En Cáceres, una cadena humana ha vuelto a demostrar el amplio rechazo ciudadano al proyecto de mina de litio a cielo abierto que amenaza tanto a la ciudad como a su valioso entorno natural, la Sierra de Valdeflores (o Valdeflórez). Un proyecto de la minería buitre que se sitúa a las puertas de esa ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
En esa cadena participaron unas dos mil ochocientas personas, según El Periódico de Extremadura, que se desplegaron a lo largo de los aproximadamente tres kilómetros que hay entre la Plaza Mayor de la ciudad y la cima del Santuario de la Vírgen de la Montaña.
En una capital de provincia que no llega a los cien mil habitantes, esa participación es ciertamente elevada. Sobre todo, en época de restricciones de movilidad, distanciamiento social y pandemia.
Sin embargo, diversos indicios muestran el empecinamiento de los impulsores de la mina, pese a que recientemente el Ayuntamiento de Cáceres haya vuelto a identificarse con su ciudadanía votando -una vez más- su rechazo a los proyectos de la multinacional australiana Infinity Lithium y sus diversos aliados empresariales y financieros, entre ellos Sacyr. Aunque sugieren la creación (cercana a la mina) de fábricas de baterías de litio, otra de sus parábolas proféticas sobre «el empleo», si uno se dirige a publicaciones que les son próximas encuentra otros propósitos.
Prevén situar esa producción en distintos territorios de mayor entramado industrial: el País Vasco, Navarra, Dos Hermanas (Sevilla). O deslizan otra idea, promovida desde un influyente diario de Barcelona, recordando «el interés que mostraron las tecnológicas LG y Scheider Electric por reconvertir las instalaciones de Nissan en una factoría de este tipo».
Extraer materias primas en una zona para limpiar y enriquecer otras es un clásico del saqueo económico. Las contaminaciones de un lado, los beneficios, si los hubiera, en algún otro lugar más limpio e instalado.
Asimismo, es notable cómo los portavoces de ese conglomerado disfrazan ese tipo de proyectos calificándolos de meramente «técnicos», al mismo tiempo que tratan de repintarlos con un áurea «verde y sostenible».
Utilizan un confuso vocabulario disfrazado de ecologismo «limpio» relativo a vehículos eléctricos, calentamiento global, revolución tecnológica, etcétera; adobado con el uso de frases contradictorias y un cierto aire de misterio. No engañan a muchos. La opinión pública desconfía también de ese discurso deslavazado porque siempre hay algún representante de su clase política dispuesto al uso de las llamadas puertas giratorias en su propio beneficio. Cáceres tiene fresco un caso demasiado reciente que contribuye -involuntariamente- a la falta de credibilidad del proyecto en su conjunto.
En una Extremadura históricamente abandonada a su suerte, los escépticos predominan y en distintas comarcas crecen las plataformas contra la multiplicación de demandas de explotación del litio y de tierras raras.
Tampoco las legendarias promesas de puestos de trabajo parecen otra cosa que vaguedades y cuentos de hadas. Hablan del empleo que pueden crear, nunca de la riqueza y empleos reales que destruirían si ejecutaran sus planes. Y la agenda los acaba de traicionar: coincidiendo con la cadena humana, Cáceres asistió a la inauguración del espléndido nuevo museo Helga de Alvear, que, con cierto tino, alguien ha llamado el Guggenheim de Cáceres.
De modo que Cáceres, declarada Patrimonio de la Humanidad, que progresa con su aureola de ciudad histórica, muy visitable, y que cuenta además con un entorno natural valioso, tiene abiertos ante sí dos caminos alternativos: el del desarrollo basado en los valores de la cultura y el medioambiente, en la diversidad y en la participación ciudadana; o la ruta del neodespotismo industrial de la minería del litio, que circula por todo el planeta, pretextando vagas promesas que encubren retrocesos sociales y “técnicos” más propios del siglo XIX.
Las mentiras del pasado se repiten y la verdad de los defensores de los proyectos de Valdeflórez consiste en lo que esconden. Para nada en lo que dicen en público.
