Jorge I. Covarrubias: el periodismo informa y alerta a la sociedad

El periodismo ha pasado y aún vive una situación difícil al perder credibilidad por las noticias falsas, el aluvión de información en las redes sociales, la manipulación política, y la falta de ética de algunos medios y comunicadores. Sin embargo, esta antigua profesión se afianza en aquellos periodistas que afirman las bases del periodismo profesional y ético.

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Adriana Bianco y Jorge Ignacio Covarrubias en la redacción de Associated Press

Entre estas personalidades periodísticas se encuentra Jorge Ignacio Covarrubias, quien fuera director del Departamento Latinoamericano de la agencia de noticias Associated Press, a quien conocí en Nueva York, justamente en las oficinas de la prestigiosa agencia. Su carrera periodística está marcada por grandes episodios de la historia mundial, a los que ha asistido y sobre los que ha escrito numerosos artículos.

A esta intensa vida periodística se suma su intensa participación en la Academia Norteamericana de la Lengua Española-ANLE donde es actualmente su subdirector, y como miembro correspondiente de la Real Academia Española.

Graduado de la Universidad del Salvador en Buenos Aires en Psicología deriva a la Carrera de Letras. Licenciado en Letras Hispánicas por la State University of New York, es autor de cuatro libros y dos audiolibros, y coeditor de varios más, ha ganado premios de ensayo, cuento, poesía y periodismo.

Ha disertado en la Universidad de Columbia, New York University, Hunter College, el Observatorio del Español y la Culturas Hispánicas de la Universidad de Harvard. Ha impartido talleres, cursos y conferencias sobre lingüística, teoría literaria, periodismo y traducción en varios países latinoamericanos, la República Checa y Estados Unidos.

Ha sido contribuyente del Diccionario de la Lengua Española, el Diccionario de Americanismos y la Gramática Básica. Ha desarrollado una intensa y vasta labor académica y periodística y es un incansable viajero, pudimos entrevistarlo entre viajes y libros y este es su testimonio.

Adriana Bianco: Eres un periodista con mucha experiencia y prestigio. Has sido editor en el Departamento Latinoamericano de la agencia noticiosa internacional Associated Press. ¿Cuéntanos cuál ha sido el evento mundial que más te impresionó y las personalidades que conociste?

Jorge Ignacio Covarrubias: He trabajado 45 años para la Associated Press; los dos primeros en Buenos Aires y luego en Nueva York. Me ha tocado ‘cubrir’ (como decimos en la jerga periodística) muchos acontecimientos, como asambleas generales de las Naciones Unidas en Nueva York, una asamblea general de la Organización de Estados Americanos en Washington DC, campeonatos mundiales de fútbol, olimpiadas, Juegos Panamericanos, doce visitas papales, encuentros culturales. Las 37 asignaciones al exterior me llevaron a veintiocho países. Como verás, he lidiado con política, deporte, religión y cultura. Todo menos finanzas, de las que sé muy poco. He hecho de todo siguiendo la gran (para mí la mejor) escuela de periodismo que son las agencias noticiosas internacionales.

Lo que más me impresionó fue la primera visita del papa Juan Pablo II a Latinoamérica: fue a México como preludio a una reunión de obispos latinoamericanos. Como solamente un papa había visitado nuestro continente antes, el nuevo pontífice viajero llamó poderosamente la atención pública y provocó una movilización pocas veces vista. En esos tiempos no existía el papamóvil y las medidas de seguridad no eran como ahora. Después de su visita a varias ciudades en las que despertó curiosidad y adhesión masiva, paralelamente a la reunión de obispos sesionaron grupos católicos disidentes. Era la época de la Teología de la Liberación, la Iglesia Popular y otras corrientes. No faltó la polémica. Y pese a que los obispos trataron el tema de la TL, no lo quisieron incluir en su documento final, error que el Vaticano subsanaría pocos años después. En definitiva, material riquísimo para un periodista.

AB: ¿Cómo visualizas la situación del periodismo actualmente, tan amenazado en su credibilidad, la polución informativa, las noticias falsas y la manipulación. ¿Cómo mantener los niveles periodísticos de objetividad y de ética?

