La circulación meridional de retorno del Atlántico (AMOC, por sus siglas en inglés), también conocida como corriente del Golfo, nunca ha estado tan débil en más de mil años como en las últimas décadas debido al cambio climático.
Ésta es la conclusión de un nuevo estudio elaborado por científicos de Alemania, Irlanda y Reino Unido, publicado este jueves en la revista ‘Nature Geoscience’.
Los investigadores recopilaron datos tomados de archivos naturales como sedimentos o núcleos de hielo para abarcar muchos cientos de años con el fin de reconstruir la historia de la AMOC, informa Servimedia.
Encontraron pruebas consistentes de que su desaceleración en el siglo veinte no tiene precedentes en el último milenio, lo que probablemente esté relacionado con el cambio climático causado por el ser humano.
Esta circulación oceánica es relevante para los patrones climáticos en Europa y los niveles regionales del mar en Estados Unidos; su desaceleración también se asocia con una mancha fría observada en el Atlántico norte.
Stefan Rahmstorf, del Instituto Potsdam para la Investigación del Cambio Climático (PIK, por sus siglas en alemán), apunta que esta corriente oceánica, que surge en el Golfo de México, actúa como una «cinta transportadora gigante» que lleva aguas cálidas superficiales desde el ecuador hacia el norte y las frías profundas y de baja salinidad hacia el sur: «Mueve casi 20 millones de metros cúbicos de agua por segundo, casi cien veces el flujo amazónico», apunta.
Estudios previos de Rahmstorf y sus colegas mostraron una desaceleración de la corriente oceánica de alrededor de un 15 por ciento desde mediados del siglo veinte, lo que vincularon con el calentamiento global causado por el hombre, pero hasta ahora ha faltado una imagen sólida sobre su desarrollo a largo plazo.
«Por primera vez, hemos combinado una serie de estudios previos y encontramos que proporcionan una imagen consistente de la evolución del AMOC en los últimos mil seiscientos años», señala Rahmstorf.
Declive a mediados del siglo veinte
Los resultados del estudio sugieren que la AMOC ha estado relativamente estable hasta finales del siglo diecinueve. Al final de la pequeña edad de hielo -hacia 1850-, las corrientes oceánicas comenzaron a declinar, con un segundo declive más drástico desde mediados del siglo veinte.
Debido a que las mediciones directas continuas de la AMOC sólo comenzaron en 2004, los investigadores aplicaron un enfoque indirecto al usar los llamados datos proxy (o indicadores paleoclimáticos) para averiguar más sobre la perspectiva a largo plazo de su declive.
Como testigos del pasado, esos datos consisten en información recopilada de archivos ambientales naturales como anillos de árboles, núcleos de hielo, sedimentos oceánicos y corales, así como datos históricos como cuadernos de bitácora de barcos.
«Utilizamos una combinación de tres tipos diferentes de datos para obtener información sobre las corrientes oceánicas: patrones de temperatura en el océano Atlántico, propiedades de masa de agua subsuelo y tamaños de granos de sedimentos de aguas profundas, que datan de cien a mil seiscientos años. Si bien los datos proxy individuales son imperfectos al representar la evolución de la AMOC, la combinación de ellos reveló una imagen robusta de la circulación de retorno», explica Levke Caesar, de la Unidad Irlandesa de Análisis e Investigación climática de la Universidad de Maynooth (Irlanda).
Como los registros proxy en general están sujetos a incertidumbres, el estadístico Niamh Cahill, de la Universidad de Maynooth, puso a prueba la solidez de los resultados. Halló que, en nueve de los once conjuntos de datos considerados, la debilidad moderna de la AMOC es estadísticamente significativa.
«Suponiendo que los procesos medidos en los registros proxy reflejen cambios en AMOC, proporcionan una imagen coherente, a pesar de las diferentes ubicaciones y escalas de tiempo representadas en los datos. La AMOC se ha debilitado sin precedentes en más de mil años», sentencia.
¿Por qué se desacelera?
Los modelos climáticos han pronosticado durante mucho tiempo una desaceleración de la AMOC en respuesta al calentamiento global causado por los gases de efecto invernadero. Según una serie de estudios, ésta es probablemente la razón del debilitamiento observado.
La corriente oceánica de retorno del Atlántico es impulsada por lo que los científicos llaman convección profunda, desencadenada por las diferencias en la densidad del agua del océano: el agua tibia y salada se mueve del sur al norte, donde se enfría y, por lo tanto, se vuelve más densa. Cuando es lo suficientemente pesada, el agua se hunde a capas oceánicas más profundas y fluye de vuelta al sur.
El calentamiento global perturba este mecanismo, pues el aumento de las precipitaciones y el mayor derretimiento de la capa de hielo de Groenlandia añaden agua dulce al océano superficial. Esto reduce la salinidad y, por lo tanto, la densidad del agua, debilitando así el flujo de la AMOC.
Su debilitamiento también se ha relacionado con un enfriamiento sustancial único del Atlántico norte en los últimos cien años. Esta llamada mancha fría fue predicha por los modelos climáticos por un debilitamiento de la AMOC, que transporta menos calor a esta región.
Las consecuencias de la desaceleración de la AMOC podrían ser múltiples para las personas que viven a ambos lados del Atlántico: «El flujo superficial hacia el norte de la AMOC conduce a una desviación de masas de agua a la derecha, lejos de la costa este de Estados Unidos. Esto se debe a la rotación de la Tierra, que desvía objetos en movimiento como corrientes a la derecha en el hemisferio norte y a la izquierda en el hemisferio sur. A medida que la corriente se ralentiza, este efecto se debilita y más agua puede acumularse en la costa este de Estados Unidos, lo que conduce a un aumento mejorado del nivel del mar» explica Caesar.
En Europa, una nueva desaceleración de la AMOC podría implicar fenómenos meteorológicos más extremos como un cambio en la trayectoria de tormentas invernales que salen del Atlántico, posiblemente intensificándolas.
Otros estudios mencionan como posibles consecuencias olas de calor extremas o una disminución en las lluvias de verano.