El ‘yo acuso’ de un arqueólogo sabio
Para una vez que, en los 17 años de vida de ‘La Razón’, se me ocurre enlazar un artículo suyo, resulta que si no pasas por caja, no hay manera. No obstante, dejo las coordenadas por si alguien tiene posibilidad de acceder a él: se trata del artículo “Perder la vida por el patrimonio”, del profesor Joaquín María Córdoba, publicado el pasado sábado 7 de marzo. Es una deslumbrante lección de historia, de política y de humanismo, escrita desde, diríamos ‘el corazón partío’, desde el dolor y alejada, por tanto, de la habitual historieta de buenos y malos para pasto e indignación de los usuarios de los medios y los consumidores de la propaganda.
El profesor Córdoba es catedrático de Historia Antigua en la Universidad Autónoma de Madrid y, entre otros títulos, miembro de la Lista de Expertos de la Unesco para el Patrimonio de Iraq y coordinador del Gabinete para la Protección del Patrimonio de Iraq (UAM). Un sabio, en resumen, que conoce como el pasillo de su casa la ancestral Mesopotamia y las culturas antiguas de Oriente Próximo: “Sus líneas de investigación principales son la cultura del Bronce Tardío en al-Yazira, la Edad del Hierro en la Península de Omán y en Asia Central, y la historia del viaje y la investigación científica en Oriente Próximo. En relación con tales líneas se cuentan más de 165 publicaciones diversas, unas 47 comunicaciones presentadas a congresos, la dirección de varios proyectos de investigación y excavaciones arqueológicas en Siria (valle del Balih), Iraq (tell Mahuz), Emiratos Árabes Unidos (al Madam) o [y] Turkmenistán (Dehistán) (…)”, extraigo de su brillante y extensa biografía.
En el artículo que cito, el profesor Córdoba pasa revista a las monstruosas destrucciones del ISIS, el Ejército Islámico (EI) en Mosul, Nínive y Nimrud y las pone en su doloroso contexto: “(…) desde 1991 y hasta la actualidad, ni la Unesco, ni las potencias agresoras primero y ocupantes después, ni los gobiernos iraquíes posteriores han podido o querido proteger el Patrimonio Mundial en el suelo de Irak: centenares de yacimientos arqueológicos devastados, museos permanentemente asediados o en peligro inminente”. Critica el oportunismo de quienes dicen que “al menos en Occidente, esas obras están seguras”, por las expoliadas con anterioridad, y señala la coincidencia del desprecio del valor de esos bienes por la “violenta minoría armada” que los destruye con la realidad histórica: “No parece que EE.UU. se preocupara demasiado de los bienes culturales de Hiroshima y Nagasaki, de la fortaleza de Manila, de la ciudad de Dresde, de Montecassino. Ni tampoco los alemanes del barrio viejo de Varsovia y sus museos, de los palacios, museos y catedrales de las ciudades rusas ocupadas, ni parece que se mostraran responsables del arte que ellos mismos custodiaban, como el museo von Oppeheim de Berlín, arrasado por los aliados”.
«Son las consecuencias de las guerras –continúa el profesor Córdoba–, no la incapacidad que se supone a ‘esos países’. Porque los ‘bárbaros’ son los salafistas (wahabíes), sustentados por Occidente y sus aliados de la región de Afghanistán primero –contra el laico Gobierno socialista y la URSS–, en Irak después –contra el laico BAAS y el Gobierno de Sadam– y luego en Siria, contra el laico BAAS y el Gobierno de Bachar el Assad. Crecidos ahora, dueños de una buena parte de territorios, se extienden como sucesores de aquellos talibanes que el inefable Bernard-Henri Lévy proclamara en su día ‘luchadores por la democracia’”.
Causándole mucho dolor la destrucción de un irrecuperable patrimonio de la humanidad –a la vista de los vídeos, cree que sólo unas pocas piezas pueden ser reproducciones en escayola–, hay un hecho, poco subrayado, que resume la tragedia: sus colegas iraquíes le han informado del asesinato de cuatro jóvenes, quemados vivos por negarse a participar en la destrucción del museo y las ruinas de Nínive –“(…) ellos sí, héroes de Irak”–. Para él, es símbolo de “la realidad de lo que se quiere ignorar”: “Desde que el rey Faisal y su ministro Sati al Husri acometieran la construcción del Irak moderno en los años 20 del siglo anterior, la educación y el pasado como parte integrante de la nación iraquí fueron principios entonces y luego respetados y asumidos. La religión no sería seña del ciudadano iraquí, sino su pertenencia a la nueva nación. Por eso, el Museo Nacional de Irak, levantado durante la República del BAAS, expresaba una convicción: de los sumerios a los abasíes y la nueva nación. Todo eso es Irak”.