JIC: Una pregunta más que oportuna. Precisamente en octubre pasado, mientras me tocó integrar (durante tres meses) la Comisión Permanente de la Asociación de Academias de la Lengua en Madrid, y estando incorporado durante ese período a la Comisión de Neologismos de la Real Academia Española, propuse (entre muchos otros) el término ultrafalso (deep fake), moción que fue calurosamente defendida por Darío Villanueva, exdirector de la RAE y también integrante de la comisión. Durante el malhadado (des)gobierno de Donald Trump sus mentiras se sumaron al caudal de desinformación que enturbió la opinión pública y el discurso político. Un ejemplo de desinformación lo tenemos en la dolorosa situación de Ucrania, invadida a sangre y fuego. Para saber lo que ocurre hay que acudir a las fuentes confiables en medio de un coro disonante. Pese a todo, me complace comprobar que la invasión despiadada ha enfrentado enormes reveses. La Associated Press fue para mí una escuela fascinante que enseña al periodista a no dejarse llevar por las manipulaciones informativas. El proceso se hace más lento pero más seguro. El cotejo de las fuentes, las referencias cruzadas, el escepticismo y el sentido común, además de la comprobación de datos (fact checking) contribuyen a sanear la información.

AB: ¿Cuál es la función del periodista en una sociedad globalizada?

JIC: La misión básica del periodista es la de informar. En los medios serios están separados los espacios de la información, por un lado, y por el otro el de opinión-editorial. El periodista debe informar al público dos cosas: lo que el público quiere y lo que al público le conviene saber. Reducirse a solo el primer factor (periodismo personalizado) es un periodismo insuficiente, de segunda mano. Debe darle todos los elementos de juicio para que el lector llegue a una conclusión propia y actúe según su criterio informado.

AB: Coméntanos sobre la gestión académica de ANLE, sus actividades y lo que significa ser una academia de lengua española en un país anglosajón.

JIC: La Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE) es una de las veintitrés que sirven a casi 600 millones de hispanohablantes en el mundo, con presencia física en cuatro continentes. La Real Academia Española es, evidentemente, la organización señera, original, madre, primus inter pares, pero todas, hasta la más reciente (Guinea Ecuatorial, en África), tienen participación en todas las obras académicas, de las cuales las más importantes son el Diccionario, la Gramática y la Ortografía, aunque hay muchas más.

Quienes se tomen el trabajo de ver la carátula del Diccionario verán que ya no es exclusivo de la RAE, y se titula Diccionario de la Lengua Española (DLE). En la más reciente edición impresa verás mi nombre (y el de muchos colegas de la ANLE) entre los colaboradores. Nuestra academia tiene la importante misión en velar por el español en un país con sesenta millones de hispanos, de los cuales más de 45 millones tienen el español como primer idioma. Las proyecciones demográficas hacen prever que en pocos años Estados Unidos tendrá el segundo número de hispanohablantes en el mundo, solo detrás de México.

AB: Ya que comentas el crecimiento demográfico de los hispanohablantes en Estados Unidos. ¿Cómo consideras el futuro del español como lengua mundial?

JIC: Debido a que en Estados Unidos confluyen personas de todos los países de habla hispana, y por cierto de cada una de sus regiones con sus variedades lingüísticas, no es descabellado afirmar que este país es el mejor laboratorio del español. Hay quienes consideran que aquí se forjará el futuro del español con un vigor especial ya que siempre se ve enriquecido por nuevas oleadas inmigratorias.

