Grecia como metáfora

Jorge Fabra Utray1

Cuando en estos días hablemos de Grecia tal vez tengamos que empezar haciendo una cierta advertencia sobre la tergiversación de las palabras.

Ningún economista puede oponerse a la austeridad porque es uno de los principios básicos de la ciencia económica. La traducción de “austeridad” al lenguaje económico es “utilización eficiente de los recursos productivos” y el concepto opuesto a la austeridad, el “derroche” es, justamente, la “utilización ineficiente de esos mismos recursos”. Derroche es construir un aeropuerto sin aviones, edificar cientos de miles de viviendas que luego quedan vacías; construir autopistas por las que circularan pocos coches. Contra todo esto, austeridad.

Pero no es austeridad prescindir de médicos, profesores o investigadores; destruir desordenadamente un alto porcentaje del tejido industrial y empresarial o dejar sin trabajo o en la precariedad o condenar al exilio económico a una generación entera de profesionales cuya formación ha sido pagada por todos. Esto ya no es austeridad sino derroche y, en este caso, con claros efectos contractivos sobre la actividad económica y el empleo y muy negativos sobre la capacidad potencial de crecimiento.

Estos días en Bruselas lo estamos viendo: las reglas contra Grecia. Nadie niega que haya que cumplir las reglas. Pero cuando ya está constatado que esas reglas son ineficientes porque no nos conducen hacia la consecución de los objetivos explícitos, ya no estamos ante economía sino ante un perverso sentido del poder político y económico que no se sustenta en los intereses generales europeos sino en intereses nacionales y en intereses de clase y, aún, no sé si peor, en intereses meramente políticos, partidistas. Hay que cortar el fuego. Syriza podría ser un reguero de pólvora por toda Europa. Esa es la preocupación de los euro-negociadores. Ya ni siquiera es ideología contra economía. Es simplemente poder. Y hay que demostrarlo. Grecia no puede ser espejo de nada.

Pero sí lo es. Atentos: Grecia ha perdido el 25,6 % de su PIB; España el 7,3 % desde 2008. Grecia tiene un paro del 25,8 %; España del 23,4 %. Grecia y España tienen una tasa de paro juvenil del 51 %: más de la mitad de nuestros jóvenes, el futuro de nuestra sociedad, y también el de nuestra economía. ¿Cabe mayor derroche? Grecia tiene una deuda del 175 % de su PIB; España del 98 %. Grecia tiene un 35,7 % de su población en riesgo de exclusión; España un 27 %… La situación de España es mejor que la de Grecia, no cabe duda… pero ¿puede llamarse mejor a un panorama que aunque no sea peor es también muy malo?

Estamos ante el aumento de las desigualdades entre el norte y el sur; ante el aumento de las desigualdades entre ciudadanos. Cuando hablamos de las políticas de austeridad en Europa tenemos que empezar constatando esta realidad. La realidad que avalan, de forma incontrovertible, los datos.

Más allá de un programa para abordar la emergencia social que vive Grecia, como nos cuenta Mariangela Paone en su reciente libro “Las cuatro estaciones de Atenas”, el nuevo gobierno griego sí tiene un programa que pretende aportar soluciones a la situación de debacle económica y crisis humanitaria que vive hoy Grecia. Sin embargo su realización requiere que el Eurogrupo dé margen a los presupuestos del Estado Griego para que ese margen pueda ser utilizado en la generación de demanda efectiva y en una mayor utilización del aparato productivo griego. El Gobierno griego de Syriza ha mostrado su voluntad de introducir reformas estructurales encaminadas a recobrar la credibilidad de su administración económica; destinadas a reequilibrar las fuerzas negociadoras en el mercado laboral; para construir una estructura impositiva más justa y con mayor capacidad de recaudación, haciendo frente a la evasión fiscal y a la impunidad con la que se ha tratado esta cuestión en los últimos años. Pero no. Parece que cambiar el status quo que ha dominado y hundido la economía griega no es una prioridad para la Europa conservadora.

El adjetivo “realista” aplicado al programa no depende ya de Syriza sino de las instituciones de la eurozona. No puede ser que quienes, con su fuerza superior, impiden que el programa del Gobierno griego pueda ser desarrollado, sean los mismos que le acusen de incumplir su programa. ¡Y además decirlo cuando apenas han pasado siete semanas desde que ganó las elecciones! Pero lo que Syriza sí está logrando ya, es que sea puesta en duda la legitimidad de unas reglas que se compadecen mal con el principal fundamento de la Unión Europea: una unión de pueblos cuyo derecho se funda en la democracia. Grecia nos está ayudando.

¿Es nacionalismo o es democracia?