“Los crímenes no son casuales”, dice el profesor Córdoba; recuerda la ominosa sentencia del miserable Donald Rumsfeld, secretario de Defensa en la Administración de George W. Bush y otro ‘avida dollars’ de avaricia incontenible: “Devolveremos Irak a la Edad Media” y se pregunta por “alguien” que, “desde 2003”, ha ejecutado “sistemáticamente a centenares de profesores de universidad, profesionales de prestigio, intelectuales destacados. Hasta ahora, 479 ejecutados. Miles han huido fuera para no sufrir la misma suerte. Verdad dramática, verdad ocultada. Un escándalo internacional (…) No han sido víctimas de atracos, bombardeos, enfermedades: han sido ejecutados porque iban a por ellos. La clase intelectual de Irak. El nervio de la nación. Musulmanes y cristianos. Mujeres y hombres. Todos (…) la legión de profesionales de una nación que hemos contribuido a destruir”.
El profesor Joaquín María Córdoba termina su dolorido planto con un duro alegato: “(…) la legión de profesionales de una nación que hemos contribuido a destruir (…) no somos inocentes. El huevo de la serpiente lo incubó la alianza anglosajona y sus fieles y sumisos aliados. Entre ellos, nosotros”.
Una adenda de recordatorio
Nada más leer el artículo del profesor Córdoba, recordé que entre los materiales que había manejado una década atrás, cuando empecé a escribir mi ‘Literatura para amantes. Apuntes para una historia social de la poesía clásica española (aún en preparación), transcribí otro ‘Yo acuso’ sobre la destrucción de los bienes culturales de Iraq, pronunciado por la profesora Luce López-Baralt, similar en los términos e igual de brillante, categórico y documentado que el reseñado:
“No dejaremos el territorio sufí sin levantar acta para la historia de la barbarie inhumana, otra, cuya codicia inmediata de oro –amarillo o negro– arrasa con la verdadera riqueza, la de la sabiduría: en este caso, el saqueo cultural sistemático de Iraq y la destrucción de su historia –lo que es decir, la historia de Occidente– perpetrados por Estados Unidos y países cómplices desde la invasión en 2003.
Lo diré con las contundentes, sensatas, conmovedoras palabras de la profesora Luce López-Baralt, prestigiosa discípula de don Miguel Asins Palacios. Y a cuyo estremecedor relato del expolio de nuestras raíces mesopotámicas, Morir dos veces en Bagdad, sólo añadiré otra denuncia –publicada en 2003 en el diario ABC de Madrid y firmada por Carlos Luis Álvarez, Cándido–: los especialistas que acompañaban a los comandos de ladrones tenían instrucciones precisas de encontrar documentos referidos a los derechos de los palestinos sobre su territorio… Confiemos que fuera para robarlos, no para destruirlos y que esa justicia inmanente en la que confiamos quienes no confiamos en otra hagan que vuelvan a aparecer un día, quién sabe dentro de cuántos siglos, en alguna geniza de la historia [“(…) las veinte jarchas andalusíes del siglo XI conocidas fueron descubiertas, en 1948, por el hispanista Samuel Stern, hebreo nacionalizado inglés, quien las encontró en manuscritos semidestruidos depositados en la geniza –una especie de pudridero de documentos– de la sinagoga Ben Ezra de al-Fostat, la antigua capital egipcia de omeyas y abasidas, hoy barrio de El Cairo”]…
“Escribe la profesora López-Baralt en Morir dos veces en Bagdad (Nuevo Día, Puerto Rico, 10 de mayo de 2003):
“El retrato del iraquí Alí Smain dio la vuelta al mundo. En uno de los bombardeos de Bagdad perdió sus brazos y doce miembros de su familia, entre ellos su madre, embarazada, su padre, y sus hermanos. Su mirada ensimismada ya es incapaz de reflejar emociones. Aunque hay literalmente cientos de Alís en el país devastado, este pequeño le puso rostro a la tragedia de la guerra. Han muerto no sólo sus familiares, sino sus esperanzas. Terrible manera de hacer “justicia” a la injustificable tragedia del 9-11: “ojo por ojo y diente por diente”. (O brazo por brazo: ¿dónde la lección compasiva de nuestra herencia cristiana?). “En la Bagdad de hoy la muerte prolifera y se multiplica. Pero hay quienes han muerto allí una segunda muerte, a muchos siglos de distancia. Conozco bien su rostro. Bagdad, irónicamente llamada Madinat al-salam o “la ciudad de la paz” cuando era rival de Bizancio en el siglo octavo, albergaba en sus museos y bibliotecas más de 7000 años de civilización. Los expolios que han sufrido los Museos de Bagdad, Mosul y Basora, el incendio de todas las bibliotecas de la capital (la Nacional de Bagdad, el Centro de Estudios Islámicos y Al-Awqaf, entre otras), así como la desacralización de las ruinas de Babilonia, antigua capital de Sumeria, han borrado la identidad cultural de Iraq. El reducir a Bagdad, como apunta Robert Fisk, al año cero, implica una catástrofe para la cultura mundial de tal envergadura que sólo puede ser comparada con la quema de la Biblioteca de Alejandría o el expolio de Hulagu, aquel rey mongol que invadió la antigua capital califal en 1258. Desafiante, arrojó 400.000 volúmenes al