Hace días que Arancha ya no habla, no se la oye, no se la escucha, no se la siente.
Myriam Fernández Nevado¹
Hace días que su voz alzada desde hace meses, no se encuentra en los pasillos, en casa, en la calle, con sus amigos, con su familia, con su gente, entre risas y charletas.
Pero hace días, que su silenciada voz se ha convertido en megáfono de otras; y es más potente, más firme y más contundente.
Más fuerte contra la violencia entre los niños y las niñas, contra el acoso –da lo mismo que sea escolar o no. El acoso es violencia, se produzca independientemente del lugar.
A Arancha la acosaban dentro y fuera del instituto, porque ahora el bulling no es solamente escolar, sino es virtual: está donde no se puede ver por otros, donde se invisibiliza y se confunde con la relación personal entre victima y acosador. El bulling ya no es cosa de dos, sino de todos: todos podemos participar del acoso desde nuestra posición activa de acosadores o simplemente, callando y dándonos la vuelta; no queriendo saber de él.
Porque del bulling se sabe, se entiende, se aprende y se convive con él…. O no, como Arancha, que eligió no convivir más con él y, con ellos. Lo más terrible de esta situación, es que repite lo mismo que hace años ocurrió con Jokin Ceberio. Y luego, al final salió que se sabía lo que pasaba, pero nadie hizo nada, o lo que se hizo fue tarde.
¿Qué pasa con la voz de los niños? Los niños son actores sociales, sujetos de su propia moral, que alzan la voz pero no tienen el poder de mantener esa denuncia sobre los adultos. Siempre prevalece por jerarquía, por sometimiento y credibilidad la voz de los mayores “sobre” la de los niños. Y Arancha tenía su propia voz, con la que contó lo sucedido a sus padres y éstos al instituto.
Y, ¿qué pasó después? Los niños aún no son creíbles en nuestra sociedad, aún se les oye pero no se les escucha, a pesar que la Ley así nos obliga a atenderles en su discurso y, a tenerles en cuenta con su narración. Pero no, aún no se les tiene en cuenta escuchándoles activamente y poniendo en verdad su historia. Por eso, Arancha no fue creída en inmediatez y pasó lo previsible que pasara.
Los niños y las niñas son actores sociales con capacidad de transformar la sociedad en la que viven. Son conductores de su vida, en la medida que participan de las decisiones que les atañen y mediatizan y, por tanto, son sujetos que crean un orden moral al margen del impuesto por los adultos, cuando se pueden organizar y también, actuar de manera independiente o paralela a la marcada por sus mayores.
Y eso pasó con Arancha y sus maltratadores o acosadores: se habían organizado, y habían desarrollado estrategias paralelas a las marcadas por sus adultos, donde el código moral era otro, creado de manera diferente al marcado. Por eso, no valían las reglas del juego impuestas en el instituto, ni en la calle cuando estaban fuera, ni la de las redes sociales que utilizaban para comunicarse con Arancha. Arancha en cambio sí respetaba esas normas y códigos, y por tanto, no pudo soportarlo más. Se sentía acorralada y sin voz, nadie la escuchaba y atendía como debía ser. Llegaron tarde.
A Arancha no se la dejó ejercer su participación a través de su denuncia con su discurso, en un medio educativo lleno de obstáculos burocráticos, trasnochados, y limitado por los medios formales, la crisis, y fuera de una red eficaz y eficiente para solventar el acoso que sufría. No, nuestro sistema educativo no está preparado para nuestros niños y niñas. Nuestros niños y niñas no se merecen el silencio del sistema educativo actual. El silencio también mató a Arancha.
- Myriam Fdez. Nevado es consultora internacional en Derechos e Infancia.