Reivindicar que la soberanía reside en la ciudadanía, no es nacionalismo sino una llamada de atención hacia “otro interés general europeo”, una salida de la crisis que haga explícita de forma coherente lo que, por la puerta de atrás y sólo parcialmente, se empieza a hacer: relajación monetaria y expansión fiscal, aunque aún insuficiente para escapar de este estancamiento de más de un lustro. El incumplimiento por Francia e Italia de sus compromisos de déficit fiscal, sin que hayan sido objeto de sanciones, es ya una puesta en cuestión de los plazos de consolidación fiscal. También es el reflejo de la asimetría de poderes dentro de la Unión Europea o de una filosofía que ha dominado la UE desde Maastricht: duro con los débiles, amables con los poderosos ¿O fue una concesión a Francia e Italia para que no concedieran algún abrigo a Grecia en sus negociaciones?

Ayudando a comprender a Europa

El debate político que las posiciones del Gobierno griego ha desatado es ya, por sí mismo, un reconocimiento implícito de graves errores políticos y –por consiguiente económicos- en la construcción europea: la intransigencia ideológica de la “austeridad como penitencia por los excesos” de los demás, esconde que esos excesos han sido alimentados también desde los Estados del “centro” y por su banca. De hecho, no nos engañemos, el segundo rescate en 2012 de Grecia fue realmente un rescate a los acreedores privados de la banca griega recapitalizada por el Estado Griego que obtuvo los fondos de préstamos del Fondo de Rescate Europeo. De esta forma el Estado Griego, además de sustituir en esa posición deudora a la banca griega, pasó a convertirse en deudor de las instituciones públicas europeas e internacionales que sustituyeron, a su vez, a los acreedores privados financieros.

Por consiguiente, un rescate que al final lo fue también de la banca centroeuropea, fundamentalmente alemana y francesa, acreedora de la banca griega cuya posición acreedora fue sustituida por los contribuyentes de la zona euro representados en los dos fondos de rescate europeos. Muy pocos fondos de ese rescate llegaron a los griegos. Por diferentes vías, su recorrido acabó en los bancos franceses, alemanes y otros que pudieron diluir así su exposición a la banca griega. Un ejemplo de socialización de las pérdidas privadas. Hasta tal extremo esto es cierto, que sólo el 5 % de los fondos que han rescatado a Grecia, han sido destinados a cubrir las necesidades financieras del Estado Griego. (15.000 M€ aproximadamente, que son la suma de los déficits primarios públicos del Estado Griego entre 2010 y 2014).

Pero es que algo parecido pasó con el rescate de la banca española. Los activos tóxicos de nuestro sistema financiero fueron principalmente los derivados del pinchazo de la burbuja inmobiliaria. Fue el exceso de ahorro alemán y su colocación en las emisiones de las entidades financieras españolas, parte del aire que se insufló e infló nuestra burbuja. Pero el pinchazo sólo ha caído sobre los contribuyentes españoles.

En un mundo globalizado –ciñámonos ahora a la Unión Europea- es evidente la corresponsabilidad en los excesos. Sin el ahorro alemán, los ahorradores españoles no hubieran generado por sí mismos depósitos bancarios suficientes para financiar la construcción, entre 1997 y 2007, de más de cinco millones de viviendas, algunos años más de 500.000, tantas como en el resto de Europa. No se preguntaron entonces los financiadores alemanes de los bancos españoles donde acababa posándose el dinero que ellos colocaban en las entidades financieras españolas. En estos negocios donde los excesos, por falta de supervisión y de regulación suficiente, acaban en quiebra, tan partícipes de esta situación son los prestatarios irresponsables como los prestamistas informados. De aquí que la izquierda europea plantee la necesidad de que la Europa del Euro mutualice el riesgo, al menos a partir del 60% de la deuda sobre el PIB a través de la emisión de Eurobonos, medida a la que Alemania continua oponiéndose.

La salida de la crisis requiere de Grecia acometer verdaderas reformas estructurales – en Grecia y en las instituciones de la Unión Europea- y no solo “liberalizaciones del mercado de trabajo” que hunden más el consumo, privatizaciones y desregulación.  En España tal vez tengamos que pensar en deshacer alguna contra-reforma estructural: la reforma laboral, la reforma del sector eléctrico, por hablar de dos sectores sistémicos que están en las raíces pobreza y en las dificultades para abrir camino a un nuevo modelo productivo que aumente nuestra capacidad potencial de crecimiento.

Este debate, y lo que todo ello implica como punto de inflexión en la política y en la economía europea, es lo que está representando hoy, simbólicamente, Syriza en Europa. Y tal vez sea esta la razón por la que el Gobierno Griego ha puesto a todos los gobiernos de la eurozona en su contra… en demérito de esos gobiernos. Pero no creo que sea descabellado pensar que el cambio ya se ha iniciado. Y si así fuera, habría que apuntárselo –como Krugman ya ha señalado- en el haber de Syriza.

