Resulta cuando menos curioso que al cabo de cerca de medio siglo, uno pueda llegar a verse reflejado en las páginas de un libro cual si de un espejo histórico se tratara. Eso es lo que le ha sucedido al que suscribe, de alguna manera, leyendo la obra La maleta de Ana, escrita por Celia Santos y editada por Penguin Random House Grupo Editorial.
Porque La maleta de Ana viene a ser el reflejo fiel de las peripecias, vida, milagros y sacrificios de los cientos de miles de emigrantes españoles que en los años sesenta del pasado siglo nos embarcamos en un viaje como emigrantes a Alemania, porque España, nuestra tierra, estaba en barbecho, y había que ganarse la vida en alguna parte, aunque fuese a miles de kilómetros.
La autora Celia Santos describe magistralmente aquellas vidas empaquetadas en su maleta, si bien en este caso afronta la historia desde la óptica de las mujeres emigrantes, reflejo fiel de lo que fue y pasó a todos, mujeres, pero también hombres, en una Alemania que hacía pocos años había salido de los estertores de la segunda Guerra Mundial, y a la que había que ayudar a reconstruir a cambio de un salario.
Ana será la chica emigrante que salida de un pueblo de Ávila con su pequeña maleta de cartón se embarcará –como todos-, en la llamada Estación del Norte o Príncipe Pío en un tren sin retorno, o haciéndolo al cabo de muchos años, porque ahorrar unos marcos para convertirlos en pesetas va a ser tarea muy difícil, ya que por una parte habrá que vivir en aquel país y de paso enviar dinero para ayudar a la familia que queda en España.
Resulta escalofriante la descripción de la llegada de emigrantes españoles a la estación central de Colonia, ya en Alemania. Cuando a cada emigrante le ponían un cartel con un número, o el nombre, para poder distinguirlos. Lo cierto es que no se hacía con mala intención, sino que eran miles los españoles que llegaban semanalmente a dicha estación ferroviaria, inmensa, y ni ellos hablaban alemán, ni los alemanes hablaban español, por lo que tenía que emplearse algún método para poder repartirlos por los miles de fábricas de un país que, si algo sabía hacer, era producir.
Las españolas en la residencia de emigrantes es otra parte importante de sus vidas en Alemania, al igual que sucedía con los hombres. Falta de condiciones adecuadas en muchos casos, a las que había que buscar solución poco a poco, haciendo sindicalismo, algo que en España resultaba inconcebible, pero que en Alemania era un arma de los trabajadores, sin excepción.
Y el trabajo, siempre presente el trabajo, en un país que producía de todo día y noche. Con jornadas largas, adobadas con horas extraordinarias para aumentar el sueldo a fin de mes, y donde la puntualidad era sagrada. Ni un minuto más, pero tampoco ni un minuto menos, donde una hora tenía exactamente sesenta minutos.
Una de las cosas que llamará la atención a las protagonistas de La maleta de Ana –como nos la llamaba a todos- es que los trabajadores emigrantes no tenían la consideración de extranjeros (Ausländern), sino Gastarbeiters, es decir, “trabajadores invitados”, literalmente hablando. En este sentido, un francés, holandés, o americano era un considerado como extranjero, mientras que un español, portugués, turco, yugoslavo, marroquí, italiano, siempre tenía la consideración de “trabajador invitado”.
Los sentimientos también estarán presentes en las páginas del libro, porque existir existían, y en todas las direcciones. Unos de ficción, edulcorando en este caso la autora la píldora lacrimógeno sentimental, porque resulta muy difícil –conociendo el país- admitir el amor entre sencilla empleada e hijo del dueño de la empresa, y otros sin embargo más cercanos a la realidad cotidiana, como ese amor de italiano y española, normal por aquellas latitudes, habida cuenta de la soledad de unas y otros. Conocí algunos casos, de los que fui testigo.
También estará presente ese personaje conocido como la Alemana, ya en su merecido reposo del guerrero del pueblo catalán en el que contará esta historia maravillosa que forma y conforma una maleta de cartón a través de cuyo fondo conoceremos esta maravillosa historia antes de que la memoria, en el otoño de la vida, le marchite a la mujer del todo.