El lenguaje de una sociedad genocida

 

Por Javier Sánchez-Monge Escardó
EN LA FOTOGRAFÍA; Fotografía que tome de refugiados en Camboya durante las inundaciones de 2013.

Con una población mundial actual aproximada de 7.349.472.000 habitantes, no es desatinado pensar que, tomando esta cifra como un síntoma precursor o de vaticinio, en un futuro muy inmediato y en algún lugar del mundo podamos asistir no sólo a algún genocidio o a una “deshumanización” del prójimo, sino también a la paulatina forja de sociedades con comportamiento genocida, y es por esto -para que la gente identifique algunos de los síntomas de este comportamiento y que pueda reflexionar sobre éste e incluso pueda modificarlo antes de que arraigue más profundamente en el seno de la sociedad- por lo que he decidido escribir el presente artículo, centrándome en la intrigante modificación del lenguaje que antecede a cualquier sociedad genocida o a una sociedad con un potencial de degradar a otros seres humanos a través de su comunicación verbal.

Fotografía de refugiados en Camboya durante las inundaciones de 2013.

 

Ante todo, definiremos el trazado de un genocidio como el exterminio de un grupo social, impulsado por motivos de religión, etnia, política o nacionalidad, (creo que también más de uno añadiría los motivos económicos a la Convención de Ginebra sobre el genocidio) y que generalmente se organiza de una manera sistemática por parte de quienes ostentan el poder y logran la complicidad de algunos sectores o grupos sociales.

En nuestro caso no solo nos preocupa la sociedad genocida como tal, sino también la sociedad insensibilizada ante el sufrimiento y el dolor de los demás.

Es así que, una sociedad genocida o discriminatoria es una sociedad manipulada y como tal no consciente de esa ideología totalitaria que se va adueñando de su actuar y que finalmente se instala en su seno de tal manera que se pueda propiciar el necesario marco de irracionalidad que llega a desembocar en el factor genocida o de “deshumanización” de otros pueblos.

Si alguna vez ha existido una sociedad monolítica y exenta de comportamiento consciente en la historia de la humanidad, esta posiblemente se podría identificar como la sociedad moderna “civilizada”, en que la que el poder de actuación inconsciente de las masas ha sido peligrosamente trasladado al poder de inquietantes fines seguramente sí conscientes de sus dirigentes.

Si a la masa se le nutre como fuente de información exclusiva la plataforma mediática de quienes ejercen el poder, ésta, llegando a convertirse en un dócil reflejo del poder de los dirigentes, es muy posible que inconscientemente se las vea actuando a su servicio; si los propósitos iniciales son genocidas, la masa se convertirá en una sociedad genocida y es bastante posible también que en el lenguaje emplee los mismos términos que los que ostentan el poder le hayan podido previamente inculcar y que están destinados a la justificación de actos otrora inmorales a través del lenguaje.

A fin de que todos nos demos cuenta y de que podamos anticipar si este comportamiento se está instalando en el seno de nuestra sociedad, voy a centrarme en dos factores relevantes; la presencia de chivos expiatorios y la progresiva modificación del lenguaje en lo que atañe a acepciones genocidas y que implica la creación de conceptos despectivos.

La presencia de chivos expiatorios, supone un grave factor de alarma indicativo de que la frustración presente en la sociedad no se está canalizando hacia los verdaderos culpables de sus males, sino que se ha polarizado convenientemente (normalmente por parte de los verdaderos culpables o por parte de una sociedad con un miedo inconsciente de enfrentarse a éstos) hacia grupos de individuos indefensos que habitualmente resultan fáciles de combatir y de destruir o en su caso de asistir con absoluta impasibilidad a su holocausto.

Cuando el caldo de cultivo de la frustración social ha llegado al punto adecuado, cualquier término empleado de mala fe es suficiente para poder desencadenar una violencia gratuita en contra de los chivos expiatorios que correspondan eximiendo así a los verdaderos culpables, que al ser infinitamente más poderosos que los chivos expiatorios, los segmentos sociales no se pueden enfrentar sin salir malparados. Visto así, sería mucho más fácil manifestarse en contra de un grupo de emigrantes culpándoles de la falta de trabajo que a la degenerada política antisocial de un equipo de gobierno.

La detección inmediata de un vocabulario con potencial genocida es esencial para detener su progresión y es aquí donde entra en juego la progresiva modificación del lenguaje a la que antes hacía alusión. En la historia tenemos una infinidad de vocablos genocidas y de conceptos deshumanización destinados a que si algo ocurría con las víctimas, esto era entonces porque no eran humanas; los “herejes” Cristianos, la pureza Aria frente a la Judía, los “enemigos del pueblo” Soviéticos o Jemeres, los “feroces salvajes” Sioux, los negros de la época de la esclavitud, los “sin casta” de la India o el término discriminatorio “Abbo” empleado en Australia en contra de los aborígenes, entre tantos otros conceptos que nos ofrece la historia y el presente.