Efectivamente, todos los gobiernos de la eurozona en contra de las propuestas del Gobierno Griego –unos de manera activa, otros de manera pasiva- pero cientos de economistas en el mundo y millones de ciudadanos en Europa apoyan la negociación de Tsipras y Varoufakis: el “Manifiesto de los trescientos”, encabezado por James Galbraith, profesor de la Universidad de Texas; en sentido parecido lo han hecho otros economistas como Paul de Growe, Krugman, Stiglitz, Martin Wolf, Wolfgang Munchau, Mark Blyth… o los sindicatos alemanes, al que se han sumado significativos diputados del SPD. En fin, economistas, sindicatos y las encuestas demoscópicas dentro y fuera de Grecia, en España también, que directa o indirectamente apoyan los esfuerzos del Gobierno Griego. Incluso el propio economista jefe del FMI, Olivier Blanchard, ha advertido que con tipos de interés tan bajos es necesario un impulso fiscal en forma de inversión pública. El problema no es la financiación sino la demanda.

¿Grexit?

El riesgo de una salida de Grecia del Euro no ha desaparecido. El mantenimiento de las exigencias del Eurogrupo creará un ambiente de frustración en la población griega, muy mayoritariamente favorable al programa de Syriza, que pondrá en primer plano la pregunta sobre la conveniencia de continuar en la Eurozona. La pregunta también aflorará con contundencia en los organismos europeos ya que si los acuerdos no progresan, es imposible que Grecia haga frente a sus compromisos. Pero en esa opción todos pierden. Perdería más Grecia, pero la eurozona dejaría de ser, en la práctica, una Área Monetaria Única para ser una zona con tipos de cambio fijos. En una circunstancia de este tipo, se agudizaría la incertidumbre sobre la estabilidad de la eurozona, se pondría de manifiesto la no irreversibilidad del Euro y con ella aumentaría la fragmentación financiera. ¿Quién será el próximo?, se preguntarán mercados e inversores. Aparecerían otros problemas de naturaleza geoestratégica y, desde luego, un default de Grecia implicaría la ejecución de avales de los Estados y con ello un grave empeoramiento de las cuentas públicas.

La posición de España en esas negociaciones, que ha reforzado las posiciones más intransigentes puestas sobre la mesa en estas negociaciones provenientes de Alemania, Países Bajos y Finlandia, son contrarias al interés general europeo y en particular al interés de los españoles. Un default de Grecia implicaría la ejecución de los avales y de la pérdida de los préstamos de España a Grecia. El Gobierno Español no ha defendido los intereses de los españoles si no sus intereses políticos partidistas: cortar el reguero de pólvora que puede ser incendiado por su adhesión a las políticas de austeridad a ultranza.

Grecia no va a poder pagar nunca su deuda. Esto lo sabemos todos los economistas y lo sabe el Eurogrupo, pero ¿cómo es posible que ni los economistas que lo dicen, ni el Eurogrupo, como contraparte negociadora en Bruselas, no extraigan las conclusiones adecuadas de esa constatación? En realidad, en la gestión de la deuda pública, la refinanciación de la deuda viva juega un papel mucho más activo que su amortización neta. Podríamos llegar a decir -entiéndase el sentido de esta aseveración- que las deudas no se pagan, se refinancian. ¿Qué diferencia tiene esto con las propuestas del Gobierno Griego que de su deuda ofrece hacer -hasta que Grecia pueda, naturalmente, volver a los mercados- una deuda perpetua que vaya disminuyendo a un ritmo compatible con el crecimiento de su PIB nominal?

Grecia como metáfora

Las fuerzas dominantes en Europa han querido hacer de Syriza un cuerpo extraño y han dejado abandonada su marca en las manos de nuevas fuerzas políticas emergentes. Identificar Syriza con el populismo o con los euroescépticos de derechas es sólo pura manipulación y un error. Cerrar toda salida a las propuestas con las que ha ganado el Gobierno Griego las elecciones podría provocar en su seno y en el de Syriza un desequilibrio de fuerzas a favor de sus corrientes más extremas. Por aquí podríamos tropezarnos con un accidente –grexident- de cuya responsabilidad no serían ajenas las posiciones más intransigentes presentes en el Eurogrupo. En este caso que nos ocupa el accidente podría ser plenamente evitado con la acción decidida de los socios del Eurogrupo, por lo que, pudiéndo ser evitado, sería, incluso, inexacto hablar de accidente.

El Gobierno encabezado por Syriza no es populista ni de extrema izquierda. Syriza, más allá de las dificultades que encierra ser un conglomerado de diferentes corrientes políticas, es, sencillamente, socialista. La socialdemocracia no es propiedad de sigla alguna, lo es de quienes hacen propuestas socialdemócratas y se comportan como tales. Por eso su crecimiento y su victoria electoral no son ajenos a que millones de ciudadanos que en años pasados votaron al PASOK, hayan votado y estén apoyando al nuevo Gobierno griego. Y no sólo los votantes, también numerosos cuadros y organizaciones que antes integraron el PASOK hoy se encuadran en Syriza.

Grecia como espejo, es hoy una metáfora en Europa.

1Jorge Fabra Utray, economista y Doctor en Derecho, es presidente de Economistas Frente a la Crisis EFC, donde se publicó inicialmente este artículo

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