Abundan los análisis y explicaciones de la guerra de Ucrania. Las hay de todos los tipos. En su magnífico libreto El complejo de Caín, el ‘ser o no ser» de Ucrania bajo la sombra de Rusia, de Marta Rebón, se citan las siguientes posibilidades:
–Las hay para todos los gustos: en realidad este conflicto no tiene que ver con Ucrania, sino que en la agenda oculta se busca un cambio del orden mundial; es el réquiem que entona la repudiada Rusia después de intentar formar parte de Europa durante siglos; Rusia debe entenderse como una civilización en sí misma, es algo más que un antiguo imperio, y merece ser tratada como tal; Ucrania se había convertido en una amenaza potencial para los intereses de Rusia, o, cuando menos para los rusófonos que residen allí; la OTAN no cumplió su palabra y jugó con fuego con su temeraria ampliación al Este; el acercamiento de Ucrania a las democracias liberales planteaba un desafío para el personalismo de Putin; los despliegues y los conflictos armados contra un supuesto enemigo son un recurso para desviar la atención de los problemas internos o para remontar la pérdida de apoyo social, etc.
A continuación, la autora del libro citado cita a su vez a Karl Schlögel (Entscheidung in Kiew. Ukrainische Lektionen) para apuntar que «resulta más fácil interpretar las políticas de Putin como reacción y consecuencia de las amenazas internas».
Rebón hace un repaso histórico, literario, económico y lingüístico de la relación Rusia-Ucrania para describir una clase de viejo imperialismo y/o colonialismo menos asumido por el resto de Europa -y por Moscú, claro- que el que históricamente concierne a los occidentales respecto a África, a la mayoría de los países del continente americano o a los asiáticos.
Entre las causas internas de Rusia, Rebón explicita este ejemplo muy directo: «Bastaba dar un paseo últimamente por el centro de la capital rusa para comprobar cómo año tras año crecía la presencia de cámaras de seguridad –se cuentan ahora más de cien mil-, la mitad con herramientas de reconocimiento facial».
En Rusia se cuentan casi 17.000 detenidos, tras el lanzamiento de la operación militar especial en Ucrania. Pero ya no son posibles las manifestaciones contra la guerra que existieron en las primera semanas de la invasión del país hermano. Consta que las hubo en unas 150 ciudades de toda la Federación Rusa.
La asociación OVD-Info, que trata de ofrecer apoyo jurídico a los detenidos, decía hace una semana que tenía constancia de «al menos 16.437 detenciones vinculadas a las manifestaciones contra la guerra». Entre esos detenidos habría no pocos menores de edad. OVD-Info es, según la legislación impulsada por el Kremlin, una organización legal, pero inscrita en el registro de las consideradas «agentes extranjeros».
Además, están quienes se han marchado al extranjero, si tenían medios; los empresarios que han sufrido accidentes singulares o se han caído de ventanas muy altas; los envenenamientos como recurso periódico de eliminación de opositores y los políticos que siguen tras las rejas (Alexei Navalny es sólo un caso más conocido internacionalmente).
En el terreno de la cultura y de los medios de comunicación, hay que recordar los procesos contra expresiones contrarias a la guerra, como la censura de cantantes de pop-rock o de raperos conocidos. Otros optaron rápidamente por marcharse al exilio, antes de que las cosas empeoraran para ellos (el rapero Oxxxymiron, la popular cantante Monetotchka y las integrantes del grupo Pussy Riot, por ejemplo).
The Conversation cita a varios de ellos y añade a otros más vinculados al mundo académico y de la literatura:
-Una amplia mayoría de escritores, poetas, realizadores y músicos conocidos internacionalmente se han opuesto a la invasión del país vecino. Algunos han pasado de las palabras a los hechos y han fundado una asociación denominado La verdadera Rusia. Entre los más activos, debemos citar a los escritores Liudmila Ulitskaia, Boris Akunin y Dimitri Glujovski; al director de escena Kiril Serebrianikov; al realizador Andrei Zviaguintsev; a la cantante Anna Netrebko; a la poetisa Vera Plozkova; a los veteranos rockeros Boris Grebenchikov, Yuri Chevtchuk y Andrei Makarevich; a los actores Artur Smolvaninov, Artur Smolvaninov y Lia Ajedkaiva… lista no completa.
