El historiador Manuel Montero es especialista en los tiempos recientes del País Vasco, donde nació en 1955 y vive y de donde por algún tiempo hubo de exiliarse amenazado por los terroristas de ETA. Algo de justicia poética debe haber en que este año haya ganado el XXIV Premio Internacional de Ensayo Jovellanos por su volumen El sueño de la libertad. Mosaico vasco de los años del terror. De él quiero hablarte, lector. Voy.
El libro de Montero está dedicado a una palabra, la palabra libertad. Ese vocablo fue utilizado “para sojuzgar y finalmente asesinar a otras personas en el País Vasco, condicionando la convivencia”. No lo digo yo, lo dice él.
Y a él, al catedrático de Historia Contemporánea Manuel Montero, es a quien voy a citar a partir de ahora a menudo porque sus frases son lo suficientemente convincentes como para que todos aprendamos más de lo que ya sabemos sobre lo que han sido las últimas décadas en el País Vasco, de lo que está siendo ahora su realidad y de lo que podemos esperar que sea su futuro si no sabemos todo lo que los historiadores como él nos están enseñando día a día.
Todo fue posible
“Una guerra exige dos bandos” y, aunque en el País Vasco no hubo ninguna guerra entre finales de la década de 1950 y este año 2018, para quienes mataron sí había dos bandos. Pero no los hubo. Libros como este de Montero ayudan a explicarlo.
En aquellos muchos lustros “todo fue posible” Así es la historia, el paso del ser humano por la Tierra, una posibilidad tras otra. Pero ocurre que…
“como se ignora que todo es posible, durante medio siglo la sociedad vasca conoció la experiencia del terror, que tuvo unos efectos fatales en la convivencia y la ética (también políticos, económicos y sobre todo vitales), de los que todavía no se ha conseguido recuperar. Asesinaron en nombre de Euskadi, de Euskal Herria, de los vascos”.
Para Montero —que pudo saber muy pronto que todo aquello dio en ser un asunto de “nosotros y ellos (y que él y los suyos “no éramos de los nuestros”)—, es verosímil que “la comunidad nacionalista vasca no se percatase de las implicaciones brutales que tenía la aparición en su seno de un grupo terrorista”, al que dio legitimidad diciendo de él que practicaba la lucha armada. Pero en el caso de quienes finalmente sí decidieron matar y mataron, “¿cabe alegar la ignorancia como eximente? Existen las opciones éticas, no hay ignorancia que valga”.
La banalización del mal que recorrió el tiempo durante las actuaciones de ETA se basó en una moral sectaria, “pero una moral sectaria no es una moral, sino una coartada”. Una banalización del mal que dio comienzo mucho antes del primer asesinato. Todo se inició cuando triunfó “el sueño atávico en una comunidad de vascos solos”, una utopía que viene “de una antigüedad milenaria”, porque no podemos olvidar que “los mitos construyen la realidad si se cree en ellos”. De tal manera que lo que resulta es que aquellos terroristas revolucionarios de la segunda mitad del siglo XX decidieron matar “para cambiar el pasado, no para mejorar el futuro. Los odios son actuales pero se cultivaron imaginando un pasado atroz”. Todo se fundamenta en un mito, en una superchería. Se fundamenta en que se produjo “un pacto violado” por España que legitimaba cualquier acción del pueblo vasco. “Desde el aranismo, el nacionalismo vasco se otorgará a sí mismo una función misional de gran calado”: conducir al pueblo vasco a la libertad, previa independencia.
La doctrina del odio
Dos palabras: enemigo y odio. “La doctrina del nacionalismo vasco está construida sobre el concepto de enemigo”. Hay que añadir, especificar, que el enemigo es España. Ese ideario nacionalista vasco es “un ideario contra el enemigo”, contra España. Y “la creencia en el enemigo implica a su vez el odio”. Un odio que “es insaciable, se alimenta a sí mismo y se transmite socialmente”. Conviene saber, a todo esto, que “quien odia no se siente en el lugar del mal”.
