Durante 2022, Brasil ocupó el noveno puesto a nivel mundial en cuanto a la producción de petróleo, por delante de los Emiratos Árabes Unidos (EAU) y por detrás de Irak.
Algunos expertos calculan que producirá más de cinco millones de barriles diarios al final de esta década.
Simultáneamente, de enero a noviembre de 2023, la presidencia de Lula da Silva ha logrado que la deforestación amazónica haya sido reducida de manera tajante: a la mitad, si se comparan los once primeros meses de 2023 con los once primeros meses del año anterior (el último del mandato de su antecesor, Jair Bolsonaro).
Sin olvidar que la deforestación va asociada a fenómenos de tráfico de drogas, de materias primas y de armas, así como a fenómenos de explotación y desigualdad, incluso a procedimientos de esclavitud.
Campesinos y pastores, pueblos y comunidades tradicionales, son amenazados periódicamente por matones y tipos armados, que incendian sus propiedades y matan sus ganados. A veces, a ellos mismos y a quienes se oponen a sus desmanes: desde 2012, unos cuatrocientos defensores de la tierra y el medioambiente. Según la oenegé Global Witness, Brasil es el país en el que más personas han sido asesinadas durante la última década por su lucha en defensa de la tierra y la naturaleza.
Podemos sintetizar las contradicciones de la presidencia actual de Lula da Silva en esos dos procesos –deforestación e hidrocarburos– que vive Brasil. Lo han llamado la paradoja medioambiental de Lula, quien –por otro lado– ha logrado la homologación y el amparo legal para nuevas reservas indígenas (ocho más) que son consideradas como un hecho justo y también vital para la reducción de los procesos de deforestación de la Amazonía.
El Observatorio do Clima (OC), que agrupa a asociaciones y oenegés de Brasil, elogia los esfuerzos de Instituto Brasileiro do Meio Ambiente e dos Recursos Naturais Renováis (IBAMA, de carácter oficial), para atajar la deforestación en la mayor selva tropical del planeta.
Pero el IBAMA señala también la ausencia de controles similares y adecuados en la ecorregión conocida como O Cerrado («denso», «espeso»), una inmensa sabana que abarca un territorio con una extensión de 1,9 millones de kilómetros cuadrados.
Su clima, como las sabanas de otros continentes, tiene únicamente dos estaciones, una húmeda y otra muy seca. Actualmente, sus enormes praderas y su arbolado están desapareciendo a gran velocidad, mientras el Cerrado (al sureste de la Amazonía) se va cubriendo de campos de soja y algodón.
Ahí tienen su origen diversos ríos y zonas acuíferas de otros países de América Latina, como la cuenca del Paraná que fluye y riega zonas de Brasil, Argentina y Paraguay.
Para la opinión pública mundial, la deforestación de la Amazonía es un problema de todos, mientras que –fuera de Brasil– se desconocen los problemas del Cerrado, que conserva una biodiversidad extraordinaria que puede estar en peligro.
Desde hace casi medio siglo, los ríos que surgen en el Cerrado sufren los efectos conjuntos de la deforestación creciente, la proliferación de los regadíos y los embalses, lo mismo que las presiones sociales y políticas para extender las áreas agrícolas y ganaderas.
Significados científicos consideran esa amplísima área o paisaje bioclimático (área biótica o bioma) igual de importante que la Amazonía para la lucha contra la crisis climática del planeta.
Suely Araujo (del OC) reconoce que la situación ha mejorado bajo la presidencia de Lula en lo que se refiere a la Amazonía, pero sostiene que se ha agravado en el Cerrado, donde la biodiversidad es extraordinaria. Allí no faltan las especies aún no bien estudiadas o desconocidas. En el Cerrado habitan varios miles de clases de aves, anfibios, reptiles y mamíferos. Seguramente un bioma no menos valioso que la Amazonía.
Grandes proyectos de rutas y carreteras son también cuestionados dentro de Brasil, como el asfaltado y desarrollo actual de 885 kilómetros de la autopista BR-319 que va de la ciudad amazónica de Manaos hasta Porto Velho, al sureste, capital provincial del estado de Rondônia situada a unos 380 kilómetros de la frontera de Bolivia.
Se trata de un plan aprobado por la Cámara de los Diputados el pasado 20 de diciembre, que se califica oficialmente como sostenible con relación a las zonas boscosas de la Amazonía. Ese proyecto está aún pendiente de su debate en el Senado y de la aprobación presidencial.