Tigris, que quedó ennegrecido con tinta. Hoy la barbarie se repite. “Han desaparecido más de 170.000 artefactos de origen sumerio, acadio, asirio y babilónico del Museo Nacional de Iraq, incluyendo cerca de 75.000 piezas que aún no estaban adecuadamente clasificadas. En Mesopotamia nació la escritura, fuente de la memoria, y este museo albergaba los primeros símbolos numéricos y los primeros ejemplos de la escritura humana. La devastación lo alcanzó todo: estatuas, bajorrelieves, tablas cuneiformes, la cabeza de marfil de la mujer de Nimrud, un arpa de oro y nácar de la necrópolis sumeria de Ur, relieves de Nínive. Yo vi en este museo unas piezas que ningún periódico ha inventariado, pero que se me quedaron grabadas con fuego en la memoria: las calaveras de las mujeres de Babilonia, con su negra cabellera rizada y sus intrincadas coronas de oro, pendientes y collares aun intactos. El legado escrito de la cultura milenaria iraquí también ha volado en humo: las primeras copias manuscritas del Corán, códices andalusíes de valor incalculable, textos médicos de puño y letra de Avicena. Yo sé bien de otra colección perdida en la biblioteca Al-Awqaf: los manuscritos inéditos de la obra completa de Nuri de Bagdad, uno de los fundadores de la literatura mística musulmana. Traduje uno de sus tratados del árabe y me estremece pensar que Nuri ha sido silenciado para siempre. “Este patrimonio de la humanidad era más valioso que todo el petróleo de Iraq y, sin embargo, hubo tanques para defender los pozos de Kirkurk, y ni un solo soldado para evitar el saqueo. La cuidadosa destrucción de los catálogos y los registros informáticos, así como el acceso, al parecer no forzado, a las cámaras de seguridad y bóvedas que albergaban algunas de las piezas más importantes del Museo de Bagdad, permite pensar que detrás del expolio de las turbas enloquecidas se ocultaba una cuidadosa planificación ulterior (El País, 16 de abril de 2003; New York Times, 20 de abril de 2003; Le Monde, 19 de abril de 2003). Atemoriza pensar que el American Council for Cultural Policy ha venido ejerciendo presión para que se autorice el mercado de antigüedades robadas. Muchas de estas piezas encontrarán camino libre en el mercado negro y se dispersarán para siempre; algunas han comenzado a reaparecer en la frontera de Iraq y en países occidentales (El País, 16 de abril de 2003). “El daño colateral de la guerra contra Iraq no sólo incluye víctimas civiles inocentes. Al quedar arrasados los tesoros de su antigua memoria, Nínive y Babilonia han vuelto a caer, la Bagdad califal ha sucumbido bajo una nueva invasión mongola. Al-Ándalus ha vuelto a silenciarse, Nuri de Bagdad ha perdido su voz. Ya nunca sabremos lo que quiso decirnos este refinado contemplativo, que impartía sus enseñanzas espirituales a orillas del Tigris allá por el siglo IX. Nunca olvidaré este Tigris, bordeado de datileras, que hoy han ardido en llamas, como los códices del antiguo maestro. Al perecer su obra, Nuri ha muerto una segunda vez en Bagdad, bien que con once siglos de diferencia. “Traduzco la desgracia en términos occidentales: es como si hubiese ardido la obra de San Juan de la Cruz o de Santa Teresa, sin que la hubiésemos podido terminar de leer adecuadamente. Este legado inmemorial, cuya riqueza ni siquiera hemos alcanzado a aquilatar, no sólo era patrimonio de Iraq, sino de la humanidad. “Como el desventurado Alí Smain, todos hemos quedado amputados tras la guerra. Los misiles terminaron por alcanzarnos a todos, vivos y muertos. Pero a algunos –ya lo dije– les ha tocado sufrir una segunda muerte en estas antiguas tierras mesopotámicas que hoy llamamos Iraq” (Materiali resistenti, 11 mayo 2003).
Y un interrogante
La periodista y escritora italiana Loretta Napoleoni ha visitado España para presentar la edición en castellano de su libro ‘El fénix islamista’ (Paidós ed.), un trabajo sobre la génesis y el desarrollo del Estado Islámico y de entre todas las cosas interesantes que le he oído y leído en entrevistas, me ha llamado la atención su extrañeza ante el hecho de que, al no haber prensa independiente en el lugar de los hechos, no hayan aparecido fotografías de satélites que certifiquen las supuestas destrucciones de cuyo conocimiento sólo tenemos la ‘noticia’ que quiere proporcionar el aparato de propaganda del EI (‘Loretta Napoleoni: “Utilizar las armas y las bombas no va a parar el yihadismo”’, ‘La ventana’, Cadena Ser). Verdaderamente, es extraño que, cuando el aparato de propaganda de los EE. UU. ha difundido incluso falsas fotografías de satélites para apoyar sus intenciones intervencionistas, en esta ocasión no sepa/no conteste. Aunque como observan expertos que han estudiado los vídeos no quepan dudas, desgraciadamente, de la destrucción irreparable de obras singulares, junto a reproducciones en escayola y reconstrucciones a partir de restos, pero de las ruinas arrasadas de las que se habla, no hay, por el momento, evidencia indudable. Ojalá sea sólo propaganda.