El jueves 19 de noviembre de 2015, el Museo del Prado celebró el 156 aniversario de su inauguración en 1819 con trescientos once cuadros procedentes de las colecciones reales. El museo ha querido celebrar este aniversario con varias exposiciones de curso reciente y una exposición que se inaugurará al público el próximo martes 24 de noviembre, dedicada al casi inclasificable pintor francés del siglo XIX, Jean- Auguste Dominique Ingres.
Las exposiciones en curso que participan de esta celebración son las dedicadas a Luis de Morales El Divino y la Effigies Amicorum, una serie de magníficos retratos de artistas por Federico de Madrazo en el bicentenario de su nacimiento.
Ingres (1780 Montauban -1867 París) fue un neoclásico sui generis cronológicamente tardío, un romántico creador de lenguajes propios, entre otros el de la distorsión anatómica, que en poco tiempo se afianzaría como nuevo y definitivo modo de expresión que alcanzaría su apogeo a principios del siglo XX. Puede ser considerado clásico por su incursión en dos de sus temáticas favoritas: Las composiciones históricas y religiosas tratadas al modo de las mitologías clásicas. Pintó muchos retratos de personas importantes a lo largo de su vida, que constituyen una parte muy relevante de su obra, reflejo del espíritu y costumbres de la sociedad en que le tocó vivir. Y los desnudos, alguno masculino, uno en la exposición, muchos femeninos, que sin duda tienen precedentes en el renacimiento y el barroco, pero en Ingres los desnudos tienen ese fuerte componente oriental lleno de erotismo, tal y como se entendía el erotismo en su siglo, distinto al de los anteriores. No faltan ejemplos en esta magna exposición reveladores de su auténtica pasión: el dibujo. Pasión compartida por muchos pintores antes y después de él. Dominique Ingres fue un pintor preciosista en el detalle y en el estilo, que mostró hasta el final la resistencia a unirse a las primeras vanguardias. Puede que tenga bastantes afinidades con otros movimientos conservadores europeos, con la pintura inglesa del XIX, de los prerrafaelitas y la pintura victoriana, otros grandes resistentes a los cambios de lenguajes que estaba introduciendo el primer impresionismo. El XIX español también está lleno de pintura de historia y el Prado es buena muestra de ello. Uno de sus máximos exponentes, José de Madrazo fue compañero de Ingres en la Academia de Roma. Incluso en el XX, un rupturista como Picasso –gran admirador de Ingres – tuvo su breve retorno al clasicismo tras la Gran Guerra.
La exposición del Prado está coorganizada con el Museo del Louvre, feliz consecuencia de la colaboración entre ambos museos, -Prado y Louvre – con ocasión de la primera monográfica de Velázquez de hace unos meses en el Grand Palais de París. Es una exposición que se verá placenteramente, solo setenta obras, ordenada en secciones temáticas. Múltiples formaciones, Retratos íntimos y oficiales, Roma y los Mitos, El desafío clásico, Troubadour, Ingres y el XIV Duque de Alba, Mujeres cautivas, Nuevos retratos, La pintura religiosa, Suntuosa desnudez y Últimos retratos. Hitos muchos, por mencionar alguno, el retrato de Napoleón I en su trono imperial de 1806, un retrato oportuno que sin duda le promocionó. El sueño de Ossian de 1813 entre los grandes mitos. Virgilio lee La Eneida ante Augusto, Octavia y Livia de 1819, uno de los desafíos clásicos; dedicado a su amado Rafael, Rafael y la Fornarina, un dibujo de 1825 y un óleo de 1840; una de sus grandes obras tempranas de Trovador, Francisco I asiste al último suspiro de Leonardo da Vinci; tres dibujos para su único cliente español, aquel primer Duque de Alba consorte apellidado Fitz James Stuart: Felipe V impone el Toison de Oro al Duque de Berwick en 1707, de 1864. y 1819 respectivamente. El primero procede del Petit Palais de París, los dos de 1819 del Museo Ingres de Montauban, ciudad natal del artista. El lienzo correspondiente es el único Ingres en España y es propiedad de la Casa de Alba, que no ha podido prestarse para esta exposición porque se encuentra expuesto en el Meadows de Dallas (Texas). En la sección Mujeres cautivas, fascina con el tema de Ruggiero libera a Angelica, lienzo y dibujos; La Gran Odalisca de 1814, piedra de escándalo en el Salón de Otoño de ese año, precisamente por la preferencia del autor por los ritmos corporales a la realidad anatómica; espalda sinuosa, demasiado larga, en homenaje a un lenguaje abstracto intemporal, uno de los pilares de no pocos movimientos de finales del XIX y del XX. Una de las obras más preciosistas de la muestra es el cuadro de temática religiosa La Virgen adorando la Sagrada Forma. Vista sin firma y fuera de contexto podría pensarse en una obra renacentista. Dibujos preparatorios y lienzo definitivo de su obra maestra más erótica, El baño turco (1859) con retoques posteriores; un auténtico logro de sus experimentos pictóricos sobre el tema de la bañista turca desde 1807, o dicho de otra forma, de sus estudios sobre el erotismo, siempre en clave oriental, aunque nunca estuvo en ese oriente que tan bien describe. Su estructura circular recuerda a Rafael, tan admirado por Ingres, con la que creó una obra plena de armonía, en un espacio sumamente placentero habitado por un grupo de mujeres que se preparan para una boda. Por distintas razones, entre otras, que le resultó chocante a la Emperatriz Eugenia, no fue mostrado al gran público hasta el Salón de Otoño de 1905, en una retrospectiva suya. Arrasó y uno de sus grandes admiradores en la ocasión fue Pablo Picasso.