En el transcurso del llamado Día de la Bandera de Rusia (22 de agosto), varias decenas de personas fueron detenidas, una parte de ellas cuando entraban en el metro de Moscú: habían sido reconocidas por cámaras de reconocimiento facial.
Desde el principio de la invasión de Ucrania, la Duma rusa ha aprobado nuevas leyes o endurecido algunas de las ya existentes, según informa OVD-Info.
Recordemos que la «difusión pública de información conscientemente falsa sobre las acciones del ejército de la Federación Rusa» es punible, según el Código Penal reformado, con penas que van desde multas de 700.000 rublos (once mil euros) hasta los quince años de cárcel.
En Ucrania, también hay que ser ahora patriota por fuerza de las circunstancias. El director ucraniano Sergei Loznitsa, dos veces premiado en el Festival de Cannes, renunció a ser miembro de la Academia de Cine Europea y, a continuación, fue expulsado del organismo cinematográfico de su propio país. Cree que hay gente que no lo considera “suficientemente patriótico” y define la época actual como “la era del estalinismo tardío”. Según Loznitsa, hay gentes oscuras que deciden “quién es y quién no es patriota”.
En Moscú, acusan también a los países occidentales por la anulación de intervenciones o representaciones de artistas rusos, previstas antes de la guerra de Ucrania. Entre éstas, la anulación de un espectáculo del ballet del Bolchoi en la ópera de Londres y la exclusión de la orquesta Marinski de San Petersburgo, que estaba prevista en la agenda de la Filarmónica de París. Rusia se vio apartada también del concurso de Eurovisión.
Cuando la guerra llevaba ya dos meses, el ya citado Kiril Serebrenikov, declaró lo siguiente a la Agencia France Presse: «Tenemos que optar entre convertirnos en Leni Riefenstahl o en Marlene Dietrich».
Todos sabemos que la cineasta alemana Riefenstahl elevó el nazismo a las alturas de su arte cinematográfico -bien acreditado- mientras que la segunda, actriz y cantante, se convirtió en un icono cultural contra los nazis.
Entre los medios y periodistas no faltan los ejemplos de la amplia ola represiva. Ivan Safronov, un periodista experto en cuestiones militares, que trabajó para los periódicos Kommersant y Vedomosti, fue condenado hace pocos días a 22 años de colonia penitenciaria, tras ser declarado culpable de alta traición y de entregar información a espías checos.
Muchos medios han tenido que cerrar. El último gran ejemplo: el periódico Novaya Gazeta. Un tribunal ha anulado (el 5 de septiembre de 2022) su permiso de impresión después de que el organismo de control de los medios lo acusara de falsear el cambio de su propietario en 2006. Por prudencia, su redactor-jefe y premio Nobel de la Paz, Dimitri Muratov, ya había anunciado la suspensión del diario para no tener que someterse a la creciente censura y a las amenazas legales contra sus periodistas. Está claro que eso no fue suficiente para las autoridades rusas.
Wenn sich die späten Nebel drehn/ Wer wird bei der Laterne steh’n, es decir, «cuando las nieblas tardías regresen, ¿quién estará junto el farol [iluminado]?», cantaba Marlene Dietrich.
Varias de las explicaciones sobre el origen de la invasión y de la guerra de Ucrania son verosímiles y hasta complementarias. Pero no parece adecuado que los análisis históricos, culturales y geopolíticos nos lleven a olvidar a los rusos que han apostado por sus convicciones contrarias a los designios del Kremlin, a pesar del acoso y de los riesgos personales que asumen.
No sería justo que los olvidáramos.