Roberto Cataldi [1]
El título de este artículo iba a ser otro, pues, pensaba cambiar de tema, pero dado que el anterior [2] motivó alguna crítica destemplada, he decidido volver sobre mis pasos. Tengo en claro que enfrentarse a las propias ideas, someterse a juicio para probar su validez es difícil, pero en mi caso confieso que es una imposición kantiana.
El Antropoceno, como ya dije, tiene una crítica que discurre fundamentalmente por el ámbito geológico y aquí no ha generado comentario alguno, sí ha despertado la ira algunas observaciones y reflexiones que hice sobre la democracia. Antes de proseguir, debo señalar que a lo largo de la historia se han ensayado diferentes modelos de gobierno y ninguno satisfizo o al menos dejó conforme a las “mayorías” (no uso el adjetivo “pensantes” para evitar ser acusado de clasista).
No es un hecho casual que tanto Platón como Aristóteles desconfiasen de la democracia, más allá que viviesen en una sociedad esclavista, ya que advertían que el sistema se prestaba a demasiada manipulación. Nuestros maestros del pensamiento adherían a la sofocracia, que en la práctica distó mucho de ser algo perfecto, claro que Emmanuel Lévinas solía decir que la “perfección” no es una idea, solo se trata de un deseo.
Podríamos hacer no pocas disquisiciones sobre los distintos sistemas de gobierno experimentados a través de las épocas, pero con un sentido pragmático, estimo que conviene limitarnos al Siglo XX y a lo que va del actual. Es así como podríamos circunscribirnos a los inicios del siglo pasado, con el arrastre de una fuerte cultura y moral decimonónicas, el período de entreguerras con sus devaneos ideológicos, la Guerra Fría, la caída del Muro de Berlín, y la actual posmodernidad.
La Belle Époque, la Primera Guerra Mundial, el período de entreguerras, revelaron la expansión de los imperios, el auge del capitalismo, la creencia en el progreso tecno-científico como impulsor del bienestar de la humanidad, pero sobre todo estuvieron signados por la irresponsabilidad de las clases dirigentes. En Europa se dio la lucha entre los fascismos y el llamado mundo libre. Las élites tuvieron una mirada sesgada, priorizaron sus intereses económicos y de poder, por eso los costos sociales fueron altísimos. Con la implementación del nuevo orden surgido de Yalta se inició un período en varios aspectos prometedor, no sin grandes claroscuros.
Rescato como hecho positivo el Welfare State, ese Estado de Bienestar, con sus más y sus menos, que fue sin duda la gran conquista social y representó un progreso genuino. Luego vino la globalización neoliberal y las sucesivas crisis políticas, económicas y financieras, en consecuencia ese Estado comenzó a desmontarse, al punto que hoy vivimos el Estado de Malestar, que castiga duramente a millones de seres humanos en todas las facetas de la vida, incluyendo las necesidades básicas, los expone al dolor de la temporalidad y la precariedad laboral debido a exigencias del mercado, y al final los deja sin ninguna protección social. Una tragedia que priva a las jóvenes generaciones de tener un proyecto, una esperanza de vida, una idea de futuro. Ellos sienten que este mundo los rechaza, no les pertenece. Quizá tengan razón los que estudian las posibilidades de vida humana en otros planetas, al paso que vamos, la tierra será sólo para los elegidos.
La Guerra Fría significó entrar en conflicto pero sin declararse la guerra convencional a través de las armas, y fue la lucha desembozada entre la democracia capitalista occidental y el comunismo. Recuerdo que no había finalizado el bachillerato cuando leí El archipiélago Gulag, de Alexander Solyenitzin, quien en los años 50 había sido condenado a trabajos forzados por sus críticas al régimen soviético. Hace unos años, en Moscú, al pasar por delante del edificio de la antigua KGB, recordé que allí estuvo detenido. Luego de ser expulsado de Rusia, el Nobel de Literatura fue aclamado en las universidades de Occidente. La prensa y la opinión pública lo trataban con afecto, lo comparaban con Dostoievsky y Tolstoi, pero la luna de miel no duró mucho. Las declaraciones de Solyenitzin fueron políticamente incorrectas. En efecto, él manifestó sin pelos en la lengua su desilusión por la vida occidental, no era como suponía, y hasta llegó a criticar sus vicios. Solyenitzin, a diferencia de otros intelectuales, no se dejó tentar por las comodidades, privilegios y halagos que le ofrecían quienes pretendían utilizarlo con fines propagandísticos, por eso su presencia terminó siendo incómoda a uno y a otro lado de la cortina de hierro. En Occidente estaban más interesados por sus declaraciones políticas que por su meritoria producción literaria. La intelligentsia rusa no lo quería porque Alexander sostenía que ésta no había hablado de las víctimas de la represión totalitaria, convirtiéndose así en parte del sistema.