Por primera vez en la historia, tenemos a Ingres en España, en una exposición que hará un recorrido cronológico completo por su obra; pondrá un énfasis importante en el retrato y dedicará una mirada especial a sus temas históricos, con los que logró un reconocimiento al que aspiraba intensamente. Y lo logró, con temas que transcurren entre el Primer y el Segundo Imperio. Por cuatro veces a lo largo de varias décadas fue condecorado con la Legión de Honor, en sus categorías de Caballero, Oficial, Gran Oficial y Comandante. También fue senador. Aunque justo es decir que recibió su primer reconocimiento a la temprana edad de veintiún años, el Premio de Roma, en 1801 con Aquiles recibiendo a los embajadores de Agamenón.
Luis de Morales El Divino.
Se inauguró en octubre y estará hasta mediados de enero esta muestra dedicada a un pintor del Renacimiento, El Divino Morales, (1510 Alcántara? – 1586 Badajoz) que siempre ha estado en un digno segundo plano. Dice el director del Prado Miguel Zugaza que ello se debe a que la investigación artística es una materia relativamente reciente y a que los historiadores se volcaron en El Greco, Velázquez y Goya, pero que Morales está en el origen de toda la escuela española. Tiene razón. Por eso Morales es más que un pintor renacentista un pintor del Renacimiento, en una época en que éste estaba ya en plena vigencia y en la que algunos pintores como Tiziano estaban aproximándose al barroco..
Quizá fuera discípulo del flamenco Pedro de Campaña, afincado en Sevilla. Fuera así o no, la pintura de Morales está llena de esencias flamencas, empezando por el soporte de tabla de nogal o roble, que permanece durante el siglo XVI en buena parte de la pintura flamenca, pero no en la italiana, sobre todo no en la veneciana, ni en la española con influencia italiana, como la del Greco. La estructura del paisaje es flamenca, rocas y arquitecturas para crear ilusión de perspectiva. Y sobre todo el preciosismo casi de orfebrería, la minuciosidad en el detalle son claramente de influencia flamenca. Pero también encontramos una ascendencia italiana en su pintura. Nunca viajó a Italia, pero si a Valencia donde se relacionó con los leonardescos Fernando Yáñez y Fernando de Llano y con los rafaelescos Vicente y Juan Massip. En el colorido y finos sfumatos de su obra mariana, su tema favorito en maravillosos cuadros de pequeño y medio formato, nos encontramos con aspectos lumínicos y cromáticos que recuerdan a Bernardino Luini y Cristoforo Solario.
Todos los cuadros en exposición son óleos sobre tabla. Solo el que inaugura la muestra, La Virgen del Pajarito de 1546 está tranferido a lienzo desde el original sobre tabla. Toda la primera sección dedicada a la Virgen, es una muestra de la devoción y amor que el tema le inspira. La belleza de los modelos, delicadeza de pincelada, la finura de la piel, sfumatos de las veladuras, cromatismo exquisitamente matizado y la intención de la expresión a veces sorprendente, constituyen en su conjunto un lenguaje propio del pintor, de esa orfebrería pintada, ese concepto de religiosidad tan español de la época. Sus vírgenes gitanas son únicas, tanto que marcan uno de los hitos no solo de la exposición, también de la profusa producción de Morales. Este lenguaje propio si es un lenguaje renacentista a la manera del pintor.
Hay muchas cosas que también sorprenden en la sección Narraciones complejas, de 1565 en adelante. El realismo de los cabellos y barba de Jesús en La Piedad, expresión de esa obsesión por la perfección del detalle, por la imitación de la realidad hasta querer igualarla. Una Anunciación que recuerda al florentino Fra Angelico. La coloración del rostro de Jesús y simbología del sudario en El Calvario; una resurrección que no contempla el triunfo del espíritu sobre la materia, es más bien resurrección de la materia. Imposible no recordar la maravillosa homóloga del Greco con su espiritualidad levitante. Pero la expresión sorprende.