Por eso, a bastantes asistentes a la doble jornada cacereña (en torno a la mina y al Helga de Alvear) les pareció destacable que la principal representante de la Plataforma Salvemos la Montaña de Cáceres, se refiriera -al final de la cadena humana- a los antecedentes históricos de la minería en Cáceres. No son tan lejanos y, en estos momentos, resultan esclarecedores.
DE ALDEA MORET A VALDEFLORES
Texto de Montaña Chaves:
Nadie podía imaginar que una piedra blanca encontrada accidentalmente por un paseante se convertiría en la explotación de una mina en galería muy cerca de Cáceres en el último tercio del siglo XIX. En aquel momento se estableció una fuerte relación entre la industria de los fosfatos, mejor dicho, entre los intereses financieros empeñados en sacar adelante la industria de los fosfatos y las recientemente creadas líneas de ferrocarril. Esto hizo posible que el material llegara a Lisboa y desde allí partiera rumbo a Londres. ¿Les suena?
Los patronos de entonces no contrataron a técnicos locales, ni siquiera los picapedreros eran de aquí. La mayoría de los mineros procedían de minas ya cerradas y se fueron asentando junto a los nuevos pozos que se iban abriendo, en torno a los cuales construían sus viviendas, así nació el poblado minero de Aldea Moret. Los empresarios pusieron nombres fantásticos a aquellas explotaciones, como: la Esmeralda, la Abundancia o la Perla de Cáceres… Una mano de obra precaria, que realizaba un trabajo físico agotador y bajo tierra, en turnos interminables, con un elevado índice de siniestrabilidad, y con el padecimiento de enfermedades respiratorias… ¡Así era la mina!
Ahora, en pleno siglo XXI, la historia se repite: una multinacional australiana y sus accionistas, llevan ya un tiempo enriqueciéndose y especulando en la bolsa, presionan con comprar a políticos locales y a medios de comunicación de toda índole, para conseguir aprovecharse de este pequeño e insignificante punto del lejano oeste español, abatido por la desgracia de la pandemia, y donde habitamos unos “indios salvajes” que no queremos progreso. Estos son los argumentos de la empresa y de algunos políticos que utilizan las puertas giratorias sin escrúpulo alguno.
La Primera Guerra Mundial fue propicia para la creación de aquella mina del pasado, pero el crack del 29 le asestó un duro golpe. El abaratamiento del material extraído, y la competencia de nuevas minas que fueron apareciendo en África, con mano de obra más barata, firmaron la sentencia de muerte de las explotaciones mineras de Aldea Moret.
Y aquí en Cáceres, cuando las minas se cerraron quedaron los edificios, que se fueron deteriorando, las enfermedades respiratorias de los trabajadores y los pozos abiertos como heridas en medio de la nada, donde se han seguido produciendo accidentes mortales de niños y adolescentes hasta hace poco. Cáceres no se hizo próspera ni rica gracias a las minas de Aldea Moret, más bien al contrario. Ahora este barrio es una de las zonas más deprimidas de la ciudad.
Otros ejemplos cercanos, como la abandonada mina de Aguablanca, al sur de la región, nos han salido a todos los extremeños y extremeñas muy caros. La empresa envió al paro a todos sus trabajadores sin importarle nada sus vidas, sus familias y su futuro. Se han tenido que destinar 11 millones de euros de dinero público para fomentar económicamente la zona. Otro ejemplo, que no queremos ni recordar, es el caso del accidente de Aznalcóllar, en Huelva, donde la empresa se dio el piro o se hizo la sueca y ni siquiera asumió responsabilidades ni indemnizaciones, porque es más de lo mismo y peor, aún mucho peor.
Hace poco más de un año, se anunciaba que las reservas de agua en Cáceres se agotarían en abril de este año si no llovía lo suficiente, por suerte ha llovido algo este otoño. La presa del Guadiloba, proyectada para unos 25 años, cumple ahora medio siglo de vida, y las alternativas que parecían viables no acaban de dar los resultados deseados. Cáceres no cuenta con abundante agua, y se vería comprometido el suministro humano si se instalara la mina.
