En la Rusia de los zares, antes de la revolución bolchevique, el mundo del arte vivía años de intensa actividad. Las vanguardias habían arraigado en aquel ambiente de represión política y los creadores manifestaban una inédita actividad con propuestas radicales y revolucionarias importadas de las manifestaciones que venían desarrollándose en Europa, fundamentalmente en Francia y Alemania, a donde los pintores, escultores, fotógrafos y diseñadores viajaban con frecuencia y de donde traían obras que adquirían en las galerías de aquellos países para exponer en Rusia y que eran adquiridas por importantes coleccionistas.
Cuando en 1917 estalla la revolución soviética, la mayoría de esos artistas acogieron con esperanza y entusiasmo la llegada de un nuevo régimen que prometía grandes expectativas y colaboraron con el proceso revolucionario liderado por Lenin, alentados por la posibilidad de exponer y desarrollar en libertad aquellas obras revolucionarias.
En los primeros años treinta, sin embargo, los artistas vieron reducida su capacidad creativa a causa de las exigencias políticas impuestas por los dirigentes comunistas, que orientaron la revolución hacia el totalitarismo. En ese periodo de tiempo, en Rusia nació y se desarrolló una actividad artística que aún hoy asombra al mundo, con nombres que escribieron en letras de oro sus aportaciones a la historia del arte.
Una exposición en la Fundación Mapfre de Madrid recoge un centenar de estas obras que se crearon entre los primeros años y la década de los treinta del siglo XX.
Entre los artistas de este momento destacaron Marc Chagall y Kazimir Malévich, por eso el título de esta muestra ha querido rendirles homenaje con sus nombres en el título: “De Chagall a Malévich: el arte en revolución”. Entre la obra de Chagall, más próxima a la figuración y al surrealismo, y la abstracción geométrica de Malévich, se puede ver aquí la de otros artistas que completan el panorama de aquellos años e influyeron en movimientos posteriores: Natalia Goncharova, El Lisitski, Kandinsky, Rodchenko…
Los orígenes de un arte revolucionario
Antes de la revolución de octubre, los artistas rusos aplicaban las influencias del expresionismo y el cubismo a las tradiciones populares a través de la pintura de paisajes, retratos, desnudos y naturalezas muertas. El nuevo movimiento se bautizó como Neoprimitivismo (por su relación con objetos tradicionales como iconos ortodoxos y carteles rusos de los siglos XVIII y XIX), donde se mezclaban las innovaciones recogidas en Europa con la cultura tradicional rusa.
Como había ocurrido antes en Francia, artistas rechazados por los organismos oficiales (en este caso la Academia de Bellas Artes de Moscú) organizaron una exposición autónoma que culminó en la fundación de la sociedad artística La Sota de Diamantes, donde estaban Natalia Goncharova y Kazimir Malévich entre otros.
En la sección de esta exposición que recoge estas primeras obras dialogan cuadros Chagall con otros de Malévich que presentan imágenes del campesinado (escenas de Vítebsk, la aldea natal de Chagall) y de la vida y costumbres de las comunidades judías, expresadas con los lenguajes del fauvismo y el cubismo, que artistas vanguardistas rusos combinaron con el futurismo italiano.
Fueron las mujeres quienes desarrollaron con más energía este cubofuturismo: Liubov Popova y Nadiezhda Udaltsova, cuyas obras de este período cuelgan también en esta exposición. Junto a este estilo surgió el Rayonismo, que incorporaba elementos del orfismo promovido en Francia por Apollinaire.
Abstracción, suprematismo y constructivismo
El expresionismo alemán influyó de manera decisiva en la obra de Kandinsky, que lo aplicó a las tradiciones primitivas rusas, como el ambiente de las aldeas y las isbas, casas campesinas, hasta alcanzar una abstracción influida directamente por el cubismo.
Uno de los movimientos más revolucionarios de estos años fue el Suprematismo, cuyo nombre alude a la supremacía en el arte creativo del sentimiento puro sobre todo lo demás. Con este movimiento Malévich intentaba “liberar al arte del mundo de la representación”, según sus palabras.
Con orígenes también en el cubismo, el Suprematismo pretendía la destilación máxima de la pintura y generar nuevos iconos que sustituyeran a los que habían marcado la cultura rusa durante milenios.
Se trataba de conseguir la abstracción suprema, la pintura en su grado cero, un arte que pretendía cerrar un mundo e inaugurar otro nuevo. La trilogía “Cuadrado negro”, “Cruz negra” y “Círculo negro” manifiesta esta intención de Malévich (en esta exposición se han colocado juntos, formando un tríptico).
En los primeros años de la revolución soviética estas manifestaciones convivieron con otras nuevas que, como el Constructivismo, estaban más relacionadas con el proceso revolucionario. En 1921, cinco artistas participaron con cinco de sus obras en la exposición “5×5=25”. Eran Liubov Popova, Alexandr Vesnín, Alexandra Exter, Ródchenko y Varvara Stepanova. Estos artistas trataban de crear objetos reales en diálogo con el espacio circundante, combinando en sus obras pintura, escultura y diseño. Rodchenko intersecciona planos y círculos de colores vivos para crear objetos con valor por sí mismos.
En este entorno nació la Escuela de Matiushin, un original experimento que combinaba la música con las artes plásticas y el diseño. Músico y compositor fundamentalmente, Mijaíl Matiushin investigó sobre una “cuarta dimensión” para expresar el espacio de forma visible, potenciando la conciencia respecto al entorno. Con sus alumnos trataba de llegar a una “visión ampliada”, combinando la visión directa con la visión periférica.
Los artistas y la revolución
Como ya se ha dicho, la mayoría de los artistas rusos acogieron con entusiasmo el proceso revolucionario bolchevique. Sin embargo, a partir de mediados de la década de los años 20, cuando los dirigentes políticos apostaron por el llamado realismo socialista, que promovía una visión optimista de la vida soviética a través de representaciones próximas a la figuración, en muchos artistas que habían apoyado la revolución se produjo un cierto desencanto. Esta deriva supuso por parte de los poderes del estado una descalificación de la experimentación y las vanguardias, que estaba basada en acusaciones de supuesto elitismo.
Desde la posición de “artista proletario”, como se denominaba a sí mismo, Pável Filónov promovió el “arte analítico”, mientras Malévich giraba hacia un “supranaturalismo” en el que introdujo los arquetipos del obrero y el campesino representados sin rasgos faciales, una forma de denunciar la nueva alienación de los trabajadores. Chagall se exilió en París para seguir creando en libertad y Malévich murió en 1935 en Leningrado, olvidado y marginado por el totalitarismo soviético.
La exposición recoge también multitud de publicaciones pre y posrevolucionarias, libros y revistas de aquellos años, obras de escritores, literatos y poetas relacionados con los movimientos artísticos aquí representados.