La sección Pintura para muy de cerca es quizá la más sorprendente, la que propone más interrogantes, sobre el tema de los significados de la expresión de Jesús durante su pasión. El excepcional Ecce Homo de 1565 y su homólogo de la sección siguiente del mismo año. En el primero el pintor resalta la belleza interior de Cristo a través de la belleza exterior; en el segundo, una expresión reflexiva, como de incredulidad o quizá de pena por la incomprensión de sus coetáneos de lo que él significa. Cristo varón de dolores. Después de ser azotado y coronado de espinas, de nuevo sorprende una expresión que no refleja dolor físico, más bien reflexión íntima sobre…cada espectador decide. El segundo Varón de dolores, de cuerpo entero, sentado con una pierna cruzada sobre la otra. Una actitud compleja, sorprendente, casi irreverente, más allá de cualquier tiempo, realmente intemporal. Una de las obras maestras del Divino.
En la última sala dedicada a la obra realizada para su mecenas el obispo de Badajoz Juan de Ribera, se acentúan las expresiones inesperadas, sorprendentes, sobre todo en el Cristo con la cruz a cuestas y Cristo ante Pilatos presentado al pueblo. De nuevo más allá del dolor humano está la reflexión íntima, incomprensible para los que le rodean, entonces y ahora, sobre la incomprensión y estupidez humana. Igual sentimiento ante San Pedro arrepentido ante Cristo en la columna. Todo un redescubrimiento.
Effigies Amicorum. Retratos de artistas por Federico de Madrazo.
El Museo del Prado ha querido celebrar el bicentenario del nacimiento de este artista clave en el arte español del siglo XIX con una colección de retratos de artistas amigos, discípulos y familiares que puede verse hasta enero de 2016. Al mismo tiempo ha querido rendir homenaje en esta efemérides al que fue director del Museo del Prado en dos ocasiones.
Federico de Madrazo (Roma, 1815 – Madrid, 1894) fue el pintor español que realizó más retratos de artistas, pintados al óleo, dibujos o litografías. Pintó al óleo a sus amigos para regalárselos, caso de los retratos de Carlos Luis de Ribera, una de sus obras maestras, a quién pintó en París; de Benito Soriano Murillo colaborador suyo como subdirector del Prado y Perugino Sensi, litógrafo que había trabajado en el Real establecimiento Litográfico fundado por su padre José de Madrazo. Colegas como Carlos de Haes y Jorge Algarra. Discípulos destacados como Eduardo Rosales y su propio hijo Raimundo.
Consciente del interés artístico y documental de los retratos dibujados, los conservó y legó íntegramente al Prado. La mayor parte fueron realizados en París, Roma y Madrid entre 1839 y 1845, con el propósito de formar un álbum iconográfico de amigos artistas y escritores, a la manera de los artistas alemanes del siglo XVI. El conjubnto más importante fue el que realizó en Roma, donde el retrato entre condiscípulos y amigos era una práctica frecuente. Allí coincidió con Jean – Auguste Dominique Ingres, a quien había retratado años antes y cuya influencia es notoria en algunas efigies, como las de Ponzano y Zanetti.
Fue un litógrafo excepcional, impulsado por su padre a quien retrató con esta nueva técnica para ilustrar la reseña biográfica publicada en 1835 en El Artista, la revista romántica española de mayor difusión. También litografió para esta publicación al gran pintor Vicente López. Las dos efigies dan testimonio del culto al arte en sus cuidadas imágenes, multiplicadas mediante la estampa de sus figuras de mayor relevancia.
También figura en la exposición, un Madrazo adquirido por el Estado en 2014 y adscrito al Prado, el retrato de Sabina Seupham Spalding uno de los mejores retratos femeninos de cuerpo entero del periodo más romántico de su autor. La postura de la dama, sentada en una silla ante un mirador, con las manos juntas sobre el regazo y un pañuelo bajo una de ellas y con un pie apoyado en un cojín bordado, tiene un precedente diez años anterior, el retrato de María Manuela Kirkpatrick, condesa de Montijo perteneciente a la Fundación Casa de Alba y conservado en el Palacio de las Dueñas de Sevilla. Los diez años transcurridos desde el primero destacan el progreso en la pintura del artista. Las calidades del vestido de terciopelo, de sus aguas y pliegues, que realzan la blanca nitidez del escote y de los brazos, la delicadeza de su torneado, la elegancia de la disposición de las manos, la transparencia de los encajes, la ejecución del brazalete y el aderezo de perlas y broche en el escote, revelan una interpretación sutilmente estilizada del retrato de Gran Estilo, propia de la condición y máximo relieve de la dama entre la alta burguesía de Madrid.