Terminó la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26). Hasta última hora se discutió el acuerdo de conclusión de la cumbre, lleno de ambigüedades. Prevé reducir el calentamiento global y plantea lograr que el aumento de la temperatura quede por debajo de los 2ºC respecto a los niveles previos a la era de la industrialización.
En Glasgow, también se firmaron una serie de pactos colaterales relativos a temas tales como el recorte de emisiones de gases de efecto invernadero (metano, dióxido de carbono, etcétera), planes para reducir el consumo de combustibles fósiles (carbón, petróleo, etc) y proyectos de reforestación global.
Otros capítulos, más concretos, impulsan la fabricación de vehículos eléctricos. Una treintena de países y media docena de grandes empresas automovilísticas (Mercedes-Benz, Ford, Volvo, General Motors, Land Rover, Jaguar y BYD) se comprometieron a no producir automóviles de combustión después del año 2035.
Lo firmado compromete en algunos casos y no en otros, porque la declaración final se basa fundamentalmente en las Nationally Determined Contributions (NDC); es decir, en los planes que los distintos países vayan asumiendo desde su propia planificación interna.
Lejos de Glasgow, miles de millones de personas sufren ya las consecuencias del calentamiento global o perciben de cerca otro tipo de amenazas, como las que surgen de las decisiones de quienes quieren rentabilizar el sentido final de la llamada transición energética.
Contra ese nuevo despotismo, voraz y predominantemente financiero, sigue habiendo innumerables iniciativas locales críticas. Un movimiento ciudadano múltiple que organiza lo que podemos considerar minicumbres COP26 contestatarias por todo el planeta. En muchos de esos foros, uno de los lemas más utilizados se repite: « Renovables sí, pero no así ».
Un ejemplo muy preciso: en Garciaz (700 habitantes, Extremadura, España) tienen sobre sus cabezas un macroproyecto que promueve una empresa filial de Iberdrola. Un plan que abarca a una parte de la comarca de Las Villuercas, más otros municipios cercanos (sobre todo Madroñera, 2500 habitantes, y Conquista de la Sierra, 180 habitantes), alcanzando también algunos puntos de Zorita (1300 habitantes).
Ese gran proyecto de parque eólico enlazaría y formaría un conglomerado energético con otras instalaciones cercanas: la macroplanta fotovoltaica de Torrecillas de la Tiesa-Aldeacentenera (1070 y 560 habitantes respectivamente), ya en fase de construcción avanzada, y que abarca mil trescientas hectáreas. La mayor megaplanta voltaica de Europa, según la propia empresa constructora.
Se trata de un territorio donde la pobreza histórica, la emigración y la baja población han preservado en gran parte el entorno natural, pese a que en las últimas décadas no han faltado prácticas agrícolas en las que se abusaba del uso de abonos sintéticos, plaguicidas y herbicidas como el glifosato.
Mientras se discutía la declaración de Glasgow, unas cuarenta personas se reunieron en Garciaz. Entre ellas, representantes de varias plataformas locales que defienden esa idea clara: Renovables sí, pero no así. Estaban presentes la Plataforma Zona Villuercas Oeste, la Plataforma Salvemos Las Villuercas, la Plataforma Cañaveral Sin Minas, ADENEX (Asociación para la Defensa de la Naturaleza y los Recursos de Extremadura) y Ecologistas en Acción. Junto a los participantes de ese espectro, media docena de mujeres indígenas de Chiapas militantes del movimiento zapatista, que viajan por Europa para explicar su perspectiva desde el punto de vista de su territorio y del EZLN.
En esta local y particular COP26, varios oradores expresaron la necesidad de persistir en la idea vital del no así, desde la idea de su pertenencia «a los márgenes de Europa» y «a la periferia de los centros urbanos del mundo». La crítica a las prácticas de las grandes empresas en los llamados «territorios de sacrificio» incluía –en el caso de Extremadura- a las autoridades de la Junta extremeña y al Gobierno español que tienden a favorecer a los conglomerados empresariales, antes de escuchar y valorar la situación efectiva de las poblaciones implicadas.
En ese sentido, resultó fascinante cómo el relato pormenorizado de la evolución de las durísimas condiciones sociales de Chiapas, «desde nuestros abuelos», dijeron las mujeres chiapeñas, resultaba comprensible en Garciaz. También el mensaje que relacionaba la pobreza social persistente de determinados territorios no sólo con el sistema económico y con los poderes fácticos, sino con los ataques a entornos naturales que están o deberían estar protegidos.
Las militantes del EZLN precisaron cómo hace años llegaron a la conclusión de que la defensa de la tierra y la violencia eran incompatibles : «Si hubiéramos seguido la guerra con balas, habría habido muchos muertos, lisiados y heridos. Entendimos que la resistencia es una lucha ideológica, pacífica, que nos permite avanzar».
Cuestionaron algunos proyectos del gobierno mexicano para construir infraestructuras en Chiapas, donde hay una extensa oposición popular a la minería a cielo abierto que busca allí principalmente titanio. La minería generalizada ya ha castigado diversos municipios de Chiapas, donde en 2019 una quinta parte de su territorio ya tenía algún tipo de actividad extrativista.
Los chiapeños ya constataron hace tiempo la relación entre la minería y la pérdida de biodiversidad y de la calidad de las aguas, dos aspectos que afectan a su salud y a su vida. « El mal gobierno del presidente López Obrador nos envía proyectos así, que no siembran la vida como él dice, sino la muerte », dijeron. « Destruyen mucho la Madre Tierra, pero el pueblo resiste y lucha contra eso», añadieron las intervinientes mexicanas.
Al final de esta singular y entrañable COP26, una docena de participantes llevó a cabo una vigilia con velas ante el histórico Rollo Jurisdiccional, una columna granítica edificada en el siglo XVI que se sitúa en el centro de Garciaz. Allí, Estrella Pérez Cuadrado, portavoz de la Plataforma Villuercas Oeste, leyó un manifiesto en el que se dice:
–No se puede permitir que en nombre del cambio climático, las grandes empresas pretendan colonizar Extremadura, arrasar con ecosistemas bien conservados, de gran valor ecológico como los que tenemos en nuestro territorio, en pro de las renovables. Minas a cielo abierto, megasolares, o grandes parques eólicos en medio de la naturaleza, no son una forma limpia, ni verde de luchar contra el cambio climático. La producción energética debe darse, donde se consume y no en los bosques y dehesas de Extremadura. Para afrontar los retos climáticos hace falta una acción política clara, urgente y transformadora. Eso sólo se conseguirá con una ciudadanía consciente de los problemas y de las soluciones, una ciudadanía exigente y movilizada.
No faltará quien crea que la COP26 de Glasgow es un asunto lejano. La reunión de Garciaz, que fue a la vez local e internacional, prueba lo contrario. La amenaza va contra todos, pero apunta primero a la cabeza de los más débiles y a los territorios naturales de la periferia.