Es evidente, que para realizar los procesos químicos de tratamiento del mineral que quieren arrancar del corazón verde de nuestra Montaña, en la proyectada mina, haría falta mucha agua. La empresa Tecnología Extremeña del Litio, que de extremeña no tiene nada, su sede social está en el madrileño Paseo de la Castellana, dice ahora que no la necesita, pero no era así en sus previsiones, recogidas en el “Estudio de impacto ambiental del Proyecto minero de Valdeflórez” de 2017, donde afirmaba que serían necesarios casi tres millones de litros de agua al año.
En ese mismo informe se indicaba que el número de trabajadores sería de 195. Desde entonces, y según ha ido creciendo la oposición social, las cifras de oferta de empleo se han ido multiplicando hasta mil y el consumo previsto de agua se ha ido reduciendo hasta llegar a cero. Y lo mismo ha sucedido con los datos referidos a otros aspectos fundamentales del proyecto, como las balsas tóxicas, la reducción del cráter, o la restauración de la zona.
Una empresa sancionada doblemente, que lleva al ayuntamiento y a la Junta de Extremadura a los tribunales para no restaurar, que no paga las exiguas multas impuestas, y que ni siquiera ha entrado en el valle a reparar los destrozos que ocasionó con sus primeras catas, los caminos y plataformas que abrió de manera ilegal, que no cumple con Resoluciones firmes, ni con Autos judiciales… ¿cómo va a ofrecer alguna credibilidad en sus promesas de futuro?
En nuestro Valdeflores queda el testimonio, también, de otro conjunto minero que para herencia de la ciudad dejó otra herida abierta, con un paisaje desolador de grietas, pozos sin cerrar y de edificios en ruina en medio de un valioso paraje natural, ahora amenazado.
En estos momentos, en pleno siglo XXI, y con el respaldo de la geopolítica mundial que ve cómo peligra su crecimiento económico exponencial por la escasez de minerales estratégicos, las multinacionales mineras como Infinity Lithium, presas de la avaricia del nuevo “oro blanco”, compiten por llevarse las concesiones y derechos mineros, disfrazando su impacto ambiental con el color verde propagandístico que invade hasta los buzones de nuestras casas y las entradas de la ciudad por los cuatro puntos cardinales con sus gigantescas vallas publicitarias prometedoras de puestos de trabajo falsos, para ocultar su negrura. Para ocultar la devastación de Cáceres, para ocultar la esquilmación de nuestra agua, la contaminación de nuestro aire y la esterilidad que ocasionarían a nuestra tierra. Porque la realidad es que nos dejarían a todas las cacereñas y cacereños, de ahora y del futuro, “un marrón”, un “gran marrón” para nuestras hijas e hijos, un gran agujero “marrón oscuro”, con un porvenir negro, muy negro, para nuestro turismo, para nuestros servicios, para nuestro rico patrimonio, y para las pequeñas empresas de nuestros vecinos. Nuestro futuro, nuestra economía y sobre todo, nuestra salud, se vería seriamente amenazada.
Cacereñas, cacereños y gentes de bien, no hemos perdido la esperanza y tampoco hemos perdido una parte importante de nuestra memoria. Es necesario recordar para no caer en los mismos errores. Tenemos algunos ejemplos de batallas ganadas gracias a la lucha del pueblo extremeño sobre los intereses meramente lucrativos de empresas desalmadas que, en demasiados casos, son animadas a seguir con sus proyectos ambiciosos con el apoyo y las “palmaditas en la espalda” de algunos políticos corruptos que tienen intereses espurios en los mismos. ¡Les hemos votado para que gobiernen para el pueblo, no para los lobbies económicos!
Definitivamente, sobran argumentos para decir fuerte, alto y claro: ¡NO A LA MINA!
Montaña Chaves Pedrazo, portavoz de la Plataforma Salvemos la Montaña de Cáceres.En Cáceres, a 27 de febrero de 2021.
(*El texto de Montaña Chaves se basa en un artículo de la escritora cacereña Pilar Bacas).
Esto es una corrida de toros donde aún estamos en el numero de la charlotada y la gente no ha terminado de sentarse…