He leído todas las novelas del intelectual italiano Umberto Eco, fallecido en 2016. Sobre Eco, el historiador, el intelectual español, qué diantres, Justo Serna, nos habla pormenorizadamente en uno de sus más recientes libros, Leer el mundo. Visión de Umberto Eco, publicado en 2017 por la editorial La Huerta Grande. No he leído ningún ensayo de Eco, pero sí bastantes de los escritos por Serna, algunos de los cuales he tenido incluso el honor de haber editado. Empate técnico. Juego de suma cero. Vaya lo uno por lo otro. Además, el profesor Serna no ha escrito aún (¿o sí?, ahora que caigo) ficción. Bueno, dejemos eso. Lo dejo. Y sigo.
Ante Justo Serna nos hallamos ante alguien que según confiesa, sin ínfulas (si lo sabré yo, que creo conocerle bien), ha leído varias veces el Retrato del artista adolescente, de James Joyce… algunas de ellas en inglés. Ante Justo Serna nos hallamos por sobre muchas otras cosas… ante un devoto de Umberto Eco. De eso va Leer el mundo. Visión de Umberto Eco, un libro donde el historiador Serna nos recomienda aprovecharnos del inmenso legado de Eco:
“Leamos a su manera: con aplicación, ironía y veracidad”.
De eso va Leer el mundo. Pero no sólo. Porque, a las preguntas de los maestros, de los clásicos, sabemos por Serna que sólo podemos “adentrarnos aventurando respuestas, tanteando”.
¿Para qué leemos?
Sería una pregunta procedente, y de plena actualidad ahora que a todo le buscamos, definitiva y afortunadamente, una utilidad, una compensación que supere a lo esencial, a lo espiritual. ¿Para qué leemos? Sería y es una pregunta a la que el profesor Serna atiende con su prestancia intelectual habitual:
“Uno puede leer para aprender. Sin duda. Para aprender a dudar. Uno puede leer para entrenarse, para entretenerse, para pasar el rato, para distraerse o para distraer el tiempo. Incluso para matarlo. Uno puede leer novelas para experimentar sin riesgo, sin ponerse en riesgo, pues la ficción no es la vida real aunque ambas se parezcan. O uno puede leer para probar lo que jamás ha conocido, esas audacias a las que no se atreve”.
Y yo añado: uno lee buscando esas pepitas de oro que en ocasiones nos depara lo que leemos, en ocasiones como esta, como la que nos asegura leer los libros de Justo Serna. ¿Y en los de Umberto Eco? Eso sería otro cantar. Un cantar que si seguimos a Serna sería un cantar favorable. Favorable a Eco, su maestro literario.
Para el profesor Serna, que sigue echando en falta al escritor Eco, un libro es “un prodigio técnico inmejorable”. Y para el intelectual italiano, la cultura era, es, “como un cerdo: todo en ella resulta aprovechable”: toda la cultura, la alta, la baja, la popular, la de masas, TODA.
“Lo que imaginamos como futuro no llega a convertirse ni siquiera en pasado”
Y llegamos al principal oficio de Justo Serna, a la disciplina que le permite analizar el pasado, y lo que del pasado nos cuentan los que sobre el pasado escriben y los que no saben que están escribiendo en el presente sobre el pasado… para el futuro.
“La Historia y la lógica nos sirven para guiarnos, para establecer analogías, para extraer consecuencias”. La utilidad de la Historia, según Serna. “Y se nos instruye con el pasado, con lo que se hizo en el pasado, con lo que anduvo bien en el pasado. Pero el conocimiento histórico no garantiza predicciones acertadas”. El profesor Justo Serna nunca elude los problemas a los que se enfrentan los historiadores:
“Lo lógico no es necesariamente lo que funciona entre los humanos. Funcionan también la irracionalidad, los afectos, los celos, los odios, los miedos, las conjeturas e incluso las malas conjeturas. Saber ver el presente y saber ver el pasado es una y la misma cosa porque no estamos al final del proceso”.
Porque «los historiadores tenemos un problema, sabemos el nombre del asesino», dice el historiador italiano Giovanni Levi nacido en 1939. “O eso creemos que sabemos”, apostilla (no al nombre de la rosa, precisamente) el historiador Serna, el analista Serna, el lector Serna. Porque para el autor de El pasado no existe (uno de sus brillantes ensayos, donde el catedrático experto en historia cultural reflexiona cargado de razón y sensibilidad sobre aquello que es nuestro común oficio; la Historia), “la Historia es pesquisa, la de una serie inenarrable de crímenes, de atrocidades”, en ella hay dramas a raudales, y crímenes, delitos que quedan impunes, hay héroes y por tanto también villanos, que es como los humanos nos empeñamos en ver a los personajes que pueblan el pasado. Entre ellos está el asesino.
“Movidos por una hipótesis que les sirve de punto de partida”, los historiadores “leen y descifran, suman datos, contrastan versiones, comparan hechos y libros, relatos, cotejan informaciones”. Y Serna prosigue aquí, en Leer el mundo, en su explicación de su oficio, de uno de sus oficios, del oficio suyo que comprende a todos sus oficios, el oficio de historiador (porque ingresar en los entresijos fabulosos de la disciplina que es la Historia es algo habitual en los ensayos del catedrático español, no fue algo que únicamente hiciera en aquel El pasado no existe):
“La vida no es relato, pero cuando nos ponemos a pensarla la concebimos así”. Está la ficción y está, por ejemplo, la Historia. Ambas son concebidas como relato. Claro. En el caso de la ficción, su mayor logro es la exigencia de la Historia. Me explico. El mayor logro de la ficción es un efecto: la verosimilitud. Pero no perdamos el Norte: lo verosímil, nos lo vuelve a recordar Justo Serna hablando de la narrativa de Eco, no es lo verdadero, “sino lo que refuerza el sentido de lo que parece real”. Lo que parece real. ¿Nos vale lo que parece real, nos sirve? A los historiadores no. Vamos allá.
