Antes de volar hacia Qatar (otros escribirán Catar), y ya en el aeropuerto, intenté continuar mi lectura sobre los países de la península Arábiga. Siempre avanzo y procuro lecturas históricas, de la geopolítica o la literatura que se relacionen con mis destinos viajeros. Esta vez descubrí que –inconscientemente- en mi mochila había puesto un libro de Salvador Rodríguez, “Historias de galegos extraordinarios” (Belagua Ediciones, Vigo, 2017).
Pronto me dí cuenta de que no había sido un error mío, sino una acertada rectificación de mi subconsciente extremeño. Un regalo del destino.
En la primera de las 24 historias que contiene el libro, se recrea brevemente la vida de María Agustina Sarmiento Isasi Sotomayor Idiáquez y Luna –Agustina Sarmiento para abreviar- que figura al lado de la Infanta Margarita en Las Meninas, una de las obras mayores del pintor Velázquez. “Finou na ruína, seguramente nalgún recanto esquecido de Madrid”, escribe Salvador Rodríguez citando a otro autor que escribió sobre “a menina de Ponteareas”.
De modo que ya llevaba conmigo la lectura de ese primer capítulo, cuando pasé el libro -para que lo ojeara- a un compañero de viaje profesional. No me lo devolvió hasta cuando ya sobrevolábamos Bagdad. Él es un gallego que bombardea su galleguidad de manera tranquila, como si la lengua y la cultura gallegas fueran un antídoto contra las nubes amenazantes que nos ha traído ese presidente mentiroso y de plástico, y no por ello menos peligroso, llamado Donald Trump.
En realidad, a través de sus ‘gallegos extraordinarios’, que son tan naturales de Galicia como otro cualquiera, el periodista y escritor Salvador Rodríguez nos pasea por Vietnam a través de quien fuera jefe de la olvidada Spanish Medical Division durante la guerra de Vietnam del Norte y el Vietcong contra los estadounidenses; o por la guerra fría y sus historias de espionaje, en la Cuba de los Castro (¿hay algo más gallego?).
En ese último relato, volvemos a encontrarnos no con un gallego, sino con una gallega que arriesgó su vida por Fidel y que luego se arrepentiría de ese apoyo. “A axente secreta arrepentida”, es el título significativo de esas páginas precisas. Otras mujeres aparecerán más adelante, como la pontevedresa Isabel Barreto, “primera e única muller almirante da Armada española”, ya en las postrimerías del siglo XVI.
La trayectoria de varios personajes del libro ilustra el impacto, las víctimas y el sufrimiento provocado por la guerra civil, que obligó a muchos hombres sencillos a convertirse en héroes extraordinarios para sobrevivir.
Pero la espiral y las miserias de la tierra y de sus guerras empujaron a otros hacia destinos sorprendentes, como los de Francisco Fouce y Juan Orol (Johnny Orol), sorprendentes cineastas que triunfaron en México y en Hollywood. En esos y otros casos, aparece el océano, sus travesías de emigración y exilio: los gallegos que iban en el famoso buque Winnipeg, que fletó Neruda para acoger republicanos españoles en Chile. A demanda mía, mi compañero de viaje precisó: “No buque Winnipeg marcharon desde Trompeloup (Bordeaux) centos de galegos, ao igoal que outros exiliados españois, con destino sí, a Chile (Valparaíso). Pero o dobremente extraordinario é que foron alí dentro «Os doce de Malpica», que escaparan nunhas chalanas ata Brest e despois crearon o imperio da fariña de peixe no Perú, non recalaron en Chile. Esta historia é das máis aluciantes da nósa diáspora”.
La guerra civil y la huida (o emigración forzosa) al continente americano aparecen y reaparecen. Son una constante de la galleguidad extraordinaria en tránsito. Similar destino a Johnny Orol y Fouce, por lo que tiene que ver con la imagen, es el de Demetrio Bilbatúa, quien reinventó una especie de No-Do mexicano o el del fotógrafo gallego autor de los retratos más difundidos y conocidos de Gardel. “O fotográfo de Gardel, Jose María Silva, a quén eu coñecín no seu estudio de Montevideo, non fora o que fixera a maioria dos retratos de Gardel, pero sí o máis famoso coa mirada levemente insuante a desguello e baixo o sombreiro de galán procurador”, apuntó mi compañero de viaje tras leer el libro de Salvador Rodríguez.
Algún relato, como el del comerciante Urbano Feijoo Sotomayor, esclavista de gallegos en Cuba, sitúan el pasado en línea con la vieja tradición de las cantigas de escarnio porque “infelizmente, da maioría daqueles galegos escravizados é lóxico dicir que nunca máis se soubo do resto das súas existencias”. En otro apartado, se cuenta cómo varios miles se embarcaron hacia Hawai (no sólo, gallegos, también portugueses y andaluces), entre 1899 y 1913, para cumplir su misión de mano de obra barata en un archipiélago que se había sometido a Estados Unidos no mucho antes. Fueron de los primeros europeos en instalarse en Hawai, aunque la mayoría terminó por vivir en California, tierra de promisión entonces.
El campo nazi de Mauthausen, las miserias a las que se enfrentó la familia de Valle-Inclán, la legendaria proclamación de la República Galega, el destino trágico de José Robles Pazos, probable víctima de los estalinistas y soviéticos con los que colaboró durante la guerra civil, están relatados en “Historias de galegos extraordinarios” como si el destino de los individuos mencionados y otros fuera normal.
Ya en Qatar, el mejor guía para mí y para mi amigo ourensano fue un joven, Mario Abelleira, quien nos mostró Doha, la capital, con la misma naturalidad con la que empezó su conversación en gallego al ver que yo era un extremeño galleguizado desde la juventud.
Hacía un calor horrible, de desierto y humedad de mar entremezclados; pero Mario soltaba su relato -mientras conducía entre los rascacielos cataríes- como si todo el mundo tuviera el mismo “cheiro á húmida terra galega”, que diría el pintor Souto.
Y ahora, días después, cuando repaso con mi amigo ourensano las circunstancias de Doha, él añade algo referido al destino y que está siempre de fondo en el texto del libro sobre los gallegos extraordinarios: “Ese día fora do 25 de Xullo, día de Galicia, por primeira vez en moitisssimos anos (senón sempre) paseino fóra do país (‘común tenemos la Patria…’) e lembrarei sempre que ó comecei cantando o noso himno nacional cun extremeño que ben ó sabía e a carón dunha engraçada portuguesiña da Lisboa….E que rematamos ese día coñecendo Doha, falando en galego ‘cún da Serra’. Eu creo que non foi casualidade todo eso ese día. O destino de cada quén, coma me dixera unha vella de Eiradela, ‘lévamolo todos marcado á lume coma ferro quente nun toro de carballo’. Así que…. estaba aí pra nós!”
Tremendo Día de Galicia en Qatar. Y aunque no pudiéramos verlos, ni contarlos, por supuesto, no son pocos los gallegos que viven en Doha. El buen Mario nos dijo: “Mesmo ata hai aquí ún da Serra (por Serra de Outes), da miña aldea”. De modo que terminé de leer “Historias de galegos extraordinarios” en Qatar, como si fuera lo más lógico. Y recuperé allí mi uso esporádico del gallego, entre dos tipos que parecían sacados del texto de Salvador Rodríguez. Como dice Anxel Vence en el prólogo: “Os galegos son xente extraordinaria por defecto. Veñen así de serie”.