AB: Además de tus numerosos artículos periodísticos, tienes una trayectoria como escritor y ensayista. Me ha impresionado tu libro de cuentos «El mensaje de un millón de años», editado por ANLE. Cada cuento es una sorpresa y una reflexión. Platícanos de esta actividad de escritor…

JIC: Muchas gracias por tu comentario. El libro que mencionas es el cuarto de mi cosecha, además de dos audiolibros. Mi primer libro de cuentos fue ‘Convergencias’, a los que le siguieron ‘Manual de técnicas de redacción periodística’, encargado por la Associated Press; ‘Los siete personajes del periodismo’, una aplicación de la teoría literaria al periodismo, y ‘El mensaje de un millón de años’. Uno de mis audiolibros recogió cuentos y el otro, por encargo, fue una colección de escenas teatralizadas sobre el proceso de inmigración en Estados Unidos. Siempre me ha fascinado el género cuento. No me siento un escritor de obras de gran aliento: de ser corredor habría elegido de los cien a los cuatrocientos metros. Nunca medio fondo y mucho menos maratón. No lo siento como una carencia sino como el aprovechamiento de una vocación y una aptitud.

AB: En tus cuentos hay una vinculación con la ciencia, con la historia y la filosofía.…

JIC: Mis influencias son Kafka, Borges, Calvino, Bradbury, el humor de Aymé, el rigor de Quiroga e influencias de varios otros. Aprovecho en mis cuentos temas de historia, religión, filosofía y ciencia, sobre todo de física moderna: aunque no tengo base matemática no me pierdo los buenos libros de divulgación científica. La mecánica cuántica, por ejemplo, es una fuente inagotable de sorpresas.

En ‘El mensaje…’ incluyo dos cuentos de ficción científica. Uno de ellos conjetura si un idiota (antigua calificación de psicología para quien tiene una edad mental no superior a los 3 años) tiene el secreto del universo. El segundo aprovecha un reciente descubrimiento que desembocó en un Premio Nobel: lo que se dio en llamar ‘la partícula de Dios’. Se trata del bosón de Higgs, una partícula asociada a un campo que, según parece, permea el universo. Las partículas sin masa que pasan por ese campo (no todas; el fotón es una de las que no lo experimentan) adquieren masa.

En definitiva, según veo, cuando algo etéreo y angélico de pronto se ve con masa y queda sujeto al decaimiento, el desgaste. Entonces conjeturé qué pasaría si un ángel pasara por el campo Higgs. También apelo a la historia (Hernán Cortés, Vlad el Empalador), la religión (Jacob, Simón de Monfort), la filosofía (Bertrand Russell), la literatura (Celestina). En fin, todo lo que me llama la atención.

AB: Has viajado por setenta países de todos los continentes. ¿Cuál ha sido tu aprendizaje de tan diversas culturas? ¿Deberíamos conocernos más entre los habitantes de la aldea global?

JIC: En efecto, he tenido la suerte de visitar setenta países, algunos de ellos varias veces. En muchas oportunidades aproveché las asignaciones periodísticas para quedarme en el lugar de destino antes o después del evento a cubrir. Otras veces he aprovechado las asignaciones académicas para hacer lo mismo. Y muchas más he ido de vacaciones con el propósito de visitar siempre un país diferente.

He andado en dromedario en el desierto del Sahara, he visto salir el sol detrás de los Himalayas, presencié los rituales hindúes en los márgenes del río Ganges, he andado en elefante en Tailandia y la India y he disfrutado de safaris en Kenia y Sudáfrica. Me colé en el féretro del faraón de la segunda pirámide en Giza y me acosté en la tumba de Lázaro en Chipre. Recorrí las ruinas incas, aztecas y mayas.

Estuve en destinos poco frecuentados: Haití (como periodista), Cabo Verde (como vacacionista). Disfruté de una tarde en medio de una aldea africana, visité el Kremlin, fotografié geishas en Kioto y volé en avioneta hasta el Snoefelness en Islandia, al mismo lugar donde Julio Verne ambienta su viaje al centro de la tierra.

Los viajes me han convencido de que conocer distintas culturas permite comprobar que, detrás de las diferencias superficiales de idioma, raza, religión, cultura, cocina, somos todos iguales. Nos hacen más tolerantes. Cada vez que me preguntan cuál es el país o sitio que más me agradó, respondo lo mismo: ‘Mi país favorito… será el siguiente’. Siempre hay uno más para conocer. Como reconozco 196 países, me quedarían 126 por conocer.

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