Empaparse del mundo
Como estamos, o creemos estar, “al final del proceso”, los historiadores no sólo reconstruimos vidas, peripecias, logros, sino “también los azares o las fatalidades que los antepasados ignoraban”. Sabemos más que nuestros antecesores porque estamos, o creemos estar, al final de ese proceso, sea cualquiera que sea a lo que llamamos proceso (y no hablo del proceso en el que estás pensando, lector). Bueno, esto no es exactamente así, se corrige, se matiza, Justo Serna: lo que nos “distingue y encumbra” a los que escribimos la Historia no es ni nuestro aislamiento ni “esa suficiencia de quienes ya saben cómo acaba todo”, sino nuestra implicación: “la conciencia de estar arrojados al mundo y de complicarse en él o con él”. Por eso mismo, no pueden, no podemos, los historiadores quedarnos recluidos en un cómodo espacio, a menudo académico, hemos de expresarnos, salir a la esfera pública.
Los seres humanos, que “somos testigos y víctimas y no queremos ser verdugos”, no siempre damos con eso que es verdaderamente decisivo, que cambia el mundo o que provoca un desastre que fuimos incapaces de adivinar. No, “ni la Historia nos redime ni el futuro nos apaciguará”.
El historiador, el buen historiador, “investiga porque no sabe lo que ve, porque no se explica bien qué es lo que distingue, o porque lo que ve no es exactamente lo que creía saber”. El mejor cronista, como el mejor historiador, como el Umberto Eco columnista, ensayista, “es aquel que escribe lo que sabe pero eso que sabe lo ignoraba hasta el momento en que se puso a expresarlo, a verbalizarlo”. También hablo de Justo Serna, porque le cito hablando de Eco, de los mejores, y resulta que al escribir lo que él ha escrito aprendo algo que ignoraba o algo que no debería haber olvidado: Justo Serna es un gran historiador, un gran cronista. Es un intelectual que se empapa en el mundo estando en el mundo. He dicho.
Y qué decir de Eco
Hablemos de semiótica, que es “la ciencia del médico, el diagnóstico del galeno”, nos dice Serna. “Todo aquel que observe síntomas, que distinga huellas, que descubra indicios, que avecinde hechos… acaba por ser un detective, un investigador, un juez, un historiador, etcétera, sujetos que están obligados a trabar relación entre esos síntomas, esas huellas, esos indicios. Y eso significa enhebrar un hilo rojo, vincular una cosa y otra cosa y otra cosa hasta obtener un relato convincente, finalmente probatorio”. Como el protagonista de la mundialmente leída El nombre de la rosa, Guillermo de Baskerville, que lo es todo a la vez.
Umberto Eco, al igual que Justo Serna, no alardea, sus saberes enciclopédicos son utilizados para “vencer la incredulidad de sus lectores”, nos dice el mejor de ellos. “La información, el conocimiento y el saber no son lo mismo”: Eco insistió sobre esa certeza. Mientras la información es “un dato bruto de significados equiparables” que nos llega con algún sentido, con algún significado y necesita ser ensartada porque forma parte de una cadena de datos, de certezas, de saberes, de informaciones, en definitiva, con las que acaba por constituir un marco; el conocimiento es “averiguación de experto”, es el conjunto de datos reunidos por los distintos especialistas para evaluar lo que acontece; y el saber es otra cosa, “es averiguación, intuición y prudencia”, es la pesquisa que va más allá del conocimiento de los especialistas. Y aquí, Serna distingue entre maestro y profesor. El primero, el maestro, tiene conocimiento a secas, eso a lo que llamamos sentido común, y tiene conocimientos, esas informaciones que hemos dichos le son propias a las disciplinas de los especialistas. El segundo, el profesor, “tiene criterios que lo hacen sabio”. Hablamos del profesor bueno, del profesor ideal, de lo que ha de ser un profesor (y si no lo dice el profesor Serna, lo digo yo). El profesor “es prudente y respetable” y, aunque lo tiene en cuenta, no se ciñe al dato del experto, no se limita al conocimiento detallado.
Pero, y aquí el pesimismo se adueña del discurso de Justo Serna, “la reacción de los botarates” es la prueba de que “no causa efecto” lo que se enseña. Lo que enseñan los maestros, los profesores, lo que enseña Serna, lo que sigue enseñando una vez muerto Eco, no causa efecto. No causa el efecto certero y señero que debiera, pero sí causa efecto, corrijo yo. En mí sí. Y en tantos como yo.
Vamos concluyendo
[Que no se me olvide: quiero felicitar a los responsables de la magnífica edición de Leer el mundo… Gracias. Sé de qué hablo. No sólo hablo de lecturabilidad y legibilidad, hablo del hermoso objeto que es el libro de Serna.]
Justo Serna, que regresa en Leer el mundo. Visión de Umberto Eco al mundo de la falacia, donde ya navegó bien a gusto en su Todo es falso salvo alguna cosa, nos dice:
“Es cierto no sólo lo que es cierto, sino lo que la gente interpreta como tal (sea verificable o no). Y es así porque provoca consecuencias en la percepción de las cosas, de los hechos. Una mentira fervorosamente aceptada produce efectos: bien que lo sabemos”.
Por eso “necesitamos tutela”. Por eso necesitamos a tipos como Eco. Y como Serna.