Sobre privacidad comenzaba un artículo anterior imaginando dos escenarios: 1. Intimismo. 2. Exhibicionismo. Y en mi exigua respuesta acerca de lo privado descomponía estas dos maneras posiblemente complementarias del ser y del hacer frente a quienes las contrapongan.
El caso del subcontratado Edward Snowden ha abierto en canal lo dicho. Y para cualquiera que tenga una escasa avidez lectora o auditora de noticias de actualidad habrán sido días de desconcierto para su comunicación digital. No lo dudo.
Posiblemente llame la atención:
1. La intencionalidad retórica al enfrentar dos derechos: Privacidad y Seguridad. Los delincuentes deben de tener buenos community managers para no dejar tan dócilmente esos fáciles rastros de los delitos presuntos.
2. Creer entender qué se desea saber con eso del dato: Nombre, nacionalidad, a qué hora contacté, con qué medio, el modelo de cámara que usé, la marca de mi Smartphone, los pecados que nombré, etc. Parece ser que todo esto junto u ordenado en un sumatorio estadístico quizá me nombre, en cierto sentido.
3. Y que debe de ser una cuestión ramdomizada. Habrán oído hablar a algún experto sobre la BigData, esa nueva esfera caótica del árbol prohibido de la ciencia. Y muchos pensaran… entre tantos miles de millones, ¿me tocará a mí?
Siempre he creído que lo más convulso de los regímenes comunistas fue esa idea promulgada por el Estado omnívoro que se alimentaba de la generación de desconfianza entre sus súbditos. Todos espiados por todos. Así, se crea esa virtualización de la psicosis colectiva tendente a una paranoia presumiblemente prudente. Y recuerden, sólo el Estado puede responder a otro Estado, aquí en España, en este sentido, tenemos el caso del periodista de Telecinco José Couso.
A mí frente a este régimen de cosas se me ocurre responder con: “Yo estuve allí y Nosotros estuvimos allí”.
La privacidad no sólo define ese sumatorio de datos que interprete una definición de lo que otros crean sobre uno mismo. Hay que estar allí para poder desnudar ese sutil pathos de la forma de las cosas más secundarias, que se comparten al arraigarnos a los lugares de encuentro como una fragancia leve viendo un cuadro del padre del impresionismo Camille Pissarro o el temor del silencio. Somos voraces y toscos.
Y en esta voracidad acumulamos datos e información sin fronteras para aparentar saber algo preciso. Me atrevo a decir y a nombrar la existencia de una privacidad del ethos, de las características que componen las cosas, y una privacidad del pathos, de las emociones intangibles. Cuántos años de diván desentrañarían la mente de Freud, como si no fuera poco. No se asusten, hasta Freud mentía con sus datos, eran lo suficientemente imprecisos como para escribir libros para la ciencia. Sigmund fue partidario, para observar la realidad, de no limpiar continuamente sus lentes.
Les doy otra solución, para que sigan seguros detrás de sus visillos, la dispersión de los datos. Aún lo personal se yuxtapone a lo privado, así componemos nuestro ego como unidad indivisible. Pero si con una nueva fórmula entendiéramos que lo privado es lo colectivo, nuestra comunidad… creceríamos de manera escalable hacia la fundamentación y aseguramiento de nuestra red como lo que me conforma e integra. La liturgia siempre ha sido ese saber pensar en otros, en el resto que componían el total de lo privado. Tú o yo sólo ostentamos un fragmento de una cualidad que compone nada si no se descifra por lo que supone nuestra vida en común. Dejen un letrero que diga: “Para saber de mí pregunten a muchos”.
Imagínense a los que nos espían sumando con los dedos lo incomensurable. Sólo el saber está en el límite pues para saber aprendemos a quitar lo superfluo. No sumamos sino restamos hasta despejar la incógnita. Es el truco del que sabe memorizar, sistematiza y halla equivalencias donde parecían no-evidentes. De la misma manera, lo privado sucede… es más que suma de datos es saber cuáles sabré restar para comprender que las cosas pasan cuando estuve allí y mientras estuve con vosotros.
Así guardamos los secretos.