lugar por civismo, y además porque los revisores suelen ir de paisano, y en Alemania la multa, de 40 euros, se paga si, o sí. Una cosa que me llamó la atención durante mis visitas a dos capitales importantes europeas es que mientras en Berlín paga todo el mundo el transporte público, en Roma no paga casi nadie. Será cuestión de genes.
Como en cualquier gran ciudad, en Berlín existen los autobuses turísticos que hacen el recorrido por los lugares más importantes al precio de 22 euros, pero si usted quiere ahorrar coge el autobús número 100, una línea normal, y por 2,40 euros puede hacer casi el mismo recorrido. Además este autobús tiene la nota romántica de que es el primero que circuló después de la reunificación alemana entre lo que era el Berlín Oriental y el Occidental. Aunque cueste creerlo, se trataba de dos países que eran diferentes, hermanos, pero separados por un muro, hasta el extremo de que podía darse la circunstancia de que la entrada de una casa podía pertenecer a un país y los balcones traseros de esa misma casa habían quedado tras la construcción del muro al otro lado del mismo, es decir, en el otro país.
Existen muchas cosas para ver y visitar en Berlín, que el visitante irá descubriendo de “motu propio”, pero merece la pena señalar algunas de ellas.
La cúpula sobre el Reichstag diseñada por el arquitecto Norman Foster, de cristal, transparente, resulta impresionante, y además tiene su significado, pues sitúa a los ciudadanos por encima de los políticos, que están trabajando en la parte inferior del edificio. Me impresionó mucho el “campus” de la Universidad Libre de Berlín, con sus casitas bajas y muchísimos estudiantes yendo en bicicleta, o la cantidad de museos gratuitos que se pueden visitar. La calle Auguststrasse, con una docena de galerías de arte, se ha convertido en la pasarela de arte moderno de Alemania.
La Puerta de Branderburgo es todo un símbolo de Berlín, por lo que significaba y significó antes y después de la reunificación: es el punto de encuentro de los alemanes separados por un muro de hormigón durante casi 40 años.
Otro lugar mítico en la historia de esta ciudad es el conocido como Checkpoint Charlie, un lugar o calle donde en el período de la guerra fría se estaban apuntando a menos de 100 metros de distantica los tanques rusos y americanos, ya que cada lado de la calle pertenecía a un sector diferente, bien fuera americano o ruso.
Otra cosa a tener en cuenta es que Berlín no es una ciudad cara para vivir, ya que incluso pude comprobar durante mi última estancia que resulta más barata que Madrid. Eso sí, las viviendas suelen ser compartidas, alquilándose por habitaciones con derecho a cocina. Otra cosa a la que no estamos acostumbrados en España es a comprar y vender cosas de segunda mano como la cosa más natural, algo que allí resulta de lo más normal, sobre todo para personas con pocos ingresos o emigrantes que empiezan a abrirse camino.
Y a la hora del dulce yantar, recuerde que la comida típica de Berlín, como de toda Alemania, son las sempiternas salchichas con ketchup y curri, un invento de la posguerra que allí se llama Curriwurst. Tan famoso es el plato que cuenta hasta con un museo propio, el llamado Curriwurst Museum, el único en el mundo dedicado a semejante alimento.
Buen apetito, o Guten apetit.