Al menos, sesenta y tres periodistas y trabajadores de los medios han muerto en Oriente Medio desde que empezara la última guerra de Gaza, hace poco más de dos meses.
Son algo más que un daño colateral. En buena parte, si no en la mayoría de los casos, esos periodistas –todos palestinos– no fueron bajas casuales de la guerra, como otras víctimas civiles palestinas, sino objetivo preciso y predeterminado de los ataques de Israel.
Varios más han desaparecido y un número impreciso resultó herido. Son cifras que surgen de un meticuloso recuento de la Federación Internacional de Periodistas (FIP/IFJ, International Federation of Journalists).
A esa siniestra estadística, debemos sumar los nombres de tres periodistas muertos en Líbano, entre ellos Issam Abdallah, de la agencia Reuters. El 13 de octubre se encontraba con otros seis colegas –de la cadena Al Jazeera y de la agencia francesa AFP– cuando dos impactos de las fuerzas israelíes los alcanzaron de lleno. Estaban en Alma Al-Chaab,una localidad situada a poco más de un kilómetro de la frontera líbanoisraelí. Resultado del bombardeo repentino: un muerto (el mismo Issam Abadallah) y seis heridos, entre ellos la fotorreportera libanesa Christina Assi, a quien después los médicos tuvieron que amputar una pierna.
«Amnistía Internacional ha investigado directamente en Líbano, donde hemos interrogado a nueve testigos de la escena: los propios periodistas afectados y otras personas que se encontraban en las inmediaciones, ha declarado Marija Ristic, coautora del informe de Amnistía Internacional, quien insiste en decir que, a la vista de los vídeos disponibles (57 exactamente), «se ve claramente a los periodistas vistiendo chalecos con la palabra press, lo mismo que alguno de sus vehículos».
Según ha declarado Ristic al diario La Libre Belgique, «las imágenes y las grabaciones sonoras señalan que varios helicópteros y un dron israelí sobrevolaron el grupo durante 46 minutos antes del ataque».
De modo que las fuerzas israelíes tuvieron tiempo para comprobar que se trataba de un grupo de periodistas. Otro elemento que destaca el citado informe es que hubo dos disparos de obús distanciados entre sí 37 segundos. «No se dispara contra alguien dos veces si no lo consideras un objetivo», apunta Marija Ristic. No hay error posible, según ella, que define el ataque como «dos lanzamientos deliberados».
Tres investigaciones, la mencionada de Amnistía Internacional, así como otras de la agencia AFP y del colectivo Airwars explican con claridad cómo sucedió y el origen israelí de los dos obuses. No había objetivo militar posible en el entorno. Ni casas cercanas. Y los choques militares de ese día por allí acontecieron a un kilómetro y media de distancia.
En este punto, antes de continuar la lectura, invito al lector a repasar el vídeo de Airwars que recrea las circunstancias.
Es sólo un ejemplo de la estrategia bélica de Israel contra los periodistas. En ese diario belga ya citado, Anthony Bellanger, secretario general de la FIP, lo analiza así:
–Incluso durante la guerra de Irak, que produjo numerosas víctimas entre el colectivo de la prensa, no pudimos ver esa manera de apuntar tan sistemáticamente [a los periodistas]. Empezó a ser así desde 2011, durante la guerra de Siria y con el desarrollo de las redes sociales, cuando Facebook, Twitter y otras redes similares, dieron acceso múltiple a la ciudadanía. Todo cambió. Desde entonces, los autócratas y los beligerantes quieren asumir por sí mismos la comunicación vía las redes sociales. No les gusta que haya otras fuentes en su lugar.
En otros conflictos, los periodistas y la población pueden –en determinadas circunstancias– huir del frente de batalla. Eso no es posible en Gaza, donde desaparecen día a día los suministros y las reservas de agua, electricidad, medicinas y alimentos.
El estado de Israel –y al sur Egipto, no lo olvidemos– controlan las puertas para entrar y salir. El secretario general de la FIP, resume así el valor de la información y el riesgo diario que corren los periodistas palestinos en Gaza:
–Todos los civiles, incluidos los periodistas, están enjaulados en una cárcel a cielo abierto que se va transformando en una fosa común.
Y además, ningún reportero del exterior ha sido autorizado a trabajar allí.
Así que la cobertura informativa, sólo es posible para los mismos periodistas que son –a la vez– víctimas fáciles del conflicto armado. Una parte ha muerto en –digamos– acciones bélicas normales. Porque se encontraban en el momento y lugar no deseados, mientras ejercían su oficio. En otros casos, bastantes, hay más que indicios que apuntan hacia la responsabilidad israelí por medio de ataques intencionados, contra ellos y contra sus oficinas y domicilios familiares. Anthony Bellanger pone varios ejemplos que se refieren a ese predeterminado modus operandi. Lo precisan las imágenes de Al Jazeera en el ataque contra la oficina de la AFP en Gaza.
–Se ve cómo un proyectil atraviesa la oficina destruyéndolo todo, pero sin afectar al resto del edificio. Israel utiliza la inteligencia artificial para identificar a los miembros de Hamás. Funciona igual para los periodistas. Cualquiera que cuente lo que pasa es [para los responsables] un enemigo potencial, fácilmente identificable», concluye Bellanger.
En menor medida, lo que sucede en Gaza acontece en cierto modo en Cisjordania. Israel controla esa parte de Palestina con mano de hierro, aún más desde el 7 de octubre.
En territorio israelí, los corresponsales acreditados saben que en cualquier momento su acreditación puede ser cancelada y que entonces dispondrán de un plazo breve para salir del país. En algunas ocasiones, las autoridades israelíes utilizan simples pretextos administrativos, según Anthony Bellanger, quien subraya que llevar un chaleco con la mención press puede también convertir al periodista en un objetivo claro. «Un riesgo doble –reitera Bellanger– porque se asume [el peligro de] situarse en la zona y simultáneamente el de ponerse en el punto de mira» [con el uso de un chaleco en el que está escrito press].
En Gaza, la estadística de víctimas mortales de la guerra se aproxima a las veinte mil, la mayoría mujeres y menores de dieciocho años. Los gazatíes que sobreviven lo hacen en condiciones humanitarias execrables, lo más cerca que pueden de la (cerrada) frontera con Egipto. El 85 por ciento de los palestinos de Gaza está desplazado de su lugar de origen en un territorio reducido y estrecho, convertido en un gran trampa mortífera.
Ahora, no hay negociaciones para liberar más rehenes, mientras el Consejo de Seguridad de la ONU debate de nuevo la situación, tras el veto estadounidense favorable a Israel.
Los reporteros palestinos que siguen vivos y continúan ejerciendo su oficio de periodistas ayudan a mantener informada a la opinión pública del planeta. Son los ojos que nos ayudan a ser conscientes de cómo la inmensa prisión a cielo abierto (Gaza) se va convirtiendo día a día en un gran cementerio.
La FIP cifra en casi un centenar el número de los periodistas asesinados este año en todo el mundo. Tres cuartas partes de ellos eran periodistas y reporteros que vivían y trabajaban en Gaza. Quienes sobreviven allí, siguen en el punto de mira de Israel.