Libertad y democracia han sido fusionadas en el discurso político, pero conozco gente que defiende a viva voz la libertad y la democracia siempre y cuando no afecten sus intereses privados. Por otra parte, no todo el mundo tiene problemas en vivir bajo un régimen autoritario si a cambio tiene asegurado la cobertura de sus necesidades y alguna que otra comodidad. Esto lo tienen muy claro los impulsores de los regímenes antidemocráticos que se dedican a comprar conciencias.
Hoy existen muchos interesados en destruir la democracia por medio de la confusión y el caos. He leído declaraciones de algunos nostálgicos de la monarquía que aseguran que debemos retornar al sistema monárquico, ya que sería superior y daría una estabilidad que tranquiliza. En fin, creí que estábamos volviendo a las etapas más sombrías de la Edad Media. Pues bien, no hay nada mejor que sembrar la desconfianza en las instituciones del Estado, la Ley, y el espíritu democrático, el que está replegándose mientras crece el autoritarismo trasnochado. Situación que alienta a los grupos chovinistas y xenófobos, mientras la corrupción es el de telón de fondo. Como ya señalé, el debate político no pasa de ser puro espectáculo e Internet constituye el ámbito ideal para que la mentira prolifere sin cortapisas. En lo que atañe a la prensa, que tantos elogios cosechó en el pasado, al punto de ser considerada el cuarto poder, hoy vive el drama de la falta de credibilidad.
Pienso que la esperanza está en la prensa “independiente”, fundamental para informar con veracidad y explicar desde la razón, guste o no guste al poder de turno. Thomas Jefferson decía en las postrimerías del Siglo XVIII que entre tener un gobierno sin prensa o una prensa sin gobierno prefería lo último. George Orwell en 1944 advirtió a sus colegas periodistas que no creyesen que durante años podían ser serviles haciendo propaganda al régimen soviético o de cualquier otro y luego retornar súbitamente a la honestidad intelectual. Orwell añadía: “Basta con que una vez te prostituyas, para que te conviertas en una puta”.
Debemos convivir con el contexto neoliberal y el mundo en Red. Pienso que en la medida que estos conflictos de fondo continúen incrementándose y en el horizonte no aparezcan soluciones concretas, los peligros de un estallido social global cada vez serán mayores. En efecto, no se puede seguir manteniendo un viejo orden injusto e insensible a la vez que se le da más oxígeno a sus perversos mandatos. No podemos permitir que una parte considerable de la sociedad sea abandonada a su suerte, es inhumano. Tampoco puede ser que los ricos sean los únicos depositarios del futuro, ya que son los más beneficiados por las políticas gubernamentales, mientras la desigualdad crece y la pobreza tiende a perpetuarse. ¿Cómo es posible que los pobres paguen en proporción más impuestos que la clase media? La democracia se ve cercada por la corrupción que ya es sistémica, la ineficiencia del gasto público, la elusión y la evasión fiscal. El sueco Stig Dagerman dice que, “los sistemas estatales, por más democráticos que sean, hacen caer sobre el común de los mortales una carga de angustia que ni los fantasmas ni las novelas policiacas pueden igualar”. Y claro, crece la angustia frente a la posibilidad de perder el empleo, la caída del nivel de vida, la espera de la próxima crisis económico-financiera que llegará inexorablemente. La democracia no es culpable, lo que sucede es que el hombre no es natural ni espontáneamente democrático, mucho menos solidario.
Hace un tiempo alguien me preguntó porque jamás ingresé en la política, pues, oportunidades no faltaron, de uno y de otro bando, incluso un masón me dijo que les sería muy útil. Siempre rechacé cordialmente toda propuesta. Soy amante de mi libertad, defiendo mi autonomía e independencia, si bien sé que tienen sus límites. Quizá por eso nunca ocupé un cargo importante en el Estado, tampoco en la esfera privada. Cuando leí a Macchiavello -en su idioma original-, comprendí que la política no podía llevarse bien con la moral, en consecuencia tomé la decisión. A quienes les cuesta definirme ideológicamente (o tal vez encasillarme), les comentó que desde muy joven admiré a León Tolstoi, Mahatma Gandhi, Martin Luther King, Albert Camus, y creo que son datos más que suficiente para sacar conclusiones taxonómicas.
1. Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldo Amatriain (FICA)
2. enlace
La Democracia en la era del Antropoceno: Conflictos, Intereses y Armonías