Si he querido hacer referencia a la pronta detección de un lenguaje genocida o de elaboración de conceptos con un potencial de degradación hacia otros seres humanos, es precisamente por la situación a la que se enfrentan miles de refugiados en varios países y más concretamente la situación de los refugiados Sirios que han decidido buscar refugio más allá de sus fronteras y concretamente en la Unión Europea.

Pienso, y ojalá me equivoque, que en un breve margen de tiempo pueda existir el riesgo y la conveniencia social de denigrar a estos grupos de seres humanos de una manera tal, que se reste gravedad al holocausto al que se enfrentan y que llegue un momento en que la sociedad Occidental asista absolutamente impertérrita al drama que está asolando sus vidas a través de un proceso de insensibilización progresiva.

Es un hecho el que desde que la imagen del pequeño Aylan Kurdi, de tres años de edad ahogado en una playa de Turquía cuando partía junto a su familia en busca de donde vivir recorriera los medios resultando en una gran campaña de sensibilización hasta que transcurrieran unas semanas, se ha producido un proceso de insensibilización social de gran magnitud hacia estas personas quienes solo buscan donde seguir viviendo. La posterior publicación de un sinfín de fotografías mostrando episodios aún más desgarradores y la poca atención que han acaparado, muestra esta creciente falta de empatía.

Poco a poco se han ido creando conceptos para tranquilizar las conciencias y encaminados a que se justifique esta insensibilización; que si entre ellos puede haber terroristas, que si son musulmanes y no se pueden integrar, que ayuden los demás países, que ese no es nuestro problema…

Es tan sólo cuestión de tiempo el que podamos testimoniar que se creen conceptos y términos despectivos en contra de los refugiados y que por otra parte y si crece en intensidad el drama, se produzca este proceso progresivo de alienación acomodaticia de este tipo de colectivos.

Este comportamiento, en nada ajeno a la naturaleza humana se trata de un comportamiento egoístamente adaptativo; en tanto que se deshumaniza al prójimo atribuyéndole cualidades negativas y antisociales, se posibilita y justifica la impasibilidad de una sociedad ante las desgracias que le puedan ocurrir, y además, si esta actitud va en aumento, el riesgo es que se tomen medidas activas en su contra; es así como procede el desarrollo de la conducta genocida.

El debate de fondo que se agita tras estas reflexiones es de suma importancia; si nuestra sociedad clama valores de justicia y de derechos humanos cuando sus intereses se ven dañados pero no los implementa cuando los intereses son los del prójimo, en ese momento acaba de perder para siempre la legitimidad de clamar justicia cuando sean sus valores de justicia los que se vean dañados.

Por otra parte es necesario considerar todo el despliegue de consecuencias;
Una sociedad que esgrime en sus principios el derecho de asilo pero no lo implementa pierde automáticamente el derecho de solicitarlo si le llega el momento.

Una sociedad que solo considera “humanos” a los suyos, no se hace merecedora de que los demás “humanos” que viven allende sus fronteras puedan considerarles de la misma manera.

Una sociedad que discrimina por origen de procedencia, nacionalidad o religión está violando los derechos humanos fundamentales establecidos a nivel internacional.
Todos aquellos que se consideran representantes de los valores de las grandes religiones en cuanto a “caridad” no podrán regodearse en ellos sin respirar un cierto hedor a hipocresía.

La atmósfera de hipocresía que respiraría una sociedad que clama por valores justos para sí pero que no los ve necesarios para los demás cuando éstos lo necesitan quedaría de una vez zanjada si se afirmara que los cimientos humanistas sobre los que se asienta, son totalmente falsos y que no todos los seres humanos son iguales. De ser así, la decisión de ser o no ser solidario con los demás quedaría a merced de la conciencia de cada uno y como tal sus valores humanos, estableciendo una gran brecha en las sociedades modernas entre los que creen en ellos y los que no.

Conclusión personal:

La vida – y esto quizá sea un pensamiento utópico- es mucho más que simplemente vivirla.

El sentido de la vida no es simplemente vivir.

Existen valores por los que luchar, ideales que aunque no parezcan lógicos devuelven a uno la esperanza y le llenan de un gozo especial, que por supuesto no se puede traducir a beneficios económicos. Se trata de un gozo que se lleva por dentro, de una naturaleza especial.

Se trata de un gozo que sólo lo viven quienes han decidido dar ese paso; el de ponerse en el lugar del otro.

Se trata, ni más ni menos que de evitar el naufragio de nuestros valores humanos.

No existen emigrantes Sirios, ni Iraquíes, ni Sudaneses, solo existen seres humanos, hijos de guerras motivadas por intereses económicos.

Seres humanos.

Como tú o como yo.

Y que nunca lleguemos a ser tan pobres como los que son los más pobres; ésos que son tan pobres, tan pobres, tan pobres, que sólo tienen dinero.

Un saludo a todos los que estáis luchando por un mundo más justo.

Javier Sánchez-Monge Escardo
Fotoperiodista, mis circunstancias personales me han llevado a viajar y vivir la mayor parte de mi vida en diferentes países y brindado la oportunidad de aprender y expresarme en diferentes idiomas y culturas. Mi objetivo, convertirme en un transmisor del espíritu de la multiculturalidad,

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