No hace falta decir, pero lo diré, que el odio, ese odio, hoy permanece: no hay más que ver los enaltecimientos cotidianos de los torturadores y asesinos etarras. Montero nos recuerda que, en la actualidad, “en los dominios feudales de la izquierda abertzale se recrean las apologías de la violencia. No ha cambiado nada. Se les deja hacer”. Parafraseando el título de uno de los epígrafes de este artículo y del propio El sueño de la libertad, “todo fue posible y quizás todo sigue siendo posible”.
Hay algo en toda la actuación de ETA que asombra. Cada vez más. ETA hizo cuanto hizo con una “agresividad ventajista” que “resulta incomprensible”, como nos desconcierta que sus métodos mafiosos fueran tenidos por lucha armada, dados sus “mimbres mentales tan precarios”.
La llegada del terror
La práctica de la violencia política, como la que llevó a cabo durante casi medio siglo en España la organización terrorista ETA, “constituye una anomalía” en las sociedades modernas. Según los defensores de la actuación de ETA, esa violencia respondía a una “violencia estructural” que justificaba la lucha armada. Pero esa violencia estructural que amparaba la auténtica violencia, la de ETA, no existió.
“Persiste la evidencia de que la práctica de la violencia es fruto de decisiones concretas: ni las estructuras ni las coyunturas la obligan. La explicación histórica sirve para entender los procesos, pero no constituye una justificación, ni exime de responsabilidad, pues también existe la de carácter grupal, que de otro lado no diluye la individual”.
La rotunda antítesis que las sociedades modernas resuelven implicándose en la defensa de la democracia, esa antítesis que enfrente a ésta, la democracia, con la violencia, “no admite ningún tipo de connivencia” total o parcial con esta última.
El final del terrorismo no ha acabado con “el quebranto moral y político del País Vasco”. Un quebranto que, no lo olvidemos, empezó ciertamente con él, con el terrorismo. Porque el terrorismo no fue en modo alguno la respuesta al grave deterioro social del País Vasco. El terrorismo fue su causa.
El terrorismo, que “ha contribuido a conformar la sociedad vasca tal y como hoy la conocemos”, apareció durante el franquismo, mas no como algo inevitable. Fue una decisión adoptada durante el franquismo y renovada posteriormente, cuando sus causas últimas (la dictadura y su represión) habían desaparecido.
“La decisión de optar por la violencia política que tomaron quienes formaban ETA no constituyó una respuesta a vivencias personales sino que fue la consecuencia de la construcción ideológica que suponía la existencia de un estado de guerra permanente iniciado en la Guerra Carlista y continuado en la Guerra Civil. El imaginario bélico justificó el camino que llevó al terrorismo”.
Y llegó la democracia
A diferencia del resto de España, el País Vasco, tras y durante la Transición, “ha vivido una democracia condicionada en la que lo que se decidía era fruto no de los votos sino efecto de la presión violenta”.
“Hubo asimetría en las interpretaciones sobre lo que sucedía en el País Vasco, la simpleza belicista frente a la lógica democrática. Terroristas y secuaces se movieron en un esquema político que se basaba en una moral peculiar, perversa pero moral. El bien contra el mal, agredidos contra invasores”.
Era el mundo al revés: “las víctimas son culpables”.
El considerado nacionalismo moderado “marcó diferencias con ETA, pero no lo hizo argumentando la ilegitimidad política de la violencia, sino su ineficiencia, en una crítica en la que contaba también la soterrada lucha por la preeminencia dentro del movimiento nacionalista”.
Después de leer a Manuel Montero, y a la magnífica pléyade de historiadores como él que nos están explicando qué fue ETA, concluyo que la historia de ETA es la de la sorprendente y cruel frivolización de unos crímenes.
Te dejo con tres concluyentes frases extraídas de El sueño de la libertad, un libro que merece mucho la pena leer:
“No nos daba igual pero no hicimos nada por impedirlo, también hubo quienes se alegraban”.
“El terror se fue deslizando en nuestras vidas poco a poco, ocupando su sitio, cercándonos”.
“Existió una eficacia social del terrorismo y su capacidad de condicionar las percepciones”.
[…] escrito en otro sitio (‘El sueño de Manuel Montero: el secuestro de la palabra libertad’, en la revista digital Periodistas en Español) lo que he leído cuando he leído el libro El […]