Miami ha enloquecido con el cine, no solo hay tres festivales en acción, también directores locales como Lilo Vilaplana estrena su film «El caballo», una producción con equipo y actores locales, sobre Cuba.
El Festival Internacional de Fort Lauderdale, uno de los más antiguos y acreditados de Estados Unidos, inaugura con varias producciones españolas y latinas. A esto se suma Recent Spain Cinema, un festival con sede en Los Angeles que exhibe los últimos estrenos españoles en la costa oeste y en Miami; y el famoso Festival de Cine de Miami Dade College que presenta sus Gems, los mejores films seleccionados, en un adelanto del festival de marzo.
Un gran esfuerzo por alentar la industria muy golpeada durante la pandemia. Estos festivales serán híbridos, parte virtual y parte presencial, y habrá que prepararse para esta maratón de interesantes películas, que les iré comentando y que algunas llegaran o ya llegaron a España.
«Spencer»
Esta fiesta fílmica comienza con la presentación especial de Gems de Miami Internacional Film Festival-MDC, con el esperado film «Spencer», un drama histórico, del director, escritor y productor chileno Pablo Larraín, cuya trayectoria está jalonada de premios: nominado al Oscar en el 2013 por «No», al Globo d Oro en 2015, por «El Club» y en el 2016, por «Neruda».
En su filmografía se ha enfocado con especial interés en las biografías, realizó el film sobre el poeta Neruda, el de «Jackie» sobre Jacqueline Kennedy y ahora «Spencer», que trata sobre la princesa Diana cuando la separación del príncipe Carlos.
El nombre del film: «Spencer» nos muestra el encuentro para las Navidades en el castillo real y el momento psicológico donde Diana, recuerda su niñez, su enamoramiento y también su realidad: un matrimonio roto, una vuelta a su origen, hacia sí misma, cuyo nombre es Spencer.
Esta producción germano americana británica chilena, tiene una extraordinaria fotografía, una ambientación fidedigna y una cuidadosa dirección de protocolo y actores. Las tomas aéreas nos sitúan en la campiña inglesa, en Sandringham House, los planos generales en los interiores barrocos y bellamente amueblados. A los lujosos escenarios se une el ponderado maquillaje y el vestuario que se ajusta a la protagonista, famosa como icono de la moda.
La filmación comenzó en enero del 2021, en el castillo de Kronberg en Alemania, y se complementaron decorados en otros castillos; a fines de abril la producción filmó en Inglaterra las secuencias últimas de la película.
Toda esta orquestación fue conducida con maestría por Pablo Larraín, quien contó con el guion de Steven Knigth, veterano en estas lides, donde lo histórico se enlaza con cierta libertad, y donde se nos presenta una Lady D, con bulimia, inestable emocionalmente, desubicada, un tanto transgresora pero sin objetivos claros y, sin duda, más conflictiva que en otros film o series televisivas.
El acercamiento psicológico a la princesa de Gales es el centro dominante de la acción; observamos las idas y venidas de un personaje carente de contención y con conductas erráticas, que busca el soporte emocional no en la familia real si no en el personal que atiende a la realeza, poniendo en relevancia el «carácter democrático de Diana», la llamada «Princesa del Pueblo», algo que el film parece exaltar, deformando un tanto la realidad.
Este «aspecto democrático de la princesa» pude corroborarlo cuando estuve en Windsor, donde además del castillo real, se encuentra un encantador pueblo y el famoso Colegio Eton, donde estudiaron Guillermo y Enrique, los hijos que Diana solía ir a buscar y según los propios habitantes, a veces, caminaban por el pueblo, se acercaban a los negocios, platicaban con los vendedores.
La dueña de una tienda de regalos me comentó que había entrado a comprar algo, era amable, un tanto tímida y muy cariñosa con sus hijos. En uno de los bares donde tomé café, el mozo me contó que la veía sola o con los hijos por el pueblo; la gente la apreciaba, sonreía con facilidad, aunque para algunos no era la conducta correcta de una princesa, consideraban que no sabía guardar su compostura real, pero en general era muy querida y terminó diciéndome: «Su presencia era muy visible».
Sin duda lo fue, convirtiéndose en la personalidad más mediática de su época, había como un tácito diálogo entre ella y la prensa, quizás, la princesa necesitara ese interés y la prensa alimentaba su imagen.
Paso algunas veces por la librería del pueblo, pero los libros no eran el mundo de Diana, no se destacó justamente por sus conocimientos. Su mundo era la ayuda social y comunitaria, trabajo que desarrolló con interés aun después de divorciada, manteniendo una oficina en el palacio real y recibiendo un salario por ello, algo que le fue concedido de manera muy especial. No sabemos si pudo o no supo aprovechar su situación privilegiada, fluctuaba entre una dama de beneficencia y un liderazgo consciente humanitario.
Por otra parte, su vida emocional no se encauzó después del divorcio, y murió en un trágico y controvertido accidente, acaecido el 31 de agosto de 1997; al final del film «Spencer», el primer plano de la princesa y su mirada, parecen predecir ese futuro.
La narración fílmica enfoca un paralelismo con la figura de Ana Bolena, la segunda esposa del Rey Enrique VIII y madre de la reina Isabel I, mujer influyente en la política de estado del siglo dieciséis. Su muerte, tras un juicio injusto, y debida justamente a cuestiones de estado y a la carencia de descendiente masculino, la convirtieron en heroína por ser la desencadenante de la Reforma religiosa inglesa y la separación de Roma.
Ana y Diana sufrieron el acoso, siendo ellas mismas parte de esa nobleza, pero fueron muy diferentes. De todas maneras, es un hábil recurso fílmico el paralelismo puesto que da más tensión dramática al film.
Esta versión tiene su originalidad y es una impecable producción donde cabe destacar la interpretación de todo el elenco, pero especialmente, de Kristen Stewart, quien crea un personaje que «siente la inadecuación» y que no puede controlar el tumulto emocional, una princesa que confunde los escenarios y su propio rol, y que no pudo distinguir la diferencia entre Shakespeare y Moliere, en esta comedia de la vida.