Los ambientalistas previenen contra el peligro que representa ese desarrollo para la región amazónica.
El OC sostiene que el proyecto de ley sobre la BR-319 ya aprobado por los diputados es inconstitucional, porque relativiza y aligera los requisitos de impacto ambiental. Desde ese punto de vista, amenaza también decenas de las llamadas unidades de conservaçao (áreas protegidas) y 69 tierras indígenas.
Además, el asfaltado de cientos de kilómetros podría dañar unos 300.000 kilómetros cuadrados de la misma Amazonía.
Los partidarios de la pavimentación defienden su derecho a tener mayores facilidades para desplazarse por el interior de Brasil y para aumentar los intercambios y la producción agrícola.
Ese amplio territorio ha convertido a Brasil en el mayor exportador de soja del mundo y la mitad del Cerrado está ya ocupada por diversos cultivos. Brasil exportó el año pasado 155 millones de semillas de soja que sirvieron para el engorde de vacas, cerdos y pollos de todo el planeta.
El problema es que antes de cultivar aquellos terrenos –en buena parte arenosos y pobres en nutrientes– se desbrozan de manera radical eliminando toda la vegetación previamente existente. Se trata así de impulsar la utilización de nuevos sistemas de riego, así como para facilitar el uso de fertilizantes y pesticidas de empresas globales de la agroindustria como Cargill o Bunge.
Llaman correntão a ese método que aplasta y erradica toda la vegetación a su paso, mediante el uso de esteras y cadenas arrastradas por tractores y máquinas de extracción. La correntão está considerada como delito medioambiental, pero fue autorizada de nuevo en la Asamblea Legislativa del estado de Mato Grosso.
De modo que –para culminar las dudas crecientes sobre el rumbo medioambiental de Brasil, bajo la presidencia de Lula da Silva– ha llegado su anuncio de ingreso en la OPEP (como país observador, se asegura), un anuncio que tuvo lugar en plena Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP-28) que terminó hace dos semanas.
En ese sentido, podemos considerar un hecho que los mayores países productores de petróleo (no sólo los países de la OPEP, sino también Estados Unidos, Rusia y sus aliados) favorecen la expansión de la producción brasileña de hidrocarburos.
La petrolera Petrobrás (Petróleo Brasileiro SA, en buena medida controlada por el Estado) está impulsando su producción en la desembocadura del Amazonas y en la zona ecuatorial limítrofe con Guyana, país al que Venezuela reclama más de la mitad de su territorio (el Esequibo), lo que ha dado lugar recientemente a un referéndum de soberanía propiciado por Caracas… y al envío de un buque de guerra británico (el patrullero HMS Trent), para simbolizar el apoyo de Londres a su antigua colonia (la exGuyana británica).
Como cabía esperar, Caracas lo ha descrito como «un gesto hostil» que ha sido respondido por Nicolás Maduro anunciando maniobras militares.
Resumiendo el contexto anterior, lo menos que cabe pensar es que en el gobierno de Lula da Silva conviven dos almas. Seguramente una está encarnada por su ministro de Hacienda, Fernando Haddad, y la otra por Marina Silva, ministra de Medio Ambiente.
Coincidiendo con la COP-28, Brasil y Petrobrás firmaron acuerdos de inversión de Arabia Saudí en Brasil que pasan por el gigante saudí Aramco, la mayor empresa de producción y derivados petrolíferos del mundo.
En el diario El Economista, Vicente Nieves afirma que normalmente «los países que logran producir grandes cantidades de crudo buscan alinearse con otros productores para distorsionar los precios y maximizar así los beneficios». Ésa es la lógica geopolítica.
Una experta con la que hemos hablado analiza esa estrategia de Lula como posible voluntad de Brasil de ascender en la escala de poder global de los BRICS. Vicente Nieves lo describe directamente como el paso de Brasil «al lado oscuro», tras el encuentro de Lula da Silva con el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salmán.
Ser una potencia medioambiental, explotando la biodiversidad de Brasil de manera sostenible y a la vez convertir en parte ese gran país en un petroEstado resulta complicado.
«Ser líder en materia climática e integrarse en la OPEP es incompatible», declara sin dudarlo Suely Araujo (Observatorio do Clima, de Brasil).
Ciertamente, no faltan los indicios (fuertes) que sugieren que Lula da Silva puede estar deslizándose hacia ese lado oscuro en el que el estratega principal es el príncipe heredero de Arabia Saudí.