¡Epa!

Ya estamos aquí, donde pretendíamos estar, fuera de la crisis y en pleno crecimiento. Pero ese donde pretendíamos estar se llama Precariato.

En las capas altas de la sociedad no se nota o se nota menos, pero también: los más afortunados nunca antes en democracia habían tenido que tirar tanto de contacto como en estos años para colocar a sus churumbeles. Imagina solamente lo que tendrán que hacer los que no tienen mediadores de calidad.

Ha de ser así porque 1,6 millones de personas entre 16 y 29 años no estudian y tampoco tienen trabajo. La tasa de paro es prácticamente idéntica a la del día que Rajoy llegó a Moncloa y en el camino nos hemos dejado conceptos como contrato fijo indefinido, indemnización por despido y mileurismo, trasmutado de sinónimo de pobreza en muestra clara de opulencia.

Hemos rescatado el pluriempleo para conseguir que el fin de mes ocurra cerca del día 25 y no del 10; 1,5 millones de personas han abandonado la búsqueda de empleo y han dejado de sellar la cartilla con lo que, alehop, desaparecen de la lista del paro por más que sigan sin trabajar en modo alguno.

2,3 millones de personas llevan más de dos años buscando trabajo y hay casi un millón de contratados en prácticas y becarios ¡con más de 30 años!

Ocho millones de trabajadores trabajan entre 41 y 55 horas a la semana sin cobrar como extras las que excedan de las 40, lo que se traduce en 3,2 millones de horas no retribuidas o, lo que es igual, 80.000 puestos de trabajo usurpados por este procedimiento.

Hay casi 3 millones de trabajadores con contratos de una hora y 1,2 millones de parados –el 40%- tienen titulación universitaria. Por supuesto, los contratados por una hora a la semana cuentan como “trabajadores” y no como parados.

Cuatro millones de personas trabajan en cosas distintas de las que estudiaron y hay 3,8 millones de personas sin ingresos de ningún tipo.

Y más, pero ahí está la EPA para el que la quiera consultar. El caso es que justamente aquí, a esta fotografía triste, es adonde nos querían llevar.

Tenía razón Sarkozy, había que refundar el capitalismo y a fe mía que lo han hecho con ganas: hemos regresado a los orígenes mismos de la revolución industrial, solamente que todavía no hemos recuperado esa sana costumbre que era contratar niños: más baratos, comen menos y, sopapo mediante, se quejan poco.

Los estadounidenses se pusieron las pilas en el mismo momento en que Lehman Bros y Freddy Mac advirtieron que se estaban yendo al garete y se lanzó a la firma de Acuerdos Comerciales por todo el mundo, los famosos Tratados de Libre Comercio: con Colombia, Perú, Chile, China, Corea, Japón, Brasil, Europa… es decir, se han asegurado tener proveedores baratos en medio mapa Mercator y clientes en el otro medio.

Ya falta menos: pronto las pensiones serán historia vieja –imposible sostener un plan pensional de reparto con las cifras de la EPA-, la medicina social será solo para gripes y cortes menores porque ya se está hablando de Seguridad Social low cost (¿en la que si el paciente aguanta el dolor se ahorrará el coste del anestesista y si se trae la sutura de Andorra se le detraerá el coste de la factura?) y de medicinas en los hipermercados.

La educación dejará de llamarse así porque de lo que se trata es de fabricar camareros, cajeras y lavaplatos para exportar a Uropa (sic), esa cosa que ha vuelto a empezar en los Pirineos, y volveremos a los platos sanos de toda la vida: patatas, garbanzos y morralla.

Lo malo de elegir presidente al menos preparado de la clase es que la clase acaba precipitándose al vacío sin que el elegido se entere y el efecto band wagon se encarga de poner sordina a las voces discordantes, no en vano a la medianía se le rodea de ministros con largas y profundas raíces en la banca, la venta de armas, las eléctricas y la medicina privada que tienen dineros y adalides suficientes para convertir la verdad en rumor, la iniquidad en catecismo y cualquier intento de recuperar lo perdido en peligroso populismo.

Manuel Pascua
Analista político y económico. Mis armas son las palabras y mi razón mis convicciones. Me gustan los números y la economía a la que, sorprendentemente, hasta entiendo. Sé que hay otros caminos para nadar las aguas negras de la vida y que el que nos imponen -comer basura, tragar inquina y vaciarnos los bolsillos- es el resultado de mezclar ineptos gobernantes con espabilados banqueros. Soy filólogo, soy letraherido y he vivido en Suiza, en Inglaterra y en Colombia. En España he vivido en Barcelona, en Madrid, en San Sebastián y en Cádiz y mi alma y mi carácter son castellanos: seco y claro, aunque con un sentido del humor ácido y las más de las veces corrosivo cuya primera víctima soy yo y la segunda la realidad estrambótica que me rodea. Mi ley es la opinión y prefiero construir a destruir, sumar a restar, el ruido al silencio, la furia a la calma del camarón dormido en la corriente. Amo nuestro siglo de Oro y no creo que otro mundo sea posible: estoy absoluta y completamente seguro de que es así.

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