El escritor noruego Jostein Gaarder (Oslo, 1952), autor del best seller El mundo de Sofía (1991), en Madrid invitado por la Editorial Siruela, sostiene que los cuentos son necesarios para estructurar el cerebro.
Siruela celebra los 25 años de la colección Las Tres Edades, dedicada al público infantil y juvenil, y para celebrarlo, la editorial ha publicado un volumen conmemorativo en el que también participa Gaardner con un cuento.
Aprovechando su estancia en Madrid, el escritor mantuvo, a lo largo del día 3 de diciembre de 2015, una serie de encuentros con su público en los que habló de la importancia de los cuentos para el niño y para el hombre en general.
He aquí un resumen de lo expuesto en su encuentro con los medios que puede dar lugar a una ardua discusión:
Los niños y en general el hombre, pero sobre todo los niños, necesitan de los cuentos para formarse. Que los adultos les contemos cuentos. Es lo que ayuda a estructurar el cerebro. A esa edad tan temprana de los 2 a los 4 años, y aún antes, es básico. Se diría que después del alimento y el vestido, la necesidad más acuciante para un niño es alimentar la fantasía; y ya un poco más mayores, la lectura es el principal antídoto contra los radicalismos y fanatismos de todo tipo, pues un cerebro vacío es el receptor ideal de cualquier doctrina errática.
(A esto habría que oponer que los fanatismos también se enseñan con cuentos, que los cuentos también pueden usarse para envenenar los cerebros sin capacidad de discernimiento, pero no estamos aquí para aguar la fiesta).
Para predicar con el ejemplo, él mismo les lee a sus nietos dos cuentos cada noche.
Esto es una tradición perfectamente integrada en la tradición Noruega que al caer la noche, cuando el día se acaba, los juegos de mesa forman parte de nuestra cultura. En cuanto al niño, después de lavarse los dientes como última acción del día, los niños reciben la lectura de un cuento o dos antes de dormir.
Por otra parte -sigue el autor-, no hay nada más eficaz a la hora de fijar unos contenidos, que un cuento. Una lección de economía, por ejemplo, llena de datos, se te olvida enseguida tan pronto como te la acaban de explicar, pero si te la cuentan en forma de cuento, no se te borrará nunca de la mente.
De ahí que las sociedades anteriores a la escritura y antes del nacimiento de la imprenta se valieran de los apólogos, parábolas y ejemplos de tradición oral para transmitir unos contenidos que se reforzaban de generación en generación. Por no hablar del arte en piedra y sus narraciones, desde los asirios hasta el arte románico. Siempre ha existido esa necesidad de historias, de cuentos, para despertar y al mismo tiempo fijar la fantasía. A propósito de esta necesidad, pone un ejemplo:
Cuando cayó el telón de acero, pensaron en Noruega cómo hacerle un regalo a Rumanía, país pobre, comida, medicinas, qué regalar. Consultadas las más altas instancias, decidieron regalar 100.000 ejemplares de El mundo de Sofía a las escuelas de Rumanía, y poco después, el mismo Jostein Gaardner le regaló 400.000 a Cuba, donde curiosamente, y a pesar de que el ministro de cultura lo leyó con sumo cuidado, ni siquiera corrigieron el capítulo dedicado a Marx.
Por cierto que El mundo de Sofía lo escribió muy deprisa, convencido de que, al ser un libro de filosofía, no iba a darle dinero, a quién le interesa hoy la filosofía.
Había sido Premio de la Crítica en Noruega y Premio Europeo de Literatura Juvenil con su anterior libro (El Misterio Del Solitario,1990) y éste esperaba que pasara sin pena ni gloria para dedicarse rápidamente a otro con más gancho. Fue una sorpresa que resultara un bestseller millonario.
Es necesario contar cuentos, repite como un mantra. En la mente de los niños esas lecturas deben ser además cuidadosas, que dejen siempre, sea cual sea el tema, un rastro de esperanza. No hay que ocultarles a los niños lo duro de la vida, la muerte. Pero no se les puede tratar como a adultos al hablar de ciertas cosas porque aunque el niño es padre del hombre que será y la niña madre de la mujer que va a ser, ni el niño contiene ya al hombre ni la niña a la mujer.
Por ejemplo, en su cuento más reciente titulado Los mejores amigos, un cuento tan breve que casi es un haiku, la protagonista es la muerte, hay una tragedia. Pero al niño no se le puede mostrar así. Hay que animarle y darle esperanza. En ese mismo cuento, el adulto entiende que llegó la muerte; el niño no, y es mejor así. Y eso no es engañar, sólo cuidar. Los preciosos dibujos del turco-noruego Akin Düzakin que ilustran el cuento dan idea de esa fragilidad y de esa esperanza.
Otro ejemplo está en el reciente atentado de París. No se puede ocultar a un niño lo que está en todas partes, en internet, en los quioscos. Él les dijo a sus nietos que todos los terroristas estaban ya muertos, lo cual no es verdad, alguno sigue vivo, pero no hay que darle al niño lo que no puede entender.
Volviendo a los libros de cuentos, lo esencial de un libro infantil es que tenga algo también para el adulto porque el cerebro humano está hecho para los cuentos. Un niño entenderá cosas que un adulto no y viceversa. En cuanto a los temas, el cambio climático como preocupación mundial también se ha subido a los cuentos y un libro como El mundo de Sofía, visto desde la actualidad, tiene contenidos que entonces ni se contemplaron. La filosofía es así.
Preguntado por los programas y los ministros que quieren suprimir la asignatura de Filosofía, al principio pareció escandalizarse, pero no: no sería necesaria la asignatura si se incorporara en cada asignatura. Si por ejemplo al estudiar la literatura o las matemáticas existiera la posibilidad de hacerse preguntas, de filosofar sobre dichos contenidos, no haría falta dedicarle a la Filosofía asignaturas específicas, con lo cual casi acabó dando la razón a los ministros y a los programas. Echa de menos en los maestros una formación filosófica. Y existe esa necesidad, lo prueba el éxito de El mundo de Sofía.
Jostein Gaardner no ha leído aún un libro electrónico pero es posible que lo haga, no se opone, pero opina que esa costumbre de verlo todo en una pantalla, hasta a las víctimas del cambio climático las seguimos por televisión, esa manía del selfie, es una especie de ceguera.